lunes, 11 de febrero de 2019

Divagues

Arte digital de Catrin Welz-Stein

¿Hola, estás aquí? No responde a esa voz que proviene de ella. Hay ratos prolongados en los que se va lejos. Su cuerpo queda donde lo dejó: en la cama, en el sillón del escritorio, en el colectivo, igual que una caja vacía.

En esos momentos es el vestigio de un aroma que transporta ciertos recuerdos prontos a diluirse en el aire. O una vibración casi inaudible. O un estremecimiento de sensaciones confusas.

Con el tiempo va captando que los olores provienen de la infancia, algunos de la cocina, de la comida casera sazonada con especias, en un intento de su madre por realzar la modestia de los platos. Otros aromas son reminiscencias del pequeño huerto y exudan del pasto húmedo, de las formas espesas, maduras de los frutos.

En cuanto a las vibraciones son remanentes de pensamientos, que se arremolinan como hojarasca, en un fru fru espasmódico. Están tan encimados que apenas puede reconocer los suyos de los ajenos. Al salir de ese estado se pregunta si tiene pensamientos propios, si su mente consigue elaborarlos o son, como las comidas de la madre, “ropa vieja”, sobras que se transforman porque es un pecado tirar alimentos y más si hay escasez.

Entonces es cuando cree que las carencias de todo tipo, vividas en los años más tiernos, se apoderaron también de sus ideas. Las que considera suyas no son más que formas reactivas a las rígidas reglas estipuladas, solo mecanismos de defensa. Durante la adolescencia tomó una pizca de aquí (granitos de pimienta), otro poco de allá (unas hojas de cilantro) de ideas encontradas en libros, en conversaciones inteligentes y así condimentó lo que después consideraría su visión personal del mundo.

Lo más interesante fue descubrir que los estremecimientos involucraban la corporalidad. Restos de caricias, el modo furtivo de conocer percepciones adheridas a la piel. Sus manos, expedicionarias en el inicio —y las de otros más tarde—, sirvieron para extraer placeres y entrar en la dimensión de lo carnal, de la materia temida y deseada.

Cómo armonizar y conectar lo anímico, la mente, el cuerpo cuando vivieron en permanente desequilibrio. A veces se refugia en la razón, pero en seguida es inundada por las aguas emocionales y el físico sufre las consecuencias: malestares imprevistos, dolores que aparecen y desaparecen, un cansancio que le estruja los músculos.  

Abstraerse de la propia realidad no le ayuda a que los engranajes de su maquinaria se ensamblen en este atardecer del alma. Sin embargo, durante los divagues, al anidar en sus repliegues íntimos, se siente más viva que nunca.





©  Mirella S.   — 2019 —