lunes, 27 de enero de 2020

Una pepita de oro

Arte digital de Amandine Van Ray




Lo que siento por él visita mi vacuidad, y como una linterna, me ofrece un hilo de luz para aclarar mis penumbras. Con otros fui sinuosa o vehemente, si bien, detrás de la desnudez de mi espalda, agrietaba la boca en un gesto de ironía.

Él es solo observador en vez de partícipe y me presté a ese juego de ambigüedades. Temo que si nos acercamos esas sensaciones se apaguen en el hastío de los gestos repetidos, en la rutina de los bóxers tirados en el piso, la toalla húmeda sobre la cama, el silencio que taladra todo lo dicho y conduce a un estado incoloro. O que sus ojos lisérgicos se abismen en las cataratas de la indiferencia.

Los que aparecen y se van sin dejar ni una pelusa de nostalgia son como las golondrinas, que en su éxodo aletean junto a los vidrios, sueltan trinos de despedida y parten hacia otras ventanas.

Ese sentimiento, ahora innombrable, oculto, siempre deseado y buscado en sus distintas formas desde la infancia, lo experimenté brevemente, con finales dolorosos que me encerraron en una ostra hecha de añoranzas.

Cuando él también se aleje, me quedaré con el carozo bien limpio sin haber comido la pulpa. Lo voy a guardar como un placer incontaminado, que yo me inventé. Como una minúscula pepita de oro.



©  Mirella S.   — 2020 —





lunes, 13 de enero de 2020

Deseos

Imagen de Aneta Ivanova



Son las doce en punto y todos levantan las copas. Ella formula palabras de buenos augurios y felicidades; sin embargo, sus pensamientos son peces que nadan contra la corriente. ¿Para qué brindar, cuál es el anhelo de este nuevo año? No sabe, se impacienta. Los demás beben de sus copas, ríen y hablan al mismo tiempo sin escucharse. Se aparta, asoma la cabeza a la negrura interrumpida por estrellas falsas que estallan y se queman en su propia luz.
Considera su vida una sucesión de fuegos artificiales: breves chispazos en una noche de inquietudes. Siempre cumplía con la ceremonia de pedir un deseo cuando el reloj daba la última campanada. Elevaba la copa y lo pedía con todo el vigor de su ilusión, esperando que la magia de esas fechas se lo concediera.
A los veinte exhortó a las fuerzas del universo que le enviaran el amor. En cambio, la despidieron de la empresa. Al siguiente, aún desocupada, suplicó por un empleo. Entonces conoció a Atilio. La petición de ese fin de año fue ¡matrimonio! En marzo le ofrecieron un puesto de última categoría con un sueldo avaro y Atilio desapareció.
Sucesivamente, pidió irse de la casa paterna, independizarse, no compartir más la habitación con sus hermanas. Las que se casaron y formaron su propio hogar fueron ellas
Clamó por un viaje, recorrer el mundo, de mochilera, haciendo dedo, de cualquier modo. A los pocos meses volvió Atilio y le propuso el esperado casamiento. Con él iría a tantos lugares... 
Resultó que Atilio era sedentario. Armaron un bolso, subieron al colectivo 60 y se alojaron en la posada de una isla en el Tigre. Así transcurrió la luna de miel.
Para qué ir más lejos —argumentó él ante su cara ensombrecida—, acá tenés la vegetación como a vos te gusta y el movimiento de las lanchas en el río te va a entretener. Mientras, yo me echo una siestita.
Al otro 31 ansió morirse y Atilio contrajo una larga enfermedad. Imploró que se curara: él sanó y se fue con la médica. Con el dinero del divorcio aspiró a tener su propia empresa. Le presentaron a Lucas y se enamoró.
Su sistema nervioso se había vuelto frágil y aliviaba la ansiedad comiendo. Rogó adelgazar: quedó embarazada. Por su profesión, Lucas debía trasladarse continuamente a países remotos. Viajaron por regiones áridas, sucias, empobrecidas. 
El hijo crecía, el marido acumulaba dinero con sus especulaciones. Ella ya no reclamaba trabajo, viajes, tampoco amor o divorcio. Solo volver a casa, a su tierra, a la familia, a su barrio preferido.
El reloj marca las 12,10’ y ella, en un país que no es el suyo, rodeada de gente extraña y mirando el ardor de la noche, todavía no ha expresado lo que quiere.
Se dice que es una ingrata que, al fin de cuentas, obtuvo mucho de lo que había pedido. A destiempo, no cuando lo deseaba. ¿Acaso la vida  tiene un movimiento lineal? Es una sucesión de curvas y espirales que vuelven sobre sí mismas, se superponen, retroceden para tomar impulso y, así enroscadas, avanzan.
Bebe un sorbo del champán que se ha calentado en su copa y decide que esta vez no va a desear nada. Dejará que alguna deidad, el planeta Urano, el azar, la providencia o lo que sea, la sorprendan. Para bien o para mal.




©  Mirella S.   — 2012 —



Es de los primeros relatos que publiqué apenas abrí el blog.
Como no lo leyó nadie, aquí va de nuevo.

Que tengamos un buen 2020 en lo personal y a nivel mundial. 
¿Eso es pedir demasiado?