Que Silvia ría inmediatamente después que le sacan una foto, con una risa con mucho de tos y de ahogo, no es nuevo ni para ella ni para Martín. Un día él, fastidiado, se lo hizo notar. Desde entonces Silvia comprobó que siempre se le erizaba la piel en el momento previo al clic. Y en seguida la risa sin alegría, quizás para sacudirse de encima la sensación de estar frente a un hecho irrevocable: que algo se haya filtrado y se asome en la mirada o altere el dibujo de la boca.
Martín
aparta el brazo de sus hombros y caminan hacia el niño que les sacó la foto con
la Polaroid. Silvia tironea los flecos del echarpe; una sensación de descarga
eléctrica le baja por el cuello, puede ser miedo o sólo el frío de agosto. No
entiende la insistencia de Martín por este paseo repentino, no después de la
atmósfera que respiran hace meses. Menos
aún después de la furia de la noche anterior, cuando él la miró con ojos
ensombrecidos por los celos, y su mano azotó el aire en un ademán que Silvia
apenas pudo esquivar.
El sol
parece un barrilete amarillo, clavado en la mitad del cielo. No hay viento que haga oscilar el
follaje de los árboles. En el parque todo está inmóvil, igual que una
fotografía. El niño mira el cartoncito que acaba de salir de la cámara. Martín
la precede unos pasos, se para y su cuerpo queda levemente inclinado, como al
acecho. Ella contiene la respiración y forma parte de ese mundo que se ha
petrificado. El efecto dura
unos segundos, se quiebra y la vida recupera su ritmo.
El niño
sacude el flequillo hacia atrás y dice algo sobre la magia de la Polaroid.
Martín se vuelve, busca los ojos de Silvia y su boca exhibe una mueca que
parece provenir de la oscuridad de sus pensamientos. Ella suelta los flecos del
echarpe, hunde los puños en los bolsillos, parpadea y se acerca lentamente.
Martín, con su modo categórico, que no admite réplica, toma la cámara y la foto
de las manos del pequeño que, con desgano, se aleja. Ella quisiera retenerlo,
para que se quedara entre los dos, interponiendo la inocencia de sus mejillas
pecosas. No quiere estar allí junto a Martín y ese cartoncito en el que han
aparecido los primeros contornos.
Silvia y
Martín miran y esperan. En la foto sus figuras van surgiendo de la nada. Las
caras son vagos desiertos lunares; el pelo de Silvia es todavía de un cobre muy
claro y el abrigo de Martín un lamparón azul, como de tinta derramada. Él
estira la mano y ella percibe una presión inquietante en la forma en que le
cerca la espalda. El frío se apodera nuevamente de su cuerpo.
El ritual
de la Polaroid concluye, no se puede volver atrás. La imagen en la foto es
visible ahora y sus caras han quedado expuestas: la
de Silvia preanuncia un grito; en la de Martín reluce la satisfacción de la
venganza consumada.
© Mirella S. — 1996 —
oscuro el cuento... será que después la mató????
ResponderEliminarEso queda a cargo del lector... jejeje!!!
Eliminarpor desgracia sí
ResponderEliminarSi el que lee lo determina... así será.
EliminarLos celos y el afán de posesión son la cara oculta del amor. Sí, aún existen las Polaroids, pero son objeto de culto para círculos de aficionados.
ResponderEliminarJota, los celos más que amor indican que el otro es simplemente un mero objeto a su servicio.
EliminarGracias por el informe sobre la cámara y por la visita.
Saludos.
¿Por que seguir juntos si estarían mejor separados?
ResponderEliminarSi hay celos no hay confianza y sin esta no debería haber convivencia.
Guille, estas relaciones son patológicas: ella tiene la autoestima por el suelo y él para sentir poder, debe someter a la otra parte.
EliminarAbrazo.
Bueno...una historia diferente anticipando el día de los enamorados! Todo forma parte del amor, hasta los defectos del otro! Cuando estamos de festejos, preferimos olvidarnos de las partes negativas del asunto...sin embargo amar es, también, la capacidad de lograr el equilibrio...si la balanza se inclina mucho hacia uno u otro lado, estamos en problemas! (Las polaroid de hoy, en la era digital, son como mini-impresoras! Siguen siendo maravillosas, pero se usan poco). Abrazoooo, Mirella.
ResponderEliminarPatzy, entre los personajes lo que menos hay es amor, sólo miedo, sumisión y control.
EliminarNo pensé en el día de San Valentín, hubiese publicado algo menos oscuro.
Gracias por la información técnica, un aspecto que ignoro totalmente. No tengo ni celular ni cámara digital y en el blog no puedo hacer ni poner todo lo que quisiera, pero sigo intentando.
Besos.
Qué bien escribes, la verdad.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias DDLuis, por la visita y por el elogio.
EliminarSaludos.
Estupendo Mirella, has narrado un relato de lo más imaginativo y genial. Una mezcla explosiva en los que sus protagonistas se ven envueltos y les cuesta desliar. De esa mezcla de celos y amor hasta sale odio.
ResponderEliminarBesos.
Rafa, cuando en el amor se pierde la confianza y uno se quiere apoderar del otro, seguro que el odio se está gestando. Es triste pero hay tantas parejas así. En Argentina el femicidio se incrementó notablemente en los últimos tiempos.
EliminarHace varias semana que vengo postergando este post y justo lo publico el día antes del día de los enamorados, eso me lo recordó Patzy. Extraño ¿no?
Un abrazo.
Me has hecho reír con tu último comentario y eso que me habías dejado petrificada con el relato.
ResponderEliminarEste tipo de cámara - al meno en España- se dejó de usar en el siglo que dices haberlo escrito, o sea, en el siglo pasado. Yo no tuve ninguna pero me hice muchas fotos con ellas porque algún amigo las tuvieron.
El relato es genial, he ha fascinado. Esa pasión final ha sido muy intensa y aunque la veía venir me sorprendió.
Un besote :)
Gracias Nieves por los datos sobre la Polaroid. Este cuento es viejito, no recuerdo bien, pero por lo menos tiene unos quince años.
EliminarMe seguía gustando la idea de lo que puede quedar registrado en una foto, lo que uno más teme mostrar, lo más inconsciente, así que lo corregí bastante y aquí está.
Un gran abrazo.
No, se sigue usando! Y aquí en Baires compras los rollos por internet...
ResponderEliminarQue buen cuento del siglo pasado.
Será un grito de ayuda? Ojalá.
Un beso
Dana, algunos lectores ya la dieron por muerta.
EliminarOjalá que sea un grito para romper el miedo, pero sostengo que cuando se publica algo, la interpretación de la historia ya corre por cuenta del que la lee.
Otro beso para vos.
Yo siento una aversión parecida a la de Silvia, no soporto que me hagan fotos, tengo la extraña sensación de que con cada una se va un trocito de mi que ya no recupero, sí, sé que es una tontería, pero... (algunos dicen que simplemente es porque soy feo y en la foto queda patente el hecho).
ResponderEliminarEste relato, "viejito", como tú dices, tiene algo de perturbador, una pareja con problemas serios de convivencia, de interrelación personal, y no sólo por el tema de las fotos, algo que hace que sin darte cuenta te pongas del lado de Silvia para tratar de que no esté sola.
Una historia de soledades, amor y celos. Buena historia.
Besos de madrugada muy fría desde Mdrd.
Hoy es San Valentín, yo no lo celebro, pero las hadeas han querido que coincida con unos nuevos versos en Desenfoca Blog. Estás invitada.
Miguel, es sensibilidad de fotógrafo, que con su cámara se come una imagen tras otra. Por eso también dejé de sacar fotos, porque me venía una voracidad por querer captar todo aquello con lo que mis ojos se fascinaban.
EliminarEl cuento es inquietante, lo reconozco, y creo que ese clima es lo que está mejor logrado.
Pasaré por tu blog y otro beso desde la sofocante tarde porteña.
Me parece un relato muy climático, Mirel. Y están muy bien logrados los planos, inclusive esa especie de suspense que ya se vislumbra no bien comienza a armarse la trama y culmina de una manera casi sugerente, de modo que el lector tenga mucho que poner de sí para hacerse con la idea que recibe y como ya sabemos, cada lector es un mundo aparte, así que tiene mucho de final abierto a la percepción de cada cual. Plus, desde ya, que agrega interés temático.
ResponderEliminarYa volví ¿viste?
Shabat shalom
Bentornato Gavrí.
ResponderEliminarGracias por los comentarios, que viniendo del ojo bien entrenado de un perfeccionista (y no agrego la otra palabra con que te definiste), son estimulantes y me empujan a seguir en el largo aprendizaje de escribir. Que nunca se acaba.
Tanti cari saluti.