Es un cuento viejo y largo, que dividí en dos partes. Espero que se enganchen...
Quién sabe qué sutiles asociaciones
(una lectura, un olor, probablemente la fecha, seis de enero) dispararon el
recuerdo escondido en los dobladillos de la memoria, que me condujo a ese
verano en la quinta del tío Julio: el verano en el que para mí terminaron
muchas cosas, justo el día de Reyes.
La compra de una casa quinta, que hizo
el hermano mayor de papá, reunió a parte de la familia en los días previos a
fin de año. Fueron los más viejos, sin los hijos, y con mis seis años, tenía
por delante unas vacaciones que transcurrirían con el ritmo de un lento bostezo.
Y de yapa, junto al tedio caliente, las recomendaciones de portarme como una
señorita: no interrumpir a los mayores, no hacer alboroto, masticar con la boca
cerrada. Eran otros tiempos.
Mientras íbamos para la quinta, mamá
con su modo lejano, me hizo repasar cada una de las reglas. Papá manejaba
absorto, esas tareas no le competían.
Al tío Julio no lo veíamos mucho; de
él mamá comentó una vez: a tu hermano se
le subieron los humos a la cabeza, frase que no entendí, y con obstinación
le miraba la calva con pecas, a la espera de que ese acontecimiento inaudito
sucediera. Hasta que —como un tábano molesto— en mis oídos zumbó la norma ya
asimilada: es de mala educación mirar fijo a la gente. Sin embargo, antes de
ese verano la que me caía mal era la tía Mechita, una especie de chichón de la
tierra, una comparsa muda que tenía la costumbre de frotarse las manos como si
le picaran o esperara algún final truculento. En cambio papá le había puesto el
apodo de Poncia Pilatos y decía que era una suerte que los tíos no tuvieran
hijos.
De la quinta me quedó una vaga
imagen, a esa edad todas las cosas me parecían descomunales. Llegamos una tarde
sofocante; también estaban los cuatro abuelos, que en mi percepción de aquel
entonces, eran más viejos que Papá Noel. Julio hizo de cicerone, conduciéndonos
en un tour, por un laberinto de cuartos y pasillos, hasta el patio trasero.
Bajo los árboles había unas sillas de mimbre y la casa estaba rodeada por un
parque salvaje; el tío aclaró que aún no había podido diseñar el jardín de
estilo francés que tenía “in mente”. Me acuerdo que era un conversador
indomable y movía mucho las manos, a pesar de que la rama paterna es de origen
germánico. No parecía hermano de papá.
Las imágenes de esa época son
instantáneas, sin continuidad, con baches de tiempo, ya no sé si la cronología
de los hechos es precisa. Sobre lo ocurrido sobrevuela una neblina
distorsionante y si miro hacia atrás me pregunto cuánto hay de cierto en los
personajes que quedaron impresos en esos recuerdos trabajados por los años. O
por qué la memoria selecciona determinadas palabras y escenas, que perduran
como fotogramas de una película.
Podré no estar segura de qué me
provocaba la tía Mechita o si el tío Julio era tan farolero, sin embargo nunca
voy a olvidar el espanto que me produjo el tatadiós que vi en la quinta de los
tíos. El horror del cosmos se concentró en ese bicho verde que se comía viva
una mariposa con alas de seda: la naturaleza que se nutre de sí misma para
seguir preservándose. Fue mi primer encuentro con el brutal arte de la
supervivencia, con la vida que se traga lo vivo para no morir y mantener su
latido un poco más.
La hora de la siesta se estiraba en
el calor y en la pereza. Para los mayores era un ritual acostarse en los
cuartos en penumbra, bajo las paletas lánguidas de los ventiladores de techo. A
las tres todos se retiraban y reaparecían a las cinco. En esas dos horas fui
libre de vigilancias y retos. Me escurría por el patio de atrás para explorar
la “selva”. Al tatadiós lo descubrí en el ocio de la siesta, donde se respiraba
un simulacro de quietud, mientras la vida y la muerte se perseguían por los
matorrales.
Iba brincando entre el pasto alto y
desprolijo con los versos del buenos días
su Señoría, mantantiru-liru-lá, cantados
a media voz para que no me escucharan, los ojos enormes por la novedad de
la excursión. Una mariposa de las grandes irrumpió en la tarde con su aleteo
incierto. La seguí, era oscura con pinceladas amarillas, las alas terminaban en
dos colas como tijeras. Por fin se posó sobre una flor de aspecto estreñido,
que apenas debía tener unas gotas de néctar.
El aire pareció estancarse por unos
segundos. El resorte verde se tensó disponiéndose al salto sorpresivo, atrapó a
la mariposa ante mis narices y empezó la cruenta comilona. Ese palito verde de
ojos ámbar, para mí de un tamaño desmedido, procedió a tragarse primero la
cabeza, mientras las patas se agitaban en el aire espasmódicamente. Yo, nena
que vivía en la pulcritud de un departamento, que nunca había visto cómo una
araña desde el centro de su red caza una mosca, contemplaba hechizada el festín
y me mantuve allí hasta el final, hasta que de la incauta no quedó más que el
polvillo de sus alas en la boca voraz. Después el asesino juntó las patas
delanteras en una plegaria de agradecimiento por el magnífico banquete, se
arrastró por la rama y desapareció, verde entre el verde de las hojas.
Con la conmoción casi me olvidé de
volver a mi cuarto antes de las cinco. Hubiese querido preguntar en seguida, no
era el momento oportuno, los mayores estaban tomando el té con masitas,
trenzados en conversaciones imposibles de interrumpir.
Cuando los hombres se fueron, mamá se sentó apartada de las abuelas y de la tía Mechita. La recuerdo así, un poco ausente, como si en ciertas ocasiones de ella quedara el cuerpo vacío o el fantasma de sí misma y había que llamarla varias veces para que volviera.
Cuando los hombres se fueron, mamá se sentó apartada de las abuelas y de la tía Mechita. La recuerdo así, un poco ausente, como si en ciertas ocasiones de ella quedara el cuerpo vacío o el fantasma de sí misma y había que llamarla varias veces para que volviera.
Mami, mami, vi un bicho enorme y flaco ¿Qué, hija? Era todo verde, se
comió un mariposón entero, después juntó las patas de adelante y rezó… Ah, sí,
la mantis religiosa, me dijo, y se
miró distraídamente las uñas rojas. Mamá sabía muchas cosas porque era maestra;
sonrió, y como si me hablara desde otra orilla, agregó: acá le dicen tatadiós. Y volvió a alejarse.
Busqué al tatadiós en las siestas
siguientes, con miedo, asco, y la dualidad de querer verlo y temer encontrarlo.
Él permaneció oculto. Ahora pienso: igual que mamá.
© Mirella S. —2010—
Continuará el próximo jueves...
El Tatadiós se lo comió la Tía Mechita.
ResponderEliminarEsa si que era peligrosa.
Besos.
Jajaja... Torito, no te anticipes con la tía Mechita.
EliminarGracias por "comerte" todo el texto, te espero el jueves.
Besos.
Me gusta el ambiente de la mansión en la hora del sesteo. La exploración de la niña que la lleva a descubrir "la ley de la selva." El depredador se alimenta del ser débil y precioso, sin tener en cuenta su belleza. Sólo busca sobrevivir un día más. en cuanto al nombre de la mantis: tatadiós, me parece magnífico, entre enigmático misterioso.
ResponderEliminarSigo disfrutando con tus letras.
Un abrazo.
Me alegro que nos sigamos leyendo, José. Yo también espero el desenlace de tu historia.
EliminarHasta el jueves y gracias.
Jajaja se me ocurrió lo mismo que a Toro Salvaje. Eso fue el 6 de enero o tiene que ver la fecha con la continuación del cuento?
ResponderEliminarEspero la continuación, me hiciste revivir muchas de mis siestas, escapadas la mayoría de las veces porque a mi me querían obligar a dormir y yo las detestaba. Era tanto lo que me perdía si la hacía.... Se lee fácil y rápido, no temas en la longitud
Cariños
El seis de enero viene en la próxima entrega, esto fue antes.
EliminarQué malos, che, con la pobre Mechita, después te vas a arrepentir de tus oscuros pensamientos... jajaja....
Si, las odiosas siestas; de chica vivía en una casa con jardín al fondo y también iba a inspeccionar los bichos que lo habitaban. De ahí me surgió la idea del relato.
Besos agradecidos y cuento con vos para el final.
Me recordaste a ese pueblito donde también íbamos a veranear... y todas las lecciones de mi mamá y mi abuela. Mi padre por suerte, me dejaba escaparme durante esas horas soñolientas en las que con Joan íbamos hasta la orilla del río a cortarle las colas a las lagartijas, a sacar de las piedras las lombrices... y a meternos el miedo en el cuerpo con algún que otro Tatadiós.
ResponderEliminarMadre Naturaleza que nos acogía y nos salvaba, asicomo nos iba creciendo y paulatinamente robándonos la inocencia.
Sentí empatía con tu texto. Gracias por removerme los cimientos.
Besos, bella dama.
Me encantó el comentario, compartiendo tus experiencias infantiles. A pesar de la inocencia había un fondo de crueldad o de curiosidad en la infancia, vos le cortabas las colas a las lagartijas y yo hacía una pila con unos gusanos (llamados bichos canasto, porque se envolvían en una especie de cestito que se hacían con ramitas tiernas) y los prendía fuego.
EliminarLo recuerdo y me horrorizo.
Gracias por la empatía, Zarza.
Besotes.
Pues me enganché, así que espero el jueves con deseos de averiguar que pasó el día de reyes. Un abrazo
ResponderEliminarMe alegro haberte enganchado, Ester. Nos volveremos a juntar el jueves después del desenlace.
EliminarGracias y abrazos.
Esas experiencias de la infancia que nos marcan, nos dejan para siempre la sensación de haber estado en un buen lugar en un buen tiempo. Un abrazo.
ResponderEliminarAhora apareció tu comentario en el blog. Gracias, Darío, pero esperá para el final, verás que no todo fue idílico en la infancia de la protagonista.
EliminarUn abrazo.
felicitaciones Mirella!!!
ResponderEliminarsin querer tu cuento me llevó a mis temporadas en el campo cuando era nena a casa de la abuela y los primos y tíos y lugares y rincones mágicos
,fueron mis vacaciones más bellas, allí aprendí a caminar y cada verano hasta los doce años
mis panoramas eran los campos, las trillas, la montaña, la era y sus cuentos de brujas, los caballos, las ranas y sapos, y todos los bichos
gracias por este momento flash en mis sensaciones y emociones de antaño
buena semana, besitos
Me alegra mucho, Elisa, que esta parte del relato te haya despertado gratos recuerdos de tu infancia y los revivieras.
EliminarComo le dije a Darío, la próxima entrega no será tan feliz. Pero no voy a anticipar nada más...
Abrazos, linda.
Y quien hizo desaparecer al Tatadiós?????
ResponderEliminarComo el pasado nos regresa cuando desapolillamos los recuerdos de la infancia.
Abrazos
Carlos
Nadie lo hizo desaparecer... o sí... quién sabe... sigue el jueves, Carlos y allí sacarás tus propias conclusiones.
Eliminar¿Qué pasa con tu blog, lo cerraste?
Abrazos.
no... SOLO CAMBIÉ EL LINK... AHORA ES: http://cuentos-y-algo-mas.blogspot.mx
EliminarABRAZOS
CARLOS
Soy muy torpe con estas cosas, pero voy a mirar cómo cambiarlo.
EliminarEl asombro intacto de la niña que descubre lo cruel de la naturaleza, insólito para la bondad de un chico, que haya bocas con dientes y aparatos digestivos caníbales que se tengan que comer a otro ser vivo para sobrevivir, es un HORROR; yo también fui chico, pero hasta ahora me deben una respuesta a la pregunta de por qué ese brutalismo.
ResponderEliminarMe enganché con los dobladillos de tu memoria y la forma como lo relatas ¡MAESTRA!!!
Bacio, Mirella!!
Cuestión de supervivencia, amigo Campi. El estómago manda... a un león no le podés dar una planta de lechuga y un tatadiós está diseñado par comerse a otros bichos. Parece terrible pero hay un orden interno en todo esto, un equilibrio natural.
EliminarCuesta entenderlo, por eso no me gusta la carne y estoy contenta de poder elegir mi alimentación.
Te voy a alcanzar una aguja -por si al engancharte- se te descose el dobladillo...
Gracias, Eduardo, ricambio il bacio.
Aunque no comas carne usas zapatos y carteras de cuero... (No estás a salvo) ¡¿Qué decís a ésto?!
EliminarHace rato que suprimí las carteras de cuero por coquetos bolsitos de tela o de plástico, lo mismo los zapatos: mucha zapatilla de lona o de una cuerina ecológica. ¿Vos no eras también vegetariano, cómo te arreglás?
EliminarNo carne, si pescados, no salsas, no postres, si lácteos, desde que me casé todas comidas rápidas por incompatibilidad de señora con la cocina, heladera vacía y abundante tráfico de delivery de pizzas para recuperar la alegría de vivir. Ecce homo!!
EliminarJajaja... pobre Eduardo, castigado sin salsas ni postres... eso te pasa por casarte...
EliminarLa heladera vacía, sin embargo, sirve para evitar la tentación de los atracones, que nos produce la ansiedad.
Es uno de los bichos que mas me gusta.
ResponderEliminarEstaré atento al desenlace de la rememoranza.
Besos
Sobre gustos no hay nada escrito o, ya que estoy con refranes: hay gustos que merecen palos...
EliminarContenta de que estés atento.
Besos, Chaly y gracias por pasar.
La memoria siempre es selectiva. Me gusta como nos presentas a los miembros de una familia peculiar.
ResponderEliminarParece que "la mamá" guarda algo en su mente que la hace permanecer ausente, con un áurea triste (al menos así me ha llegado a mí)
Volveré para leer como sigue.
Un besote!!
:)
Bien captado, Nieves, ya te enterarás de cómo termina la historia.
EliminarEn esta parte sólo está la presentación del conflicto.
Un beso grande y gracias.
Me gusta. Un buen comienzo con un ambiente muy bien narrado y tu descubrimiento de ver el tata dios comerse una mariposa; terrible.
ResponderEliminarespero la segunda.
mariarosa
Es uno de los pocos cuentos míos al que le tengo cariño. Me cansé de corregirlo y ahora, que se ha formado un grupito lindo y bastante afín, me dieron ganas de compartirlo.
EliminarMe alegro que esta primera parte te haya interesado, Mariarosa.
Besos.
Maravillosa tu manera de narrar, de mostrar. Me atrapa por entero la atmósfera que sabes pintar con los personajes de la historia, así como la escena-sorpresa con tatadiós. Espero el resto y desde ya te felicito.
ResponderEliminarMilbesos, linda.
Gracias, Soco, va a ser un año y medio que abrí el blog y todavía sigo sorprendiéndome por las hermosas apreciaciones de todos ustedes.
EliminarUn fuerte abrazo de tarde lluviosa.
Animalito, tan simpático y tan necesario, como cualquier administrador de muertes... Enganchado quedo hasta el jueves.
ResponderEliminarAbrazos, siempr
EL bicho no me parece muy simpático, pero es necesario, aunque se haga festines con las mariposas.
EliminarEs un buen síntoma que quedaras enganchado, Amando.
Abrazo.
Hace tiempo escribiste un relato -no recuerdo cuál- y yo te dije que estaba escrito con la pluma de los grandes -no era tampoco la primera vez que tus relatos me inspiraban tales pensamientos, claro-, en esta ocasión, lo mismo. En general tienes un nivel muy alto y como somos humanos tenemos días mejores y peores, evidentemente. Y es impresionante cuando te encuentras con un texto brillante. Hoy he escrito por ahí que no leo mucho, pero no leo tan poco como creo y la verdad es que os leo mucho a unos pocos, y me encanta. Muchas gracias, Mirella.
ResponderEliminar¡Un abrazote! ^_^
¡Qué lindo comentario, Jorge! Da mucha satisfacción saber que cuando llegan a este nidito les gusta lo que encuentran e incluso lo disfrutan.
EliminarNo siempre se puede mantener el mismo nivel, hay momentos que las palabras fluyen como si alguien nos las estuviera dictando y otros en que no acertamos en el desarrollo o no encontramos las imágenes adecuadas. Lo importante es perseverar y corregir, yo corrijo mucho.
Un placer tenerte por aquí, Jorge.
Abrazo grande.
Me gustó, ¿Qué sucedió luego, el día de Reyes?
ResponderEliminarGracias Marybel... el jueves lo sabrás, falta poco.
EliminarAbrazo.
SIEMPRE TÚ TAN GENIAL!!!!!
ResponderEliminarUN ABRAZO
¡Gracias, señor piropeador...!
EliminarOtro abrazo, desde el sur.
ResponderEliminarRelatas muy bien, Mirella. Estupendo ver como una araña atrapa a una mosca... y dejarse caer por la cadencia del relato.
· un abrazo
· CR · & · LMA ·
Querido Bolo, todavía no entiendo cómo me siguen leyendo puntualmente tantos seguidores de sexo masculino. Y se enganchan con mis historias de mujeres melancólicas o locas y niñas inocentes y solitarias.
EliminarDesde ya muy agradecida.
Abrazo.
Eres una gran escritora, y a los hechos hay que remitirse. Tiene que ser uno muy inteligente para plasmar tales maravillas. Tal y como lo narras, parece que uno lo esté viviendo.
ResponderEliminarBesos y abrazos Mirella, y que esa fuente de sabiduría te acompañe durante muchos años.
Sabiduría no me reconozco, Rafa; tal vez demasiada sensibilidad, que por un lado me hace empatizar mucho con lo que me rodea, pero por otro, todo se sufre más.
EliminarSiempre es un gusto recibirte en este espacio.
Abrazo grande.
Muy bueno, pero me quedé con las ganas de saber cómo termina la historia!!! El día que encontré un tatadios en el patio de mi casa lo maté a escobazos. Me asusté tanto, mis hijos eran pequeños y como nunca en mi vida había visto uno recurrí a la barbarie de matar antes que investigar qué era. Luego alguien me sacó de la ignorancia y arrepentida de semejante gesto de violencia, ya era tarde. Nunca volví a ver otro igual. Felicitaciones Mirella!!!
ResponderEliminarBienvenida, María del Carmen. Ya está publicada la segunda parte en el blog, figura como Tatadiós II... que es donde sucede lo mejor... jajaja...
EliminarPara mí el tatadiós es un bicho horrible, pero cumple sus funciones dentro del orden natural. De chica les tenía pánico.
Gracias y espero que puedas leer la segunda parte, así no te quedás con la intriga.
Besos.
Me encanta la perspectiva de la niña desde la evocación de la mujer. Cómo describe los personajes y cómo se describe así misma. Narra desde el presente con la ternura, la sorpresa y cierta ingenuidad característica de la niñez.
ResponderEliminarLa calva a la que se le suben los humos y a lo mejor por eso se quedo sin cabellos. La tía Mechita, que no falta en toda familia y la admiración por la sapiencia de la madre.
Encantador este relato Mirella con frases como estas:
“O por qué la memoria selecciona determinadas palabras y escenas, que perduran como fotogramas de una película.”
Dice mucho de esa memoria selectiva o voluble que en cada individuo es distinta pero nunca indiferente.
“Fue mi primer encuentro con el brutal arte de la supervivencia, con la vida que se traga lo vivo para no morir y mantener su latido un poco más.”
Una bellísima forma de lo que en las escuelas nos dicen que conforman la cadena alimenticia, al final un ciclo de supervivencia o más tarde, algún terapeuta nos lo explica como cuando nos da luces sobre el instinto de conservación. Al final no sabe uno si son eufemismos o realidades.
Me encantó Mirella, felicidades.
Tus comentarios son muy especiales, Gonza, por la calidez y la mirada. Los agradezco mucho y como vi que leíste la segunda parte, voy a ver qué te pareció el final.
EliminarUn beso grande.
Muchas, muchas frases interesantes, habituales, que muchos escritores en su deseo de parecer doctos, no usan. me gusto muchos, aparte de todo el relato cuya continuación espero ansioso: "la naturaleza que se nutre de sí misma para seguir preservándose". Excelente forma de usar nuestro gran idioma en un excelente relato. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Arpon Files y bienvenido. Pongo especial atención en el cuidado de la forma, que es lo que hace que el contenido interese.
EliminarMuy amable su comentario y me alegro que la lectura haya sido placentera.
Abrazo.
Me has hecho vivir cada momento con tu sensibilidad.
ResponderEliminarTengo que agradecerte la paciencia por leer este relato tan largo, justamente vos, Mr. Microstories... aprecio esos gestos. Me alegro que te gustara el relato.
EliminarUn abrazo, Carlos.
Querida Mirella:
ResponderEliminarDisfruté muchísimo tu relato. Me gustan estas historias basadas en nuestros recuerdos, en esa memoria caprichosa, que sólo guarda ciertas cosas.
Me leo la segunda...
Abrazote.
Gildo, el relato no es autobiográfico; lo único personal es lo referente a la mantis, que la encontré cuando era muy niña y me espantó cuando vi que se comía a una mariposa.
EliminarGracias por la lectura.
Abrazo grande.