Foto de Mirella S.
El San Giorgio no era un barco como el Andrea Doria que pertenecía a
una línea de lujo y que, como el Titanic, tuvo una vida efímera y se hundió en
el Atlántico septentrional. El San
Giorgio era viejo y
destartalado.
Loredana, al investigar
sus orígenes, descubre en su historial que antes tenía otro nombre y se había destacado
en la etapa en que sirvió como buque hospital de la armada italiana
durante la Segunda Guerra, época en que fue bombardeado.
Lo acondicionaron y a principios de los años ’50, fue destinado a una ruta
hacia Sudamérica.
Era un barco pobre y
para los pobres que emigraban a otro hemisferio, escapando de un futuro de
miseria, en la persecución de esperanzas a las que aferrarse.
Loredana tenía cinco años
cuando zarparon del puerto de Génova. De la uniformidad de la travesía de casi
un mes, ella recoge apenas unas hilachas que su memoria le robó al olvido.
Flashes que con el tiempo pudieron desvirtuarse —quién sabe, ya no están los
padres para confirmarlos y sus hermanos mayores vivieron en ese viaje otra
realidad—. Sin embargo, lo que persistió en ella de esos recuerdos
fragmentarios, fue un sentimiento genuino, sutil como el perfume de un ramito
de lavanda oculto en el fondo de un cajón.
La madre había pasado
buena parte del trayecto en el camarote, recostada en la litera, así le
contaron, doblegada por las náuseas. Todos esos días de navegación se condensan
para Loredana en las escasas imágenes de su escapada.
Como en una película
borrosa en blanco y negro, que vira al amarillo igual a fotos que envejecen en
álbumes, se ve con un vestidito sin mangas, con volados en los hombros (probablemente
un detalle más asociado a su foto del pasaporte que a la veracidad de los
hechos), correteando por largos pasillos vacíos que se ensombrecen en
laberintos descendentes, conectados por escaleras de hierro.
Sin transición, como en
los sueños, está en una sala grande, iluminada con avaricia por unas
lámparas. Hay filas y filas de literas dobles, mucha gente, voces, risas,
llantos y canciones, en una mezcla viva, palpitante. En el limitado espacio
disponible se apiñan baúles, bultos, valijas.
Caras pálidas, anémicas
de sol, la rodean: mujeres con ropas negras y pañuelos atados detrás de la
cabeza, algunas con bebés prendidos al pecho; chiquilines panzones y descalzos
la espían detrás de sus polleras y, los más atrevidos, se acercan para tocarle la
abundancia de los rulos, a esa edad de un castaño casi rubio, sujetos con un
moño que parece una mariposa con las alas abiertas.
La sensación que se
mantiene en el recuerdo es que se encuentra bien allí, en la gran cámara de las
mujeres. Después se enterará de que las familias habían sido separadas, los
hombres estaban todos juntos en otro sector de la bodega. Y supo que cuando
llegaron al Golfo de Santa Catarina, hubo una tormenta tan fuerte que zarandeó
al barco como si fuese de papel, el agua inundó parte de la tercera clase y a
muchos se les arruinaron las pertenencias.
Pero en el recorte que
permanece alojado en su memoria, todo es novedad, sorpresa. También para las
mujeres verla allí abajo, solita. Tampoco sabe si la frase fue dicha, ni si
fueron las palabras exactas, que perduran como el eco de un estribillo: povera creatura, s’è perduta… Hay una protección salvaje, de lobas
que cuidan a sus cachorros y el instinto las lleva a no abandonar al que de otra
manada se ha perdido. No se marcan diferencias: la que viene de “arriba”
con las que están en las tripas del barco. Forman un cerco de amparo, de telas
oscuras y manos ásperas de trabajo, procurando destejer miedos.
Unas manos le han
quedado particularmente grabadas. Cerca hay una bolsa grandota de arpillera,
llena de frutos secos. Las manos, que ya no tienen ni cara ni cuerpo, toman
algunas nueces, las aprietan entre sí con fuerza, una boca ignota sopla las
cáscaras, y le ofrecen la carne cándida y sabrosa del fruto.
Si armara el recuerdo
como si fuese una película podría decir que después de un fundido en negro, se
vería en subjetiva la entrada del salón por la que se asoman mujeres anónimas,
sin facciones, apenas unas sombras que agitan sus brazos en el saludo final. A
medida que se aleja, ellas empequeñecen hasta convertirse en un manchón
fuera de foco. Y en la secuencia siguiente habría un plano de la nena del moño
enorme, sujeta a otra mano, que la conduce por pasillos y escaleritas que suben
y la devuelven a la comodidad del minúsculo camarote para seis en segunda
clase, logro de las múltiples gestiones hechas por el padre.
El último vestigio de la
aventura es la vista del mar desde algún punto estratégico, un poco más alto
que el nivel del agua. Loredana recuerda las salpicaduras saladas, como
lágrimas furiosas, y los surcos de espuma que bordan arabescos en el agua verde
del océano: una especie de mantilla de encaje que el barco va desplegando a su
paso. Y si fuera una película, sobreimpresa en la estela ondulante, aparecería
la palabra fin.
Lo que sucedió en el
barco después de esas escenas, es la parte olvidada de su historia. Lo que ella
hoy necesita recrear es la tenue sensación de confianza, de libertad, la mirada
inocente, donde aún no han encallado los miedos de los mandatos y las
obligaciones, los prejuicios. La vida es un juego feliz, compartido con mujeres
viajeras que ofrecen caricias y nueces, mientras se deslizan sobre un mar que
teje para todas puntillas de espuma.
Cuando lleguen al otro
lado del mundo serán inmigrantes y cada cual cumplirá su destino, cargando con
la incertidumbre de ser extranjeros, de no tener pertenencia, de empezar de nuevo.
Pero eso vendrá después, todavía están en el San
Giorgio, como en familia, como en la patria.
Esto lo he vivido, gota a gota y palabra a palabra...
ResponderEliminarY te beso por ser capaz de arrancarme de la garganta y de las garras unas palabras dulces, que no hubiese podido ni pronunciarlas.
Bss,bella Dama,
y gracias desde ese lugar oscuro donde mis palabras no alcanzan, ni alcanzaría a encontrarlas.
Me da gusto, querida Zarza, que hayas encontrado en mis palabras las tuyas, a pesar del desarraigo y de todas las tristezas que conllevan.
EliminarGracias a vos, por pasar siempre por este nido.
Un besazo enorme.
El parido no conoce lo doloroso del parto
ResponderEliminarMuy agradecida, Chaly, por tu huella y tu lectura.
EliminarAbrazo.
Hola, Sra.Mirella:
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con el comentario del sr.Chaly. Sus letras me han llegado, y ese viaje lo he vivido...
Cuando llegarán al otro lado del mundo serán inmigrantes, cada cual cumplirá su destino, cargando con la incertidumbre de ser extranjeros, de no tener pertenencia, de empezar de nuevo. Pero eso vendrá después, todavía están en el San Giorgio, como en familia, como en la patria.
Qué tenga una linda semana.
Saludos cálidos en la distancia
Muy amable, Elisa, por tu comentario y me alegro que disfrutaras de este viaje agridulce.
EliminarGracias y un abrazo.
Apareció Mirella y nos regaló su magia.
ResponderEliminarEs como si estuviera dentro del San Giorgio y que tú me lo fueras enseñando.
Besos.
Querido Xavi, muchas gracias por tus palabras. Espero publicar con más regularidad, pero a veces uno dispone y el diablo mete la cola.
EliminarOjalá haber sido una buena guía al conducirte por el viejo San Giogio.
Un abrazote.
que buena reaparición Amiga.
ResponderEliminarme has hecho navegar.
besos
carlos
Como le decía al Toro, mi intención es postear más seguido, veremos si lo logro.
EliminarGracias, Carlos, por navegar conmigo en el viejo barco, espero no te hayas mareado.
Besos.
Que buena narración. Leerte es entrar a ese barco y vivir con Loredana la aventura de conocer un mundo diferente. Las manos de las mujeres están tan bien descritas que las vemos, con su dureza y abandono de trabajo. Muy bueno Mirella, festejo tu regreso.
ResponderEliminarmariarosa
Te agradezco, Mariarosa, junto a los demás, tener paciencia y esperar mis relatos. Me emociona mucho, porque nunca pensé que mis "cuentitos", como siempre los llamé, tuvieran repercusión. El blog me ha brindado enormes satisfacciones en lo literario y también el poder conocer a un grupo de gente encantadora.
EliminarUn beso grande.
Tus relatos son tan auténticos que compartimos las vivencias de tus protagonistas y les tomamos cariño. Un abrazo
ResponderEliminarMe alegro de que así sea, Ester, eso indica que el texto tiene llegada, lo que es la aspiración de todo el que escribe.
EliminarGracias por acercarte, guapísima.
Un abrazo primaveral.
Que bien lo trasmites, y nos lo haces vivir. Nos vemos prendados de textos tan magistrales.
ResponderEliminarBesos Mirella.
Qué contenta estoy Rafa de recibirte nuevamente en el nido... te dejé un puñadito de alpiste y otro de mijo, por si querías picotear algo mientras leías.
EliminarEspero que te sientas mejor y vuelvas a tu rutina normal.
Un abrazo.
Es como si lo hubieras vivido realmente, a veces lo releo para ver si es verdad. Besicos.
ResponderEliminarSiempre hay algo personal en los textos, se parte de una anécdota mínima o tan solo de una emoción y desde allí se urde la trama.
EliminarEn este caso hay bastante de mi historia, porque nací en Italia.
Gracias, Angelines, un besazo.
Es de lo mejor, a mi criterio, de las narraciones que has escrito:
ResponderEliminar"De la uniformidad de la travesía..."
"le robó al olvido"
"iluminada con avaricia"
"Caras pálidas, anémicas de sol"
"una especie de mantilla de encaje que el barco va desplegando a su paso."
Son ilustraciones de tu relato que me han gustado y que revelan buena pasta de escritora!!
Regresaste con gloria, Mir, para fortuna de los que te leemos, abrazo múltiple!!
Eso de que es lo mejor que escribí, me lo dijiste en otras oportunidades, entonces ya no te creo... jajajaja...
EliminarLa pasta que me gusta es la "pasta coi broccoli", esa sí que es buena.
Gracias, Eduardo, me colocaré la corona de laureles de la gloria.
Abrazo.
Qué bien escrito, y descrito, Mirella. Me llega tanto, me es tan cercana, y conozco tantas historias parecidas que terminé de leer con una sensación rara.
ResponderEliminarPienso que el emigrante va en busca de una vida, pero sin saberlo se va muriendo, despacito. Pierde los olores, ya no es de allá, tampoco de acá.
No sigo porque se me arma un lío y me aplasta la historia (mi propia historia)
Espero estés bien, floreciendo con la primavera.
Te mando un cariño enorme.
Siempre es un placer pasar a verte, aunque a veces me pierda.
Es cierto lo que decís del inmigrante, de sus pérdidas y que finalmente no sabe si es de aquí o de allá, sobre todo si partió de su tierra con recuerdos bien afirmados. Y aunque el país que lo recibe sea amable y no lo discrimine, hay algo que falta, siempre.
EliminarNo te pierdas, Vivian, pasá cuando quieras y puedas. Espero que en algún momento retomes tu blog y nos deleites con tu poesía entrañable.
Un abrazote primaveral (y con probables lluvias por la tarde).
A lo que importa... Este crucero de lujo ¿es de todo incluido? ¿admiten tarjeta de crédito? Parece que el turismo ya no es lo que era...
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Esta vez, en lugar de una broma, me hubiera gustado que me dejaras tu opinión sobre los que se ven obligados a emigrar y que viajan a su nuevo destino como pueden, por supuesto no en transatlánticos de lujo, menos aún tienen tarjetas de crédito.
EliminarTampoco hacen turismo.
Saludos, Amando.
he pensado en los tiempos cuando muchos europeos vinieron huyendo de guerras y pesares a este lado del mapa, cuando "hacerse la América" era una luz de esperanza
ResponderEliminarmuchos de sus descendientes somos nosotros , una mezcolanza de costumbres y colores y credos
este relato tiene el ritmo de las películas , es muy rico en imágenes que hablan por sí solas
felicidades Mirella
besitos y buena semana
Hay muchos de esos períodos en que se buscan otros horizontes para prosperar y la mayoría de las veces para sobrevivir. En la época posterior a la 2ª guerra se dió una ola de inmigración y también durante las crisis económicas o en las dictaduras, por motivos políticos.
EliminarGracias, Elisa, por dejar tu opinión y me pone contenta de que te gustara.
Un fuerte abrazo.
Eso sí que duele, la incertidumbre en su máxima potencia... Un abrazo.
ResponderEliminarSi, Darío, esperanza y a la vez máxima incertidumbre.
EliminarGracias, siempre.
Un abrazo.
Que emotivo tu escrito de hoy, momentos que parecen propios...
ResponderEliminarBesos
Un gusto, Teresa, tenerte por aquí y más si te fuiste conforme.
EliminarUn abrazote.
Brillante, Mirella.
ResponderEliminarTe leo y me parece vislumbrar a mis tatarabuelos en el mismo viaje (ellos llegaron a argentina a fines del S. XIX).
Como siempre, un manejo excelente de la prosa poética, y un texto para disfrutar.
¡Saludos!
Argentina es un país hecho por inmigrantes, la gran mayoría de España y de Italia.
EliminarEste relato es un reflejo mínimo de tantas historias que se forjaron en esos barcos y vaya a saber cómo siguieron una vez llegados a destino.
Muchas gracias por tus palabras de aliento, Juanito.
Un abrazo.
Argentina* por argentina*, upsss...
EliminarLos míos se instalaron al sudeste de la provincia de Buenos Aires, y aquí se quedaron :).
Nosotros cuando llegamos fuimos a para al barrio de Floresta, en Capital, después toda mi infancia la viví en Villa Lugano.
EliminarHa sido fácil vivirlo en carne y hueso con tu descripción tan detallada.
ResponderEliminarUn beso!
Gracias por pasar, me alegro de que te resultara fácil de identificarte con la trama y los personajes.
EliminarOtro beso.
Qué bien has tratado el tema, qué bien. En la primera parte del relato, la nostalgia se enreda en los recuerdos y se desea saber dónde nos conducirá el barco donde va Loredana. Al final, el escalofrío es inevitable: entendemos a Loredana, que no quiera llegar a su destino, que prefiera pensar que andaba de vacaciones...
ResponderEliminarTremendo el drama de la emigración. Vidas partidas y añoranza permanente. Si se piensa a fondo, es para sentirse privilegiado si se permanece en el país de uno.
Abrazos siempre, Mirella.
Infinitas gracias, Isabel, por tu comentario, bien jugoso, por cierto. Es cierto lo que decís con respecto al inmigrante, me sentí así, aunque vine a la Argentina de muy pequeña, pero respiraba el aire de nostalgia absoluta que imperaba en mi casa.
EliminarUno puede hallarse bien en el país que lo recibe, estar agradecido, pero siempre hay algo que falta, que hace que no se encaje del todo.
Es siempre un placer tener tu visita.
Un fuerte abrazo.
Grandioso viaje señorona.
ResponderEliminarUn placer.
Abrazo y beeeso.
Fue un viaje en todos los sentidos, Gildo, hacia lo desconocido de afuera y también por el mar interior de las emociones.
EliminarGracias, amigo, un abrazo grande.
MUY VÍVIDO RELATO. EXCELENTE!!!!!!!!
ResponderEliminarBESOS
Muy amable, Adolfo, mil gracias por estar siempre.
EliminarBesos.
Hola, Mirella. Has escrito lo que sentimos los que emigramos, los que tejemos esa aventura con suenyos, decepciones, encuentros y alegrias. Ademas has escrito la felicidad de mirarlo todo con ojos de ninyo, desde un angulo abierto, sin esos prejuicios que le limitan a uno y que transforman la realidad en un continuo devenir sin presencia. Creo que hasta la nostalgia esta arraigada en el ahora de la ninya. El viaje es un aprendizaje ineludible precisamente para el que esta presente y el destino... otra aventura deslizandose a traves de nuestro caminar.
ResponderEliminarUn abrazo, Mirella! ^_^
Jorge ¿te fuiste finalmente para Canadá o hacia algún otro destino? Este texto te cayó como anillo al dedo, así decimos por acá. Pero seguro que no habrás viajado en un viejo barco de carga como Loredana.
EliminarTendrás mucho material para escribir con las nuevas experiencias, espero que nos compartas cómo lo estás pasando. Sobre todo te deseo que te puedas dedicar a lo que te gusta.
Te mando un enorme abrazote y toda la suerte del mundo.
A Irlanda me he venido, y las cosas me están yendo fenomenal. ^_^
EliminarNo sabés cuánto me alegro que estés labrando tu futuro con satisfacción, Jorge.
EliminarUn enorme abrazo. : )
Bella historia, Mirella, la que nos traés. Está plagada de pasajes increíblemente elaborados. La fuerza de tus metáforas traspasan la pantalla regalando imágenes tan claras que apabullan. La historia es alucinógena, a su manera, pero tiene un trasfondo nostálgico que amerita esbozar una media sonrisa ante ciertos recuerdos.
ResponderEliminarSaludos.
Cuando empecé el blog, en noviembre de 2012, los primeros seguidores que tuve eran casi todos hombres y me llamó poderosamente la atención de que se engancharan con mis historias tristonas, nostálgicas, muchas sobre la infancia, otras con un punto de vista muy femenino. Y me sigo asombrando, con lo que me voy a tener que convencer de que algo tienen, también para el sexo fuerte.
EliminarMuy agradecida, Raúl, por tus comentarios, siempre certeros y elogiosos.
Un abrazo.
gracias por tu huella Mirella ten un fin de semana precioso
ResponderEliminartodos los habitantes del planeta somos emigrantes, viajamos junto con el planeta alrededor del sol y la misma galaxia se mueve
somos un constante viaje de etapas y de emociones
Es cierto, Elisa, hay días que pienso que no deberían existir fronteras y que la Tierra debería ser el único país.
EliminarGracias y que también vos tengas un buen fin de semana.
Abrazote.
Qué fácil es entrar a vivir -en este caso entrar a navegar- en tus historias, tan poéticas y tan sabias, linda Mirella. buen regreso.
ResponderEliminarCon abrazos
En cada una de tus visitas me dejás siempre un comentario cálido y entrañable.
EliminarGracias por eso, querida Soco.
Abrazos ventosos.
Gracias por pasar, Andrea, apenas me sea posible iré a visitarte.
ResponderEliminarMuchos saludos.
Hay momentos en los que me dejás sin palabras (teniendo en cuenta que la verborragia es algo que me caracteriza, es todo un elogio)! Un relato tan personal, tan cercano...para mí tan emotivo! Gracias! Casi leí reflejadas en tus palabras las emociones y sensaciones de mis abuelos y mis tíos...Genial! Bravissima!
ResponderEliminarAh, te deschavaste, Patzy... así que verborrágica, jaja, te topaste con una tirando a callada. Será por eso que escribo, es mi modo de expresión.
EliminarEs un relato que toca a muchos, directa o indirectamente, ya que hubo tanta inmigración por estas tierras y en distintas épocas.
Muchas gracias, amiga, un beso enorme.
ResponderEliminarHace ya bastantes años viajé en un barco, no en un trasatlántico como los actuales. La vida en su interior se desarrolla en otro mundo. Cuando desembarcas, la realidad es otro, distinta, aunque el suelo no se mueva.
Y como siempre, que bien relatas...
· un abrazo... otoñal ahora.
· CR · & · LMA ·
Un gusto recibirte nuevamente por estos lados, Bolo, imagino que este período que estuviste apartado del "ruido" bloguero, lo habrás aprovechado para sacar esas fotos magníficas que nos compartís.
EliminarGracias por la lectura y el comentario.
Un abrazo... lluvioso.
Diste un tratamiento magistral al acto nomádico que muchos hemos vivido ya sea por voluntad o circunstancias; hasta que se nos queda como segunda naturaleza y abordamos con confianza cada nueva vida llegando a la conclusión de que somos nuestro propio invento y en cualquier parte alcanzamos volver al nivel de existencia que nos corresponde.
ResponderEliminarBRAVO.
Bueno, Carlos, qué comentario me dejaste, muchas gracias. Comparto lo que dijiste, sin embargo, llegar a esa conclusión lleva tiempo, y las primeras épocas de adaptación son muy difíciles.
EliminarUn abrazo.
buena semana Mirella
ResponderEliminargracias por tu huella
abrazos
Gracias, Elisa, un fuerte abrazo y que la primavera te traiga mucho sol.
EliminarViajes duros y casi imposible de imaginar por mucho que quieras imaginartelo cuando los escuchas. En su día fueron mucho los españoles que encontraron en tu Argentina una buena segunda oportunidad de vida. Curiosamente en el periódico del pueblo leí un artículo de unos vecinos que después de toda una vida en Argentina habían decidido volver. Relataban un viaje tan duro como el que nos relatas y las nauseas que tuvieron que soportar por no adaptarse al vaivén del navío.
ResponderEliminarEn mi familia también hubo quien marchó pero ellos lo hicieron a Alemania. Eran mis tios, apenas llegué a conocerles bien. Cuando regresaron los pobres no tardaron en morir... la vida resulta cruel en ocasiones, toda la vida trabajando fuera de tu país, vuelves a él para disfrutar de tu merecida jubilación y la enfermedad te rinde... Pero bueno no quiero dejarte con mal sabor, sus hijos aunque nacieron en Alemania y regresaron con los padres ya con cierta edad decidieron quedarse aquí y tenemos una magnifica relación. Nos juntamos cada tanto y los recordamos en los buenos momentos.
Un relato que evoca al recuerdo Mirella :)
Gracias, Nieves, por compartir historias de tu familia. El desarraigo es duro, a veces se vuelve a la tierra natal después de muchos años y cuesta volver a adaptarse y finalmente uno se siente extranjero en todos lados.
EliminarMenos mal que tus primos, siendo jóvenes aún, encontraron también el afecto y el apoyo de la familia.
Un fuerte abrazo.
Algo así contaba mi madre, sobre todo lo de andar por cubierta a los tumbos mientras su mamá desfallecía por la náusea en su camarote.
ResponderEliminarY bien dicen por ahí al comienzo que el que nace no sabe lo que duele. Y nuestras infantiles madres tampoco sabían de la inmigración, del escapar de una guerra horrible (la civil española), que terminaría en otras peores dictaduras en estas tierras inmigradas.
Gracias, Mirella, por el bello relato de Loredana, que junta -sin saberlo, pobre almita- la de tantos otros que andamos en estas tierras.
Qué lindo y cálido comentario, Fernando, un gusto que lo disfrutaras y te haya llevado a recuerdos personales.
EliminarEl agradecimiento es mío por haberlo leído.