Confluyeron en la misma esquina
y el topetazo los dejó aturdidos.
—Epa —dijo él cuando se repuso
del choque. Con voz profunda agregó—: dónde va como alma que lleva el diablo.
Caramba, lo que hay acá es un angelito de Dios.
—¿Qué? —contestó la chica y
trató de mirarlo por entre la maraña del flequillo.
—La pucha, la veo y la vida se
vuelve color de rosa —replicó el hombre.
Ella se removió el pelo con
unos dedos llenos de anillos y gritó:
—Loco, salí.
—No me pare el carro*, no le
estoy haciendo el verso*—dijo él y soltó una risita que le brotaba del fondo de
la garganta y parecía dirigida a sí mismo.
El único ojo libre que tenía
la chica, relumbró de hostilidad. Dio un paso al costado, estiró el cuerpo como
hacía en las clases de Tai Chi, pero el otro había hecho el mismo movimiento y
volvieron a chocar.
—Bueno, parece que el destino
no quiere que me le despegue —dijo él y la miró de arriba a abajo. Sonrió y se
le arqueó el bigote azabache. Se quitó el sombrero y con la palma de la mano se
acarició el pelo engominado.
—Uf —bufó la chica.
Con un salto se separó y se
fue taconeando fuerte. Caminó unos metros y se detuvo en la parada del
colectivo. Era una calle tranquila, de casitas con jardines y los tilos en la
vereda perfumaban el atardecer. Ella buscó algo en el bolso y cuando levantó la
cabeza tuvo un sobresalto.
—¿Qué hacés acá, me estás
siguiendo? —preguntó en un tono brusco, para disimular la inquietud.
—No mi paloma, espero el bondi*,
igual que usted —contestó él haciendo una reverencia.
—Qué pegajoso —murmuró la
chica entre dientes. Le echó un vistazo, mientras apartaba un mechón de pelo,
que intentó sostener detrás de la oreja. La cara del tipo era un pergamino, los
bigotes teñidos de negro, igual que el pelo aplastado al cráneo; vestía un
traje oscuro a rayitas.
—Me estás mirando las tetas —gritó
ella. Y más fuerte—: ¡viejo baboso!
—Es que en este momento
quisiera ser un dios para descansar mis fatigas en esas dulces colinas del
Olimpo —contestó él.
La chica pestañeó, y se llevó
una mano a los labios para disimular la risa. Hablando entre los dedos, dijo:
—Qué boludo.
—Al menos le arranqué una
sonrisa, parece que hemos roto el hielo —replicó él, bonachonamente.
—No me reí, calmate, loco —dijo
ella, otra vez en tono despectivo.
—Con usted
nunca me pasaría de la raya ni me saldría con un domingo siete. No se me enoje. Es solo un poco
de chamuyo*, sin ánimo de ofender. Deformación profesional, sabe.
—¿Sorry?
—Darle un poco a la sin hueso,
hasta que venga el 109.
—Está tardando mucho —dijo la
chica, sacó el celular, pulsó unas teclas.
—Parece que la esperan, con un
bomboncito así como para no estar con el alma en vilo.
El mechón había vuelto a
deslizarse hacia la cara, ella lo miró con el ojo derecho y siguió tecleando
con el pulgar; sus uñas eran cortas y pintadas de verde. Guardó el teléfono y
se asomó para ver si venía el colectivo.
—Nada —cabeceó hacia atrás
para sacarse el pelo de la cara.
—No tendría que escatimar ese
par de luceros del alba que el cielo le dio.
—Y dale con los clichés. Parecés
de la época de Gardel y por el traje el empleado de una casa de velorios.
—Algo de eso soy, sí —musitó él—.
Volví con la frente marchita y esta es mi noche triste.
—Decime ¿trabajás en una
tanguería* y te mandan así vestido para hacer alguna promo?
El hombre rió silenciosamente
y tardó en contestar.
—Ya no, lo que ve es lo que me
hizo el entrevero* con la vida.
—La vida no hace nada que uno
no facilite —sentenció ella, petulante— es cómodo echarle la culpa a la vida.
—Vaya, vaya, a usted sí que le
gusta llamar al pan pan y al vino vino. Pero no agarre para el lado de los
tomates*, mi reina. Ve esto —señaló una marca que le bajaba desde la oreja y se
perdía en el cuello de la camisa—. Esto, como diría Carriego*, son imborrables
adornos sangrientos: caprichos de hembra que tuvo la daga.
—Así que una minita te cortó
como a un salamín —dijo la chica, burlona.
El hombre agachó la cabeza y
la cara amarillenta se agrietó en arrugas sutiles, como si de pronto una gruesa
capa de maquillaje se estuviera resquebrajando. La sonrisa, en medio de la
catástrofe en que se había convertido su cara, era casi irreal.
—Un tropezón cualquiera da en
la vida. No tengo más palabras que las de Discepolín*: uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a
sus ansias… aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor.
La chica, por enésima vez, se
corrió el pelo y en su expresión se transparentó la sorpresa. Estaba en la
mitad de la calzada desierta, cuando se encendieron los faroles de la calle,
que apenas dieron algo de claridad.
—¿Llorás? —preguntó en voz muy
baja; revolvió en el bolso y le alcanzó un Kleenex.
Él negó con la cabeza, se
chupó los labios y dijo:
—Te falta tomar mucha sopa
todavía, la vida no es dos más dos son cuatro —era la primera vez que la
tuteaba.
Ella trasladó el peso del
cuerpo de una pierna a la otra, se tironeó un aro que le colgaba hasta el
hombro y volvió a fijarse en la posible llegada del colectivo. Desde el centro
de la calle le preguntó:
—¿Qué onda, a qué te dedicás?
Le llegó una carcajada
arenosa; él se acercó con los bigotes elevados por una sonrisa y la chica pensó
que se había equivocado: no estaba llorando, había sido el efecto de la luz
filtrándose entre el follaje de los árboles. Un juego de luces y sombras en la
cara marchita. Después de un silencio, él contestó:
—Uh… estuve en tantas cosas.
Fui un orillero*, compadrito y fanfarrón. Trabajé para peces gordos, que metían
la mula* con los votos. Me tajearon —y se tocó la mandíbula—, pero también
tajié. Iba a los piringundines* del Bajo con mi sombrero ladeado y el pañuelo
de seda al cuello. Por las minas me metí en camisa de once varas y cuando ya no
me dio el cuero ni para el cuchillo ni para tanto hembraje, empecé a laburar*
en los radioteatros. Tenía voz potente, de varón, me dijeron. Entrar en el
ambiente de la radio fue dar en el clavo, hice borrón y cuenta nueva y por los
años cuarenta me interpreté a mí mismo, haciendo de malevo* en “Juan Barrientos, carrero del 900”* . Nunca protagonicé,
siempre me llamaban para hacer de malo, porque tenía el tono justo, decían.
También tuve que agarrar los libros ¡quién te ha visto y quién te ve! —de nuevo
la risa ronca—. Porque las palabras se volvieron importantes, debía hablar
bien. En el folletín “Fachenzo, el
maldito”, en una parte había que representar a un jinete que venía por el
campo, entonces un fulano se encargaba de agitar unas piedritas dentro de una
cacerola, para hacer el tacatac tacatac del galope del caballo. Con los ruidos
se las rebuscaban bárbaro en esa época y los radioescuchas se lo creían y se
juntaban alrededor de los aparatos de radio para escucharnos. No es por
alardear, pero reuníamos a las familias. Una tarde el Oscar Casco se quedó
afónico, lo reemplacé. Nadie lo imitaba como yo cuando decía la frase que lo
llevó a la posteridad: ¡mamarrachito mío…! A la Hilda Bernard se lo decía. No
avancé más porque me dormí en los laureles y cuando vino la televisión ya era
un veterano y había perdido la facha.
—Si todo lo que contás es así,
debés tener como cien años —dijo la chica, mirándolo fijo con cierta desconfianza.
—Es la pura verdad, se lo juro
por lo más sagrado: la vieja. —Con el índice hizo una cruz sobre sus labios. Se
rió y agregó—: soy igualito al ave Félix.
La chica iba a corregirlo,
pero en ese momento sonó el celular y se alejó unos pasos, habló brevemente,
cortó y se volvió hacia el hombre.
—Parece que desviaron el
colectivo, hubo un accidente, llego tarde a la facu, me tomo un taxi en la
avenida. Voy para el centro, si querés te acerco.
—Le agradezco, mi cielo, pero
no —la voz, de repente, sonó triste.
—Por qué —preguntó ella,
intrigada.
El hombre sacudió la cabeza y
no contestó.
—Vení, andá a saber cuánto más
tenés que esperar. Dale.
—El que nos hayamos encontrado
en ese cruce de calles, no fue moco de pavo. Además, esperar es morirse de a poco…
y se puede morir indefinidamente.
—Sos todo un personaje, mirá
que hablás raro —la voz de la chica titubeó por primera vez cuando dijo—: me da
cosa que te quedes acá, solo.
—No se preocupe m’hijita, al
Cuervo Soria nadie se le atreve —hizo el gesto de meter la mano derecha adentro
del saco.
—Bye bye, entonces. Cuidate —dijo
ella.
Él la saludó con una mano en
el pecho, hizo una especie de venia. A la chica le costaba irse, despacio se
encaminó hacia la vereda de enfrente.
Desde el otro lado de la calle
se volvió con la intención de sacarle una foto con el celular. No entendió por
qué quería tener un recuerdo de ese galán antiguo. Pero en el poste del 109 no
había nadie, sólo las sombras de las hojas de los árboles, agujereadas por las
candilejas de luz que se filtraban de los faroles. Y el aroma de los tilos,
celebrando la tibia noche de noviembre.
© Mirella S. —2010—
Glosario
Parar
el carro: contener a alguien que se excede de palabra o de hecho.
Hacer
el verso: envolver a alguien para conseguir algún fin.
Bondi:
colectivo, transporte público.
Chamuyo:
hablar, conversar.
La sin
hueso: la lengua.
Tanguería:
local nocturno donde se baila o escucha tango.
Entrevero: lucha, pelea.
Agarrar para el lado de los
tomates: desvirtuar del sentido de una conversación.
Evaristo Carriego: poeta
argentino (1883-1912)
Discepolín: Enrique Santos
Discépolo fue un compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino
(1901-1951)
Orillero: habitante de los
suburbios; compadrito: individuo de clase social baja, afectado en la
vestimenta y pendenciero.
Meter la mula: engañar
Meter la mula: engañar
Piringundín: bar de ínfima
categoría, generalmente sucio y con mal aspecto.
Laburar: trabajar.
Malevo:
malviviente, matón.
“Juan
Barrientos, carrero del 900” y “Fachenzo, el maldito” fueron dos novelas
transmitidas por la radio entre 1940 y 1950 (datos obtenidos en la Web)
Oscar
Casco: actor considerado un símbolo del radioteatro,
reconocido por su voz grave y expresiva.
Hilda Bernard: actriz
argentina de radio, cine y televisión.
Impecable, Mirella. Qué relato. Te mete en todos los clímax posibles. Muy buen manejo de los diferentes modos en los diálogos de los personajes (aunque, por momentos, la chica me resultaba ochentosa, jaja).
ResponderEliminarUna joyita de cuento.
Saludos.
No tengo contacto con adolescentes y cuando los oigo hablar por la calle tienen una jerga difícil y ya suficiente con la del Cuervo Soria. Casi todos los que me leen son españoles.
EliminarContenta de que lo hayas disfrutado, Raúl.
Saludos.
Curioso, la palabra "impecable" era la que quería emplear, pero veo que ya la utilizó el comentarista anterior. No solo es impecable, es extraordinario. Qué bien escribes, Mirella.
ResponderEliminarEl personaje está tan bien dibujado...
Gracias por explicar las palabras que supongo serán Lufardo??
Enhorabuena, me ha chiflado.
Besos.
La mayoría es lunfardo y otras son expresiones idiomáticas de aquí, algunas no muy actuales sino de la época del protagonista. Puse un glosario para facilitar la comprensión del texto.
EliminarAgradezco mucho tu opinión sobre mi escritura, Celia, para nosotros chiflado quiere decir loco... jajajaja.
Es como volver a ver una película argentina.
ResponderEliminarGracias.
Un beso
Uh, de las de antes, ahora la temática es otra.
EliminarGracias a vos por pasar siempre.
Besos, Chaly.
Esto no es escribir... esto es una exhibición.
ResponderEliminarOvación y vuelta al ruedo.
Ya te han dicho lo de impecable, yo voy a llamarte impagable.
Gracias.
Besos.
Es impagable, es cierto, nunca me han pagado un mango (peso) por nada de lo que escribí.
EliminarMil gracias por tu entusiasmo, para mí tiene más valor que el dinero.
Besos, Torito.
¡MAGISTRAL,Mirella! Una pintura exacta del orillero porteño cargado de años, la historia, un choque de épocas y la piedad por el que ya no es, formidable!!
ResponderEliminarBeso y reverencias, Mirel!!
Esta vez la pegué, porque sentí que les iba a gustar, a pesar de lo largo que es.
EliminarCon los cuentos largos siempre creo que cuando ven tanto para leer, la gente se embola.
Me alegra todo lo que te produjo, Edu.
Un abrazo.
Ya te he dicho más de una vez que me haces ver tus historias como si estuvieran filmadas, y por alguien bueno ehhh.
ResponderEliminarUn placer que nos traigas estas historias que ya habías escrito Mire.
Abrazos y beeeesos
Todavía quedan algunos historias por publicar, cuando las termine el nido va a quedar vacío de pájaros y de palabras. Tal vez se transforme en otra cosa, no sé.
EliminarGracias, siempre y muchos beeeesos, querido Gildo.
Hoy bailé tu historia mientras sonaba el bandoneón de un viejo tango, en esa esquina donde todo es posible bajo una farola de Buenos Aires.
ResponderEliminarMe recordaste, éste: https://www.youtube.com/watch?v=W5kjEBceEfE
Eres grande, mi dulce Dama.
Me trajiste a todo ese Buenos Aires que conocí a través de la literatura y que no conoceré ya... pero que ya corrió por mis venas, un día fulero, que matoneé con un pucho, en una esquina de esas esperando también mi bondi.
Me rajo ya...
Y gracias, por todo lo que nos regalás, que menuda bocha que tenés, ché:) boluda!!
Jajajaja... una valenciana franchute hablando en porteño. Ahora lo de boluda/o, en las nuevas generaciones se usa en lugar del nombre. El vocabulario se ha restringido tanto y se escribe todo abreviado, gracias a los mensajitos de Whatsapp.
EliminarGracias por el tango y por el afectuoso comentario.
Besos, Eva.
Me han dejado sin palabras que regalarte, escribes muy bien y esa es una gracia, un don que solo algunos tenéis. Tienes la cualidad de escribir como una académica y escribir interesante, no siempre encuentro las dos juntas. Y he disfrutado mucho con la historia (muchas palabras las he entendido y otras por la inercia del relato se comprenden), es bueno para el cuento que el desaparezca, es una genialidad de las tuyas. Un aplauso y un abrazo
ResponderEliminarTe dejaron sin palabras per te las arreglaste de maravillas para comentar... jajaja. No creo que escriba como una académica, me interesa hacer buen uso de las palabras y como fui una lectora voraz empleo todas las que conozco, también las que están algo en desuso, como en el cuento de hoy.
EliminarMe alegra que te haya gustado el final, también yo pienso que es el adecuado.
Gracias, Ester, con un enorme abrazo.
Muy bonito, me ha parecido estar viendo una película por la manera de contarla, y menos mal que pusiste un glosario porque muchas de las palabras no las había escuchado nunca.
ResponderEliminarSaludos
Siempre me han dicho que soy muy visual, será porque me gusta el cine y he visto montones de películas y me quedó esa forma de narrar.
EliminarNo suelo escribir con demasiados coloquialismos, pero en este relato quise homenajear a ciertos personajes antiguos de Buenos Aires.
Un gusto tenerte por aquí, Conxita.
Besos.
Muchas gracias por dejarme disfrutar de tus palabras tan expresivas y claras, me encantan tus historias porque son tan reales !! Besetes.
ResponderEliminarEn otra época me gustaba mucho la literatura fantástica, pero con el tiempo la fui abandonando y me volqué más hacia realidades interiores, que a veces también son puras fantasías.
EliminarGracias, Angelines, un gran abrazo.
Es muy interesante, ahora, no me paro yo a hablar con un tío así de primeras ni de coña. Evidentemente y en este caso me habría equivocado.
ResponderEliminarUn abrazo, Mirella! ^_^
Yo tampoco, pero cuando escribí este cuento, hará más de seis años, todavía no era tan peligroso hablar con un desconocido.
EliminarGracias por pasar, Jorge, un gran abrazo.
Es la primera lectura de mi hoy, formidable. Gracias por el buen rato.
ResponderEliminarUn abrazo
Me alegra mucho, como inauguración del día, que el relato te resultara entretenido y te gustara.
EliminarMil gracias, Malque.
Un fuerte abrazo.
Magistral querida, como siempre has estado sensacional. Por cierto todas esas expresiones que has señalado, muchas de ellas también se usan por aquí.
ResponderEliminarBesos Mirella.
Yo puse el glosario por las dudas, porque muchas expresiones son en lunfardo y otros datos para que se pudiera entender la historia del Cuervo.
EliminarMe pone contenta de que hayas disfrutado del relato, gracias, querido Rafa.
Un abrazote.
Cuentas y vemos lo que relatas. GRACIAS Mirella!!
ResponderEliminarPrimero por tus relatos, nos enganchas a leerlos y disfrutar con ellos. Admiro a todos los que os ponéis delante de un teclado y os salen las palabras tan facilmente. Yo me quedo en blanco...
Y segundo por lor buenos recuerdos que hoy me has traido. Crecí escuchabdo a Gardel, Sara Montiel, Alberto Cortez...en un picú que tenía Mi Padre y los tangos me engancharon.
Gracias de nuevo. Hoy será un buen día.
Besos.
Con tu comentario me quedo contenta por partida doble, porque te gustó el relato y por los recuerdos que te trajo.
EliminarEs un cuento que escribí hace seis años, entonces era muy prolífica y de cualquier estímulo se me ocurría algo. Hoy, lamentablemente, no es así. Quizás algún día vuelvan las historias.
Gracias por leer y dejar tus impresiones, Laura.
Besos.
Otra genialidad de las tuyas, querida Mirella! Un choque de épocas que, por un momento, me hizo acordar, por la manera en que "la pintaste", a la escena final de "Muerte en Venecia", cuando a Bogarde se le "destiñen" los años frente al desparpajo de la juventud. Te dije que leerte provoca cosas...y bueno, a mí se me dió por esto esta vez. Gracias por movilizar! Forte abbraccio.
ResponderEliminarLa escena final de Muerte en Venecia es de antología. Esta es una versión más tanguera y menos romántica. Es un gusto saber que lo que escribo mueve cosas y que lo hayas asociado a la película de Visconti.
EliminarEspero que estés bien, hace bastante que no nos deleitás con algún rinconcito de nuestra querida Italia.
Tanti baci e abbracci, Patzy.
Ha sido un placer entrar en tu espacio y leerte, la lectura me ha enganchado desde el principio al final. La canción me encanta.
ResponderEliminarTe dejo cariños y el deseo de que disfrutes de una estupenda semana.
Kasioles
Gracias y bienvenida, Kasioles. Me alegra de que te haya enganchado la historia y también el tango.
EliminarOtra semana maravillosa para vos y besos.
Muy bueno Mirella. He recordado las historias que mi padre me contaba de los radioteatros del ayer. "Fachenzo el maldito" me contaba; era tan malo que al salir de gira por los teatros la gente lo esperaba a la salida para pegarle. Cosas de un Buenos Aires del ayer que lograste reflejar muy bien en tu cuento.
ResponderEliminarHa sido un placer leerte.
mariarosa
No sabía que después los representaban en el teatro, yo busqué por internet sobre radionovelas de la década del 40 y 50 y aparecieron los que puse.
EliminarMe da gusto que te haya traído recuerdos y te fueras conforme con el relato.
Gracias y besos, Mariarosa.
Pensar que hay gente que, "en la vida real", habla de ese modo...
ResponderEliminarBuen cuento.
Nos leemos,
J.
Son coloquialismos, algunos ya en desuso, la mayoría del lunfardo que se empezó a hablar en ambientes marginales y después se fue extendiendo.
EliminarContenta de que te gustara el relato, José.
Saludos y gracias por la lectura.
Ay me has traído recuerdos muy muy recientes , conozco todas esas expresiones que a veces me volvían loca hasta que me acostumbre ¡¡
ResponderEliminarel relato es divino , intrigante y con esa pizca tan tuya que envuelve
y hoy que llueve aún a estas horas recuerdo una farola, un hombre y un tango o más ...
besotes bella ¡¡
Hace cuatro años que abrí el blog y la mayoría de los que me leen -y leo- son españoles, también me costó (y me sigue costando) entender vuestras expresiones idiomáticas. Por ejemplo: "curro", que aquí significa robo, entre otras tantas.
EliminarA mí me resulta muy divertido aprender los coloquialismos típicos de cada región y no hablemos de los cubanos y los de centro América...
Gracias, María, espero que los recuerdos hayan sido gratos.
Un gran abrazo.
Hola wapísima !!!!
ResponderEliminarEl relato increíble... a las que somos incapaces de hilar tantas palabras, nos parece imposible que no te pierdas por alguno de esos renglones.
Mis felicitaciones
Abrazos Mirella
Gracias a vos, Esme, por leerte un relato largo y con palabras desconocidas.
EliminarAntes escribía más largo, es un cuento viejo, se me ocurrían muchos más temas y me gustaba perderme en las tramas. Era imaginativa y ahora eso se me ha ido gastando.
Un enorme abrazo, hermosa.
Muy bueno, Mirella, me gustó mucho. Gran construcción de los personajes, eh. Y un cierre perfecto.
ResponderEliminarTe sigo leyendo.
¡Saludos!
Ya veo que te hiciste un atracón con mis últimas entradas, te agradezco mucho el gesto. Casi nadie lee para atrás, lo ya publicado.
EliminarMuchas gracias, Juanito. Espero que empieces vos a mostrar algún texto.
Cualquiera sabe adónde se fue el hombre-sombra. La noche guarda cosas muy sorprendentes. Me gusta muchísimo el estilo de los personajes, cada uno con su argot particular. Eso le aporta mucha realidad al desarrollo de los diálogos y mucha cercanía a ojos del lector. Me encantó el vídeo, me gusta oír algo de música mientras leo las entradas de blogger.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Cuba Madison, un gusto que pasaras por aquí también.
EliminarVideos de tangos antiguos hay pocos y son muy malos en sonido.
Un abrazo, compañero de letras.
Impagable, impecable, insuperable... mejor no lo podías describir ni "filmar" porque te ocurre como a mi que nos gusta "fotografiar" las escenas que tratamos de desgranar minuciosamente, en esto último a mi me ocurre ahora que para no quedarme pegada como un sello a la silla del ordenador, intento ir sintetizando las imágenes y acortar el texto, pero si tú dispones de tiempo suficiente me parece genial que desmenuces cada detalle, porque nosotros tus lectores lo saboreamos como el néctar sublime de los dioses.
ResponderEliminarComentándote sobre el contenido, es fantástico también y la mar de interesante, porque describir las vidas o lo que hizo mella de esos en esos personajes en la memoria colectiva de cualquier pueblo o nación, es maravilloso y muy divertido. Yo me lo he pasado genial releyéndolo varias veces e imaginándome también allí en esa parada de autobús del 109, con la melodía de "Sombras nada más" que escuché en el tocadiscos de mi padre cuando era una mocosa y además canturreaba esas canciones ...je,je,je
Un gustazo, Mirella, regresar y descubrir la gran calidad de tu lenguaje e imaginación.
Un abrazo.
Ante todo, gracias Estrella, por los adjetivos elogiosos y por el entusiasmo que te produjo el cuento. Es de otra época, cuando escribía largo, ahora escribo poco y breve.
EliminarAntes disponía de menos tiempo, pero escribía más, cosas de la vida.
Este cuento surgió a raíz de un programa en el que hablaban de las novelas o culebrones que se transmitían por la radio. Empecé a investigar y me dieron ganas de escribir una especie de homenaje hacia esos actores y personajes entrañables de la historia argentina y que tan bien describía Borges.
Me alegra que disfrutaras del texto.
Un gran abrazo.
Fe de erratas:"lo que hizo mella de esos en esos personajes en la memoria colectiva" - debe eliminarse "en esos" y figurar nada más: "lo que hizo mella de esos en esos personajes en la memoria colectiva"
ResponderEliminarNo te preocupes, entendí perfectamente, también me ocurre que tecleo mal, lo releo y no me doy cuenta.
EliminarHermoso texto, Mirella, lo he disfrutado mucho. Me ha parecido muy original ese contraste que mostrás en este diálogo entre los protagonistas, un diálogo anacrónico, imposible, entre una estudiante y el cuervo Soria, un orillero fuera de época que entabla conversación en la calle con la chica.
ResponderEliminar¿Un fantasma del pasado? que no se deja fotografiar por el celular ¿Objeto de la imaginación de la chica? No sabemos, porque el final, excelente, por cierto, lo disipa como a un recuerdo de principio de siglo XX, como si nos hicieras despertar de un sueño.
Uno de los elogios que te merecés es precisamente haberlos hecho dialogar, (esa tarea tan riesgosa) desde un principio en un modo casi forzado, que se nos antoja desconcertante a los que vivimos en esta ciudad, porque no sabemos si creerte o no, sobre todo por las frases hechas que usa el compadrito, deliberadamente, hasta que llegas al final, cuando uno ya está aceptando esta escena, mordiéndose las uñas para ver cómo le das el cierre, entusiasmado por la impecable narración.
Un hallazgo escrito en porteño, el de los orilleros y el de jóvenes, en ambos registros, realizado de un modo magistral. Una verdadera gema, Mirella.
Cronológicamente estoy entre estas dos generaciones que mostrás en el relato, tal vez más cerca de la de la joven. Yo nací en Lanús, en los suburbios de Buenos Aires, en un barrio de taitas y malevos. Con tu cuento me llevaste a mi infancia, al recuerdo de mi viejo. Las casas tenían veredas de tierra. Por la puerta, cuando era pibe, yo vi pasar compadritos con el funyi ladeado y caminando de costado, en serio, me quedan esas imágenes nítidas en la memoria. Recuerdo las mañanas en que nos despertábamos junto con mi hermano, con el ruido de los martillazos de mi viejo, que era carpintero, con los tangos sonando en la radio. Con tu cuento me llevaste a este lugar. Te lo agradezco, Mirella. Un abrazo.
Ariel
Bueno, Ariel, te pasaste con el comentario. ¡Gracias! Debo decirte que dudé mucho en publicar este cuento precisamente por el lenguaje muy coloquial y con algunas expresiones en lunfardo. La mayoría de los que me leen y comentan son de España y me asombró gratamente que lo hayan disfrutado igual.
EliminarSoy muy crítica con lo que escribo, sin embargo a este texto le tengo cariño, a pesar de que lo escribí hace seis años. Ya no puedo escribir cosas tan largas, estoy medio trabada.
Me dio mucho gusto que te trajera buenos recuerdos y, siendo porteño, podés apreciar los giros coloquiales. También le tengo miedo a los diálogos, no es nada sencillo desarrollarlos, que no sean sosos y en este relato se le agrega el problema de diferenciar bien las dos voces.
Nuevamente gracias, Ariel.
Un abrazo.
Disfruté mucho con la lectura, tanto que imaginaba a la vez que leía. Tal parecía que las sombras se hubieran vuelto vivas.
ResponderEliminarMis felicitaciones, Mirella.
Un gusto haber pasado por su blog.
Saludos.
Bienvenida, Mila, me da gusto que te haya gustado lo que ofrece el nido, como lo llamo a este espacio, pasa cuando quieras.
EliminarUn abrazo.
Me ha encantado el relato. Es fantástica tu habilidad para introducirnos en el vocabulario, la jerga, argentina. ¡No que fueras de B.A.? :)
un abrazo, Mirlo.
· LMA · & · CR ·
Todo mi agradecimiento, Bolo, por leer post más viejos. Me da un gran placer que disfrutaras del lunfardo, muchas expresiones ya se están perdiendo.
EliminarOtro abrazo transatlántico.