Después del
divorcio, de la muerte del padre, la venta de la casa, Piera empezó a fumar, un
recurso absurdo en el intento de velar los agujeros íntimos con el humo del
cigarrillo.
Su actividad
diaria se había incrementado: debía distribuir los muebles en el monoambiente para
que quedara un espacio amplio donde instalar el taller de arte. Le habían
aumentado las horas de clase en el Instituto y, si bien redundaba en una
entrada extra, alteraba la organización de su tiempo. Entonces comprendió la
importancia del “vil metal” si deseaba concretar lo que se había propuesto.
Sonia formaba
parte de sus proyectos. Quería ayudarla a mudarse de ese lugar miserable en el
que vivía, que tuviera un mobiliario propio e hiciera su nido, como ella estaba
armando el suyo.
Fue a ver a Bruno, alojado en un hotel en pleno centro. Él la hizo esperar un buen rato antes de bajar al amplio y pretencioso vestíbulo.
Fue a ver a Bruno, alojado en un hotel en pleno centro. Él la hizo esperar un buen rato antes de bajar al amplio y pretencioso vestíbulo.
—Quiero ver el
testamento —lo encaró Piera a modo de saludo.
—Bueno bueno, la
idealista muestra por fin su verdadera cara angurrienta*.
—Mirá quién
habla, el que se quedó con todo, también con la parte de Elio.
La expresión de
Bruno cambió del sarcasmo condescendiente a la dureza del granito. En los ojos
le latía el fuego arcaico del odio. Antes de que su hermano reaccionara, Piera
siguió:
—No sé si babbo me
dejó algo ni si tenía dinero guardado, asumo que sí, por la herencia de la
panadería y la casa de los abuelos de Roma. Como hijo único ligó* todo,
nosotros, en cambio, debemos dividir en partes iguales, te guste o no. A menos
que pruebes, lo que dejaría muy mal parada a mamá, que no soy hija biológica de
Renzo. Lo único que me unió a él: lo biológico. Y es lo que cuenta legalmente.
Seré idealista, pero no boluda*.
Piera quedó sin
aliento y con la boca seca, preguntándose de dónde había sacado el coraje y las
palabras para enfrentar a Bruno. Seguramente porque no luchaba por algo para
ella sola.
—No hay nada de
esa herencia, la fue gastando para vivir y mantener a la Rusa —dijo Bruno, seco
y tajante.
—Qué va a
gastar, si era un amarrete* y vos su fiel heredero. Y si es como afirmás, tengo
el derecho de corroborarlo. Mostrame el testamento, no me hagas ir al Colegio
de Escribanos. Ya no me engrupís* más ¡tramposo!
La cara de Bruno
pareció deshacerse, como si los músculos se le hubieran aflojado.
—Ahora te lo
bajo —dijo entre dientes.
Regresó con una
carpeta que llevaba su nombre: Piera Conti. La tiró sobre la mesita ratona que
los separaba.
—Ahí tenés tu
herencia, la podés despilfarrar en tus pinturitas y cuadruchos de mierda. En
cuanto a Elio: está muerto.
Bruno se alejó
con el paso elástico de un animal que se bate en retirada. Piera pasó por alto
la última frase de su hermano, la interpretó como una forma simbólica de
manifestar lo que Elio significaba para él. Tomó la carpeta y se levantó.
Estaba tranquila, había dicho lo que quería decir y descargó lo que le ceñía la
garganta y le empantanaba la mente.
En ese momento no
era la herencia material aquello que la preocupaba sino la genética, que
tuviera patrones de conducta demasiado semejantes a los de su familia. Esa tarde
se había comportado al estilo de Bruno y con la franqueza brusca, sin medias
tintas de su madre. Pensó cuánto influían los genes en su forma de ser.
Era indudable
que había en ella el dejo melancólico y una tendencia a la soledad igual que su
padre, pero también a plantarse sin vueltas y apasionarse como lo hubiera hecho
Luciana.
Físicamente
tenía un poco de todos: alta, con el pelo oscuro y delgada igual que Renzo y Elio;
los ojos, en cambio, eran una mezcla entre el azul claro de los de su madre y
los nocturnales de Renzo y Bruno, lo que le daba un extraño color entre
avellana y gris, que variaba dependiendo de la incidencia de la luz.
Reconoció que
siempre buscaría aquello que la diferenciara de sus progenitores, de lo absorbido
en el ambiente familiar, el pequeño porcentaje propio. Debía aceptar que estaba
hecha de fragmentos, que era una especie de patchwork* y que lo heredado habría
que transformarlo y hacerlo suyo.
Al llegar a la
parada del 92 abrió la carpeta. Estaba tan asombrada por lo que leía que no
advirtió la llegada del colectivo.
Glosario
Angurrienta: codiciosa.
Ligar: conseguir, obtener.
Babbo: modo familiar de decir papá en ciertas
regiones de Italia.
Boluda: estúpida (coloquial despectivo)
Amarrete: avaro.
Engrupir: mentir, engañar.
Patchwork: manta
o acolchado hecho con la unión de pequeñas piezas de distintos colores o
estampados cosidas entre sí.
Sinopsis
Piera (1970): rememora y reflexiona sobre momentos claves de su historia. Es maestra de arte y artista plástica. También decide recurrir a la escritura para profundizar más su viaje al pasado.
Luciana, su madre, muere cuando Piera tiene diez años. Renzo, su padre, al poco tiempo de enviudar se casa con Sonia (la Segunda). Es profesor de francés, italiano y latín. Cae en depresión con la muerte de Luciana. Elio, es el hermano dieciocho años mayor, muy querido por Piera. Es periodista. Estuvo poco en la casa, durante la dictadura militar tuvo que exiliarse. Bruno es el segundo hermano -con el que Piera se lleva mal- es agente financiero y su única preocupación parece ser el dinero. Tiene una feroz pelea con Elio, que es echado de la casa por su padre. Ella desconoce lo que ocurrió entre los hermanos.
César es abogado, Piera se casa con él a los veintiún años y se separa cinco años después. Es César quien le da indicios sobre el secreto familiar. Piera visita a Micaela (que fue la novia de Bruno) y ella le confirma la sospecha de César: que con Elio eran amantes.
Al poco tiempo de separarse de César, muere repentinamente el padre de Piera y Bruno vende la casa familiar sin consultarla. También hace trampas con el Testamento. Ante la soledad de Sonia, Piera empieza a acercarse a ella.
© Mirella S. — 2017 —