martes, 6 de septiembre de 2016

Las aguas del mundo



Muy lentamente, como un grifo que pierde, se me escapa el primer chorrito y no puedo detenerlo, los jeans se van mojando y líneas de un azul más oscuro se dibujan a lo largo de mis piernas. Ya no hay solución, nunca hubiera llegado hasta uno de los baños químicos que pusieron para el recital de rock, las filas son interminables. La vejiga se desinfló satisfecha, el bienestar y el alivio prevalecen unos segundos, hasta que añicos del pasado se reúnen en imágenes sigilosas, abriéndose camino a machetazos en la selva de los recuerdos. Entonces, sobreviene el pánico.

Los dobladillos gruesos de los jeans contienen algo de mi agua interior, pero unas gotas tibias resbalan por mis sandalias. Me escondo detrás de una columna, me ato el chal a la cintura para disimular el estropicio y con un pañuelo intento absorber la humedad y secarme los pies. Una arcada de asco hace que me incorpore, una náusea que proviene de veinte años atrás y que ha dejado su memoria en mis células. Esa náusea no me pertenece, una nena de cinco o seis años no se asquea de su propio pis, es una sensación que se instala y construye su bastión porque desde afuera le gritan “sos una meona asquerosa”.

Escucho el recital en cuclillas, en un recoveco detrás de las gradas; la banda está tocando uno de mis temas favoritos, que de estar junto a Gustavo y al resto del grupo hubiera acompañado con el cuerpo y el alma. No quiero que me vean, aunque sé que las manchas pasarían desapercibidas en el fluctuar vertiginoso de las luces. Este hecho horadó el muro de lo que no se quiere recordar. Y una palabra emerge de sus propias cenizas, como un monstruo al que se creía vencido.

Siempre hay palabras cruciales en nuestras vidas y por un tiempo largo viví bajo la amenaza de la mía, la palabra que designaba mi enfermedad: enuresis. Con su sonido áspero me lijaba las noches. Cada noche era el terror de despertar en la laguna caliente, el camisón empapado en sus aguas ácidas con su olor a amoníaco. O me despertaba el tirón a la colcha y la voz hastiada de mamá que, como en un informe decía: otra vez mojó la cama. Y allí asomaba la cara de papá, sus ojos soñolientos, la boca un arco desganado, y esa manera suya de hablar casi sin abrir los labios: “esto es una inmundicia, noche tras noche siempre el mismo baile, a partir de las cuatro de la tarde que no tome una gota de líquido”.

No surtió efecto. La sed agrietaba mi garganta, que parecía un cuenco repleto de arena, pero a la noche un manantial irrefrenable, oculto en mi cuerpo, se vaciaba. Me dejaron sin juegos y sin tele por un mes, pensaron que bebía a escondidas. El pediatra recetó unas pastillas, como granos de maíz, que me mantenían en un estado de sopor, también en clase, donde la realidad parecía lejana y las palabras de la maestra un susurro acuoso. Si no mejoraba sería conveniente llevarme a un psicólogo, había dicho el pediatra. Las pastillas no resultaron. La goma espuma del colchón seguía chupando mi orina desnaturalizada. Para que se secara más rápido mamá lo exhibía en el balcón, con sus múltiples aureolas amarillas, primero de un lado y luego del otro. “Así todos se enteran de que acá hay una meona”.

Al psicólogo no fui, ellos no creían en esas cosas; la verdad era que tenían miedo de lo que yo pudiera decir, de lo que se me escapara, de algún puerco secreto no cubierto lo suficiente, de cómo se estaban fagocitando día tras día, con el deleite de dos caníbales; o que el mundo se diese cuenta de que yo era un estorbo para ellos.

Pusieron un par de relojes con la alarma en horas distintas, pero siempre sonaban demasiado tarde. Forraron el colchón con un plástico grueso, cada vez que me movía restallaba con su tos de nailon. Durante el sueño me sumergía en lagos turquesa, en arroyos de cristal, me deslizaba como en un tobogán por cataratas espumosas, flotaba en los mares del mundo que mi vejiga iba desagotando.

En el verano que cumplí siete años, me enviaron a la casa de mi madrina. Nunca antes había dormido fuera de la cama maloliente. Trasladaron sábanas y camisones —gastados de tanto lavarlos— y el plástico, que dejaron por horas en remojo en la bañera con lavandina.

Estaba muy nerviosa y decidí que en esa primera noche impediría a toda costa dormirme, si fuese necesario me pincharía los dedos o los brazos con un enorme alfiler de gancho que había sacado del costurero de mamá. Ellos se iban de vacaciones a Brasil, para recuperarse del estrés de mi enuresis.

Inés, la madrina, viuda y sin hijos, vivía en San Pedro en una chacra llena de sol, animales y árboles de naranjas. No la veía seguido; su presencia me envolvió en una calidez que nunca experimenté en mi casa. Sus manos grandes, bronceadas, siempre revoloteaban alrededor mío como las alas de una gallina clueca. No la podía decepcionar. Conseguí quedarme despierta sin tener que usar el alfiler. Solita fui dos veces al baño. La madrina se asomó envuelta en su bata azul y me preguntó si precisaba algo; lo preguntó con su tono risueño habitual y me guiñó un ojo.

Después de una semana, sin avisarme, quitó el plástico del colchón. Me di cuenta por la ausencia de crujidos y tuve un esbozo de pánico antes de dormirme, pero tampoco hubo consecuencias. En su casa de San Pedro dejé de soñar con las aguas del mundo. El verano transcurrió entre sol, naranjas y río. Si eso era la felicidad, fui feliz.

Hacía bastante que ellos habían regresado de Brasil, esporádicamente, llamaban por teléfono. No quería volver con ellos y la madrina lo supo. Me anotó en el colegio más cercano y un sábado viajamos a Buenos Aires a buscar mis cosas. Cuando entré en mi cuarto me pareció que el acre olor del pis había penetrado hasta en las paredes; el estómago se me estrujó con una repugnancia que nunca me abandonaría.

Terminé primario y secundario en San Pedro; a ellos los vi poco. Iban envejeciendo de prisa y con el pasar del tiempo terminaron pareciéndose como dos gemelos. No hubo más episodios nocturnos, hice un curso acelerado en el aprendizaje de olvidar.


Gustavo y los demás estarán saltando en las gradas, atrapados por la música ni habrán advertido que no estoy. Si Gustavo me viera así ¿me despreciaría; si supiera, arrugaría la nariz igual que mi padre? Anhelo volver a casa, con la madrina, a la serenidad de sus manos feraces como la tierra que cultiva, al refugio de su cuerpo ancho. ¿Habrá sido un accidente o será el renacer de la antigua enfermedad?

Me toco el anillo de compromiso y lo hago girar en el dedo; faltan tres meses para la boda. La dentellada del miedo me muerde el estómago. En este momento recuerdo que anoche volví a soñar con todas las aguas del mundo.


©  Mirella S.   -2010-                                                                       

Imagen: Elena Galitskaya


Sigo desempolvando textos… este lo escribí hace seis años
y es bastante largo.




36 comentarios:

  1. muy interesante tu relato, tratas el tema de la enuresis de una manera natural y valiente.
    saludos

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    1. No es un tema fácil. Es un texto viejo que escribí cuando iba a un taller literario y había que elegir una enfermedad y armar una historia. Yo recordé una compañera del colegio que la había padecido, con el agravante que también le ocurría en clase, en momentos de muchos nervios.
      Gracias, Karin, contenta que disfrutaras del relato.
      Besos.

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  2. Interesante...este ejercicio de meterte en el sentimiento de un padecer ajeno...hace falta mucha sensibilidad! Sos grossa! Abbracccio!

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    1. Como le decía a Karin fue un ejercicio que hice para un taller literario. Me basé en un hecho real al que metí en una historia totalmente inventada.
      Tante grazie, Patzy e un forte abbraccio.

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  3. Qué angustia!!!
    Pobre!!!

    El relato es maravilloso.
    Te felicito.

    Besos.

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    1. Si te transmitió angustia quiere decir que supe desarrollar y exponer el contenido emocional de la protagonista, su triste y dolorosa experiencia.
      Te agradezco mucho, Xavi, con un gran abrazote.

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  4. Habia un muchacho que cuando se emborrachaba armaba pelea. Cuando el proponía ir a beber invitaba a sus amigos, estos le aceptaban, pero, cada uno de ellos le decían que no arme pelea. pero el muchacho borracho terminaba peleando. En una ocasión él me invita y yo le aceptó, más no le digo nada de pelea ni nada por el estilo y él se emborracho y fue la persona más pacifica del local.

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    1. El medio ambiente influye para bien o para mal. Cuando es sereno la persona se relaja y responde acorde a esa calma.
      Gracias, Chaly, un beso.

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  5. Una situación delicada

    Un escrito magnífico

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    1. Desde ya que es un clima familiar que no propicia la curación.
      Gracias por el elogio, profe.
      Un gran abrazo.

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  6. Lo mío no fue tan grave, pero hasta los once años lo sufrí durante el sueño. Era terrible, no podía quedarme en casa de nadie, ,me reñían por mojar las sábanas, dormía con un plástico ruidoso, etc. Horrible. Hasta que se les ocurrió llevarme al médico, me dieron unos polvitos por la nariz y se fue todo. Yo supongo que fue efecto placebo, porque no me puedo creer que algo tan psicológico se cure con polvitos. NO me pasó más, gracias a Dios.
    Tu relato está fascinantemente contado. Escribes de vicio.
    Besos, Mirella.

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    1. Imagino lo tremendo que es para un chico no poder quedarse en la casa de amigos o parientes para no sentirse avergonzado si aparece el problema.
      Haya sido efecto placebo o lo que fuera, por suerte el polvito sirvió. Para escribir el cuento había buscado algunos datos médicos en Internet y me llamó la atención lo poco que se sabe de las causas. Puede ser genético, problemas con la vejiga, infecciones y no hacen demasiado hincapié en los factores psicológicos, algo que me llama mucho la atención y no comparto. Tampoco hay demasiados medicamentos para tratarla.
      Te agradezco mucho que hayas tenido la confianza de contarlo. Te siento como una gran "mina", como decimos acá.
      Abrazote, Celia.

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  7. Hay que ponerse en la piel, y tu Mirella lo has hecho ... lo has hecho que soy de la opinión de todos los que tengan el privilegio de leerte lo harán también
    Los miedos , la inseguridad, la incomprensión y hasta el renegar de uno mismo cuando una fobia y/o enfermedad nos impiden ser "normales"


    Un abrazo inmenso

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    1. Eso de empatizar y ponerme en la piel del otro es algo muy mío, que por un lado es bueno, pero también esa capacidad es bastante dolorosa.
      Yo creo que es una afección psicológica, producto de una bajísima autoestima y de un medio ambiente familiar poco propicio.
      Un besote grande y gracias por tus palabras, María.

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  8. Dos hermanas, niñas de la edad de mis hijas padecieron la enfermedad, para ellas y sus padres fue un suplicio hasta que se solucionó. Tu cuentas una situación con drama añadido, la incomprensión a la pequeña es tremenda, y el tiempo actual que trae los recuerdos está muy bien narrado. Eres una escritora fantástica. Un abrazo

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    1. Es un problema mucho más común de lo que se cree y por lo que leí en su momento al escribir el relato, no hay demasiados tratamientos y sus causas son bastante difusas.
      Sí, se vuelve muy difícil para el niño y más si no es comprendido y apoyado por sus padres.
      Un gusto que te fueras conforme con el texto, Ester.
      Abrazo grande.

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  9. Pues sí es un texto largo pero me lo he leído muy rápido, y eso que soy un lector muy lento. Mi madre dice que soy lento para todo, jajajaja.
    Me ha gustado mucho Mire, es precioso. Y no sé si al hablar sobre los padres has pensado en los tuyos, yo los vi, pero no se si exagero.
    Bueno, la cosa es que si tienes más que desempolvar aquí estamos muchos para leerte hasta que vuelvan las palabras.
    Te abrazo fuerte.
    Beeeeesos

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    1. Qué suerte que te enganchaste porque el próximo, que ya tengo preparado para la semana que viene es también largo. Antes parece que tenía más cosas para contar.
      Esta vez no me basé en mis padres, podrán tener algunas características en la frialdad, pero a estos los fui inventando sobre la marcha, mientras escribía.
      Un gusto tenerte por aquí, querido Gildo.
      Beeeesotes.

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  10. Un relato perfecto, logrado. Conozco el tema y los niños con esa enfermedad no son culpables. Que bien la presentación de los padres desamorados, porque eso son los padres que ante esas situaciones no intentan ayudar, ya que si la hubieran llevado a un psicólogo hubieran descubierto que ellos seguramente serian el motivo de la enfermedad.

    Mi aplauso y admiración Mirella.

    mariaosa

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    1. Antes de escribir el relato me sesoré un poco, leí algo sobre esta enfermedad y es muy difícil tratarla porque casi no se saben las causas. Pero si quien la padece es tratado despectivamente, no es fácil que se cure, al contrario.
      Gracias, Mariarosa, me da gusto que lo disfrutaras.
      Besos.

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  11. Una vez más lo lograste.
    ;)

    Ponerte en la piel de...
    No he conocido a nadie que padeciese dicha enfermedad, y como cualquier otra, para quien la sufra debe de ser ese calvario que cuentas, enredado en toda una maraña de afectos y desafectos.

    Un beso, Bella Dama.

    Y una vez más, chapeau!

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    1. Cuando escribía cuentos lo que más me gustaba era armar los personajes, a menudo antes que la trama Y una de las pocas cosas que me reconozco es que lograba meterme en su piel, aunque no fuera muy compatible conmigo.
      Siempre es una alegría tenerte por aquí, Eva.
      Abrazo fuerte.

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  12. Qué buen cuento. Transmitís muy bien la angustia sin necesidad de mencionar la causa de la misma, y el final es redondo y perfecto, ya que de manera latente se vislumbra la causa del problema.
    Saludos.

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    1. Me alegra de que te gustara el final porque tenía mis dudas de que se entendiera por qué había vuelto a ocurrirle el problema.
      Gracias, Raúl y un abrazo.

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  13. Pues es una preciosidad de cuento, Mirel, la verdad sea dicha. Qué pena de esa infancia del personaje siempre batallando con sus aguas. Bueno, cuando se vive con miedo y no estamos a gusto de ninguna manera lo que reina en nosotros es el caos total.

    Siga desempolvando, señora escritora, siga, sobre todo para mí que llegué al nido de pájaros hace bien poquito.

    Una caja llena de abrazos.

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    1. Estos cuentos nunca los publiqué, yacen en una carpeta, olvidados.
      Los saqué a tomar aire porque no tengo deseos de escribir y para no dejar vacío al nido.
      Un gusto que te vayas conforme con lo leído.
      Otro abrazo, pirata Cuba (jaja).

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  14. Es un excelente texto en el que el lector va sintiendo la angustía de esa pequeña por la enfermedad que padece y le hace pasar por momentos tan amargos.
    He disfrutado mucho la lectura.

    Besos con mi abrazo.

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    1. Es un placer tenerte por aquí Euge y contenta de que quedaras enganchada con el texto.
      Un fuerte abrazo, linda.

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  15. Bonita narración, y que putada más grande con la de enfermedades tan raras que hay. Ya te lo dije, no dejes nada en el tintero guardado, porque todo lo que escribes es una maravilla.

    Besos querida Mirella.

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    1. No te creas que es una enfermedad tan rara, es más común de lo que yo también había pensado. En casos más extremos llega hasta la adolescencia y le quita calidad de vida a esos chicos, porque cada noche es como una espada de Damocles que pende sobre ellos.
      Ya me quedan pocas cosas guardadas en el tintero, las iré publicando ya que no hay nada nuevo para escribir.
      Un fuerte abrazo, amigo Rafa.

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  16. Enuresis, he conocido casos en mi entorno, de chico, vivíamos en un conventillo, lo atribuíamos a un trauma del que lo sufría por haber visto a sus padres en matraca party, después de leer tu relato el drama del que lo sufre, expuesto a la vergüenza, es un calvario cotidiano, lo describes muy bien!!
    Abrazo, Mirel!!
    (Compré nueva PC con W10, anduve alejado en período de adaptación)

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    1. ¡Qué alegría tener noticias tuyas, Edu! Estaba preocupada por tu silencio y en estos días te iba a escribir para saber de vos.
      Hiciste bien en renovar PC y el W10 debe ser medio complejo. Todavía estoy con el W7.
      En cuanto al texto, el tema es muy delicado. Lo sé por una amiguita del colegio que lo sufría. A mí me pasó una vez en el colegio, durante una fiesta del 25 de mayo, pero fue porque la maestra no me dejó ir al baño, me increpó que tenía que haber ido en el recreo. Estábamos todos formados en el patio y se abrió mi canilla, no te podés imaginar la vergüenza que sentí. Tenía 6 años.
      Gracias y un fuerte abrazo.

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  17. Vaya, no conocía esa enfermedad. O al menos, no con su nombre.
    Una narración muy interesante, has logrado que quede enganchado desde el primer párrafo.
    Nada más frustrante que la culpa de lo incontenible. Y qué padres más desconsiderados. Pero así los habrá.
    Saludos.

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    1. Me alegro que te haya atrapado, es un relato largo y si de entrada resulta aburrido no dan ganas de seguir leyendo.
      Bienvenido a este espacio y gracias por dejarme tus impresiones, Gean.
      Saludos.

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  18. Brillante, Mirella. Qué gran historia; con la génesis del problema, el quilombo infantil resuelto (pero no tanto), y los miedos que vuelven de forma inesperada. Ya no está su madrina, y eso hace que me pregunte: ¿logrará sobrevivir? Optimista por naturaleza, yo creo que sí.
    ¡Saludos!

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    1. Sobrevivir se sobrevive, lo importante es de qué manera se sale a enfrentar lo que quedó oculto y solo en apariencia resuelto.
      Gracias, Juanito, por la lectura.

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