Le surge la
necesidad de tomar algo caliente. Siente frío. Entra en la cocina y pone agua a
calentar. ¿Té o café? Café, sin sombra de duda: una cucharadita del soluble.
Vuelca el agua a punto de hervir en el jarrito y aspira, pero del líquido no se desprende
ningún olor. No es como el que preparaba su madre en la cafetera express: el
aroma se expandía por toda la casa.
Piera envuelve
con sus dedos la loza entibiada del jarro y bebe un sorbo amargo. Se acostumbró
a no endulzarlo. Mira el cielo sin sol, la aglomeración de nubes gélidas,
arrastradas por un viento lleno de cansancio.
En medio de ese
gris se ve correr, con sus flacas patitas de tero, por la casa de la infancia.
Su madre la llama, le grita que se apure, hay que preparar las zéppole, es 19 de marzo, el día de San
José. Una costumbre transmitida de generación en generación.
A ella no le
gusta cocinar, no ha heredado el talento materno. Sin embargo, en esas
ocasiones la ayudaba con la ilusión desesperada de que al compartir una tarea algo cambiase entre ellas, que no la viera como una mocosa problemática, como solía decirle. No tenían nada en común, su comunicación rengueaba entre baches y silencios. Piera le hablaba
de los libros que había leído o que deseaba le compraran; preguntaba con
ansiedad si le había gustado el dibujo a la acuarela del cuaderno. Ella, con expresión
abstraída, manifestaba su fastidio por el aumento de la merluza o del pan.
Las zéppole eran unos buñuelos dulces,
hechos con papas, harina, manteca, huevos, azúcar, ralladura de limón y
levadura. Su madre amasaba los ingredientes, y después del reposo para que la
masa leudara, los estiraba en largos rollos del grosor de un dedo. Allí Piera
entraba en funciones, ocupándose de darles las formas que se le antojaban:
rosquitas, palitos ondulados, ochos, trenzas. Una vez logró unir la masa en
cinco pétalos redondeados, igual que una flor. El paso siguiente era freírlos
en abundante aceite y por último, ya espolvoreados de azúcar impalpable, los acomodaba
con esmero en una gran bandeja.
Ve la escena
reflejada en el vidrio, como si tuviera la luz de una pintura flamenca que le
da relevancia a ciertos detalles y oscurece otros. La relevancia de pequeños
actos cotidianos en los que se puso expectativas. ¿Cuántos años tendría en la
época de las zeppole? Habrá sido a partir de los cinco y antes de los once, porque entonces apareció la otra que, para conquistarla, preparaba los
damascos en almíbar con un copito de mascarpone y chispas de chocolate, .
Su madre cambió al regresar del hospital, al cabo de una larga internación. Quiso acercarse, interesarse por
sus dibujos y lecturas, pero algo en Piera se había congelado. Había puesto demasiada intensidad en ser tenida en cuenta. O porque la vio tan envejecida
y débil que no la reconoció. Tampoco sabía que iba a morir ese año y en su interior le ha quedado una deuda que no puede saldar.
Meses después llegó la Segunda, como le decía para sus adentros, la de los damascos en almíbar, que en el recuerdo le suscita una pena acuosa. La que llegó para ayudar en las tareas domésticas, ocuparse de ella y al poco tiempo fue premiada con una alianza de oro.
Meses después llegó la Segunda, como le decía para sus adentros, la de los damascos en almíbar, que en el recuerdo le suscita una pena acuosa. La que llegó para ayudar en las tareas domésticas, ocuparse de ella y al poco tiempo fue premiada con una alianza de oro.
Con los años la
memoria camina para atrás e inventa, se vuelve elástica como el cuerpo de un
acróbata, como el cuerpo de un pájaro.
En esta tarde
turbia de nubes, de lo único que Piera puede estar segura, mientras bebe a
sorbitos su café desaromatizado y amargo, es de cuánto le gustaban esos buñuelos.
© Mirella S.
— 2016 —
Y hasta aquí llegó el aroma y sabor de aquellos zéppole, por instantes dulce amargos, pero qué ricos hoy en el paladar de la memoria y los recuerdos, eh?
ResponderEliminarEn Italia fue donde empecé a tomar café... y amargo, y con ese cuerpo espeso, me lo recordó ese aroma que dices se expandía de la cafetera inundando toda la casa.
Mira que eres buena en las descripciones, Bella Dama.
Y gracias por dejarnos entrar en aquella cocina.
Mil besos y un cariño.
Cuando un texto despierta buenos recuerdos, ya ha logrado algo. Me gustan las descripciones, no muy extensas, puntuales, para entrar en la atmósfera del relato.
EliminarTomemos un café a la distancia, Zarcita.
Un fuerte abrazo, guapa.
A esa edad yo "ayudaba" a mi abuela cuando hacia masitas, a ella le interesaba mi charla y mis sueños y todo se acabo cuando apareció la "otra" mi madre y allí empezó el padecer.
ResponderEliminarBesos
Siempre la vida nos presenta a alguien o algo para interrumpir los momentos buenos, pero quedan sus sensaciones, para compensar lo otro.
EliminarBesos, Chaly.
Como se me ha antojado un café, pero de esos que dejan olor en la cocina, con azucar, con uno de esos buñuelos, en este día de nubes gélidas y cielo sin sol. Me vino a la mente esa otra receta, pero la has mencionado tú: los damascos.
ResponderEliminarEs precioso, de una tristeza hermosa.
Es reciente???
Abrazos y beeeeesos querida Mirella.
El aroma del café es tan especial y esos buñuelos se derriten en la boca.
EliminarLa de los damascos es otra narración que forma parte de la serie de Historias de Piera, que empecé el año pasado.
El texto de hoy lo escribí hace un par de meses.
Gracias, querido Gildo, con muchos beeeesos.
Modificamos los recuerdos constantemente.
ResponderEliminarEs pura protección de nuestro cerebro.
Incluso los testigos de cualquier delito a los pocos días ya están modificando el recuerdo de lo que vieron.
Es algo tan brutal que da hasta casi miedo.
Tu relato no, tu relato es pura hermosura.
Besos.
Me espanta cómo olvidamos cosas y el modo en que se van distorsionado los recuerdos, hasta volverse algo casi ajeno a nosotros y a nuestra historia.
EliminarUn tiempo atrás estaba segura de que un conocido se había muerto hacía mucho, solo me convencí cuando volví a verlo.
Gracias por tu mirada siempre afectuosa hacia lo que escribo.
Besos, Xavi.
Se para el tiempo leyéndote Mire,
ResponderEliminaresa nostalgia hoy no sé si me ayuda, pero es tan hermoso lo que escribes y como describes que un arabesco de ternuras
un abrazo cálido y cercano
Lamento que el relato te haya tocado algún punto nostalgioso, aunque sé que casi siempre son esos textos los que más nos llegan.
EliminarAgradezco mucho tu visita y tus palabaras.
Besotes, María.
Toingggg
EliminarSalté como un resorte
De lamentar nada!!!
Fue un placer
Cuando disfruto se para el tiempo!!
Ay , Mire soy yo que ni se expresarme...
Abrazos
Y besos!!!
Me alegro entonces, María. Es que sé que mis textos, generalmente, son tristes y me gustaría expresar cosas más alegres, pero este es mi estilo.
EliminarSos un amor, María, muchos besos.
Los recuerdos nos forjan
ResponderEliminarA veces nos desarman
También los forjamos y después los desarmamos...
EliminarBesos, profe.
Eres capaz de sacar bella y favorecida a la tristeza, describes con magia los detalles que no nombras y hasta pretendemos decirle que sus dibujos son muy lindos. Me gusta el café, el que mas el que se hace con cafetera italiana, recién molido y con agua baja en calcio, sin azúcar y solo. Lo tomo de cafetera de filtro el café mezcla y molido, frio o templado las mas de las veces con leche y eso si siempre sin azúcar,. Y es que entre el querer y las prisas hay diferencias. Un abrazo preciosa
ResponderEliminarDeben ser pocos los que no disfrutan del café, prepararlo como corresponde es un verdadero ritual... lástima que haya poco tiempo y que a veces se tenga que recurrir al instantáneo.
EliminarAhora yo también le agrego leche, es otra cosa, pero también me gusta.
Gracias, guapa, me alegra que le hayas encontrado magia a la tristeza.
Un gran abrazo.
El café bien preparado, así como los churros, el chocolate y los buñuelos, son mi pasión aunque me sientan como un tiro en el estómago, los minutos esos tan intensos que vivo disfrutando de esas delicias me merecen la pena. Y es cierto lo que se ha comentado por ahí, a veces es una pena que olvidemos esos recuerdos de antaño tan hermosos que teníamos, pero yo creo que mucha culpa de ello, la tiene la tecnología tan avanzada y los tiempos que nos ha tocado vivir. Muy buen escrito
ResponderEliminarBesos querida Mirella.
Los churros y los buñuelos son para comer de vez en cuando porque son pesados de digerir.
EliminarEs cierto, Rafa, hay demasiados estímulos externos y distracciones, hay que recordar más datos y se vive de un modo caótico y sin estar del todo presente.
Pero también -y eso es un poco lo que digo en el texto- ciertas situaciones traumáticas, sobre todo de la infancia, pueden distorsionarse para que duelan menos y el pasado se vuelve confuso.
Gracias por pasar, amigo, un abrazo grande.
Me gustó muchísimo la evocación de un momento concreto de la infancia y que me recordó a muchos míos(yo también ayudaba a mi abuela junto con la mamá y la tía a azucarar los dulces que preparaban para Semana Santa.
ResponderEliminarEs curioso como la mayoría de las personas mayores recuerda siempre las historias de su niñez más cálidas, verdad? No creo que sea a propósito, es que realmente con el tiempo esto es lo que permanece en nosotros.
Lo mío es curioso Mirell, yo siempre he pensado que tuve una niñez muy feliz y sin embargo ahora me cuestiono esto muchísimo y creo que muchas de mis carencias e inseguridades parten de muchos momentos de soledad e indiferencia por parte de los que me rodeaban.No les culpo ehh? Supongo que lo hicieron como mejor supieron.
Abrazos y me alegra verte escribir.
La construcción de la propia personalidad parte en gran medida del temperamento básico con el que nacemos, más los hábitos educativos y las actitudes del entorno familiar.
EliminarCuando la infancia no ha sido realmente traumática, se suelen minimizar ciertas carencias, según qué temperamento tengamos; sin embargo, es posible que aparezcan en posteriores etapas en las que se suman algunos hechos negativos o insatisfacciones.
Es bueno hacer un análisis de cuánto hay de nuestro y cuánto depositamos afuera.
Una Luna en Cáncer, como en tu caso, necesita más estímulo y apoyo exterior para sentir su real valor y autoafirmarse.
Es un gusto que el relato te sirva para reflexionar sobre temas personales, hablar de ellos y poder profundizarlos para alejar fantasmas.
Muy agradecida por tu confianza y por el comentario, Carmencita.
Un abrazo con mucho cariño.
Con el tiempo cada vez tenemos mas este tipo de recuerdos, y la memoria inventa, todo se hace mas amable, menos dramático. Hasta los peores momentos se vuelven dóciles. Debe ser algún tipo de método de supervivencia que tiene el celebro para seguir adelante siempre.
ResponderEliminarBesos. Y feliz día
Está la opción que mencionas, donde se desdramatiza lo vivido, incluso se lo borra y también la otra, en la que algunos se aferran -y hasta agrandan- los hechos dolorosos para sentirse víctimas y quedarse en ese rol.
EliminarGracias, querida Nieves, que tengas un bonito fin de semana.
Besos.
Historias de la infancia que se unen y tomar aromas y sabores inolvidables. No sabia el nombre , pero por los ingredientes los recordé. En mi familia los hacían para Navidad, la hermana mayor de mi madre era la encargada y los repartía a los hermanos, tenían forma de roscas. Tu cuento emociona, porque nos hace remover momentos vividos y casi olvidados.
ResponderEliminarQue bueno que un relato pueda entretener, emocionar y renovar nuestra propia infancia.
mariarosa
Me da gusto que el texto tenga los buenos "ingredientes" de la emoción, hacer pasar un rato agradable al lector y también traerle gratos recuerdos.
EliminarMuchas gracias, querida Mariarosa.
Un abrazo.
Es muy probable que en determinado momento solo queden sabores y sensaciones, porque los recuerdos suelen ser tramposos.
ResponderEliminarMe gustan las recetas que rememora Piera.
Saludos.
Ya no confío en ellos, especialmente si hay algo muy doloroso o demasiado feliz: solemos exagerarlos a través del tiempo.
EliminarGracias, Raúl por la fidelidad de no perderte ninguna publicación. Espero pronto leer algo tuyo.
Un abrazo.
Si tuviéramos la oportunidad de volver atrás, revivir y comparar con nuestros recuerdos, alucinaríamos. No sabía que escribías una serie sobre Piera. En los recuerdos,curiosamente, tratamos de ocultar el dolor vivido.
ResponderEliminarEscribes genial, Mirella.
Besos.
Ya lo creo y a medida que pasa el tiempo es peor y muchas escenas que creíamos importantes se vuelven borrosas y ya no sabemos si fueron realidades o fantasías.
EliminarPubliqué algunas entradas donde Piera es la protagonista y me gustaría seguir con recortes de su historia, en distintas etapas de su vida.
Están reunidos en la etiqueta con el título de "Historias de Piera".
Gracias, guapísima, espero que tus cosas estén mejor.
Un gran abrazo.
Bonitas y tristes sensaciones las que trae tu relato, bello en la manera en qué desgranas palabras y sensaciones.
ResponderEliminarLa memoria es bondadosa, borra aquello que ha dolido y lo vuelve todo más digerible, lo transforma quizás y eso es bueno dejar lo que duele atrás para no llevar pesos que no nos permitan construir.
Has conseguido que el olor de tu café trajera mis recuerdos de dedos enharinados y risas.
Un saludo
Me alegro y agradezco tu disfrute y los recuerdos gratos que el texto te ha provocado.
EliminarEl tiempo y la mala memoria que sirvan para reconciliarnos con el pasado.
Besos, Conxita.
¡Qué bueno que ya has compartido una nueva publicación y según comentas es de hace solo dos meses, espero que tus musas no se duerman demasiado, porque es todo un lujo recorrer los linderos por donde este caudal de tus letras nos va acompañando!
ResponderEliminarEsta vez junto a tus adorables y apetitosos zéppoles (que al describirlos como bueñuelos dulces, me ayudaste a conocer una nueva receta) también se "despertaron" mis recuerdos, porque la niña que fui también solía ayudar a su mamá cuando estaba preparando magdalenas, rosquillas, tartas y otros postres, aunque más que ayudarla la ponía de los nervios cada vez que ella se descuidaba, utilizando lo que pillaba al vuelo y la imitaba, bueno quería imitarla mejor dicho ...je,je,je Y lo peor de todo eran las llantinas que cogía porque siempre la decía que era muy pequeña y estas cosas eran de mayores... Bueno terminaba creyéndose que aquellos dulces también se los comían los protagonistas de sus cuentos favoritos, porque estaba claro que los veía con aquellos ojos de niña chica.
Ha sido un honor, mi linda Mirella, disfrutar de tus fantásticas descripciones donde también me contagiaste de infancia y de entrañable melancolía.
Un abrazo.
Las "musas" han caído en un lánguido sopor, de vez en cuando abren un ojo y, entre bostezo y bostezo, me dictan algo.
EliminarPor los comentarios he comprobado que a la mayoría este texto les despertó recuerdos muy personales y me da una gran satisfacción el haberlos inducido a rememorar escenas de la infancia, metidas entre los pliegues de la memoria.
Mil gracias, Estrella por contar tus experiencias como ayudante de cocina de tu mamá y por tu cálido comentario.
Abrazos.
¡Qué ternura me ha despertado este personaje! También cierta nostalgia que puedo comprender a través de los recuerdos de mi niñez, de experiencias de vida temprana que a pesar de que los años que han pasado los conservo en la forma de memoria involuntaria, vívidos con casi la totalidad de sensaciones. ¡Qué magia que tiene la literatura! Vos escribiendo con una prosa limpia, envidiable, tratando de trasmitir, me digo, el estado de ánimo, con memoria selectiva, de parte de Piera. Y yo, leyendo, dejándome llevar por el contagio sensual de las emociones, de las descripciones, que mi imaginación fabrica, y teniendo casi la certeza de que se ha producido una comunicación eficaz entre lo contado y lo leído, casi convencido de que lo que vos estuviste sintiendo mientras lo hacías es exactamente igual a lo que yo sentí. Brillante y hermoso texto Mirella. Te mando un abrazo.
ResponderEliminarAriel
Qué flor de elogio me hacés, Ariel. Para el que escribe es una gran satisfacción saber que el lector logra ensimismarse con el texto, y mientras lee, revivir experiencias pasadas que le va despertando.
EliminarMe alegra la ternura y la nostalgia, porque juntas forman una dupla vivificante.
Muchas gracias y un abrazo.
En mí el olfato y el oído me llevan a otros tiempos: los olores y la música o ciertos sonidos muy particulares, por ejemplo el del afilador, que se anunciaba con una especie de silbato o de flauta, acompañado del grito "se afilan cuchillos, tijeras, se afilan..." que persiste de vez en cuando también en esta época.
ResponderEliminarDe mi parte te agradezco la lectura y el comentario.
Saludos, Julio.
Hermoso relato en el que todos habremos de encontrarnos, si no nos vamos encontrando ya.
Recuerdo esos buñuelos, que yo llamaba 'fritos'. Entre ellos,, y los que desearía hacer mañana, hay un continente en el van apareciendo espacios vacíos. Habrá que rellenarlos, aunque sea con damascos...
Escribes bien. Lo sabes.
Un abrazo
· LMA · & · CR ·
Lo sé porque todos lo dicen, pero de allí a creérmelo hay un largo camino, que si bien se acortó un poco, gracias al machacar de ustedes, mi sentido perfeccionista siempre pide algo más.
EliminarMuy agradecida con un enorme abrazo.
Es la primera vez que entro a tu blog y el primer relato que te leo, y debo decirte que me ha gustado mucho. Todo él desprende un poso de nostalgia, nos habla de sensaciones, olores, de las ansiedades de una niña, algo que todos hemos vivido en mayor o menos grado cuando éramos pequeños y supongo que por ello el lector empatiza enseguida con el relato. Nos habla también de como creemos que las cosas serán eternas, para siempre, hasta que nos damos cuenta que dejan de serlo y entonces quizás es demasiado tarde para recuperar el tiempo perdido. Pero así es la vida, las manecillas del reloj siempre van hacia adelante. Nos quedará tan sólo el aroma del café y el sabor dulce de los buñuelos de chocolate.
ResponderEliminarBienvenido, Jorge, encantada que este texto te gustara y te hayas ido conforme.
EliminarLos días nublados parece que nos empujan más hacia los recuerdos y comenzamos a hacer asociaciones entre los no olores presentes y las fragancias del pasado.
En mi caso, extraño profundamente los olores de las flores y de las frutas, hoy son casi inodoras y hasta el sabor se ha perdido por los químicos.
Gracias por la lectura, también pasaré a visitarte.
Saludos.
Algo me impulsa a estar siempre en contra de todas las tradiciones, y eso me ha granjeado problemas con todas las familias (propias y políticas) que he conocido. Pero, al menos, han sido muy buenas discusiones.
ResponderEliminarSaludos,
J.
En el caso de este texto, la protagonista no adhiere tanto a la tradición de tener que preparar los buñuelos para esa fecha, sino al hecho de que en ese momento siente que puede compartir algo que la acerque a su madre.
EliminarGracias, José y muchos saludos.
Recuerdos que llegan a los sentidos a través de tus letras, Mirella, un antes y un después y como se van perdiendo cosas por el camino y reconociendo aquellas que perduran por alguna razón especial. Esos "buñuelos" dieron para una bella narración.
ResponderEliminarUn placer leer tus letras.
Abrazos-)
Se nos disparan escenas a traves de pequeños estímulos: todo fue a partir del café sin aroma. Lo de los buñuelos es cierto y me encantaban... después la imaginación empezó a volar.
EliminarGracias, contenta de que te gustara el resultado de este amase entre realidad y ficción.
Besos, Mila.
Tus relatos son vivencias que siempre recordamos con nostálgia... Como Piera, ayudé a mi madre hacer roscones y rosquillas y eso que no me gustan los dulces. También me gusta el café amargo como a Ella, es el auténtico, sin aderezso:))
ResponderEliminarCuentas con gran delicadeza Mirella. Gracias. Me ha gustado entrar en esa cocina y ama(n)sar recuerdos.
Besos.
La foto es pura ternura.
EliminarEste texto refleja otras infancias, otros tiempos, en que las madres no trabajaban afuera, tenían el tiempo (o se lo hacían) y el gusto por amasar dulces y tortas.
EliminarHoy en las grandes ciudades corremos y se compra casi todo hecho o a medio preparar.
Me costó encontrar en la web una foto que me gustara... pero quien busca encuentra.
Gracias por tu lectura, Laura.
Besos.
Ya me sonaba a mi La Piera. Al comienzo de la lectura creí que mi cerebro la asociaba por puro capricho o por que la sonoridad del nombre: Piera, me gustaba. Oye, los nombres también tienen su parte de gancho en las historias, como cuando te presentan a alguien la primera vez y rápidamente te quedas con el nombre.
ResponderEliminarLa cocina es un un nexo de unión de importancia entre las familias. Fíjate que uno siempre recuerda tal y cual cosa que se le daba bien a la madre o a la abuela. Supongo que es un poco lo que a ti te pasa con este tipo de historias, que mientras escribes vas recordando pasajes de tu propia vida mientras te llegan a través del recuerdo los olores, sabores y texturas que a ti te gustaban que, como ya digo, están asociados al ambiente familiar.
Buenisímo como siempre, querida Mirella.
Un abrazo grande.
Ya escribí algunos textos con "la" Piera de protagonista. Es un personaje que tiene algunas pequeñas cosas que contar, cosas que le pasan más por dentro que por fuera.
EliminarPartí del recuerdo del aroma del café expresso, al que se sumaron los buñuelos típicos y después ya entré a divagar y a meterme en la historia de Piera.
Gracias por tu comentario, querido Cuba, tengo que hacerte una visita, que me llegó una nueva notificación.
Un abrazo, compñero.
Qué belleza tu prosa poética. Muy sentida.
ResponderEliminarMe gustó mucho.
Saludos, Mirella.
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ResponderEliminarücretlishow
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