jueves, 23 de abril de 2020

Tierra árida

Arte digital by Enzzo Barrena

Hace ya más de un año que atravesé las fronteras de este país que perdió los deseos. Recorro su territorio devastado por la indiferencia; camino sobre su tierra grisácea como el cemento; observo las ciudades, los edificios sin una fisonomía propia. Planos abstractos de un mapa mal diseñado.

Lo que queda a mis espaldas es igual a aquello que tengo por delante. Es un espejo de mi paisaje interior.

No hay colores ni variantes o diferencias. Tampoco hay vegetación, flores o árboles, solo unas líneas verticales más oscuras que despliegan ramajes fosilizados. De la palidez del cielo se desprende una bruma que emboza las formas.

Mis pies avanzan desprovistos de energía y levantan un polvo corrompido. Nada de lo que veo repercute en mí. Cuando abandono las ciudades el páramo me rodea.

Provengo de un lugar lleno de matices que deslumbran, de movimientos y de ruidos, de una ciudad colmada de deseos, tantos que la desbordan, la resquebrajan. Sus habitantes viven de —y para— sus anhelos. En una época, yo también.

Era una buscadora de sentido. Lo buscaba debajo de las piedras, en las nubes evanescentes, en el amor. Cuando “eso” que creía haber encontrado dejaba de ser verdadero para mí, me recluía en la cuevita que hay en mi interior, reparaba fuerzas y emprendía  una búsqueda nueva.

Hace demasiados meses que perdí el entusiasmo por esa pesquisa y viajo por la región del desinterés. Sin embargo, cuando consigo dormir, tengo sueños en los que afloran una multiplicidad de colores cautivantes, bosques de árboles frondosos que alojan nidos en los que desbordan las palabras que traen pájaros nómades.

Son deseos inconscientes, espero que en algún momento irrumpan en mi realidad.


©  Mirella S.   — 2020 —





martes, 14 de abril de 2020

Renglones vacíos





La mujer que iba al mismo café a escribir delante de una taza humeante, que de a poco se iba enfriando cuando las palabras se empujaban unas a otras por salir, ahora lo hace de un modo esporádico. Automáticamente saca el cuaderno que vive en su bolso, la birome, los apoya junto al pocillo y se toma el café bien caliente.

Ni siquiera abre el cuaderno, lo deja sobre la mesa, como un testigo mudo de algo que fue y ya no es. Antes estaba lleno de voces, los renglones y las páginas se sombreaban con su letra redonda. Desde hace un tiempo en él anida el silencio.

Ha vuelto a ese espacio que todavía le atrae y se ubica en el lugar preferido. Mientras bebe, en las volutas de vapor que emana el líquido, le parece descubrir formas indefinidas que la alertan. Espera que sean la punta del ovillo que la conduzcan a ideas nuevas, pero se disipan con rapidez y ella regresa al estado de inercia.

Le sobreviene una repentina sensación de desdoblamiento, como si algo se desprendiera de su cuerpo y la contemplase desde una posición ubicada por encima de su cabeza.

La que queda sentada mira por el gran ventanal que le permite acceder a un ángulo de la calle. A veces el viento agita el follaje de los árboles en una danza cimbreante. Hoy el aire está quieto y las ramas permanecen inmóviles, como a la expectativa, igual que la mujer.

La que observa tiene una amplia visión del local, el ir y venir de las camareras, los clientes y escucha la música de fondo que se pierde en el murmullo de las conversaciones.

Sin embargo, el interés de la observadora está puesto en la que ocupa la mesa del ventanal. Es una curiosidad más que un interés y acaso ni llegue a esa categoría.

Últimamente, la otra lleva a cabo el mismo ritual monótono, como congelado en el tiempo: bebe el café, dirige los ojos hacia el exterior un largo rato, guarda cuaderno y birome, paga y se levanta.

Llega ese momento y la que observa cae como un avioncito de papel y siente que vuelve a formar parte del antiguo cuerpo.

Está en la calle y a través de los ojos, de la piel de la mujer se nutre del sol, ve las nubes, huele el levísimo aroma del tilo de la esquina y nota que las veredas empiezan a tapizarse de hojas. 

Afuera el tiempo no se ha congelado.



 ©  Mirella S.   — 2020 —


Este texto es anterior a  la disposición de la cuarentena.
Ahora la mujer se toma su café asomada al balcón, 
mirando un cielo de peltre y una calle solitaria.

Gracias a todos y abrazos.