Había hecho su
casa en la esquina de dos avenidas, entre una entidad bancaria y una pizzería.
Sus pertenencias eran un colchón cubierto por una sábana que tomó el matiz de la intemperie, un par de frazadas, un cajón de manzanas, vacío, sobre el que descansaba un
televisor en blanco y negro, siempre encendido. Sabrina nunca supo si
eran los del banco o los del bar quienes le proveían la conexión. Algo secundario, así lo constató con el correr del tiempo: todos lo querían, estaba
integrado a la geografía del barrio como una isla risueña en medio del
transitar espasmódico de peatones y de vehículos.
Él, Alejandro
Ferreiro, Ale para los vecinos, tenía una sonrisa permanente que le estiraba
los labios y le achinaba la mirada. Reía a menudo, palmeando el lomo de su
último compañero, un perro de raza que desentonaba con su dueño por su pelaje
lustroso y unos ojos increíblemente acaramelados.
Cuando Sabrina
se mudó al barrio, Alejandro ya vivía en su esquina. En ese entonces los perros
que lo acompañaban eran tres y compartían colchón y televisor con él. En los
últimos años sólo había quedado el de los ojos color miel.
No pedía
limosna, tampoco era disminuido mental, como ella había pensado en un principio.
Su edad era indefinible, pero después de la desaparición, en una noche helada de
julio, el nombre trascendió completo y que tenía cuarenta y dos años. Los
vecinos y los de la pizzería hicieron la denuncia, hasta se publicó su foto en
algunos diarios. Y no sólo faltaba Ale, tampoco estaban su colchón, el
televisor ni el perro. La esquina se veía desoladamente vacía, como si manos
rapaces le hubieran robado algo vital.
Por sus
actividades ella pasaba seguido por el lugar y en los primeros tiempos le
daba cierto pudor mirarlo, sensación que le ocurría con aquellos que viven
en la calle. Sentía un malestar que era una mezcla de tristeza, culpa, por su
costumbre de arrogarse responsabilidades que no podría asumir. Como ser humano
¿no le correspondería ayudar a otro abandonado? Claro, se contestaba, pero son
tantos los que proliferan, rodeados de cartones, con sus carritos cargados con
lo poco que les queda, mientras sus cuerpos se cubren con estratos de suciedad
y se desmoronan aceleradamente como edificios fantasmas.
Alejandro no era
así, el vecindario lo había adoptado, él sonreía y acariciaba a su perro. A
Sabrina le miraba las piernas si usaba pollera y el trasero si estaba con
jeans. Quería silbar para demostrar su admiración, pero no sabía hacerlo, apenas
lograba un salivoso shi-i shiiii. Su mirada no era ofensiva y la gente, incluso
Sabrina, reían por su torpeza silbatoria.
Estaba tan
mimetizado con el rincón de la ciudad que había elegido, que terminó pasando
desapercibido como el quiosco de diarios o el semáforo. Los consuetudinarios
daban por descontada su presencia allí.
El asombro de no
verlo dejó a todos tan fríos como ese amanecer de invierno. Y empezaron las
búsquedas, las investigaciones, su imagen en los medios de comunicación.
Sabrina lamentó
no haber cruzado palabras con Ale, apenas sonrisas ocasionales. Una semana más
tarde se enteró de que había muerto de neumonía en un hospital porteño; los del
Gobierno de la Ciudad se lo habían llevado esa noche de hielo en que sacaron a
los sin techo que pudieron de las calles debido a las bajas temperaturas. Nadie
lo creyó, la ciudad se había vuelto desconfiada, escéptica.
A los pocos días
de saberse la noticia de la muerte de Alejandro, la esquina se llenó de flores,
de velas encendidas, notas adheridas en la pared del banco. La gente al pasar
se persignaba ante el improvisado altarcito, como si algo sagrado hubiese
permanecido en esos metros de vereda. El ritual duró varios meses, las flores
se renovaban y Sabrina pensó que el barrio había convertido el sitio en un
santuario.
Los improvisados
floreros hechos con latas y botellas gradualmente fueron desapareciendo. Los
vecinos hicieron una colecta y se colocó en el piso una placa conmemorativa con
los datos de Alejandro. El banco autorizó que en su pared de mármol algún
artista pintara, como si fuese un sello, la cara de Ale en una gigantografía
que sonríe para siempre.
Sabrina sigue
transitando esa esquina y cada vez que lo hace tiene la precaución de desviarse
unos pasos para no pisar la placa.
Me gusto.
ResponderEliminar¿¡Qué más se puede decir!?
Nada, Chaly, cada uno es libre de expresar lo que quiera.
EliminarBesos.
Man's best friend.
ResponderEliminarDogs are good companions.
EliminarThanks, Rick.
Kisses.
Triste y a la vez precioso relato que desgrana la cruda realidad que tan a menudo vemos hoy por las ciudades Mirella.Cuantos Alejandros más desapareceran por desgracia de su esquina este invierno...
ResponderEliminarBuen jueves .
Besos.
Lamentablemente, aparecen en cada rincón de la ciudad con mayor frecuencia. No hay presupuesto para nada y los que gobiernan se llevan el dinero en sacos con el mayor de los descaros.
EliminarGracias por tu comentario, Laura.
Besos.
la cara oculta del ser humano
ResponderEliminarUna de sus tantas facetas...
EliminarBesos, profe.
Lástima que poca gente se interesara realmente por Alejandro hasta que se lo llevó una neumonía y entonces repararan en su ausencia. Es una triste historia, contada con gran sensibilidad. No me sorprende que sea real, al menos en España existe una ONG (Observatorio Hatento) que se encarga sobre todo de analizar la violencia que se comete contra las personas sin hogar; según dicen, la mayoría de esa personas tienen un historial clínico de enfermedad mental, así que son doblemente marginados: por estar enfermos y por ser pobres. Parece que este mundo nuestro olvida cada vez más el ejercicio de la compasión.
ResponderEliminarSaludos.
Yo creo que los vecinos hicieron lo que pudieron. Estuvo en esa esquina más de doce años y los de la pizzería le daban de comer a él y al perro. Por mi casa hay muchos que viven en la calle, pero van y vienen.
EliminarPor lo que supe, Alejandro había sido drogadicto y la familia lo echó.
Sí, hay tantas historias tristes en las grandes ciudades.
Gracias, Gerardo, por tu lectura.
Un abrazo.
Me has puesto la piel de gallina, Mirella, qué historia tan triste y tan tierna. Y qué belleza que le pagara ese tributo.
ResponderEliminarBesos.
Me cuesta entender lo de los altarcitos, es una costumbre de estas latitudes, no sé si en otros lados los hacen. En este caso, un anónimo sin techo, tiene una cara y un nombre en una esquina. Vivimos en un mundo paradojal.
EliminarGracias, Celia, un abrazo.
Me encantó la historia. Si fue verdad me alegro que hasta el corazón gélido del banco se enterneciera y le rindiera homenaje.
ResponderEliminarSí, Tracy, la historia es verdadera, la comprobé y allí están la placa y el retrato.
EliminarMe da gusto que te fueras conforme con la lectura.
Un abrazo.
A mí me parecen todos unos hipócritas.
ResponderEliminarSi tanto lo querían que hubieran hecho más por él cuando vivía.
Es una historia perfecta para definir lo que somos los humanos.
Postureo y nada más.
Besos.
Bueno, Xavi, tampoco podés hacer demasiado por todos los que están en la calle, que son muchos. ¿Qué hacer, llevártelo a vivir a tu casa? Sé que le daban de comer y le regalaban ropa.
EliminarLa cosa no es tan simple, hay todo un entramado social detrás y un Estado ausente.
Besos, Torito.
Hay muchas esquinas ocupadas, bajo los puentes tambien se instalan, están por doquier, los ayuntamientos pasan a recogerlos para llevarlo a lugares donde dormir y comer, la mayoría se niega. Hay leyendas para todos los gustos, la costumbre de tener un perro es que no se los pueden llevar porque deberian llevar al perro a una perrera. Entre casos reales están los falsos y nunca sabes como acertar. Me molesta la gente que critica a quien no hace nada por ellos cuando quien critica tampoco lo hace. Has sacado un tema para escribir un libro. Abrazos
ResponderEliminarAquí ocurre lo mismo, se los ve por todos lados. Este es un caso real e incluso leí en el peródico la noticia. Es muy triste verlos, pero no sé qué se puede hacer, muchos son alchólicos y otros con enfermedades mentales.
EliminarCierto, Ester, el tema da par un debate.
Un gran abrazo.
Muy bueno Mire.
ResponderEliminarA mí me pasa eso de no querer mirar a la gente por lo incómodo que me hacen sentir.
Veremos qué desempolvas la próxima semana.
Beeeeesos y abrazos.
El problema es que uno no sabe si es cierto, especialmente los que piden, que son muchos y a cada paso. Aquí también suben en el transporte público con una historia tremenda que gritan parados junto al asiento del chofer y dejan bolígrafos o estampitas para que le des lo que quieras. Hay mucha mentira.
EliminarUna vez una mujer con un nenito de pocos años me pidió una moneda. Yo seguí de largo y le compré fruta en un negocio cercano. Cuando se la di la puso a un costado con mala cara.
Gracias, Gildo y contenta de que te gustara.
Beeeesos.
Conmovedora la crónica de este hombre carismático que despierta piedad ¿La foto es la del personaje real? Uno se queda con las ganas de saber que le pasó en su vida, me gustó!!
ResponderEliminarAbnrazo, Mirel!!
No, la foto es de la Web. Son vidas misteriosas sobre las que después se tejen historias. Esto debe haber ocurrido hace unos tres años y el relato lo escribí al poco tiempo, pero no lo publiqué porque no me gustaba como lo había escrito. Lo hago ahora debido a la sequía de nuevos textos.
EliminarGracias, Edu, un abrazo.
Historias de vida que estremecen y que son tantas que asombran. Un relato que tiene la altura que Alejandro se merecía.
ResponderEliminarmariarosa
Cuántas historias terribles se cobijan bajo el cemento de las grandes ciudades, donde la solidaridad es cada vez menor y todos somos extraños, cada uno metido en su mundo.
EliminarGracias y besos, Mariarosa.
es muy triste, me ha emocionado!, yo veo a esa pobre gente, y pienso en cada uno de ellos. Este invierno fue muy duro, y hace dos semanas hacía un frío y una lluvia que no cesaba. Donde van, cuando llueve tanto?
ResponderEliminarCuando empece a escribir haikus, dediqué algunos a estas personas sin hogar.
Viviendo en la calle
toda su vida en bolsas
en una noche de tormenta.
https://blogdekarinrosenkranz.blogspot.com.es/2013/07/haiku.html
aquí te dejo en link para que lo leas.
un beso
Yo los he visto que cuando llueve se refugian debajo de las marquesinas de negocios, tapadas sus cosas en nylon y ellos convertidos en un bulto más. Hay algunos lugares, dispuestos por el Gobierno de la Ciudad, que están disponibles para pasar la noche, pero la mayoría se niega a ir.
EliminarUna realidad en la que como humanos no hemos avanzado mucho.
Sentido haiku, pasaré a leer los otros.
Besos, Karin.
Hermoso relato, Mirella. Creo que es el mismo que vi en tele 9. Conmovedor homenaje que hace reflexionar mucho sobre las conductas humanas.
ResponderEliminarSaludos.
Como humanidad nos quedamos muy atrás en el tiempo, mientras lo tecnológico nos devora.
EliminarGracias, Raúl y muchos saludos.
Es una preciosa historia, de esas que ocurren a diario a nuestro lado sin que apenas nos demos cuenta.En realidad es un relato triste, pero tú lo cuentas con tanta delicadeza, se nota que desde el cariño, que se lee con una media sonrisa en los labios. Escribes muy lindo, Mirella.Besos
ResponderEliminarMe alegra que lo disfrutaras, Jordana, me encantan tus visitas y comentarios.
EliminarEn Buenos Aires, hace ya unos años hay que cuidarse tanto que no te roben ni estafen, que como vos decís, por la calle no miramos a nadie o lo hacemos con desconfianza dispuestos a salir corriendo.
Un abrazote y gracias.
Me ha gustado la historia, detrás de esas personas que viven en las calles hay miles de tristes vidas, algunas vienen de drogas, de pérdidas o de enfermedad y provocan mucha tristeza.
ResponderEliminarEstoy contigo que la gente intentó ayudar de la manera que podía, no es suficiente y en el fondo todos tenemos parte de responsabilidad.
Un saludo
No es suficiente, pero el ciudadano en estos casos lo único que puede hacer ayudar como pueda y apremiar a las autoridades para que tomen cartas en el asunto. Pero hay tantas cosas para arreglar en esta sociedad. En primer lugar nuestra mentalidad.
EliminarBienvenida a este espacio y contenta de que te hayas ido conforme con la historia.
Besos.
Me ha emocionado la historia , además tan bien contada .
ResponderEliminarUna triste historia por cierto...además me ha impresionado tambien pues , una cosa muy parecida paso muy cerca de donde vivo...tambien "desaparecio2 y tambien , en su lugar , cuando nos enteramos que habia muerto, pusimos velas y hasta alguien, le puso una carta de "despedida"...
Que pena dán estas cosas...
Un abrazo.
Bienvenido Joaki, me alegro que te gustara el tratamiento del relato.
EliminarTodas estas personas tienen historias que los ha marcado y que se desconocen.
Aquí también en los primeros tiempos había cartas y poemas pegados en la pared del banco.
Son hechos incomprensibles en este siglo XXI, tan avanzado en otros aspectos.
Un abrazo.
Si Ale sonreía estaba en paz, con su paz
ResponderEliminareso demuestra que las posesiones materiales no logran hacernos felices
eso demuestra el miedo a no decir lo que se desea y el peso que queda
a los que quedan, en tu relato así veo yo a Sabrina
hermosa historia Mire , y con tu sutil dulzura a pesar de la cruel realidad de tantos sintecho
un besito
Qué lindo saber de vos, María, gracias por la lectura y el comentario.
EliminarAlgo diferente había en ese hombre-niño, así lo imagino yo. Porque los "normales" ansiamos casa, comida y nos apegamos a los afectos más cercanos.
Él, por lo que sé, no hacía discriminaciones, todos podían entrar en su estrecho rincón del mundo..
Un fuerte abrazo, María.
Lo leí tierno y, a la vez, muy triste. Me gustó mucho, Mirella, tenés una habilidad increíble con las letras.
ResponderEliminar¡Saludos!
Es que un tema así no podés encararlo solo desde la crónica periodística.
EliminarMe alegra que te gustara.
Saludos, Juanito.
Enternecedor relato. Mucho.
Los tenemos ahí, a nuestro lado. Forman parte de nuestro paisaje. Los vemos sin verlos...
Cuando no los vemos, al querer verlos, tapamos nuestras vergüenzas con flores y velas.
Has hecho un gran relato. Muy grande.
Para emparejar tu post...
http://cristalrasgado.blogspot.com.es/2009/11/las-diez-y-diez.html
un abrazo
· LMA · & · CR ·
Gracias por seguir leyendo los otros post publicados y además comentarlos. No lo hace casi nadie.
EliminarSon personajes invisibles, no queremos verlos porque su presencia demuestra que algo en el sistema está muy mal.
Pasaré a visitarte, Bolo.
Un abrazo.
Kanarya Adaları yurtdışı kargo
ResponderEliminarKanada yurtdışı kargo
Kamerun yurtdışı kargo
Kamboçya yurtdışı kargo
Jersey yurtdışı kargo
6UE