Era su deseo y no lograba concretarlo. No en aquella época. Había que
compartir, que no estaba mal: algún cuchicheo antes de dormir endulzaba el
sueño. Pero tenía necesidad de un espacio, un mínimo refugio únicamente suyo.
Con el tiempo, a medida que crecía, ese anhelo se hizo acuciante. Un lugar
físico que se convirtiera en algo más que un cuarto propio, como si fuera una
especie de confesionario, un semillero para que germinaran cosas que ni ella sabía
definir, acaso ilusiones, fantasías, algo que le permitiera sacar su canto individual.
Entonces lo armaba en cualquier sitio y lo trasladaba igual que la carpa de
un circo. O lo llevaba a cuestas, como el caracol acarrea su habitáculo.
Era frágil, precario, podía surgir en los momentos menos pensados. Conseguía abstraerse de tal manera que todo lo que ocurría a su alrededor no la tocaba, abismada y protegida bajo esa campana de cristal. Y hasta elaboraba la
seguridad de que nadie la veía, que era invisible, de tan lejos que se había
ido.
Sin embargo, cuando mucho después obtuvo ese lugar, no fue lo mismo. Demasiadas
interferencias impedían la concentración, no era como lo había imaginado. Comprobó que solucionar problemas, enfrentarse con lo concreto del
día a día, la despojó de la facultad de irse a los territorios inexplorados para
encontrar esa voz propia que tanto había buscado.
Ahora quedaba inmersa en las peleas de los niños, los reclamos maritales, el continuo sonar del teléfono, los bocinazos de los coches, la música frenética que escuchaba la vecinita adolescente y que irrumpían por la ventana, arremolinándole las ideas como papeles en el viento.
Ahora quedaba inmersa en las peleas de los niños, los reclamos maritales, el continuo sonar del teléfono, los bocinazos de los coches, la música frenética que escuchaba la vecinita adolescente y que irrumpían por la ventana, arremolinándole las ideas como papeles en el viento.
©
Mirella S. — 2012 —
Con matices, casi soy yo, siempre he buscado mi espacio, desde pequeña, no lo necesitaba siempre pero me gustaba saber que lo tenía, y así ha sido todos los años de mi vida, ahora el espacio es amplio y aunque salga de el sigo dentro, por eso espero las horas en que las llaves hacen ruido, o suena el timbre. Un abrazo
ResponderEliminarCada uno con sus propias necesidades, lo importante es que te supiste hacer ese espacio.
EliminarGracias y besotes, Ester.
Me ha encantado el rinconcito, y también la imagen. Gracias Mirella. Besicos.
ResponderEliminarLa imagen es muy linda y muestra claramente cuando uno entra en esos mundos interiores.
EliminarBesos, Ange.
De lo que imaginamos a lo que la realidad nos dará hay un temible trecho.
ResponderEliminarBesos.
Es que nuestros deseos deben actualizarse, Xavi, hay etapas que terminan.
EliminarGracias y besos.
Mi padre decía y ya hace unos que murió, que ante tanta modernidad en la vida, prefería la de antes, y que en estos tiempos donde mejor vivirá uno era metiéndose en una tinaja. Esa es una buena forma de olvidarse del mundanal ruido, y de lo cotidiano y aburrido que resulta el día a día. La imagen es preciosa.
ResponderEliminarBesos Mirella y que pases muy buen fin de semana.
Como le decía al Toro, debemos adecuarnos a los momentos que transitamos, una cosa es la adolescencia, donde no siempre podés tener un cuarto propio y otra cosa es la adultez, cuando hay una parva de responsabilidades que cumplir.
EliminarSiempre gracias, con un abrazote, Rafa querido.
En esos momentos de soledad en que nos refugiamos en los recuerdos de antaño solemos poner esa balanza, todos los tiempos pasados fueron mejores pero solo es porque en el presente no obtenemos la perspectiva adecuada y el futuro siempre es incierto.
ResponderEliminarPreciosa e imnótica imagen.
Besos
Es la vida, Nieves, lo que anhelábamos de adolescentes, aunque lo hayamos conseguido es imposible trasladarlo a la adultez, son etapas muy distintas.
EliminarHay que buscar nuevas estrategias.
Gracias, dulce, besotes.
Ya lo decía Virginia Woolf: «una habitación propia», porque la necesitamos para hacer lo que nos venga en gana. ¿Por qué será que somos siempre las mujeres las que andamos enredadas en mil cosas y apenas nos queda tiempo para nosotras mismas?
ResponderEliminarUn beso, Mirella
Probablemente es porque todavía acarreamos pautas culturales donde las mujeres sentimos que debemos hacernos cargo de solucionar todo lo que nos rodea y quedan para lo último, estando ya agotadas, unos minutos para estar aunque sea a solas con nuestros pensamientos.
EliminarGracias por tu opinión, Isabel, un beso grande.
no sé si te pasará igual, pero que cierto es eso de tener un rincón propio
ResponderEliminardonde nadie nos moleste
a mí no me queda más que irme hacia adentro
(por eso escribo por lo general de noche o de madrugada
cuando todos duermen )
abrazos gorditos
ten un precioso fin de semana
Hay que encontrar el momento y el sitio que se acomode a la necesidad y a la disponibilidad de cada uno. Buscarlo y hacerlo propio.
EliminarBesos y buen fin de semana, Elisa, acá tenemos uno largo, el lunes es feriado.
LO malo es que ese paraiso- la isla solitaria- continua viviendo en el adolescente y haciendolo un solitario.
ResponderEliminarBesos
Depende, Chaly, el que tiene un espíritu solitario lo seguirá siendo aún rodeado de otras personas.
EliminarBesos.
a veces de lo imaginario a lo real, va un largo tramo
ResponderEliminarabrazos
carlos
Solemos querer lo que no tenemos y cuando lo logramos parece que es insuficiente o ya inadecuado.
EliminarGracias por pasar, Carlos.
Abrazos.
ME TRASMITES RUTINA.
ResponderEliminarABRAZOS
Si, la rutina y el apuro que se vive en las grandes ciudades y lo que nos produce.
EliminarBesos, Adolfo.
Que verdad. Es necesario ese lugar nuestro, sin voces que nos molesten, pero difícil de conseguir. Tengo amigas que sólo logran escribir en un bar a solas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Para mí un bar es el sitio perfecto, en casa me distraigo continuamente pensando en todo lo que tengo por hacer. Sentada con un café delante, me abstraigo y ni me molestan los ruidos de las mesas cercanas. ¿Raro no?.
EliminarOtro abrazo, Mariarosa.
Cuántos nos sentimos identificados con este texto, Mirella. Todos queremos nuestro Boo'ya Moon.
ResponderEliminarSí, yo de verdad quiero mi Boo'ya Moon.
Saludos.
Pues a construirlo, Raúl, dónde sea y cómo se pueda, hay que sacar un rato libre para conectarnos con lo que nos gusta.
EliminarGracias y un abrazo.
Hay que temerle un poquito a lo que se desea y tanto se ansía, ya que al cumplirse, no suele siempre asemejarse a aquel sueño tan anhelado.
ResponderEliminarBesos, Bella Dama.
Y gracias... ando igual, o peor.
Estoy atrasada con las respuestas, anoche llegué muy tarde y leí todos los comentarios que me dejaste. Gracias, Eva.
EliminarDe todos modos no hay que dejar de tener anhelos, con el tiempo se aprende a disfrutar de lo que se obtiene, aunque sea menos de lo deseado.
Cuidate mucho, guapa.
Este relato lo tomé como si se tratase de un fragmento de mi historia...Lo he vivido, y tal como lo contás. Y como me gustó la metáfora, te diré que lo he logrado, finalmente, y "llevo mi espacio conmigo siempre, como el caracol", y lo armo y lo desarmo cómo ,dónde y cuándo quiero, como ahora, leyéndote desde las Cataratas del Iguazú, un sábado a las 7 de la mañana! Ja! Gran abrazo, Mirella...Breve ma preciso, mi è piaciuto molto!
ResponderEliminarEs un texto que le cabe a todos los que vivimos en esta época, con múltiples actividades. El desafío es encontrar ese espacio para estar a solas, aunque estemos rodeados de gente. En un tiempo lo hacía en el colectivo, era un viaje largo que, metiéndome en mi mundo, se me hacía cortísimo.
EliminarTe felicito por estar en un lugar tan espléndido como las Cataratas del Iguazú, hace mucho que no las visito.
Gracias por hacerte de un tiempo para leer y contestarme.
Un forte abbraccio, cara Patzy.
Vengo de una circunstancia de mucho zarandeo, "Rinconcito", maravillosamente descripto, es lo que más anhelo en este momento, pero no en un bar, tengo la tara de ser aprensivo, desconfío de los pocillos de café, del mozo y de las mesas, me parecen todas pringosas. Me resulta difícil tener mi rinconcito, solo lo tengo cuando apoyo la cabeza en mi almohada, individual y amiga, como mi cama, lejos de otros ronquidos, y ahí sí le pego a la meditación!!
ResponderEliminar¡Un placer tu lectura, Mirella, bacio!!
Espero que el zarandeo sea circunstancial y puedas volver pronto a la normalidad.
EliminarSi uno se pone aprensivo te da asco todo, empezando por colectivos y subtes. Yo siempre encuentro barcitos luminosos, con poca gente, mozo/as que ya me conocen y ni tengo que hace rel pedido. Por donde vivo hay un café a cada paso y ya tengo fichados los que me gustan, no muy grandes, bien atendidos.
Cada uno, como dice el texto, arma su propio espacio donde se siente mejor.
Gracias por leer y comentar y que se resuelvan tus problemas.
Besos, Eduardo.
Suele pasar, las cosas llegan demasiado tarde
ResponderEliminarbesos.
Hay mucho desajuste entre lo que deseamos y el momento en que se cumple.
EliminarGracias, guapa, por cruzar el charco.
Esencial encontrar ese lugar donde, a solas y sin más compañía que nuestra alma, damos rienda suelta a nuestras letras, para que se disparen hacia donde quieran. Y no siempre lo encontramos...
ResponderEliminarMuy bien descripto lo que nos pasa a (casi) todos los que disfrutamos escribir historias.
¡Saludos!
Gracias, Juanito por todos tus comentarios. Espero que tengas tu propio rinconcito donte elaborar tus historias, que leemos conteniendo el aliento.
EliminarUn abrazo.