Le dejaron la porción más chica.
La enorme rueda en el centro de la mesa, ya está vacía. Ella es siempre el
último orejón del tarro. Se va a quedar con hambre y los pijoteros, que
comieron a cuatro manos, clavado que no pedirán otra. Mozzarella, jamón y
aceitunas, con varias birras, que a ella le parecen, por la espuma, meada de vaca. Se acuerda de aquella vez que estuvo en
el campo y había visto a la vaca blanca y negra echarse un meo interminable,
dorado y espumoso. Igual que la birra.
Es lenta para comer, también
para otras cosas. No llega a ser una tarada, pero tiene que masticar bien todo:
la comida, lo que lee o escucha, hasta lo que habla. Piensa, piensa,
busca dentro de su cabeza y cuando encuentra la palabra que corresponde a lo que quiere decir, los demás pasaron a otro tema y es como si se hubiera vuelto invisible.
Su nombre, Greta, se lo
cambiaron por Creti y algunos le dicen Slou, que le gusta más, porque suena como el maullido de Canela cuando le rasca el cogotito… slou slou hace la
muy mimosa. A veces se presenta diciendo “soy
Slou” y todos ríen y le dan golpecitos en la cabeza, no los coscorrones que le sacuden en casa cuando mete la pata y le hacen latir la sesera.
La pizza ya está tibia y apenas
si comió el borde duro y pelado. Qué costumbre estúpida, deja lo más rico
siempre para el final, y cuando se lo come no está tan bueno, el queso
parece un chicle viejo y la salsa se la chupó la masa.
La única aceituna que decoraba
su porción quedó, como una huerfanita, en el asilo del gran plato de madera.
Adora las aceitunas. Estira el brazo despacio esgrimiendo el tenedor con las
dos manos. Los chicos discuten sobre la peli que acaban de ver, ella no la
entendió del todo y eso que había partes en que casi no hablaban. Tiene que
aprovechar que están distraídos y hacerse de la aceituna. Es verde, hinchada de
pulpa, se le hace agua la boca. Su brazo es tan lento como sus mandíbulas y su
cabeza. Faltan unos pocos centímetros. Ya está.
Los dientes del tenedor se
hincan en la consistencia de la carne, rebotan en el corazón duro y la aceituna
remonta vuelo y cae en el plato de Termineitor que, en cuanto la relojea, la sumerge en su
bocaza, mueve apenas el mentón y con un soplido larga el carozo para el lado de
Lora, que se llama Laura, pero los chicos también se lo cambian y ella, muy orgullosa,
dice que en inglés se pronuncia así.
Greta mira su porción
de pizza, convertida en un triangulito de cartón, frío y gomoso. Algo le
cosquillea en la garganta, igual que cuando bebe una gaseosa. La burbuja se expande, ocupa toda la boca y explota en un grito que
revienta el silencio de su cabeza, cubre las risas de Lora, las puteadas de Termineitor
por las opiniones del Perro, el crac crac de los nudillos de Betibú, las
charlas de las mesas vecinas, el entrechocar de platos y vasos en el mostrador. Y dentro del grito están las palabras, todas juntas, sin titubeos, salen de
una, como escupidas... hijo de mil putas la
aceituna era mía mía míaaa…
©
Mirella S. — 2013 —
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Acuarelas de Silvia Pelissero |
Pijotero: mezquino
Birras: cervezas
Relojear: observa de reojo
Puteadas: insultos, palabras groseras