El insomnio trepa por la almohada y se
extiende como una telaraña. Será una noche de desvelo, una noche donde faltarán los sueños. Ellos me hablan desde sus símbolos, que durante la vigilia voy traduciendo pacientemente al
lenguaje que conozco. Como si rebobinara una película sin subtítulos y tratara
de captar la trama que se oculta tras un idioma cifrado. Parece que hoy no habrá película.
El celuloide se licúa en las horas inertes de esta cama deshecha por la
inquietud de mi cuerpo.
Miro las manecillas
fosforescentes del reloj. No prendo la luz, en el intento vano —lo sé— de
atrapar las sombras que adormecen. Las tres y media. El tic-tac se expande, ocupa
todo el espacio, escandiendo los versos de un poema que no tiene imágenes ni
palabras.
Me concentro en la respiración. Cuento de
atrás para adelante, cien, noventa y nueve… Los ojos abiertos son dos huecos sin
persianas. La noche avanza y barre cada segundo, con la displicencia del viento que empuja a las nubes. Instantes perdidos para siempre, no hay retorno o
devolución. No lograré conquistar mi territorio onírico y quedaré sometida a la voluntad del día.
Sin sueños ya no podré percibir a la bestia
que habita en las honduras del pozo. Ni a los elfos que me regalan el
amarillo y el azul en sus paletas de arcoíris. Gotas de paraíso, que al
despertar me agasajan coloreando el claroscuro habitual del café con leche, la
ducha, el apelmazamiento en el subte, la madera rayada del escritorio, los
expedientes con su destino kafkiano.
Cuando el animal oscuro ruge en las
profundidades del sueño, es indicio de que el día estará lleno de peligros. Desde
su instinto primitivo sabe y se lo comunica a mi vientre, que se retuerce en
reflejos de intuición. Me avisa que debo permanecer alerta y se cumplen los presentimientos, como
si mis vibraciones se sincronizaran con el pulso del universo. Sé que es una fecha
para marcar en el calendario con un círculo rojo. Estoy en guardia y procedo
con sigilo. De esa forma me salvé de tomar el tren que descarriló; de pasar, apenas
unos minutos antes, por esa esquina donde mataron a una mujer que se parecía a
mí.
Si sueño con elfos o con castillos de agua
que mutan su arquitectura con el movimiento del mar, es de buen augurio y todo será posible: la nieve de mis labios se derretirá y daré besos o
quizás encuentre un nuevo amor.
Pero si no duermo no habrá presagios que
me amparen, ni amarillos acuarelando las horas. Estaré indefensa, a la espera
de señales que no sabré descifrar.
Amanece y
sigo despierta, con la incertidumbre de qué me aguardará sin mi talismán una vez que traspase
el umbral.
© Mirella S. — 2013 —
© Mirella S. — 2013 —
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