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Foto de Mariska Karto |
Soliloquio
Sabrías
decirme a qué recurso apelar cuando descubrís que algo se extenuó. El espejo te
devuelve un poco ojerosa, con la boca más asténica, pero comprobás que los
cambios no son tan visibles.
O qué hacer cuando al
doblar una esquina estás desorientada y aunque reconozcas la calle, los
negocios, alguna cara, sentís que el mundo es incomprensible, igual que si
vinieras de una nebulosa desconocida. No tolerás los ruidos y la hostilidad
circundante resulta densa como una montaña de escombros.
Cómo proceder si al asomarte
por la ventana tenés la impresión de que la infinitud del cielo se te metió
adentro y sos un estuche sin contenido, que comienza a disiparse. Lo único que subsiste
es la percepción de inexistencia.
La nada no se siente
a sí misma, ni sabe que no es, o que es el agujero del vacío absoluto. En
cambio, sos consciente de tu estado actual.
Será que siempre
viviste en blanco o negro y no soportás esta supervivencia de helecho. Es
cierto, te sentís sola y no por falta de personas. Desde tu nacimiento fue así.
Quedaste olvidada en la frialdad de la balanza hasta que una enfermera te
envolvió en una mantita y te llevó a neonatología.
—Estamos en una
situación de emergencia, hay poco personal —le comunicaron a tu padre.
Tal vez por eso hay períodos
en que el invierno te alcanza y congela hasta el dolor. El espíritu yermo de la
soledad, murmurás, y tu voz es un vidrio escarchado que se quiebra en astillas,
sin lágrimas. No hay nadie, ni lo habrá, que te acompañarte en esta búsqueda.
Varias veces traspasaste
los campos de la muerte, comiste de sus frutos amargos y te pareció habitar una
jaula vacía. Te aferrabas a los barrotes oxidados que eran el sostén de tu vida.
No hay más que
silencios y oquedades. El amor es puro anhelo y la esperanza es un pájaro gris,
que desaparece en el crepúsculo punteado de grillos.
Sabrías decirme.
©
Mirella S. —Junio 2014—