jueves, 26 de marzo de 2020

Cielos nublados



Queridos amigos, a los problemas propios de estos momentos difíciles, se agregaron algunos de índole personal. Mi estado de estrés me impide visitarlos, en el momento de comentar es como si tuviera que releer lo publicado porque mi mente ya no consigue concentrarse.

Además Internet está lentísimo, a vece se corta y para colmo muchas de mis entradas fueron bombardeadas por la publicidad de un hacker que ofrece sus servicios (¿?)…

Cuídense todos, cumplan con las restricciones establecidas, es lo único que podemos hacer ¡hagámoslo!

¡Hasta pronto! Les dejo mi afecto y un abrazo enorme.



Ya vendrán los crepúsculos de fuego.



martes, 17 de marzo de 2020

Año bisiesto



La noche avanza y creo que es hora de astillar el silencio. Debo hablar, necesito salir del engaño. ¿Acaso la vida no es un juego rítmico entre la verdad y la falacia? En esa continua oscilación, ahora estoy detenida en la mentira y es preciso librarme de ella.
Dentro de mi boca la lengua crece y empuja la barrera de los dientes, que se aprietan solidarios ante ese resto de culpa o vergüenza. Como si se hubiera partido en dos, igual a la de una cobra, asoma con cautela sus extremos, lubrica los labios secos y vuelve a esconderse en su cueva.
La lucha se está definiendo: mis músculos se debilitan, parpadeo y los dedos inquietos hacen rotar el anillo. La boca se abre y la bífida se ubica para desempeñar su parte. Pero todavía hay renuencia, cierta indecisión.
Digo:
—¿Por qué sostenés la botella de esa manera, por el cogote? Da la impresión que tenés ganas de estrangular a alguien. —Mi voz suena agria y lo que manifiesto está fuera de sitio.
Él llena su copa de vino, deja la botella sobre el mantel, me mira y no dice nada, aunque en sus ojos leo que está pensando “perra estúpida”.
Sigo:
-La ropa termina por tomar la forma del cuerpo, por eso tu pulóver está tan estirado en la parte de adelante.
Su expresión indica desprecio, su respuesta es, como siempre, el silencio. Estos comentarios absurdos no son propios de mí, la amargura es la que habla. La bifurcada se mueve, inquieta, no la voy a poder controlar.
Anuncio:
—Leí una estadística que afirma que en los años bisiestos es cuando se producen más divorcios. Parece que son favorables para volver a enamorarse. El año que viene es un año bisiesto.
Esta vez ni siquiera se molesta en mirarme o demostrar su arrogancia. Se inclina y toma el diario. Giro la cabeza, a mi alrededor el restorán está completo y el murmullo de las voces me envuelve como una frazada caliente.
Comprendo que no puedo postergar más la revelación; ya no hay nada que honrar o respetar. Lo que antes era verdad hace tiempo que se parapetó detrás de las páginas del diario y solo muestra su coronilla con remolinos ariscos.
Llegó el momento, la lengua se dispara como una flecha envenenada. La dejo que alcance su blanco.
—Sin embargo, quedé fuera de las estadísticas: me enamoré este año. Te dejo.
Noto que mi voz es un eco que retumba por encima de las conversaciones ajenas. El silencio, que está sentado frente a mí, se extiende al resto de la sala. Las páginas del diario se mueven como un telón que se abre para un último acto. No alcanzo a verle los ojos porque una línea de luz cae en el vidrio de los lentes, convirtiéndolos en espejos que me reflejan.
Veo mi sonrisa y cómo las bifurcaciones de la lengua vuelven a unirse. Siento que recupera su tamaño y se acurruca contra el paladar, degustando el sabor a cicuta de la victoria. 


©  Mirella S.   — 2012 —


Muchas gracias a todos por los comentarios que me dejaron en el post anterior.
Este relato es viejito, lo vuelvo a publicar porque estamos en un año bisiesto.
Abrazos para todos.





jueves, 5 de marzo de 2020

Tiempos sin sentido




La ciudad desgasta las ganas de vivir, y al doblar una esquina, te mata. Robos, palizas, asesinatos, motochorros impunes que son capaces de pegarte un tiro o acuchillarte para obtener el celular. Ni hablemos de las violaciones y femicidios.

La última moda por estas latitudes son los ataques en manada. Matar a golpes porque sí, porque se les canta, porque en grupo se sienten poderosos. Porque son unos cobardes, vacíos por dentro. Después del ataque alardean por whatsapp, con una frialdad apabullante, que el pibe caducó y se van a festejar en una hamburguesería.

Miedo, impotencia, ira, un desasosiego pegajoso del que no puedo desprenderme, son los sentimientos preponderantes de este domingo. Hay una escena que vuelve una y otra vez.

Estaba llegando a la entrada del edificio donde vivo cuando una moto, que circulaba a contramano, se detuvo frente al portón del garaje, en ese momento abierto, e intentó entrar.

El aire de ese atardecer de enero se cargó de bocinazos y sirenas de patrulleros que coparon la cuadra. El delincuente, acorralado, bajó de la moto y empezó a correr en mi dirección. Sin saber qué hacer, aplasté la espalda contra la pared como si esperara que los ladrillos me succionaran. El perseguido pasó tan cerca de mí que el casco, que colgaba de su brazo, golpeó en mi costado. En la mano sostenía un cuchillo.

En esos segundos vislumbré unas facciones adolescentes, las mandíbulas y los labios contraídos y la fijeza de unos ojos predadores que me miraron sesgadamente. Contuve la respiración, como si ya estuviera muerta. Pero él no se detuvo, corrió hacia la esquina dejando una estela de sudor agrio. Allí lo atraparon varios policías y lo subieron al patrullero.

Al día siguiente habrá quedado en libertad.

En mis sueños todavía se materializan las suposiciones que cruzaron por mi cabeza en aquellos instantes.



©  Mirella S.   — 2020 —



Hola amigos, quería avisarles que a partir de ahora no responderé más a los comentarios. 
Los leeré atentamente y con el cariño de siempre.
Un abrazo para todos.