Son las doce en punto y todos levantan las copas. Ella formula palabras
de buenos augurios y felicidades; sin embargo, sus pensamientos son peces que
nadan contra la corriente. ¿Para qué brindar, cuál es el anhelo de este nuevo
año? No sabe, se impacienta. Los demás beben de sus copas, ríen y hablan al
mismo tiempo sin escucharse. Se aparta, asoma la cabeza a la negrura
interrumpida por estrellas falsas que estallan y se queman en su propia luz.
Considera su vida una sucesión
de fuegos artificiales: breves chispazos en una noche de inquietudes. Siempre
cumplía con la ceremonia de pedir un deseo cuando el reloj daba la última
campanada. Elevaba la copa y lo pedía con todo el vigor de su ilusión,
esperando que la magia de esas fechas se lo concediera.
A los veinte exhortó a las
fuerzas del universo que le enviaran el amor. En cambio, la despidieron de la
empresa. Al siguiente, aún desocupada, suplicó por un empleo. Entonces conoció
a Atilio. La petición de ese fin de año fue ¡matrimonio! En marzo le ofrecieron
un puesto de última categoría con un sueldo avaro y Atilio desapareció.
Sucesivamente, pidió irse de
la casa paterna, independizarse, no compartir más la habitación con sus
hermanas. Las que se casaron y formaron su propio hogar fueron ellas
Clamó por un viaje, recorrer
el mundo, de mochilera, haciendo dedo, de cualquier modo. A los pocos meses
volvió Atilio y le propuso el esperado casamiento. Con él iría a tantos
lugares...
Resultó que Atilio era
sedentario. Armaron un bolso, subieron al colectivo 60 y se alojaron en la
posada de una isla en el Tigre. Así transcurrió la luna de miel.
Para qué ir más
lejos —argumentó él ante su cara
ensombrecida—, acá tenés la vegetación como a vos te gusta y el
movimiento de las lanchas en el río te va a entretener. Mientras, yo me echo
una siestita.
Al otro 31 ansió morirse y
Atilio contrajo una larga enfermedad. Imploró que se curara: él sanó y se fue
con la médica. Con el dinero del divorcio aspiró a tener su propia empresa. Le
presentaron a Lucas y se enamoró.
Su sistema nervioso se había
vuelto frágil y aliviaba la ansiedad comiendo. Rogó adelgazar: quedó
embarazada. Por su profesión, Lucas debía trasladarse continuamente a países
remotos. Viajaron por regiones áridas, sucias, empobrecidas.
El hijo crecía, el marido
acumulaba dinero con sus especulaciones. Ella ya no reclamaba trabajo, viajes,
tampoco amor o divorcio. Solo volver a casa, a su tierra, a la familia, a su
barrio preferido.
El reloj marca las 12,10’ y
ella, en un país que no es el suyo, rodeada de gente extraña y mirando el ardor
de la noche, todavía no ha expresado lo que quiere.
Se dice que es una ingrata
que, al fin de cuentas, obtuvo mucho de lo que había pedido. A destiempo, no cuando lo deseaba. ¿Acaso la vida tiene un movimiento lineal?
Es una sucesión de curvas y espirales que vuelven sobre sí mismas, se superponen,
retroceden para tomar impulso y, así enroscadas, avanzan.
Bebe un sorbo del champán que
se ha calentado en su copa y decide que esta vez no va a desear nada. Dejará
que alguna deidad, el planeta Urano, el azar, la providencia o lo que sea, la
sorprendan. Para bien o para mal.