miércoles, 3 de mayo de 2017

Abelardo Castillo: un gran escritor


Murió un excelente escritor argentino: Abelardo Castillo.
Lo conocí personalmente en un taller literario que él coordinaba. Mi pequeño homenaje es publicar uno de sus cuentos, para que quienes no lo conocieron lo lean 
y los que sí lo leyeron, lo recuerden.




El hacha pequeña de los indios


Después, ella hizo un alocado paso de baile y una reverencia y agregó que por eso ésta era una noche especial, mientras él, incrédulo, la miraba con los ojos llenos de perplejidad (o de algo parecido a la perplejidad, que también se parecía un poco a la locura), pero la muchacha sólo reparó en su asombro porque él había sonreído de inmediato y cuando ella le preguntó qué era lo que había estado a punto de decirle, el hombre alcanzó a murmurar nada amor mío, nada, y se rió, y siguió riéndose como si aquello ya no tuviese importancia puesto que estaba loco de alegría, como si realmente se hubiera vuelto loco de alegría. Por eso, cuando ella fue hacia el dormitorio y agregó no tardes, el hombre dijo que no. Voy en seguida, dijo. Pero se quedó mirando el hacha que colgaba junto al aparador de cedro, nueva todavía, sin usar, porque esas cosas son en realidad adornos o poco menos que se regalan en los casamientos pero que nadie utiliza y quedan colgadas ahí, como ésta, en el mismo sitio desde hace un año, haciéndole recordar cada vez que la miraba (de un lado el filo; del otro, una especie de maza, con puntas, para macerar carne) viejas historias de indios cuando él era Ojo de Halcón y mataba al traidor o al lobo empuñando un hacha parecida a ésta. Sólo que aquélla era de palo y ésa estaba ahí, de metal brillante, frente al hombre que ahora, al levantarse y cruzar la habitación, evocó la primera noche que cruzó esta habitación igual que ahora, el día que se casaron pese al gesto ambiguo de los amigos, pese a las palabras del médico, la noche un poco casual en que se encontraron casados y mirándose con sorpresa, riéndose de sus propias caras, después de aquel noviazgo o juego junto al mar en el que hasta hubo una gitana y fuegos artificiales y un viejo napolitano que cantaba romanzas, fin de semana o sueño que él recordaba desde el fondo de un país de agua como una sola y larga madrugada verde, como estar desnudo y algo ebrio sobre una arena lunar, de tan limpia, como un gusto a ola o a piel mojada pero sobre todo como un jirón de música de acordeón y la voz del viejito napolitano en alguna cantina junto a los malecones, vértigo que se consumó en dos días porque la muchacha era hermosa –linda como una estampa de la Virgen, dijo mamá al verla, te hará feliz, y también lo había dicho la gitana, que sin embargo bajó los ojos y no aceptó el dinero–, y de pronto estaban riéndose y casados, pese al gesto cortado de algún amigo al saludarla, pese a que ella quería tener un hijo y a la gitana que decía la buenaventura entre los fuegos artificiales, pese al espermograma y al dictamen médico y a que cada vez que la veía mirar a un chico, cada vez que la veía acariciarles la cabeza y jugar atolondradamente con ellos como una pequeña hermana mayor de ojos alocados y manos como pájaros, pensaba estoy haciendo una porquería y sentía vergüenza, y asco, un asco parecido al que lo mareaba ahora, en el momento de descolgar el hacha pequeña, mientras la sopesaba lo mismo que sopesó durante un año entero la idea de contárselo todo, de contarle que al casarse con ella él le había matado de algún modo y para siempre un muchachito rubio, un chiquilín tropezante que jamás podría andar cayéndose, levantándose, dejando sus juguetes por la casa: hasta que al fin esta misma tarde él decidió contárselo todo porque supo secretamente que ella, la muchacha de ojos alocados y manos como pájaros, la perra, entendería. Y llegó a la casa pensando en el tono con que pronunciaría sus primeras palabras esa noche (tengo que decirte algo), el tono intrascendente o ingenuo que tienen siempre las grandes revelaciones. Por eso el hombre estaba cruzando ahora la habitación y empuñaba el hacha pequeña de los indios que le recordaba historias de matar al cacique o al lobo, o a la grandísima perra que esta noche, antes de que él hablara, dijo que tenía algo que decirle: algo que ella había dicho con el tono intrascendente e ingenuo de las grandes revelaciones. "Vamos a tener un hijo", había dicho. Simplemente. Después, hizo un paso de baile y una reverencia.

Del libro "Las panteras y el templo"




Los iré visitando en la medida de mis posibilidades.
Por el  momento no contestaré a los comentarios que dejen, pero los leeré atentamente.

Abrazos para todos.



22 comentarios:

  1. Del maestro, todo es bello.
    Como tú.
    El intercambio entre grandes letras son alas para la cultura.

    Cuídate mucho, y síguelo haciendo Bella Dama.
    Lo importante, no lo olvides: eres tú.

    Beso y abrazo sin distancia.

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  2. Tremendo café literario armaron allá arriba.
    Besos linda!

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  3. Sí que escribía bien, sí.
    Descanse en paz.

    Espero que estés mejor Mirella.

    Besos.

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  4. Parece que fue un gran maestro, escribir escribía muy bien, le deseo una estancia agradable en la Gloria y espero que tu estés mejor. Te queremos y te queremos repuesta. Un abrazo

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  5. Un relato impresionante, lamento la pérdida del autor. Sin duda, sus letras son el mejor homenaje. Un fuerte abrazo y mucha fuerza, Mirella.

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  6. GENIAL!!! CON RAZÓN ESCRIBES TAN BIEN. TUVISTE UN EXCELENTE MAESTRO.
    ABRAZOS

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  7. Un gran maestro don Abelardo Castillo, que descanse en paz. Bello cuento.
    Mirella; espero que estés bien, cuídate, te queremos mucho ya lo sabes.

    mariarosa

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  8. Me encanta el homenaje que has compartido y el texto que elegiste.

    :) Besitos Amiga

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  9. La muerte siempre es triste, dolorosa y opaca...no se deja ver y llega arrancándonos la vida sin compasión. Si es un grande como éste que nos muestras y que desconocía, al menos queda la satisfacción de ver sus sempiterna huella a través de sus letras.
    Gracias por dármelo a conocer a pesar de lo tarde para él.
    Espero que estés un poquito mejor, hermosa.
    Besos.

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  10. No lo conocía. Descanse en paz. Acabo de leer su relato: una reverencia al Maestro.
    Y para ti Mirella besos. Cuidate.

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  11. No lo conocía Mirella, me han gustado sus letras y tu bonito homenaje, sus letras siempre estarán.
    Cuídate mucho, un beso enorme.

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  12. Uno de los grandes se ha ido. Me ha dejado tanto que no sé qué cuento o novela de él podría mencionar. Miro los libros de mi biblioteca y me decido: "El que tiene sed" (novela), "El candelabro de plata" (cuento). Me hubiera gustado conocerlo en persona, o en el taller, pero no he contado con ese privilegio, entiendo que era muy exigente, vos lo sabrás bien ya que has podido concurrir a sus clases.
    Cuidate mucho, Mirella, espero que te mejores pronto. Un abrazo.
    Ariel

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  13. Merecido homenaje.Siemto su marcha.
    No sé que te pasa, pero espero que estés mejor sea lo que sea.
    Besos.

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  14. Un abrazo Mire
    Desde el respeto y la admiración para ambos
    Gracias por este trocito de cielo literario


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  15. No te preocupes por las visitas...
    Un buen homenaje a quién parece todo un gran escritor, a juzgar por este relato.

    abrazos

    · LMA · & · CR ·

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  16. No lo conocía pero siempre es triste la pérdida de una vida y un escritor. Saludos y mejórate Mireia.

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  17. Precioso, y que suerte si le conociste; descanse en paz el artista.

    Besos y abrazos Mirella.

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    1. Gracias, querido Rafa, me pone contenta que te haya gustado el relato.
      Abrazo.

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  18. Qué pena he sentido al leer que había muerto. Recuerdo su cuento "El marica", no sé las veces que lo he leído y releído y siempre se me remueve algo por dentro. ¡Qué grande! Cómo me atrapa al leerlo.
    Gracias por poner esta información-
    Besos.

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    1. Gracias a vos por acercarte, María Pilar. Recuerdo ese cuento, fue publicado en la antología "Las otras puertas", el primer libro de cuentos que publicó Abelardo. Era un cuentista de raza, de esos quedan pocos.
      Besos.

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