jueves, 31 de octubre de 2013

Abandono




Foto Mirella S.



Pusieron lápidas en mis ojos,
miro el mundo por las grietas
y lo veo fragmentado, 
esquizoide.
Donde hubo cristales soleados
crecen telarañas
y en mis huesos
rebotan voces ya idas.
Soy un cascarón vacío, 
deshauciado,
con la incerteza del mañana,
sin destino...

©  Mirella S.   -  2013 -





domingo, 27 de octubre de 2013

Algo "noir"

Foto de André Kertész



Sopesa el arma.

Levanta el brazo y con la mano izquierda se sostiene la muñeca. Comprende que con ese acto ella se condenará, pero que también el odio que la ahoga se le escurrirá de adentro.

Se ha preparado durante largos meses en los que temió que, llegado el momento, la voluntad se le quebrara.

Imagina el trayecto de la bala. Casi puede verla cómo en cámara lenta recorre los metros que la separan de su enemigo. Igual que un ínfimo bólido de metal fosforescente dibujando una línea de puntos que la unirá al miserable.

La bala, al salir del cañón de la 9 mm, se acercará, implacable, a la frente del otro, que la mirará con el espanto inerte de una estatua.

Tocará la frente del que ya estaba muerto en cuanto entró al callejón —aunque en ese momento todavía no lo supiera.  

Ella sentirá alivio y algo parecido a ser dios en el instante en que el plomo penetre en el entrecejo del hombre, quien lentamente, como una sombra, empezará a desmoronarse.

Inmóvil en el extremo opuesto del callejón, podrá ver la bala que abre la carne, oír el crujido del hueso quebrándose, cómo el proyectil atraviesa la blandura infame del cerebro y se incrusta en la pared mohosa.

Como si presintiera su presencia, el hombre alto se da vuelta. Para recibir mejor su castigo —piensa ella.

Ciñe el gatillo y lo aprieta.

El fogonazo ilumina la soledad gris del lugar. El hombre alto cae. Anochece. 

No hay alivio, sólo un vacío, como si al dispararse, el proyectil le hubiera arrebatado el alma.


©  Mirella S.  — 2013 —



Imagen sacada de la Web







lunes, 21 de octubre de 2013

Oblicuidad

Ilustración: Matina Terauds


Su vida era un amable desastre. Ella caminaba con la melancolía asida a su mano izquierda, mientras que la decisión la empujaba con la derecha. Iba con el cuerpo ladeado por la tiranía de la mano que mandara en cada ocasión.

Había ocasiones en las que se olvidaba de la tristeza o de la determinación. Se subía a un pájaro de alas desmesuradas que la transportaba a una comarca donde la tierra era lila, el cielo ámbar y se entregaba a esa autonomía sin responder a la imprecisión que le venía de adentro.

Tomaba la forma de un hipocampo traslúcido o de una cigarra soñolienta que le cantaba al verano y las manos convivían sin exasperaciones. 

Esos episodios duraban un suspiro. Con paciencia aprendió a alargar sus perímetros en espirales demoradas y eludir el dolor de las uñas que se clavaban en la palma de la mano izquierda o en la derecha, dependiendo de cuál fuese la conductora.

Y era el perfume del césped recién cortado; el viento de mayo que desvestía los plátanos; un barrilete —redondo como el sol— que se remontaba bien alto; una hoja crujiente que, con el gemido de un animal mítico, moría en el empedrado. 

Deseaba que las manos encontraran la convergencia para guiarla en una dirección unánime. Con la práctica, dejaría de sentirse una mujer al bies.



©  Mirella S.  -   2013 -








viernes, 18 de octubre de 2013

Sol de hierro



Foto de Mirella S. 




Forjé un sol de hierro para regalarte.
Me quemó las manos y la boca
cuando quise enfriarlo 
con la espuma de mis besos.
Borró mis labios, derritió mis dientes,
pero su arco perfecto
me recuerda la curva de tu espalda.



©  Mirella S.    — 2013 —


martes, 15 de octubre de 2013

Polvo de estrellas



                                                                                                                                     


Yo, Clara Bermúdez, desde el fondo de mis convicciones, les digo que no creo en las casualidades, sino en la sincronía de los acontecimientos.  No fue por casualidad que en este preciso momento haya leído ese poema de Olga Orozco, que también fue astróloga. Tampoco es azaroso que el tema de la muerte esté merodeando en mis sueños y vigilias.
Les aclaro: no deseo morirme ni estoy desahuciada, simplemente tengo una conciencia más alerta de las posibles muertes simbólicas —y no tan simbólicas— que enfrentamos a lo largo de la vida. Y fue aún menos fortuito que al día siguiente de leer el poema, Zaira viniera para que le haga su Carta Natal y haya querido saber sobre la posibilidad de alguna muerte inminente en su entorno.
Ustedes están al tanto de que no la voy con el asunto de las predicciones. Le pregunté a Zaira a qué se debía ese interés, ella me contestó que es supersticiosa y tuvo ciertas señales: un gato negro carbón se le cruzó de izquierda a derecha e intuye presencias inquietantes, rondándola. 
Herencia de mis ancestros turcos —dijo—, en mi casa hay ruidos de cosas que se deslizan y veo sombras refugiándose en los rincones.
Le dije que toda esa oscuridad que parece envolverla es porque en su Carta Natal tiene a la Luna a los cinco grados de Capricornio, y que Plutón está en tránsito justo sobre su Luna. Ya les hablé de lo que mueve un tránsito de Plutón, el “maléfico”, como todavía lo llaman los astrólogos tradicionales. Zaira era la primera vez que venía y le tuve que explicar que la Luna simboliza a la madre, el afecto, refleja nuestros mecanismos de defensa. Y Plutón es una fuerza destructiva que nos barre de un plumazo aquello que se cristalizó y a lo que nos aferramos.
La turca tragó saliva y me clavó sus ojazos de alquitrán líquido. Me tembló un poco la mano que sostenía la hoja de su Carta Natal, porque supe cuál sería su siguiente pregunta. 
Entonces a mi mamá le va a pasar algo —dijo casi en un susurro, como para no convocar lo que se escondía debajo de su miedo.
Esa es la parte que no me gusta de mi profesión, cuando preguntan si se van a divorciar, si le meten los cuernos, si los echarán del trabajo, si les saldrá bien ese negocio o si tal tipo les dará bola…
Me estoy yendo por las ramas, una mala costumbre que tengo. Retomemos lo de las coincidencias que no son tales. En el lapso de una semana ocurrieron ciertos hechos sombríos. A Marisa, otra consultante, le lavaron el estómago, aunque después ella quiso arreglarlo diciendo se me fue la mano con las pastillas para dormir; Pedro, mi vecino, no tenía consuelo porque se le murió Sandokán, el fox terrier que lo acompañaba desde que se jubiló; la película que alquilé el sábado empezó como una grata comedia romántica y terminó en un despilfarro de horror y sangre.
Pero a ustedes no les interesa escuchar mis historias personales. Sé que están esperando que les hable de lo que ocurrirá en el cielo a fines de julio. Si creen que voy a hacer anuncios apocalípticos, se van a defraudar. No soy como muchos de mis colegas que les encantan las profecías y que, con este advenimiento planetario, desparraman a los cuatro vientos augurios funestos, mientras llevan agua para su molino. No me va el papel de pitonisa. Como un radar intento percibir el clima energético del momento, observo qué repercusión tiene en mí, en los que me rodean, registro los sucesos simultáneos que se dan en el mundo, confío en el misterioso orden del Universo y temo por la tenaz estupidez de los humanos.
Y en cuanto al tema que me pidieron para hoy, les puedo decir que dentro de un par de meses se formará en el cielo un dibujo de fuego, se alinearán en un triángulo tres dioses sagrados. En la cúspide del triángulo, presidiendo el encuentro, lo tendremos a Plutón o Hades, me gusta más llamarlo por su nombre primigenio, que simboliza mejor sus atributos.
Entonces, en el vértice estará Hades, el que gobierna el mundo subterráneo de los muertos. En uno de los ángulos de la base está Saturno o Cronos, el que castró a su padre y devoró a sus hijos para que con él no hicieran lo mismo. En el otro extremo —y opuesto a Cronos— está su viejo, Urano, esposo de Gea, quien para poder liberarse del interminable abrazo fecundador de Urano, le pidió a su hijo menor, Cronos, que lo castre. Después de la castración Urano soltó a Gea, se elevó hacia el espacio y así el cielo se separó de la tierra. Siempre me gustó la forma en que los griegos describen el origen del Universo. Volviendo al momento presente, la reunión de esta tríada de energías poderosas, empezó a hacer sentir sus efectos desde el 2008. A Hades, el oscuro, el destructor, también se lo simboliza como un volcán o un terremoto —y como dije— está transitando el signo de Capricornio; Cronos-Saturno simboliza lo establecido, lo probado por la experiencia, es el que construye la estructura que permanece en el tiempo y lo tendremos en Libra; Urano es el rayo que ilumina por un instante, desaparece y nos llena la vida de revelaciones e imprevistos y acaba de entrar en Aries.
Esta reunión de los “tres grandes” se manifestará en movimientos internos y externos, perfectamente identificables. No es mi intención atemorizarlos, pero consideren este triángulo: si Hades es el capo de la junta y están enfrentados el hijo castrador y el padre castrado ¿no les parece que se va a generar una tensión de puta madre? ¿Acaso no han captado que estamos en una época de crisis, las viejas estructuras están patas arriba y son necesarias transformaciones profundas?
Al pobre Cronos-Saturno le cuestan los cambios y entre Hades y Urano lo van a hacer de goma. Es decir, están haciendo de goma a nuestra parte saturnina, la que se recuesta en lo habitual, en la experiencia repetida, porque en su momento dio resultados.
Como cierre les reitero que la lectura de Olga Orozco, Zaira, mis estados meditabundos sobre la muerte, no son meras casualidades, responden a una atmósfera energética muy específica. Y los más afectados por esta configuración perturbadora, van a ser los nacidos bajo los signos de Aries, Cáncer, Libra y Capricornio. Y siendo planetas lentos en su orbitar, los tendremos en esos signos por unos cuantos años. No se asusten, en última instancia no somos más que una mota de polvo cósmico, perdidos en la inmensidad del Universo.
Los espero la semana próxima a la misma hora y en el mismo punto del dial y mis felicidades para los taurinos que cumplen años en estos días.

©  Mirella S.     —2010—
















jueves, 10 de octubre de 2013

Cartón piedra





"Uno"  


Soy una copia desechada entre tantos iguales. 
Ahora mi vestido es el polvo. 
Y en la rigidez de mi postura, 
miro la misma pared inalcanzable.



"Dos imposibles"

Fotos de Mirella S. 


Algo agita el aire. 
Una densidad nueva ciñe mi espalda.
Tal vez sea un árbol al que le crecerán las hojas.
Tal vez sea otro pájaro de cartón piedra.






lunes, 7 de octubre de 2013

03:00 a.m.



Foto sacada de la Web


Se despertó sin sobresaltos. Permaneció quieta unos segundos en la oscuridad y estiró el brazo, tanteando hasta dar con la perilla del velador. El reloj señalaba las 03:00 a.m. Toda la semana se había despertado a esa hora exacta, como si debiera desalentar algo todavía indiscernible.
Sin embargo emergió del sueño con una húmeda serenidad, como cuando se sale del mar. Se sentó en el borde de la cama. Torció la cabeza y miró detrás de ella la pared sólida que formaba la espalda de Bruno. Escuchó su inspiración sibilante, el tic-tac rítmico del reloj. Coincidían con los latidos de su propio corazón, le indicaban que estaba despierta y viva. Su cuerpo lo estaba.
Esa noche, al abrir los ojos a las tres de la madrugada, finalmente comprendió que ya no lo amaba. Era sólo un muro que dividía en dos la cama. Un muro amable, conciliador y ella se había vuelto intolerante a la cordialidad y a la avenencia. Habían sido el cloroformo de su parte indócil.
La palabra medida, la sonrisa oportuna, fueron el cebo. Ella desconocía esa fábrica de gentilezas y comprensiones tácitas. De donde provenía las voces eran ásperas y los gestos airados; las lenguas cortaban y los dientes mordían hasta el rojo. Bruno le mostró lo inefable, se deslumbró y entró en la jaula.
Se acostumbró rápido al loft de Palermo Soho, a los libros, a las galerías de arte, las veladas con champán, los jeans de marca. Navegó en el balanceo adormecedor de los lugares de moda, en el gatopardismo de romper reglas para seguir disfrutando del sistema. Así era el círculo de Bruno, al que ella había entrado por la puerta de servicio. Primero se instaló en el dormitorio y al poco tiempo habitaba el entero minimalismo del loft.
Aprendió, devota: observaba, escuchaba y ponía en práctica. Su lado insumiso se ovilló en algún recoveco y, esporádicamente, aparecía en el fulgor de la mirada.
Bajó por la escalera caracol, sus pies descalzos se hundían en el espesor de la alfombra color perla. Demasiada suavidad. Recordó el barro y la rugosidad del asfalto mejorado, de las cuadras llenas de baches hasta llegar a la parada del colectivo. Esta noche, a las 03:00 a.m., había vuelto a tomar el timón de su espíritu de loba.
Caminó por el living hasta el sector de la cocina, abrió un cajón y buscó entre los cuchillos el que tuviera más filo.
La revelación del fin del amor le produjo complacencia y la bestezuela se desperezó y salió de su reducto. Ya no le debía nada a Bruno ni a esta cueva luminosa con su colección de obras de arte.
Balanceando el cuchillo volvió a la escalera y subió algunos peldaños. A mitad camino del dormitorio colgaba un auténtico Turner, herencia del abuelo, tan esfumado en su falta de color que parecía una equivocación en la textura de la pared.
Levantó la mano con el cuchillo, y como en una película de terror barata, la sombra de su brazo se proyectó en la tela y el filo del cuchillo se enterró en los grumos del óleo, dejando un tajo ínfimo en el ángulo derecho.
Supo que en las noches siguientes, a las 03:00 a.m., el ritual volvería a repetirse y sintió que era nuevamente libre.


©  Mirella S.   -  2013 -



"Amanecer en Norham Castle" de Joseph William Turner






jueves, 3 de octubre de 2013

Flores secas






Quebradizos, deshidratados,
 pétalos como pergaminos antiguos...


Fotos Mirella S.


Flores de una memoria que huye
 de íconos fútiles...




Hubo un tiempo en que las palabras se declararon 
en huelga y quedé en silencio.
Compré una cámara Canon usada y hablé a través de las imágenes. 
Me gustaba armar composiciones, buscaba motivos, temas. 
Empecé con amaneceres, después siguieron las flores y, poco a poco, 
me volví una depredadora de objetos fotografiables.
Un día desarmé el precario cuarto oscuro, vendí la ampliadora: habían vuelto las palabras.

Las fotos que guardé, las voy compartiendo con ustedes...