Entra cuando
el tren empieza a rodar entre silbatos y vaivenes. Se instala en el asiento
frente al mío. Acabamos de partir de la Stazione Termini
de Roma. Es un compartimiento para seis personas, los otros pasajeros son dos
mujeres y un hombre mayor. Estoy sentada entre una de las mujeres y el viejo,
ubicado junto a la ventanilla.
Él deja una
mochila andrajosa en el portaequipajes. El espacio que nos separa es angosto;
cuando se sienta y extiende las piernas largas y flacas, sus pies chocan con
los míos. No se disculpa, mecánicamente
recojo mis pies. Mientras maniobro para sacar la guía del morral, veo que calza
unas botas negras, con pespuntes y puntera de metal.
El tren sale
de la estación y aumenta la velocidad. El hombre viejo se pone los lentes y con
gestos torpes trata de desdoblar un diario. Una de las mujeres, la que está
enfrente del viejo, cierra los ojos y reclina la cabeza en el respaldo de pana
azul.
Abro la guía
y busco en la ‘P’. Estudio el plano de la región, con las zonas sombreadas que
indican las colinas. Leo unos párrafos sobre la parte histórica. En la mitad de
una frase, como si escuchara un llamado, levanto la cabeza. Él está mirándome.
Debe tener unos treinta años, facciones angulosas, sus mejillas son un
despliegue de cráteres y montículos. El pelo, de un rubio nórdico, le cae detrás
de las orejas en mechones lacios.
La primera
impresión que transmiten sus ojos es de vacío, igual que los de una esfinge o
los de un ciego. Después percibo en ellos una luz incierta, como la que se refleja
en el fondo de un pozo. Con una sensación de malestar desvío la vista hacia la
ventanilla: un paisaje rutilante y escarpado aparece y desaparece detrás de los
vidrios.
El viejo a
mi derecha tose y produce unos sonidos con la nariz. La mujer a mi izquierda
cruza las piernas; admiro sus zapatos de piel de lagarto. Se inclina hacia adelante
y una cascada de ondas caoba le oculta el perfil. Vuelvo nuevamente la cabeza
hacia la ventanilla, ahora sobre la ladera pedregosa pastan unas cabras.
Antes de retomar
la lectura, compruebo que el desconocido sigue observándome. El viejo hace
crujir el diario al sacudirlo. Leo un algo sobre el período etrusco. No me
concentro. Controlo la hora: tengo todavía unos cincuenta minutos de viaje.
Coloco el boleto a modo de señalador y cierro el libro. Las botas asoman dentro
de mi campo visual. Él se ha despatarrado en el asiento con las piernas
abiertas. Los ojos son estalactitas que se clavan en los míos.
El tren
emite una especie de bufido y entra en un túnel. La oscuridad dura apenas unos
segundos, sin embargo me toma por sorpresa y suelto el libro, que cae cerca de su
bota. Él no intenta levantarlo. Al agacharme advierto el borde deshilachado y
sucio de sus jeans. Me enderezo y su mirada me produce una sensación de frío.
Se me
acalambraron las piernas por la posición, las estiro un poco y trato de no
rozar las botas pespunteadas. Él hace un movimiento de tenaza y acerca sus pies
a los míos. Quizás deba decirle algo, pero no sé qué. Me mira, insolentemente,
la cabeza hundida entre los hombros y las manos en los bolsillos de la campera.
Bajo la vista y con la uña rasco una pelusa en la manga.
El tren se
detiene en una estación. La mujer a mi izquierda se mueve un poco, aunque no se
levanta, la cara siempre dirigida hacia el pasillo exterior. De reojo veo que él
sacó las manos de los bolsillos y las apoya sobre los muslos. En el
compartimiento se oye de a ratos el crujir del diario y la respiración
monocorde de la otra mujer, que se ha dormido. Es de edad mediana y usa un
suéter color malva.
De tanto en
tanto compruebo que él no me quita los ojos de encima. La inexpresividad de su
cara es engañosa. Un gesto, que quiere simular una sonrisa, comienza a bordearle la boca y los ojos sesgados son desconcertantes. Primero me
parecieron del color del agua turbia; después le descubrí tonalidades amarillo verdosas,
como las de un ofidio. Cada vez que lo
miro me debilito.
Recorro
detenidamente los carteles y avisos que hay en el compartimiento. Analizo los
cuadritos que cuelgan en la pared: reproducciones de piadosas madonas
renacentistas. Él se mantiene en la misma posición, sólo sus manos se han
desplazado por sus muslos hacia arriba.
Quisiera
beber una taza de café bien fuerte, pero no atino a levantarme y permanezco con
los ojos erráticos, esquivando los suyos en complejos rodeos. Ya no hace falta
que lo mire, lo percibo como si me tocara.
© Mirella S. —2011—
Me he quedado con ganas de mas, vuelvo el jueves. Un abrazo
ResponderEliminarEl jueves tendrás el final, no falta tanto.
EliminarGracias y besos, Ester.
No, no es jueves aun, pero he vuelto para comentarte que a mi no me ha pedido que me identifique, debo tener cara de buena persona. Un abrazo
ResponderEliminarJajajaja...claro que si, Ester, además le mandé a Blogger más de una docena de reclamos y tal vez surtieron efecto.
EliminarEsperemos y gracias por avisarme.
Más besos.
"Sus ojos son estalactitas" ... el jueves ... faltan tres diaaaas !!!
ResponderEliminarLamento haber establecido tanto suspenso, Angelines, me pareció largo para publicarlo en una sola entrega.
EliminarGracias, guapísima, un abrazote.
Estoy deseando leer la continuación.
ResponderEliminarOjalá no te defraude, Tracy.
EliminarHasta el jueves.
Él o es un salido o un mangante; la mujer no dice gran cosa pero incordia, y el viejo molesta de lo lindo. Vaya compañeros de viaje. Esperamos acontecimientos.
ResponderEliminarBesos Mirella.
Me detuve mucho en la descripción de los personajes para generar cierto clima.
EliminarGracias, Rafa, la seguimos el jueves.
Besotes.
Adoro tus descripciones! Casi me siento otra pasajera! Aquí esperamos el desenlace. Sei brava! Tanti baci.
ResponderEliminarIntenté usar los subterfugios de Salinger, mucha descripción gestual o de pequeñas acciones para ir definiendo a los personajes.
EliminarTante grazie, Patzy e tanti bacioni.
Todos los detalles nos hacen estar dentro de ese vagón. Espero el final. Misterioso pasajero.
ResponderEliminarmariarosa
Me alegro haberlos enganchado con las descripciones, espero que el desenlace no los degraude.
EliminarBesos, Mariarosa y gracias.
Della Stazione Termini di Roma a...... Me suena a un viaje conocido y con personajes similares....
ResponderEliminarCuàntas descripciones uno podria hacer de esos aparentes viajes en tren hacia.....
Un abbraccio càlido cara Mirella.
Me gustò mucho y espero la entrega final.
A Perugia, no lo puse porque no hacía a la historia. En esos pequeños compartimientos se suelen generar vínculos durante el viaje, por lo menos conversaciones para matizar un poco, más si es un viaje largo.
EliminarEn este trayecto, en cambio, prima el silencio.
Tanti baci, Gen, a giovedí.
Espero que no sea un secuestrador de la camorra.
ResponderEliminarBesos.
No va por ese lado, Xavi, además la Camorra opera más al sur de Italia.
EliminarYa te enterarás.
Besos.
Ya no sale lo de la verificación de palabras.
ResponderEliminarFuiste un privilegiado, porque para algunos, de Argentina, se mantiene.
EliminarClaro, estamos en el Tercer Mundo y Blogger se querrá cerciorar de que no somos indios.
Gracias por el aviso, seguiré insitiendo con mis quejas.
Besos.
Yo no sé que pensar ... estoy muy intrigada. El Jueves vuelvo... ;)
ResponderEliminarBesines !!!
No saques conclusiones, Nieves, para no sufrir una desilusión. Dentro de dos días saldrás de las dudas.
EliminarBesos, linda.
Nos quedamos en ascuas, Mirella, y en medio de la hipnosis que empieza a pesar, tan sutil, que deseamos saber la respuesta a la pregunta sobre quién es ese extraño pasajero… A esperar. La verdad es que el relato puede ser cualquier cosa, introducirse dentro de cualquier género que imaginemos hasta que veamos el final, pero la verdad es que el tipo transmite, sobre todo, incomodidad. O será que es eso lo que aparecen en la cabeza de la protagonista, al menos no parece importarle invadir el espacio de los demás, quizás el espacio mental tampoco. ¡Un abrazote, Mirella! ^_^
ResponderEliminarUnpoco de suspenso no está mal, Jorge. Pero parece que esta primera parte ha creado tantas expectativas que temo se desinflen con el final.
EliminarGracias y abrazos. :-)
Relatos interruptus, me resultan incómodos porque hay que esperar, si la narración no hubiera sido tan buena quizás ni me mosqueaba, pero no es éste el caso, aquí hay que sofrenar ansiedades por conocer el final y, esperar...esperar...
ResponderEliminarDa para una novela, vamos a ver como termina, no hay pistas. Bacio, MIR!!
Era muy largo para mandarlo todo de una, Eduardo. El lector ve todo ese choclo que no termina más y se acobarda.
EliminarNo desesperes, Edu.
Bacio.
Veremos el desenlace
ResponderEliminarCuando te quieras dar cuenta ya es jueves.
EliminarGracias, profe.
ResponderEliminarEsperaré al jueves.
El tren siempre ha sido una fuente inspiradora, y en ti se ve su mano.
· Saludos
· CR · & · LMA ·
Los trenes dan para muchas historias, más los europeos, porque aquí no están divididos en compartimientos y desaparece esa especie de intimidad que se crea... para bien o para mal.
EliminarGracias, Bolo, abrazo.
Que gran texto Mirella, por un momento me he sentido como la mujer del tren, observada.
ResponderEliminarLa foto es sensacional.
Hasta el jueves.
Besos.
Es interesante saber qué le provoca al lector lo que uno pergeña arduamente.
EliminarLa foto también me pareció muy adecuada al personaje.
Será hasta el jueves, con un gracias y un beso,Carmen.
hace tanto tiempo que no viajo en tren
ResponderEliminarla protagonista se me hace que es retímida
veremos que tal reacciona con el chico que la mira
abrazos
También desistí de viajer en tren, los de Buenos Aires son un peligro.
EliminarLa protagonista se siente intimidada ante unos ojos que la fascinan y al mismo tiempo le producen rechazo.
Nos encontraremos al final del viaje, Elisa.
Gracias y besos.
Bueno, hasta el jueves que viene tenemos que seguir en el mismo compartimento. Esto va a ser el Transiberiano, por lo menos.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
No queda más remedio que quedarnos en ese compartimiento y en ese tren hasta que finalice el viaje o pase algo.
EliminarBesos, Amando.
Magia en tu relatos, besos y enhorabuena.
ResponderEliminarGracias, Amapola, por tu comentario.
EliminarBesos.
me dejaste intrigado. Regreso el jueves.
ResponderEliminarespero no sea un secuestrador jajajaja
besos
carlos
No es un secuestrador, Carlos... frío ... frío...
EliminarYa te entararás el jueves.
Abrazo grande.
Leerte y sentir esa misma incómoda sensación de querer escapar sin poder hacerlo mientas la mirada se pierde por los recovecos del vagón, el paisaje que vuela por la ventana, los ruidos de fondo...todo es como una puesta en escena donde los protagonistas parecen hacer un duelo de miradas y sensaciones...
ResponderEliminarYa estoy deseando leer la segunda parte.
Mi enhorabuena, escribes genial.
Besos.
Una situación incómoda, por cierto, tener que soportarla por un buen rato hace que el viaje se vuelva aún más largo.
EliminarReitero lo que dije a varios: ojalá que valga la espera y que el final no defraude.
Mil gracias, Marinel, un abrazo.
Esperaré al jueves ... esos trenes de novelas e historias...
ResponderEliminarAbrazos
En los trenes viajan miles de historias...
EliminarGracias, Esme, con beso grandote.
Por suerte mañana es jueves...
ResponderEliminarLo voy a publicar esta noche, si no te acostás tarde, podé senterarte del final.
EliminarUn abrazote, Dana.
Bueno, tenemos el escenario, unos personajes y una atmósfera inquietante, todo, magníficamente narrado. Creo, estoy segura, que el éxito del relato está asegurado.. Estoy deseando confirmarlo.
ResponderEliminarAbracísimo, Mirell.
Falta poco, Soco, en unas pocas horas te enterarás si valió la espera. Ojalá que si.
EliminarBesos y gracias.
Pensar que simplemente basta mirarla y adoptar una pose indiferente para que la projima deje correr su imaginacion, lo que sigue es simple rutina.
ResponderEliminarBesos
Acá hay mucho más que indiferencia hacia la prójima de parte del fulano.
EliminarNo es tan simple.
Besos.
El suspenso impuesto en ese extraño de color de ojos cambiantes es sumamente atrapante. Da para una historia de horror a lo «Dimensión desconocida», pero dudo que vaya por ese lado. Aunque me podrías sorprender.
ResponderEliminarSaludos.
No va para ese lado, Raúl, es algo más cotidiano y de este mundo.
EliminarGracias por pasar.
Abrazo.
Me quede en suspenso. Me gusta el ambiente que has creado y me parece cierras esta primer entrega en el punto más alto.
ResponderEliminarComo voy un poco lento espero llegar pronto al desenlace de esta historia.
Un beso Mirella.
Gracias, amigo, por remontarte hasta esta publicación.
EliminarUn abrazo enorme, Gonza.