El hombre
corpulento se paró en la puerta y titubeó ante el cartel “Se ruega silencio”. Asomó la cabeza y vio las numerosas
estanterías llenas de libros que formaban pasillos dividiendo la sala. Detrás
del mostrador una empleada con guardapolvo celeste, revisaba un fichero. El
hombre sostenía algo entre sus dedos gruesos y oscuros. Por fin dio unos pasos
y se acercó al mostrador.
—Buenas tardes
¿en qué lo puedo ayudar? —murmuró la empleada, casi sin mover los labios.
El hombre,
miró el cartel, se aclaró la garganta con un sonido que parecía un trueno, y
dijo:
—Vengo a…
—¡Shhh!
—Perdón, yo no…
—se disculpó el hombre y su voz retumbó en el silencio de la sala, multiplicándose.
—Por favor, no
grite —la empleada lo amonestó con un índice torcido por el reuma.
—Bué… ejem…
ejem… —carraspeó el hombre roncamente.
—Silencio, un
poco de respeto —la voz tajante provenía de unas mesas de fórmica, cercanas al
mostrador. La cabeza de un hombre con anteojos emergía de una alta pila de
libros y miraba al grandote con el ceño fruncido.
—¿Es que no
puede hablar más bajo? Dígame qué necesita —musitó la bibliotecaria.
El hombre
grandote negó con la cabeza y se tocó la nuez de Adán. Puso un libro sobre el mostrador.
—¿Viene a
devolverlo? ¿A nombre de quién? —preguntó la empleada en un susurro.
Por el pasillo
más próximo apareció una mujer con una melena de un rojo deslumbrante. Usaba
un vestido suelto y largo y unas sandalias franciscanas. Se detuvo junto al
mostrador. Traía un libro de un tamaño considerable.
—Hoy me castigo
con el Eneagrama —le dijo a la
bibliotecaria, con una voz delicada, apenas audible.
El grandote
había sacado del bolsillo una boleta doblada, la estiró y, trabajosamente,
empezó a escribir algo en la parte de atrás. Le dio el papel a la bibliotecaria
que, dándole la espalda, se inclinó hacia la colorada.
—“Mi nene se
llama Juancito Peña y está enfermo —leyó entre dientes—, y bine a debolber el
libro que sacó. Quiero llebarle otro”. —con
un gesto despectivo acotó—: Ni escribir sabe.
—Qué le pasa
¿es mudo? —preguntó la colorada.
—Nada que ver,
tiene una voz de bulldog y con dos
palabras me alborotó el lugar. No me acuerdo del mocoso, pero eligió bien:
Wilde, El príncipe feliz. Quién sabe
si lo terminó de leer —dijo y colocó el libro en un carrito, encima de otros. Y
volviéndose al hombre—: El sector de literatura infantil está al fondo, por el
pasillo central.
Él asintió y
fue hacia el sitio que le indicaba la empleada, con unos pasitos raros como si caminara
en puntas de pie.
—Por fin me lo
saqué de encima. Parece King Kong en una cristalería —dijo la bibliotecaria, casi
en la oreja de la otra mujer. Suspiró y miró el reloj—. Todavía tengo para una
hora más. Esta tarde es interminable, cada vez viene menos gente.
La colorada
sonrió con la sonrisa de quien piensa en otra cosa.
—Claro. Si
querés te espero, tomamos un café y te cuento la última de Alberto, ese hijo de
mala madre —habló con la mano arqueada formando una especie de pantalla sobre
la boca y miró en dirección al de anteojos, inmerso en los libros.
—Qué, de nuevo
te dejó plantada.
—Ojalá fuera
eso. Después hablamos. Mientras te
espero voy a curiosear otro poco en el sector de la
New Age.
—Acá estaré
—contestó la otra, en un murmullo resignado.
La colorada
pasó junto al hombre grandote que, con aire inseguro, miraba los libros
infantiles. Se acercó, pasó revista a algunos
títulos y con una uña larga y roja como el pelo, dio golpecitos en el lomo de
uno.
—Si a su hijo
le gustó Oscar Wilde, le puede interesar este otro —dijo con su voz leve.
El hombre la
miró con cara de no entender. Tomó el libro que ella le ofrecía y lo sostuvo
entre los dedos con cutículas bordeadas de negro.
—Es mecánico
¿no? —dijo la colorada—. Mi papá tenía
las manos igual. Ni con cepillo y lavandina se las podía limpiar…
Hizo una pausa
y agregó:
—Si quiere
hojear el libro, allá tiene para sentarse.
El hombre movió
la cabeza hacia arriba y hacia abajo y sonrió como un chico ante un regalo. La
mujer lo saludó agitando la mano y desapareció en el pasillo siguiente.
El hombre se
sentó en un silloncito, con el cuero ajado. Apenas cabía. Abrió el libro y leyó
el título: Cuentos de Oriente para niños
de Occidente, Antología sufi.
Hizo correr las hojas, no tenía dibujos. La expresión agradecida de a poco se
convirtió en decepción. Se levantó, dejó el libro sobre el asiento y volvió a
acercarse a la estantería. Del otro lado se oyó un cuchicheo.
—Y qué hiciste
—era una voz masculina.
—Nada, me quedé
paralizado —dijo otra voz masculina, más opaca.
—Ellos, qué te
dijeron.
—Me
acribillaron a preguntas.
—Y ahora, qué
piensan a hacer.
—No lo sé.
Espero que me crean.
El hombre
grandote se agachó para mirar a través del hueco que había entre dos estantes,
pero las voces ya se estaban alejando. Sus ojos quedaron a la altura de una
fila de libros todos del mismo tamaño, con lomos amarillos y letras negras.
Sacó uno al azar: tenía una llamativa ilustración en la tapa. Una sonrisa
soleada le amansó la cara.
Se quedó un
buen rato pasando las hojas; miraba los dibujos hechos con tinta negra, leía
algunos párrafos. Con el libro debajo del brazo regresó al mostrador.
Eran las siete
menos cinco, la bibliotecaria se había sacado el guardapolvo y conversaba con
la colorada.
—Me lo llevo. El Corsario Negro, lo leí cuando tenía
diez años, la misma edad que el Juancito. La colección Robin Hood… todavía se
consigue…
La voz del
hombre rebotó en las paredes y las palabras cayeron como una lluvia de piedras,
pero esta vez nadie chistó. La mesa que ocupara el hombre de anteojos estaba
vacía y algunas luces ya habían sido apagadas.
La
bibliotecaria, en un tono monocorde preguntó:
—A nombre de.
—Juan Peña. Lo
voy a leer con él —del vozarrón se desprendía orgullo.
Ella anotó los
datos en una ficha y le entregó el libro.
—Tiene que
devolverlo en una semana. Buenas tardes.
—Buenas tardes.
—Se fue
contento —comentó la colorada—. Me hizo acordar a mi viejo.
—Ajá —bostezó
la otra y apagó las últimas luces.
©
Mirella S. — 2010 —
apenas un ejercicio sin pretensiones-dices-.
ResponderEliminarA mi me dice un montón de cosas y me ha encantado. Encierra, en su aparente sencillez, un montón de ternura. De esa ternura que pasa casi desapercibida, de puntillas...
Un abrazolargo.
Es verdad lo que decís, Soco, cuando lo escribí varias personas me hicieron esa devolución.
EliminarLos primeros cuentos del regreso fueron así, después me puse más densa y oscura.
Gracias por abrazo y por tu presencia.
Pues hace tres años escribías muy bien. Es un texto que mientras ríes puedes llorar, ese hombre grande es muy tierno. Abrazos
ResponderEliminarMe gustó describir ese personaje, creo que eso se nota y por eso llega.
EliminarEster, abrazos y besos.
Extraordinario, me ha hecho pensar que muchas veces las personas que están al cargo de una biblioteca tienen mucho que ver con crear nuevos lectores o no.
ResponderEliminarNo soy ni fui asidua de bibliotecas, pero las veces que lo hice me encontré con empleados muy poco dispuestos a ayudarte y ni hablemos de amabilidad.
EliminarTracy, un abrazote.
Pues el nudo, Mirella, es un hermoso lazo.
ResponderEliminarGracias Angelines, una alegría que te haya gustado.
EliminarAbrazo grande.
Mirella precioso relato nos dejas lleno de ternura, seguramente el hombretón del vozarrón sería el ser más feliz de este mundo leyendo junto a su hijo El Corsario Negro.
ResponderEliminarFelicidades por la historia
Imagino que sí, simpleza llena de una sensibilidad incomprensible para otros.
EliminarMuy agradecida por tu comentario y por tu vuelta al mundo bloguero.
Abrazos.
Un libro de una biblioteca, es un libro feliz, como el Corsario Negro para Juancito y su padre.
ResponderEliminarComo decía Mafalda: «¿No sería maravilloso el mundo, si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?...»
abrazo
También sería maravilloso si los empleados de las bibliotecas tuvieran un alma en vez de un pergamino arrugado. Te lo digo por experiencia.
EliminarGracias Lucre, abrazo grande.
A mi también me ha despertado ternura. Un hombre tan rudo que intuyo o al menos así lo imagino casi no sabe leer, hace el esfuerzo de enfrentarse a un lugar totalmente ajeno a él. Incluso orgulloso comenta que lo leerán juntos.
ResponderEliminarLa buena voluntad de las personas, de los buenos padres siempre enternecen.
Me encantó leerlo y disfruté leyéndolo.
Besos Mirella :)
Que el grandote no tenga instrucción y no pueda adaptarse a ese Olimpo de los libros, no le impide ser un padre amoroso, que quiere compartir su propia infancia con el hijo.
EliminarGracias Nieves y un gran besote.
:—)
Es verdad. Como si el contexto ideológico de este ejercicio narrativo fuese la ternura. Un abrazo.
ResponderEliminarArranqué con personajes tiernos, pero vos que me venís leyendo desde que abrí este espacio, te habrás dado cuenta que después la cosa se puso más espesa.
EliminarGracias Darío, por estar siempre.
Abrazo.
Pensé que terminaría con un giro que hiciera emblandecer el corazón de esa bibliotecaria amarga y mala onda. Pero no, termina y punto, dejando al lector con una sonrisa en el rostro. El hombre está envuelto en un aura de ternura impresionante. Me gustó mucho.
ResponderEliminarSaludos.
Soy realista, Raúl... no es fácil ablandar gente seca. En general mis finales no son lo que se puede llamar "felices".
EliminarTe agradezco mucho que sigas viniendo por aquí, a pesar de que lo que escribo está lejos del género de tu preferencia.
Un abrazo.
Me parece una excelente manera de "retomar" Lograste diseñar los rasgos de los personajes y enlazar sus historias en un lugar de comunión -en este caso la biblioteca- y los dejaste caminar sus historias personales que por un momento se cruzan y nos cuentan otra, que dice mucho, diría que muchísimo. Te dejo un beso, Mirella.
ResponderEliminarLa historia oculta o el sentido no dicho es lo más importante en un cuento. En eso trabajo mucho.
EliminarEste relato lo escribí en abril del 2010, en un taller literario que había empezado. Antes de irnos la coordinadora repartió a cada uno un papelito doblado con una palabra. Me tocó "biblioteca".
Salió este texto.
Gracias Bee, un abrazo.
MUY INTERESANTE ESTE "RETOMAR..."
ResponderEliminarME HA GUSTADO.
ABRAZOS
CARLOS
POR CIERTO... ME ENCANTA LA TERNURA QUE LE DAS A TUS PERSONAJES.
A algunos de ellos, me parece que no a todos, especialmente a los de mi última producción.
EliminarTal vez sea una apreciación mía, no sé...
Gracias, Carlos, con abrazo.
Ahora mismo ahorcaría a la bibliotecaria.
ResponderEliminarY después le pegaría fuego.
Besos.
Torito, con ahorcarla es suficiente, el incendio destuiría los libros.
EliminarUn abrazo
Un ejercicio delicioso que deja una sonrisa dulce tras la lectura. Cumplió su cometido, Mirella.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias Isabel, ya con eso me doy por satisfecha. No me resultó fácil arrancar después de tanto tiempo.
EliminarUn abrazo.
Un buen texto Mirella... las bibliotecas parece que esconden grandes secretos.
ResponderEliminarUn gran abrazo
En las bibliotecas hay miles de historias y secretos encerrados en tantas páginas y también entre los que recorren sus pasillos.
EliminarGracias por pasar, Esme.
Un besote.
que pesada la bibliotecaria
ResponderEliminarbuen texto, aunque el final medio flojo
como que daba para un giro entre los adultos (colorina y el mecánico)
abrazos
El relato transcurre en alrededor de una hora y lo quise terminar sin demasiadas cosas, manteniendo el ritmo que venía llevando, donde en la superficie no ocurre casi nada.
EliminarUn beso grandote.
Bonita historia, y es que hay que ver lo entretenidos que resultan los bares... Abrazos, compañera
ResponderEliminarLos bares son muy entretenidos, pero este relato transcurre en una biblioteca... jajaja....
EliminarAbrazo.
No sabes bien la ternura que ha despertado en mi el grandullón. Sabes tocar las emociones Mirella.
ResponderEliminarLa frase de Allen genial!!
Besos
Ese es el mejor elogio para el que escribe. Gracias Teresa.
EliminarLa frase de Woody es típicamente suya.
Un abrazo.
Es una "pintura" pero realizada con la pluma. Pintaste los caracteres, pintaste el ambiente, pintaste los personajes y un "cachito" de la historia, aunque dejándonos con ganas de más. Y nos paseaste por tu "cuadro" terminado. Sos grossa. Besotes, cara amica.
ResponderEliminarEs un relato que escribí con muchas ganas porque fue el del "regreso" y quise ser sencilla y no exigirme de entrada, como suelo hacerlo. Y me permití cierta frescura que no es muy habitual en mis textos.
EliminarTe agradezco profundamente todos los elogios que me dedicás.
Un forte abbraccio.
Sí, el hombretón es un tierno con las uñas oscuras de trabajo y que quiere compartir una lectura con el niño, algo que hoy se hace cada vez más difícil. Alguien que parece estar de más en ciertos lugares, que genera prejuicios en las almas áridas.
ResponderEliminarAgradezco tu paso por aquí Jorge, un gusto tenerte entre los lectores.
Abrazo.
:D
He dado con este blog por casualidad y cuanto me alegro!!!! Me ha dejado sin palabras!! cuanta ternura...
ResponderEliminarMe alegro que hayas encontrado mis palabras... y que además te hayan gustado. Ya pasé por tu blog, espero que te conozcan muchos más y te visiten.
EliminarEstela, un abrazote.