La idea me la dio Hugo, el sobrino de Amanda, que
tenía experiencia en esos avatares. Así enterró al padre, al suegro, a la tía,
en cómodas cuotas mensuales y en sitios dignos que ni parecen cementerios.
Ahora que había terminado de pagar esas cuotas, iba a empezar con las de la
madre, que está medio achacosa y anda por los setenta y cinco, como Amanda. Yo
tengo ochenta, soy de Tauro y me siento más fuerte que un roble, pero Amanda es
pisciana, con su emocionalidad a flor de piel es una esponja, sensible a la
mínima variación en el medio ambiente.
El bolsillo no nos da para el “Parque de Luz” como a Hugo. Él es jefe
de ventas en una empresa importante y con las comisiones redondea un buen
sueldo. Nuestras jubilaciones apenas alcanzan para subsistir y darnos gustitos
modestos.
Hablando del tema en el bar de Ramírez, donde los
viernes voy a tomarme unos moscatos, alguien tiró el nombre de la funeraria Mataderos 24 horas. Miré al de la
sugerencia por si me estaba cargando y con mi voz ronca, a fuerza de cigarros y
moscatos, le largué:
—Ahí te sacan con las patas para adelante en cuanto cruzás la puerta para preguntar.
El otro me aclaró que el nombre se debía a que la funeraria estaba en el barrio de Mataderos, que sus precios eran accesibles y el servicio fenomenal.
—Ahí te sacan con las patas para adelante en cuanto cruzás la puerta para preguntar.
El otro me aclaró que el nombre se debía a que la funeraria estaba en el barrio de Mataderos, que sus precios eran accesibles y el servicio fenomenal.
No lo comenté con Amanda, no quise perturbarla con
cuestiones lúgubres. Desde casa tuve que tomar dos colectivos que me acercaran
a la calle Tapalqué.
La impresión del negocio fue desfavorable: un edificio descascarado, con un gran cartel que en pleno día guiñaba con luces rojas Matadero (la “s” estaba apagada), las 24 horas. Una iluminación más acorde a un albergue transitorio que a una funeraria. La oficina era un cuarto despojado con el escritorio, dos sillas, un fichero. Varios atriles adosados a la pared exhibían un muestrario de coronas, con flores polvorientas de plástico.
La impresión del negocio fue desfavorable: un edificio descascarado, con un gran cartel que en pleno día guiñaba con luces rojas Matadero (la “s” estaba apagada), las 24 horas. Una iluminación más acorde a un albergue transitorio que a una funeraria. La oficina era un cuarto despojado con el escritorio, dos sillas, un fichero. Varios atriles adosados a la pared exhibían un muestrario de coronas, con flores polvorientas de plástico.
El empleado usaba un gorrito cónico, verde; cuando se
bajó de la silla y se me acercó, me pareció que estaba ante uno de los enanitos
de Blancanieves. La punta del gorro apenas me llegaba al ombligo. Como él le
hablaba a mi bragueta —se disculpó, aduciendo que tenía tortícolis—, le dije: “mejor
nos sentamos”. Desapareció detrás del escritorio y luego resurgieron solo la
cabeza y los deditos que sostenían unos papeles.
Me entregó un formulario larguísimo, donde por poco te
preguntaban el color de los calzoncillos. Pedían análisis de sangre, de orina,
un electrocardiograma, radiografías y tomografías. Por último estaba el asunto
del garante. Ahí levanté los ojos por encima de los lentes y pregunté para qué
querían un garante.
—Y… —replicó el gnomo, después de carraspear— por si
ocurre el hecho fatal antes de terminar el pago de las cuotas. Alguien debe
hacerse cargo.
Pensé que la cosa se complicaba. Nuestro único hijo
andaba vagabundeando por los cinco continentes y trabajaba cuando no tenía para
comer. A los 40 seguía siendo un tiro al aire. La noticia más reciente es que
andaba por Mandalay, que ni sé dónde queda. Por mi parte no tuve hermanos y el
candidato más factible era Hugo, pero cómo pedirle una cosa semejante, era igual
que si le tirara otra lápida encima.
—Para qué tantos estudios —pregunté preocupado, el
PAMI* difícilmente los iba a autorizar.
—Bueno —empezó el minúsculo, frunciendo la nariz como
si ya olfateara un cadáver—, si le encuentran un cáncer o serias deficiencias
cardíacas, el costo aumenta y se reduce el número de las cuotas. Lógica pura —y
para rubricar el razonamiento, golpeteó el escritorio con un puño no mayor a
una ciruela.
—¿Y si no hay garante?
—No hay contrato —se agachó, buscando en algún cajón y reapareció con otro
formulario—. Estos son los requisitos del garante.
Lo miré rápidamente, dije, agrio:
—El garante tiene que ser poco menos que Bill Gates.
—Usted sabe cómo son estas cosas. Una vez que el difunto está bajo tierra muchos
dejan de pagar y hay que recurrir a procedimientos legales. Todo eso lleva
tiempo y limita las ganancias. Imagínese el perjuicio si la persona fallece
teniendo pagas cuatro o cinco cuotas solamente y nosotros le hicimos un funeral
con bombos y platillos, como es la política de la empresa y…
No terminé de escuchar lo que decía, con lo de los
bombos y platillos se me vino la imagen de Louis Armstrong y de una larga fila
de negros con clarinetes y saxofones, camino al cementerio, tocando un blues lánguido y brutal a la
vez: una magia de trompetas que marchaban bajo el sol de
New Orleans, los bronces relucientes, la música que preanunciaba la frase
bíblica “polvo eres y en polvo te
convertirás”, que el predicador recitaría al pie de la tumba. Y del cortejo
fúnebre musical, brotado del recuerdo de alguna vieja película, un pensamiento
impertinente, inútil, me sacó del ensueño: qué pasaría una vez que me haya
muerto, con todos los long play de jazz que había ido atesorando desde mi
juventud.
La voz de flauta desafinada del hombrecito me trajo de
vuelta al Matadero.
—… Eso
para que se haga una idea. En este folleto tiene los diferentes planes acordes
a la edad, salud y bolsillo de cada cliente. Por supuesto es más provechoso empezar
antes de los 50. Pasados los 70… —dejó la frase inconclusa—. ¿Usted tiene…?
No le contesté y le pregunté qué servicios ofrecían.
—Nuestro lema es “Definitivamente suyo”.
Sólo parcelas, nada de nichos. Tenemos nuestro campito propio en la Matanza*,
cerca del río, fue lo más barato que encontramos y si la suerte nos acompaña y
nos aumenta la clientela, pensamos comprar unos lotes más. Se llama Río celestial, en estas fotos puede
apreciar qué hermoso paisaje campestre, las parcelas están cubiertas de
dichondra, también conocida como orejitas de ratón, es más sufrida y no da el
trabajo del césped inglés, que crece tan rápido. Plantamos calas, los gladiolos
todavía no florecieron… —hizo una pausa, se miró la punta de los dedos, tal vez
buscando inspiración. Agregó—: Ofrecemos ataúdes de todos los precios,
modalidades de financiación, tarjeta, débito automático. La sala velatoria está
en el fondo, si quiere pasar a verla… además proveemos el traslado, sin
recargo, el coche fúnebre y uno para los deudos. Como verá es un poco lejos y
en otro acto de buena voluntad, un domingo por mes, don Lorenzo, el fletero de
acá a la vuelta, presta la camioneta para llevar a los familiares que no tengan
vehículo propio. Con una propina alcanza, de paso le hace propaganda a su
negocio y al nuestro.
Tomé los papeles que me tendía, me levanté y sin
saludarlo siquiera me fui caminando despacio, con una leve opresión en el pecho
y un inesperado cansancio que me hormigueaba en las piernas. Pensé que no fue
buena idea asomarme y organizar el hoyo oscuro de la muerte, que era estéril la
pregunta que me martilleaba la cabeza. Para qué preguntarse quién moriría
primero, Amanda o yo, la frágil caña o el poderoso roble arraigado, con raíces
profundas. Si yo era el primero, qué haría Amanda sola, tan vulnerable ¿cuánto
más duraría? Y de ser al revés ¿el roble no se derrumbaría como si lo hubiese abatido
un rayo?
Sin darme cuenta llegué a la Avenida Larrazábal,
estaba desorientado, tuve que preguntar a un quiosquero por la parada del 55.
Cuando subí al colectivo tambaleaba un poco, un pibe me dio el asiento. Ya no
me sentía el torito de Balvanera. En mi cabeza había un remolino turbio, ganas
de llegar a casa, de poner un disco de Armstrong, Duke Ellington, de abrazar a
Amanda, de putear por lo bajo a Hugo y sus ideas previsoras y al infeliz que me
recomendó el Matadero. También de
mirar en la enciclopedia dónde quedaba Mandalay.
©
Mirella S. — 2010 —
Glosario
PAMI: es la obra social de jubilados y pensionados, de personas mayores de 70 años.
La Matanza: es una localidad ubicada en la provincia de Buenos Aires. El río Matanza la cruza.
A lo Truman Capote el final, con toque de humor incorporado, y tú ya sabes lo mucho que me gusta el buen humor en la literatura, que lote de reír me he pegado con ese hombre buscando Mandalay en la enciclopedia.
ResponderEliminarUna maravilla el diálogo con el dueño de la funeraria y todo ese fragmento donde haces referencia a Louis Armstrong.
Bueno Mirella, las buenas historias son para que el lector las haga suyas, yo me he quedado pensando que harán conmigo cuando me vaya, aunque te juro que me da igual, una vez deje de respirar que hagan con mi cuerpo lo que les parezca, yo no creo en la carne sino en el alma, aun así fue inevitable, me hice todas esas preguntas que se hizo el personaje camino a su casa. Para eso son las buenas historias, para empatizar con el escenario que nos pinta el escritor.
Un lujo de lectura. Se me ha ido volando la hora de trayecto en el metro, y hasta he tenido que centrarme, cuando me gusta mucho una lectura me meto en el texto y acabo muy lejos de la parada prevista.
Me mantendré la espera de la siguiente maravila.
Un abrazo.
Un abrazo.
En otras épocas lograba cierto humor en mis escritos. Pero tiendo mucho más -y a mi pesar- a los relatos tristes, trágicos, sin ese toque de ironía que tanto aprecio en los que saben desarrollarla.
EliminarAgradezco enormemente el encantador comentario que me dejaste, mi querido Cuba, también me alegra que te haya servido para que el viaje se te haga más corto. Me ocurrió eso seguir de largo y no bajar en la parada que debía por ensimismarme en la lectura.
Un fuerte abrazo, compañero de letras.
Qué maravilla, me admiro de la forma tan real que tienes de describir. Lo releo y pienso que eres una escritora extraordinaria !!!
ResponderEliminarEs un relato viejo, sigo desempolvándolos porque ahora no estoy con ganas de escribir y con escasez de ideas.
EliminarAyer pasé un muy mal día (¿martes 13?) y hoy, en compensación, recibo ramos de flores de mis queridos amigos virtuales.
Gracias, guapísima.
Si hasta por morirse uno cobran estos sinvergüenzas.
ResponderEliminarEs el mejor negocio del mundo porque todos vamos a acabar igual y siempre hay clientes.
El problema como siempre es para el que se queda...
Deberíamos tirarnos al río o pegarnos fuego antes.
;)
Un gran relato, como siempre, Bella Dama.
Y besos, muchos.
Como morir nos vamos a morir todos, el negocio de las funerarias siempre prosperará y parece que cada vez están más de moda los cementerios privados, porque los otros ya no alcanzan.
EliminarGracias, ZarzaEva querida.
Abrazos y besos.
Jo... que bueno.
ResponderEliminarQue envidia me da lo bien que escribes.
Esto es una exhibición literaria.
Mi aplauso para ti.
Y mis besos.
Es un relato viejo, lo acorté un poco porque solía escribir de más.
EliminarContenta de que los que pasaron a leerlo les haya gustado.
Un beso extra por presencia perfecta, Torito.
(Aquí, en los colegios, se dice 'presencia perfecta' cuando el alumno no tiene ninguna falta en todo el año escolar)
Lo que rodea a la muerte es surrealista. Me ha encantado el relato, Mirella, hasta me has arrancado sonrisas.
ResponderEliminarBesos
Me da mucho gusto lo de las sonrisas, porque mis escritos no suelen provocarlas.
EliminarEl comercio sobre la muerte es increíble.
Besotes y contenta de recibirte en el nido, Celia.
Muy, muy bueno,
ResponderEliminarBesos
Gracias, Chaly y me da gusto que disfrutaras de las desventuras del taurino.
EliminarBesos.
realmente desborda talento
ResponderEliminarMuchas gracias por el elogio, no creo que sea tan así, pero vos sos el profe...
EliminarBesos.
jajaja, Mataderos la veinticuatro horas, muy bueno querida. Vaya maravilla de escrito, simpático y cachondo. Aquí se tiene por costumbre, o al menos antes se tenía, de pagar todos los meses una cuota a las agencias funerarias para que te entierren. Yo llevo pagando a los jodidos muertos, un montón de años. Mis padres, ya pagaban por mí. Cuando una vez la cascas, que más le dará uno donde lo entierren. Por mí como si me tiran a una charca.
ResponderEliminarBesos querida Mirella.
Ese sí que es un negocio redondo, lucran con los futuros muertos. Y muchos empiezan a pagar estando en una situación económica cómoda y después se endeudan para no perder lo pagado ni defraudar a los que todavía no se murieron... o se murieron pero aparecen en sus sueños para reclamarle la permanencia en la tumba.
EliminarMe alegro que te haya resultado agradable la lectura, a pesar de lo lúgubre del tema, aunque lo traté con cierto humor.
Besos y mil gracias, Rafa.
Que buena historia Mirella, estás regresando con todo, cuanto me alegra. El cuento de hoy tiene humor y calidad. Hay chispa en ese Mataderos al que se le cayó la s y nos deja pensando en lo que sugiere la palabra y otras más.
ResponderEliminarMe gusto y mucho. Un abrazo.
mariarosa
Estoy publicando textos que escribí hace unos cuantos años, Mariarosa.
EliminarNo pensé que les iba a gustar tanto a todos, es bastante largo, antes era "larguera", desarrollaba más los relatos o los temas daban para más.
Muchas gracias y un gran abrazote.
Me he reído, he disfrutado y me sigue emocionando lo bien que escribes, dices que lo escribiste hace tiempo, lo bien escrito no pasa de moda, siempre es actual. suelo escribir sobre cementerios, pero por el arte y la historia que encierran,solo como reportaje nunca con la literatura de tus textos. Un abrazo ya es miércoles 14
ResponderEliminarMe da placer que hayas experimentado esa gama de emociones con este relato, querida Ester. Los cementerios de Europa tienen historia y ni hablar del arte que despliegan ciertos monumentos funerarios, con esculturas dolientes pero magníficas.
EliminarSiempre me encanta tu presencia en el nido.
Un abrazo.
Muy buena la historia, a la altura de cualquiera de los fulanos consagrados que admiras en el sidebar, humor negro sutil, es un gusto leerte Mirel!!
ResponderEliminarBesos y 500 mil reverencias, adMirella!!
En el sidebar estás también vos, Edu. Están los que considero amigos virtuales por encima de toda consagración.
EliminarMe alegro que hayas disfrutado el relato.
Besos.
Me refería a los escritores!!
EliminarAunque para vos sean fulanos, siguen siendo amigos virtuales para mí.
EliminarCada uno tiene sus gustos y hay para todos.
Fantástico, entretenido y sigue muy actual Mirella.
ResponderEliminarMenudo invento este. Te cuento que en casa si estamos pagando la cuota mensual. Mnons la hizo con la mejor volultad mi suegra hace ni se sabe los años. La buena mujer ya no está con nosotros y siempre me dijo que por favor no nos borraramos... Ahí seguimos.
Besos.
Como le decía a Rafa, menudo negocio se armó alrededor de los muertos y de los que todavía no lo están. Una costumbre que no debería existir, puede volverse una verdadera carga económica para la familia.
EliminarGracias por pasar, Laura.
Besos.
Leerte es como ver una peli los viernes noche... un placer que te sumerge en la historia sin apenas darte cuenta.
ResponderEliminarExcelente Mirella.
Besitos!!!
:)
Mil gracias, guapa, contentísima de que mis textos viejitos te causen ese efecto.
EliminarUn enorme abrazo, Nieves.
Eso de el pago de sepelio y todo lo que conlleva morir es algo en lo que suelo pensar. Supongo que pasa por la cabeza de quienes tenemos un sueldo miserable. Te mandaste un cuento excelente.
ResponderEliminarSaludos
Mirá vos lo que es la cultura sobre la muerte en este mundo: vivir preocupados por cómo vamos a pagar nuestro sepelio o el de la familia. A mí el asunto de los cementerios privados me resulta incomprensible, y si te descuidás, de los cementerios en general.
EliminarGracias y muchos saludos, Raúl.
Excelente, Mirella!!! Un maravillosa descripción de los espacios, y una acertadísimo relato desde la mirada de un anciano de 80...Dentro del drama, me hiciste reir! Genial! Forte abbraccio, evviva!
ResponderEliminarAntes me gustaba jugar un poco con el humor, pero reconozco que no me es fácil, ahora ya no me sale.
EliminarMe da gusto que hayas disfrutado del personaje y sus peripecias.
Gracias, Patzy, tanti bacioni.
¡Muy bueno!No me extraña que cada vez sean más los que dejen su cuerpo para que la ciencia experimente. ¡Con lo caro que sale dejar de respirar! Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Mara, por la visita y por el comentario. Es verdad, hasta morirse cuesta caro.
EliminarUn abrazo.
A mí tendrás que explicarme quién es el torito de Balbanera, que no reconozco la referencia.
ResponderEliminarTe lo leí el día que lo publicaste pero no podía dejar un comentario, no se cargaba apropiadamente la página. Tenías razón, me ha gustado mucho. Es fantástico Mire. Es un grandioso relato con un humor negro delicioso.
Te abrazo fuerte, muy fuerte. Beeeesos
Es él, Gildo, el protagonista. Torito porque es de Tauro y se sentía más fuerte que un toro; Balvanera es el barrio donde vive.
EliminarBlogger anda muy mal, a veces no me llegan las notificaciones o lo hacen un día después y también me pasó que a ciertos blogs me cuesta entrar.
Me alegra que lo hayas disfrutado.
Más beeeesos, querido Gildo.
Ahhhhh, creía que era algún personaje de por allá. Pero mira que lo de torito por se tauro no me lo habría imaginado.
EliminarEsperaré el siguiente :D
Me olvidé de aclarar que Balvanera era un barrio de Buenos Aires.
EliminarEntre jueves y viernes publicaré otro, de unos tres años atrás, que no me gustaba como lo había escrito, pero como soy tan mala para juzgar lo mío, decidí subirlo igual.
Gracias, Gildo.
Es genial, de verdad, estupendo, bien construido,tanto en la estructura del relato como en el personaje principal, que rezuma ternura , sin que ello sea impedimento para que todo el texo derroche sentido del humor . Creo que nunca te había leído algo así. Y que deberías seguir escribiendo . Besos
ResponderEliminarGracias, Jordana por el viaje hasta el sur que te hiciste.
EliminarMuy contenta que te gustara el texto, es viejo y antes escribía cosas por el estilo.
Por el momento no se me ocurre nada y con humor, menos. Por eso sigo desempolvando textos no publicados y que habían quedado archivados en un carpeta.
Un gran abrazo.
Mirella, no te voy a engañar, me encantaría que los fuenrales fuesen fiestas celebrando la vida del difunto y los presentes en lugar de que sean un recordatorio de la muerte del primero y del dolor de los últimos. Evidentemente no es trago agradable, pero me apunto al jazz de cabeza.
ResponderEliminarLa cultura judeo-cristiana, con toda esa tradición que equipara la bondad con el sufrimiento (el que sufre es bueno y en muchos casos, ejem... no es así), me parece un modelo, cuando menos, inmoral (por muchos otros factores) y bastante poco útil. Por otro lado que los entierros no sean cosa del Estado es un poco raro, sobre todo teniendo en cuenta de que el nacimiento, la vida y la salud de un ciudadano sí lo son. En fin, paro ya, que si no voy a acabar lanzando una diatribe acerca de lo estúpido que es que el Estado no proporcione vivienda y trabajo de forma gratuita...
Un saludo! ^_^
Está bien lo de celebrar la vida del muerto, pero no estoy de acuerdo con los entierros en los cementerios ni los públicos y menos los privados, que es un lujo inútil, que sirve más de exhibicionismo de los deudos, porque el muerto ya ni se entera.
EliminarEstoy a favor de la cremación y así se dejaría de lucrar también con la muerte.
Gracias, Jorge, por tus consideraciones.
Un gran abrazote.
Que buen relato, todo una joya. Le veo un toque de humor negro muy bien logrado.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con la cremación. Los chinos son muy prácticos, acá nunca se ve un entierro de un chino. Y se sabe que murió alguien porque dejas de verlo.
Hubo una época en que le ponía un toque irónico a los relatos.
EliminarCoincido con lo de la cremación y que se acabe el negocio sobre la muerte.
Me da gusto que disfrutaras del relato.
Un abrazo, Orlando.
Muy buen relato, Mirella.
ResponderEliminarNo soy de organizar esos temas, y, cuando me ha tocado de cerca (el sepelio de mi viejo) me tocó cerrar a mí (soy el mayor de seis hermanos, y tenía por ese entonces tenía 27 años), con la ayuda de uno de mis tíos, la cuestión con la funeraria: cajón, servicio fúnebre, aviso en las radios, precio a pagar... Toda una experiencia, eh.
¡Saludos!
Es tremendo organizar la muerte de un ser querido, pero encima ocuparse por adelantado de la propia, el tema ya se vuelve agobiante.
EliminarSigo agradeciéndote toda la lectura junta que hiciste de mis últimas entradas.
Muchos saludos.