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Dibujo de Florian Nicolle |
La mujer, con andar vacilante, salió al balcón y apoyó la espalda contra la pared.
Hacia el oeste la ciudad se extendía igual que un cementerio, nichos y más
nichos apretujados en una aglomeración de panteones decadentes. La muerte antes de la muerte.
Hacia el este el
horizonte estaba delineado por el río: un león de miel reposando bajo las
nubes. Un alivio en la grisura del paisaje urbano.
La mujer se tocó la
frente, la fiebre no había cedido. La brisa de esa primavera inconstante le
produjo un escalofrío. No se movió. He llegado a la etapa en que todo
me da lo mismo. Lo que no te mata te hace más fuerte.
Un avión cruzó el cielo
como un pájaro apurado. Acababa de despegar de Aeroparque, dibujó un
semicírculo y fue deglutido por el celaje.
Ella estiró un brazo y
con los dedos arañó el aire. En su percepción creyó que recogía nubes. No es tan mala la fiebre, te ubica en una dimensión donde lo inverosímil es posible,
que este balcón se suelte del edificio, cruce el río en dirección a nuevas tierras
y alcance el país de Nunca Jamás; basta que gire en la segunda estrella a la
derecha y vuele hasta el amanecer. O, mejor aún, consiga aterrizar en mi pueblo
natal, a los pies de los Apeninos. Entonces estaré bien, me sacaré de encima la
nostalgia de aquello que no viví.
Se aferró al marco de
la puerta. Era una girándula chisporroteante de luces, colores y, gracias a la
fiebre, volaba lejos de la cama, grande y vacía, que la aguardaba del otro lado
de la pared.
©
Mirella S. — 2015 —
Dibujo de Florian Nicolle