El chico moderno le pregunta al
abuelo:
—Abu ¿qué es un espantapájaros?
El viejecito sonríe, acariciándose
el mentón.
—¿De dónde sacaste eso del
espantapájaros?
—Lo vi en uno de los libros antiguos
de tu biblioteca. Estaba aburrido, el juego electrónico se descompuso y tuve
que suspender el torneo. No sabía qué hacer en la hora de la distracción y me
entretuve con un libro de hojas amarillas y olor a polvo. Allí encontré la
imagen de un monstruo que se llamaba espantapájaros.
El abuelo ríe bajito y dice:
—No era un monstruo… O tal vez se
pensaba que lo fuese para los gorriones.
—¿Los gorriones? No entiendo, abu.
—Los gorriones eran unos pájaros pequeños
de color pardo grisáceo que ya habían desaparecido de las ciudades. Se
refugiaban en las afueras y se alimentaban con los brotes y semillas de los
sembrados. Los campesinos, para asustar a los pájaros, hacían unos muñecos y
los ponían en medio de los trigales.
—Ahora de esos trabajos se encargan
los robots. Los modos de cultivo los vemos solo en los videos de instrucción
—dice el chico moderno.
—Ajá —suspira el abuelo con cara pensativa.
—Los robots Ípsilon IV fueron programados
especialmente para las tareas agrícolas.
El chico
moderno charla largo y tendido sobre los actuales procedimientos para el
cultivo de la tierra y el abuelo se adormila, acunado por las palabras técnicas
de las que el nieto está tan orgulloso. Se despierta en el momento en que el
chico le está preguntando qué es un arcoíris.
—¿Querés una respuesta científica o
preferís que te cuente un cuento?
El chico moderno, aunque es muy
moderno, antes que nada es un chico ¿y qué chico, por más moderno que sea,
dejaría de escuchar las historias del abuelo? El anciano empieza así:
—“Yo vivía en una ciudad donde de la verdadera naturaleza quedaba poco, no
como ahora que nos engañan rodeándonos de naturaleza virtual. En mi infancia pasaba
las vacaciones en la finca de mi abuelo. Cada vez que visitaba ese valle
rodeado de cerros me sentía feliz.
Lo que te voy a contar ocurrió en el último verano que caminé entre
limoneros y naranjos o jugaba al tobogán deslizándome por la ladera de una
loma. Al año siguiente, él tuvo que vender las tierras. Era un hombre que usaba
métodos de labranza considerados primitivos para la época y todavía colocaba un
espantapájaros. Los vecinos, más actualizados, adoptaron unos artefactos que
emitían ondas vibratorias anti-gorriones.”
—¡Viste un espantapájaros de cerca!
—lo interrumpe entusiasmado el chico moderno.
—Tan de cerca que llegué a tocarlo.
—¿Cómo era, sobre él sabés algún
cuento? —pregunta el nieto, con los ojos como estrellas.
—Justamente en la historia del arcoíris
interviene un espantapájaros —le contesta pacientemente el anciano. —¿Dónde
habíamos quedado? Ah, sí, en las ondas anti-gorriones… un recurso que daba
buenos resultados, a tal punto que todos los pájaros de los alrededores se
refugiaron en el campo del abuelo.
—Y el espantapájaros estaba
sobrecargado de trabajo —agrega el chico moderno.
—“El
trabajo no le demandaba esfuerzos.
Debía limitarse a estar erguido y dejarse balancear por el viento. Su cuerpo
estaba hecho con un palo de madera horizontal y otro vertical, al que llevaba
atado dos varillas, que eran como piernas delgadísimas. En el lugar
correspondiente a la cabeza tenía una gran calabaza vacía, semi cubierta por un
sombrero de paja. Iba vestido con una camisa deshilachada y pantalones
desteñidos por la intemperie. Desde lejos parecía un hombre alto y de aspecto
poco amable. Y cuando el viento le agitaba la camisa, daba la impresión de que
él también quisiera volar. Pero las dos varillas que le servían de piernas
estaban muy hundidas en el suelo.
“Como los pájaros lo veían siempre en el mismo sitio, en la misma posición,
de día y de noche, con sol o bajo la lluvia, en invierno y en verano,
terminaron por acostumbrarse a él.
“Un día, el más atrevido de los gorriones se acercó en
círculos y se le posó en un hombro. Los demás gorriones, al ver que no le
pasaba nada, lo imitaron y el espantapájaros fue invadido por una bandada
ruidosa. Yo, que miraba la escena, quedé asombrado. Llamé al abuelo para
mostrarle lo que estaba ocurriendo. Cuando le dije que si no alejaba a los
pájaros picotearían lo sembrado, me acarició una mejilla y contestó que había
para todos.
“Sí, él amaba la naturaleza y sabía muchas cosas que había aprendido
observándola. Me contó que el mayor deseo de los espantapájaros era el de levantar
vuelo, igual que los gorriones. Pero su labor los mantenía enraizados en la
tierra. Creía que tarde o temprano ese deseo se haría realidad. Y estaba en lo
cierto.
“El verano llegaba a su fin y también mis vacaciones. Sin embargo, el calor
persistía y el aire sofocante pesaba como un cuerpo de fuego. Por suerte, nubes
gordas y oscuras se amontonaron en el horizonte. A la hora de la siesta comenzó
la batalla de los truenos y de los relámpagos. Casi en seguida las nubes nos
bombardearon con gotas enormes.
“El cielo era un telón gris violáceo que se agitaba sobre nosotros. La
lluvia se volvió un aguacero, los rayos y los truenos se alternaban a
intervalos cada vez más breves. La tormenta duró casi una hora y los nubarrones
se abrieron dejando ver un retazo de cielo azul. El aire olía a limpio. Con el
abuelo salimos a caminar por el campo.
“Pobre espantapájaros, chorreaba agua por los cuatro costados. El viento le
zarandeaba la camisa y los pantalones, desparramando gotitas iridiscentes. El
abuelo, señaló el horizonte y dijo:
“—Mirá, el arcoíris.
“Si la tormenta había sido un espectáculo emocionante, el que ofrecía el
arcoíris era de una belleza delicada, mágica.”
—Por favor, describímelo —lo apura
el chico moderno.
“—Era una enorme franja curva, tan perfecta como trazada a compás. La
formaban siete colores: parecía ocupar todo el cielo. Un extremo del arco nacía
en un espeso bosque y el otro desaparecía entre dos colinas.
“Le pregunté al abuelo qué era y me contó que estábamos viendo la cúpula de
cristal del Palacio de los Sueños mojada por la lluvia e iluminada por los
rayos del sol. Únicamente asomaba cuando algún hecho extraordinario iba a
suceder.
“Nos quedamos a la expectativa. El viento parecía haberse calmado, pero la
camisa del espantapájaros se agitaba, hasta los brazos de madera se movían. No
era el viento, era el espantapájaros que los sacudía como un gorrioncito bate sus
alas para remontarse en vuelo. Sus piernas flacas estaban demasiado hundidas en
la tierra y él no lograba librarse. Di un paso, con el propósito de ayudarlo. El
abuelo me retuvo.
“—No, tiene que hacerlo por sí mismo —dijo serio.
“Mientras tanto todas las aves de la zona se habían congregado en el lugar.
Revoloteaban junto al espantapájaros gorjeando, trinando, como para darle
ánimos. El sol había iniciado su lento descenso detrás de las sierras.
“—Si el espantapájaros no consigue sacar pronto sus piernas, ya no
alcanzará la cúpula del Palacio de los Sueños. —dijo con voz opaca.
Preocupado, miré hacia el arcoíris. En efecto, una parte de la curva ya se
desvanecía en el cielo.
“El canto de la aves cubrió cualquier sonido. El espantapájaros, alentado
por sus voces, duplicó los esfuerzos. Por fin, con un último tirón, quedó en
libertad. Movía torpemente los brazos de madera y pudo elevarse del suelo
apenas unos centímetros. Algunos pájaros se separaron y volaron hacia el
arcoíris. Los demás le mostraban al muñeco lo que tenía que hacer. Los imitó y
poco a poco subió alto en el cielo.”
Él y los pájaros se convirtieron en sombras grises en el aire transparente
y desaparecieron como si una puerta invisible se hubiera abierto y después
cerrado detrás de ellos. Habían llegado a tiempo hasta el Palacio de los
Sueños. Del arcoíris quedaba un rastro imperceptible.
“—Qué será de ellos —dije, sintiéndome triste sin saber bien por qué.
“—Oh, vivirán alegremente de aquí en más. Mejor preguntar qué será de
nosotros sin ellos. Hemos perdido un tesoro y casi nadie se ha dado cuenta —me
contestó.
“Esa fue la última vez que vi un pájaro; a partir de entonces no hubo uno
solo en toda la zona y nunca más el arcoíris se dibujó en el cielo”.
El anciano calla. El chico moderno
frunce el ceño. La historia le ha gustado y no entiende a qué se debe esa sensación de
nostalgia por algo que no conoció. El nunca vio un gorrión ni un árbol o un
espantapájaros. En el mundo en el que vive no hay lugar para esas cosas. La
vida ha sido rigurosamente planificada de modo que cada persona pueda
beneficiarse con lo que el sistema ofrece. Él tiene los juegos electrónicos,
una computadora a su disposición que hace que el estudio sea sencillo. Cuando
crezca accederá a los avances tecnológicos alcanzados y si es inteligente,
contribuirá a conseguir otros.
*
El chico moderno se convierte en un
hombre moderno, tiene hijos y nietos requete modernos y envejece modernamente.
Setenta años después le cuenta la
historia del espantapájaros y el arcoíris a un nieto súper moderno al que le
dio un berrinche. Desde que el mundo es mundo la mejor manera de calmar a un
chico caprichoso es contándole un cuento.
Y el nieto súper moderno no es la
excepción. Escucha atentamente al abuelo moderno y cuando ha terminado va a su
sala de cómputos para obtener datos precisos del espantapájaros, el arcoíris y
las formas remotas de cultivo. La computadora recontra moderna los declara
inexistentes.
Entonces, el abuelo moderno va a
buscar el libro que le regalara su abuelo y que él guardó con amor. Le muestra
al nieto súper moderno las ilustraciones antiquísimas.
El chico se queda pensativo. Pregunta
si sabe otras historias y si le presta el libro. El viejo le dice que recuerda
algunas más que le había contado su abuelo que, a su vez, había escuchado del
suyo. Le entrega el libro con la promesa de conservarlo para sus nietos.
El chico súper moderno le da su
palabra y pide una nueva historia. El viejo moderno se siente satisfecho porque
ha comprendido lo importante que es guardar la memoria y transmitirla a las
nuevas generaciones.
© Mirella S.
Este relato es también de la misma época que el
anterior.
Volver a la infancia cada tanto hace
bien ¿no?
Abrazos para todos y gracias por la
compañía.
Los cuentos calman, seran siempre necesarios como los abuelos, las historias pasaran boca a boca de unos a otros para que no se pierdan. Una vida diferente la que pintas mirando al futuro que posiblemente se parezca mucho. Un abrazo
ResponderEliminarEs un relato viejo, de más de diez años atrás y mirando en una bola de cristal, anticipé algunos rasgos del futuro.
EliminarEl rol de los abuelos siempre será único para mantener vigentes historias y hechos que no deben perderse.
Un abrazote, Ester.
Los abuelos que vivieron en el campo tienen mejores historias que contar que los abuelos que solo vivieron en las ciudades
ResponderEliminarCuidate
Claro que sí, en el campo siempre se está en contacto con la naturaleza que es sabia y el que sabe mirarla aprende mucho sobre lo más esencial.
EliminarMuchas gracias, Chaly.
Vos también cuidate.
el contacto con la naturaleza siempre calma
ResponderEliminarbesos
Ya lo creo y más si te cuentan historias fantasiosas.
EliminarAbrazos, Óscar.
No es tan descabellado imaginar un mundo como el que describes en este precioso cuento. Y miedo me da. Aunque supongo que no se puede echar de menos lo que no se conoce.
ResponderEliminarPrecisamente hoy mi hija Violeta (8 años) me preguntó si yo alguna vez había visto una rana de verdad. Le conté que obvio, que también había cogido renacuajos y los había guardado para ver cómo les iban creciendo las patas, primero las traseras, luego las delanteras y finalmente perdían la cola, convirtiéndose en ranas. ¿Y qué hacíais con las ranas? Las devolvíamos al estanque... Y me miraba fascinada. No es tan obvio conocer una rana de verdad, ni un espantapájaros... Como sigamos así, todo eso sólo se conocerá a través de libros, si es que alguien se ha preocupado de guardarlos...
Muy bueno el cuento, Mirella.
Besitos
Creo que de algunas cosas sí se puede sentir la falta, aún si no las conocimos. Escenas o pensamientos hermosos que descubrimos en un libro y que nunca formarán parte de nuestro mundo, pero que nos abrieron a sentimientos claros, luminosos.
EliminarLindo experimento observar la metamorfosis de un renacuajo, nunca los vi, como tampoco vi en vivo y en directo a un espantapájaros. Hace poco pude disfrutar de un enorme arcoíris desde el balcón.
Gracias y un montón de besos, Alís.
En es futuro, que está la caer, no sé si habrá cúpula, pero la figura del espantapájaros será una reliquia del pasado, extinguida. Me me han encantado cómo describes, en el cuento que ese abuelo explica, cómo desean volar los espantapájaros. Me parece un aidea estupenda.
ResponderEliminarCuento redondo, sutil y de alerta. Un abrazo y por un finde genial, vomo te deseo
Creo que los espantapájaros ya están en desuso. O tal vez se mantengan en un pequeño pueblo olvidado, puesto en su huerta por un abuelo.
EliminarGracias, Albada, muy contenta por tu comentario alentador.
Besos y buen finde también para vos.
Qué bonito cuento dentro del cuento creado. La transmisión oral de las historias o sucesos es la mejor manera de que los más pequeños comprenda su pasado o el pasado de sus antepasados. Solo conociendo lo anterior podemos estar mejor preparados para afrontar nuestro propio futuro. El tema del espantapájaros me ha parecido muy curioso. Frente a mi terraza hay una escuela. Y en ella hay un gracioso espantapájaros construido por los niños y sus maestros. Y es que las aves urbanas acudían en masa al patio del colegio para desayunarse los restos de comida que dejaban los críos tras su refrigerio de mediodía :).
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Mirella.
Ojalá se mantenga la tradición de contar cuentos en forma oral, se crea un ambiente íntimo, de complicidad.
EliminarPensé que los espantapájaros quedaban solo en los libros, veo que no. Me encantó saber el recurso usado por la escuela (y más si lo hicieron los niños) para alejar a los pájaros. En Buenos Aires quedan muy pocos gorriones, alguna que otra especie se ve solo en los parques grandes. Estamos invadidos por las palomas.
Gracias por la lectura, esta vez el relato fue laaaargo...
Un fuerte abrazo, Miguel.
¡Maravilloso relato, Mirella! He podido percibir la referencia al Mago de Oz, a aquel cuento de Oscar Wilde, El príncipe feliz; pero, sobre todo, el humanismo del gran Ray Bradbury. Todo ello pasado por la magia de tu arte narrador ha conseguido un relato excelso, en el que consigues contrastar lo viejo y lo moderno, alertándonos de que el futuro está bien, pero siempre que no nos quite nuestra esencia. Bradbury en estado puro.
ResponderEliminarCreo que no te había leído un relato de este género y a la vista de este creo que deberías transitarlo más. ¡Ay! Solo lamento que no te decidieras aportarlo al mes que dedicamos a Bradbury en el Tintero. Hubiera sido magnífico. Un fuerte abrazo!!
Los libros que mencionaste fueron mis lecturas de la infancia. Cuando terminé el primario me regalaron El príncipe feliz, unos cuentos que adoré. A Bradbury lo descubrí en mi adolescencia y creo que leí casi todas sus colecciones de cuentos, además de las novelas, siempre fascinada por su imaginación y su prosa elaborada.
EliminarEste texto es muy viejo, ya no escribo historias así. Lo redescubrí hace poco, buscando algo para publicar, de todos modos no hubiera podido participar en el Tintero porque tiene más de 1.700 palabras.
Gracias y un enorme abrazo, David.
El ciclo de la vida se proyecta en cada generación, así el abuelo del chico moderno le explica el significado del espantapájaros que lo había leído en un libro antiguo que guardaba el abuelo, ya que como era un niño moderno solo sabía jugar con aburridos juegos electrónicos...
ResponderEliminarEl tiempo transcurre y el niño moderno se vuelve adulto y a su vez tiene hijos y nietos aún más modernos. Y uno de esos nietos modernísimos escucha al abuelo, que fue niño moderno también, aquella historia del espantapájaros que un día le contó su abuelo de forma tan bella y que nunca pudo olvidar, para que tampoco su nietito supermoderno se olvidase nunca de él ni de su bisabuelo, porque lo más importante en la vida es no olvidarse de quienes nos precedieron, pues ese legado lleno de sabiduría y amor es al fin y al cabo la razón de nuestro existir.
Una vez más, querida Mire, me has dejado con esa piel de gallina que solo quienes saben afinar las cuerdas del alma, lo consiguen.
¡Felicidades! y gracias una vez más por alimentar de sueños este entrañable nido.
Un beso enorme.
La agradecida soy yo por tu entrañable comentario, Estrella.
EliminarSe van perdiendo muchas tradiciones y hábitos en función de la modernidad pero algunos deberían permanecer, como el de sentarse en rueda alrededor de un cuentacuentos que nos lleve a tiempos y costumbres que se van desvaneciendo. Esa labor la hacían los abuelos, claro que hoy muchos de los abuelos modernos (no todos) prefieren ir a jugar al tenis o al bingo con sus amigos.
Un gran abrazo.
Una buena historia, en la que he notado alguna influencia de Ray Bradbury, como algún comentario menciona.
ResponderEliminarUn abrazo.
Seguro que hay influencia, en mi adolescencia me devoré todos sus cuentos.
EliminarGracias por la lectura y por tu tiempo, este cuento fue larguito.
Un abrazo, Demi.
Tiene sabor a clásico, a narrativa oral. Lo que más me gusta es que transmites (o eso me ha parecido) alegría en el acto de escribir.
ResponderEliminarGracias por compartir esta pequeña joya.
Un fortísimo abrazo
Te ha parecido bien, Marybel, en esa época escribía con un gran entusiasmo porque las ideas brotaban ante el menor estímulo.
EliminarMe alegra que lo hayas disfrutado.
Un enorme abrazo y gracias, linda.
La naturaleza mágica Mirella,... desde que el mundo es mundo. Me ha encantado!
ResponderEliminarY cuánto daño le hacemos, Norte. Con la cuarentena ha disminuido notablemente la contaminación atmósférica y el cielo se ve mucho más límpido.
EliminarMe gusta que te vayas contento con la lectura, gracias.
Un abrazo.
Muy buen relato Mirella, los chicos modernos nos marean a veces, pero es cierto que los cuentos es lo único que los calma.Me gustó mucho.
ResponderEliminarmariarosa
Para ellos lo que más les gusta pasa por lo digital, en lo que son expertos, pero un buen cuento puede calmarlos y entretenerlos.
EliminarUn gusto que lo pasaras bien con la lectura, Mariarosa.
Gracias y besos.
Muy bonito Mirella, los arcoiris me fascinan y me convierten de nuevo en una niña que los mira con una sonrisa e intenta atraparlos ahora con un móvil. Esa sonrisa se me ha dibujado leyendo este cuento.
ResponderEliminarY qué decir de los espantapájaros tan quietos y tan sorprendentes, he visto algunos de los más creativos aunque los pájaros se acaban acostumbrando a ellos.
Nuestra naturaleza, necesitamos quererla y cuidarla para que nunca desaparezcan ni los gorriones ni los arcoiris. La necesitamos y algunos aún no se dan cuenta.
Besos
Me ocurre lo mismo, y por suerte, he visto bastantes desde el balcón y me quedo mirándolos hasta que se diluyen.
EliminarLos pájaros no son tontos y terminan dándose cuenta de lo inofensivos que son. La naturaleza es bella, además nos brinda tantos beneficios y es penoso que el ser humano la cuide muy poco.
Qué bueno que el relato te haya sacado una sonrisa, más en estos tiempos.
Gracias, Conxita con un fuerte abrazo.
Te tengo muy descuidada Mirella, lo primero, te pido disculpas.
ResponderEliminarTienes razón (y he sonreído mucho con esto), en lo de que el chico moderno, aunque es muy moderno, antes que nada es un chico...¿cómo se va a perder un chico la historia de un abu?
Que me ha gustado mucho las dos historias.
Un abrazo Mirella, espero que por ese hemisferio todo ande bien.
No tenés que disculparte, querida Isabel, no hay ninguna obligación o deber de visitar todos los blogs. Se hace lo que se puede. También yo voy y vengo por la web, con períodos en los cuales no visito y otros en que no publico.
EliminarTe agradezco la lectura de este relato, mucho más largo de lo acostumbrado, y me alegra que te haya gustado.
Un enorme abrazo.
Gracias por tu comprensión. Le estoy dando prioridad a Tintero de Oro, y también a una Web llamada Café Literautas (antes Literautas), y el tiempo no me da para todo y tengo que sacrificar algunas lecturas, aunque soy consciente de que me pierdo historias tan especiales como las tuyas. Un cariñoso abrazo, Mirella, y cuídate mucho.
EliminarCon todas esas lecturas te debe quedar muy poco tiempo. Me da gusto que participes en sitios que te entusiasmen.
EliminarBesotes, linda.
Sua história sobre o espantalho me lembra minha avó ... Naquela época, meus olhos brilhavam e contavam a função do espantalho. Então, um dia, fui convidado para os campos para ver sua figura. Foi realmente uma experiência inesquecível. Obrigado pela sua história de dança.
ResponderEliminarSaudações minhas na Indonésia, Mirella.
Muy agradecida por haber venido de tan lejos, Himawan.
EliminarMe parece entender que disfrutó del relato.
Gracias y saludos.
La recuperación de cuentos escritos en otras circunstancias le aporta nuevos colores a tu espacio, Mirella, uno tiene la sensación de estar asomado a una ventana más de tu casa. Es un cuento precioso, quién no ha tenido, o soñado con tener un abuelo cuenta-cuentos. Me encantó lo del espantapájaros, ya me había olvidado de ellos.
ResponderEliminarUn abrazo, Mirella.
Ariel
Cómo se notan en los textos las diferentes etapas de la vida. En la actual me gustaría recuperar el deseo y las ganas de escribir de aquella época. Me doy cuenta que en lo artístico no se puede suplir únicamente con la voluntad.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Ariel. Te dejo un abrazo.
Un cuento mas en su vida
ResponderEliminarde dolor
Gracias por dejar tu impresión.
EliminarSaludos.
Coincido con tus reflexiones, Julio. Tengo la fortuna de mi balcón alto que me conecta con el cielo y con Venus, que veo justo enfrente al anochecer. Desde la planta baja, en las grandes ciudades con tantas torres, calles estrechas, casi no se distingue lo que está por encima de la cabeza.
ResponderEliminarLo triste es que las nuevas generaciones viven demasiado para la tecnología.
Un gran abrazo y agradecida por tu lectura.
La infancia para bien o para mal te marca y analizarla con perspectiva es un buen aprendizaje
ResponderEliminarUn abrazo Mirella y cuídate mucho
Si buscamos las heridas o las enseñanzas positivas que hoy nos sostienen, debemos remontarnos a la niñez. Estoy de acuerdo, Esme.
EliminarUn gran abrazo, gracias y buen descanso.
Me fascina la frase final sobre la importancia de preservar la memoria. Yo también soy "una niña moderna" que escucha con pasión las vivencias de sus padres y abuelos, por aquello de que recordar es vivir.
ResponderEliminarUn abrazo, Mirella.
Es muy bueno escuchar a los mayores; sus experiencias, tan distintas de las nuestras, constituyen un bagaje lleno de sabiduría.
EliminarMe alegra que el cierre te haya gustado, Sofía.
Gracias por la visita y abrazos.
·.
ResponderEliminarHermoso cuento. Me ha encantado la descripción del arco iris.
Los abuelos son un tesoro, son los depositarios de nuestra historia. Lástima será que nadie sepa hacer el oficio de abuelo. Dejar todo en anos de la tecnología es un riesgo. Un 'gran apagón' nos dejaría a todos huérfanos.
Un abrazo... y cuídate !
.·
LaMiradaAusente · & · CristalRasgado
Gracias, Alfonso y es un placer que te haya gustado. Es un relato de otra época en la que me sumergía en las palabras y las historias se armaban casi solas.
EliminarLos actuales chicos modernos, cuando sean abuelos, no sé si tendrán cuentos, ganas y tiempo para dedicárselos a los nietos.
Un abrazo.
Hola Mirella, me encanto el relato es una maravillosa costumbre la de contar cuentos que lamentablemente se ha ido perdiendo, yo les contaba cuentos que yo inventaba a mis hijas a ellas les encantaba porque cuando terminaba ellas me lo volvían a contar agregándole cosas que ellas inventaban.
ResponderEliminarLa tegnologia en el presente y en el futuro es de mucha ayuda pero esta formando generaciones con mentes muy activas pero con cuerpos sedentarios que si bien les va estarán cerca del mar,del campo o las montañas unos quince días al año.
Abrazos para ti.
No no conocí a mis abuelas y mi mamá no era una buena contadora de cuentos. Yo la abrumaba para que por las tardes me contara alguno, pero habíamos llegado recién a la Argentina y había muchas preocupaciones.
EliminarSi los abuelos del futuro le relatarán historias a sus nietos, quizás será via skype o algún otro medio que descubran. Todo está cambiando tan rápido.
Muy agradecida por tu visita y por tu lindo comentario, Euge.
Un gran abrazo.
Me ha encantado amiga. Sabes qué? Siempre quise ser abuela, y no lo voy a ser. Mis hijos decidieron no tener familia.
ResponderEliminarEl cuento es una gran lección de naturaleza, algo que me atrae y me gusta admirar y ver el arco iris es un gran regalo siempre.
Gracias por tus cuentos Mirella. Un gusto que los rescates.
Cuídate.
Un abrazo.
Pero quizás tus hijos en algún momento se arrepientan y quien te dice que te den esa hermosa sorpresa. Seguro que serías una abuela genial, moderna, que va en moto, pero también con muchas y valiosas cosas para contarles sobre valores y la historia de tu tierra maravillosa.
EliminarGracias, Laura, te mando un fuerte abrazo.
Uno de los arquetipos más intrigantes y oscuros. El Espantapájaros. Por algo resulta tema recurrente en relatos de horror y cómics también.
ResponderEliminarGracias Alexander por acercarte y bienvenido.
EliminarNo soy lectora ni veo películas de terror, en este relato su significado es bien distinto.
Saludos.
ResponderEliminarCambian los tiempos pero no las emocines ni la mágica curiosidad infantil...
Cuantos abuelos como aquellos, y cuantos espantapájaros se necesitan ahora...
Un abrazo muy, muy largo, Mirell.
Si en algún tiempo se pierde la curiosidad infantil, la humanidad estaría en un serio peligro.
EliminarLos cuentos clásicos y los inventados por los abuelos han sido instrumentos de estímulo, de sabiduría y creatividad.
Otro abrazo enorme también para vos, querida Soco.
Hola Mirella. Muy bello cuento...y muy triste también...porque es a lo que estamos llegando ...un mundo dónde la naturaleza quedará relegada a los cuentos...
ResponderEliminarUn abrazo.
Lamentable pero cierto, el peor enemigo de la naturaleza es el género humano.
EliminarGracias por leer y dejar tu comentario, Eric.
Un abrazo.
¡Qué cucada de cuento, Mirell! Hermoso de verdad, con esa nostalgia triste que tiene evocar o que no va a volver pero que vive en la memoria de los ancestros. Sí, es muy importante mantener la tradición oral. Por otra parte, me has recordado mi atracción irresistible hacia los arco iris. Mi tema de jazz favorito es "Over the rainbow". Mi correo en gmail es mi nombre y el tema de jazz. En el caribe ocurre ese fenómeno que cuentas en la narración. Luego de una tormenta de esas de campeonato aparece un arco iris precioso. Dura poco. Ese fenómeno no ocurre acá en Europa.
ResponderEliminarCreo que ese es el verdadero encanto de leer un texto auténticamente bueno. Hay un resorte, un interruptor que el autor deja oculto entre líneas y que te lleva a un momento de tu vida que guarda una conexión con el cuento que narra el autor. Esa conexión puede ser sentimental, un recuerdo o simplemente una especie de bienestar asociada a x situación vivida. Yo tuve un abuelo que me contaba cuentos, no de espantapájaros, sino de terror. Tengo mis traumas al respecto pero al mismo tiempo mi abuelo me trasmitió con sus historias, se las inventaba, su oralidad. Mi abuelo era un hombre de campo. Creo que me he sentido muy identificado con el personaje del abuelo por lo que cuento.
Lo dicho. Me ha encantado el cuento de hoy. No creas, yo también ando rescatando material antiguo.
Abrazo.
Infinitamente agradecida por tu encantador y profundo comentario, Mady.
EliminarTuve la suerte de ver en los últimos tiempos varios arcoíris desde mi balcón, incluso pude sacar fotos. También me gustan y emocionan.
Estoy muy distante de la escritura en estos tiempos y esa lejanía se va acentuando cada vez más. Lo siento como algo que me hizo mucho bien, me acompañó en su momento y ahora me dejó. Lo mismo me ocurre con las redes sociales y los blogs, ando muy poco por aquí.
Un enorme abrazo.
Un cuento sobre la naturaleza realmente precioso, saludos, espero estes bien.
ResponderEliminarMe alegra de que te haya gustado, Jesús. Gracias por leerlo.
EliminarEstoy bastante alejada de las redes en estos tiempos.
Muchos saludos.
Hola, tal parece que nos pusimos de acuerdo en escribir sobre historias de la niñez, aunque la temática sea diferente. Me ha gustado mucho y sobre todo cómo lo cuentas.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias por la lectura y por tu apreciaciación positiva.
EliminarOtro abrazo, Rosa.
Solo paso a saludar con deseos de que estés bien y recomendación de que te cuides mucho. Abrazucos
ResponderEliminarMuchas gracias por tu interés, querida Ester. Estoy con un gran agotamiento, dejé de escribir y de visitar a los amigos. No me sale ningún comentario, demasiado confinamiento. Cuidate también, que no hay que bajar la guardia.
EliminarUn enorme abrazo.
Me encantan las historias de la gente mayor. Cada vez disfruto más con lo que cuentan.
ResponderEliminarY las historias de abuelos son las mejores
Besos 🌹
Concuerdo con vos, Karin, gracias por tu lectura.
EliminarBesos.
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Preciada Mirella, ¿cuál es tu apellido?
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Buena suerte"
CELESTINO ARTURO
Escribiendo desde Ecuador