Los cuartos de
hotel por los que pasó tenían demasiadas historias, se entreveraban unas con
otras y era imposible decodificarlas. Eran historias efímeras, de horas o de
pocas noches, cuyos residuos resultaban absorbidos por las aspiradoras de las
mucamas, la renovación diaria de las sábanas, los detergentes y cloros.
Todo lo opuesto
a los departamentos o las casas que los dueños alquilan durante las vacaciones.
En ellos queda impregnada su energía, la de los objetos que les pertenecen y
dejan para que sean usados por extraños. La atmósfera en los cuartos de hotel
es neutra, aséptica. En los hogares alquilados se respira cierta tensión.
Piera la
percibía y no era algo que tuviese que ver con relatos de espectros ni de casas
embrujadas. Así se lo aclaraba a César; él la miraba frunciendo la nariz, y con expresión incrédula anunciaba —en el tono de voz inapelable que
esgrimía para algunos temas— que eran elucubraciones de su mente híper
fantasiosa y su dificultad para amoldarse a los cambios de ambiente.
Ella sabía —aunque
ya no lo manifestaba— que tenía una captación más aguda sobre las vibraciones
positivas o negativas de personas o lugares. En cuanto a las casas alquiladas, Piera
consideraba que el inquilino cae intempestivamente en la vida de otra familia y
empieza a insertarse en sus circunstancias. Allí ha quedado la presencia
emocional de los moradores habituales. Se los encuentra —Piera los descubría—
en detalles insignificantes para otros ojos.
No podía dar una
interpretación ni un porqué, pero en las casas de verano, a pesar de ser
cuidadosos, casi siempre se les rompía algún objeto o no lo encontraban, como
si el contenido de esas paredes se rebelara ante el manoseo y la intrusión de
los extranjeros. Lo insólito era que los objetos perdidos reaparecían horas
antes de abandonar la casa.
De esos hogares,
en los que Piera se sentía una invasora, recuerda el último al que fueron, un
chalet en decadencia —que en su tiempo habría sido aristocrático— ubicado
estratégicamente en lo alto de un acantilado. A su alrededor se espesaba un bosque
de eucaliptos, que al anochecer enrarecían el aire con el narcótico de su
perfume. Desde la ventana del dormitorio, en el primer piso, llegaba el monólogo
espumoso del mar con las rocas.
No conocieron a
los dueños, habían gestionado el alquiler de la casa mediante una agencia. A Piera
le desagradó lo que emanaba cada cuarto. Parecía que los propietarios hubieran partido
en una fuga improvisada, desprolija, dejando atrás lo mínimo indispensable,
llevándose lo más personal.
En el empapelado
se veían rectángulos más claros, indicadores del lugar donde antes hubo
cuadros. Eran manchas como pieles heridas que les fueron arrancadas las vendas
protectoras. Faltaban almohadones en los divanes, de los barrales colgaban los
ganchos, vacíos de cortinas. Esas carencias le otorgaban a la casa un clima de
abandono, de saqueo.
Ella era de
gustos frugales, simples, en cambio César disfrutaba de la elegancia, el
confort. Después de recorrer las habitaciones, él, un hombre amable, tranquilo,
gritó: ¡esto es una mierda! y, enfurecido, llamó a la agencia. La respuesta que
obtuvo fue que por ese precio no podía aspirar a algo mejor en la zona, había
conseguido una ganga, el real valor estaba en el panorama.
Trataron de
quedarse lo menos posible en la casa. Hicieron excursiones, nadaron, bucearon.
Sin embargo, una fisura en su comunicación se fue profundizando. Algo se había
oscurecido o ya estaba en sombras y la permanencia en la casa se los mostraba. César, siempre locuaz, se volvió taciturno y si le hablaba era para retrucar
todo lo que Piera decía.
Cada vez que
entraba en un cuarto se acentuaba la sensación de que los objetos la miraban,
antes de que ella les echara una ojeada. Dormía poco y se dedicaba a hurgar en
armarios y cajones buscando pistas de los propietarios. Detrás de unas toallas,
demasiado ocultos para ser recordados, o puestos allí para ser olvidados,
halló dos fotos en marcos de plata. La esposa con una cara pálida de Morticia;
él, exhibía una boca suavemente felina. La otra foto mostraba a dos niños, dos
criaturas desvaídas de la mano, como en una mutua protección. Miraban a la
cámara abriendo mucho los ojos.
A los diez días, César le dijo que preparara las valijas, se iban, no aguantaba más y no le
importaba haber pagado por todo el mes. Piera sintió desasosiego, no quería
quedarse allí pero tampoco volver a su casa en la ciudad.
Esa tarde fue al
pueblo y averiguó por un hotelito blanco con balcones azules que había visto
cuando llegaron. Tenían una habitación vacía. Paredes adentro el clima era
distendido y al entrar al cuarto comprendió que había hecho una elección
acertada.
Desde entonces
nunca más casas alquiladas en vacaciones. Nunca más César.
Mirella S. -Enero 2016-
Arte surrealista de Oleg Oprisco
Lo que describes maravillosamente bien, suele pasar a mucha gente los dueños de las casas y sus vivencis se reflejan continuamente en los enseres.
ResponderEliminarAsí como dicen que los perros se terminan pareciendo a sus dueños, también las casas y sus objetos los reflejan.
EliminarGracias, Tracy, espero que estés mejor de tu pie.
Besos.
Ay, madre mía, es verdad, yo alquilo una casita y ahora me haces pensar en si mi espíritu volará entre la ropa, las sillas, los espejos ... seguro que si !!!
ResponderEliminarLos inquilinos con vos no deberán preocuparse, porque tu espíritu es encantador.
EliminarGracias, guapa, un gran abrazo.
Creo que ella visualizó su futuro con Ivan en esa casa
ResponderEliminarY te aseguro que creo que hay personas capaces de conocer cómo son los propietarios de una casa x sus detalles
Me encantó!!!
Un abrazo grande :-)
Es muy probable que Piera haya percibido a través de los propietarios de la casa, de la foto escondida, lo que sucedería con su relación.
EliminarNo lo pensé por ese lado, pero encaja bien tu análisis.
Un gran beso, María y gracias.
No alquilo ni voy nunca de alquiler, se que en los hoteles mi olor desaparece el mismo día de mi salida, pero mi casa esta impregnada de mi como cualquier casa, si le dejo un chal a mi hija cuando me lo devuelve huele a su casa. Un abrazo desde mi retiro y mi aplauso por tu arte de redaccion. Ahh y perdon por los acentos, otro dia te mandare muchos
ResponderEliminarHacés muy bien, Ester, coincido totalmente, cada casa tiene su olor particular y su alma.
EliminarNo te preocupes por los acentos, guardalos para otra ocasión... jajajaja.
Besos y mil gracias por leerme desde tu retiro.
Parte de mi vida la pase viviendo en hoteles o alquilando cuartos por cortas temporadas y efectivamente en algunos de los que habite tenían un no sé qué, que lo obligaban a uno a abandonarlos.
ResponderEliminarBesos
El relato no es autobiográfico, pero sí parte de la sensación que tuve al habitar en casas alquiladas durante las vacaciones.
EliminarGracias, Chaly, con un beso.
Muy bueno Mirella. En cada casa hay olores y seres que aún sin estar presentes dejan algo de ellos en el ambiente. Se van, pero algo de ellos queda y es lo que turba hasta el aire que se respira.
ResponderEliminarPiera descubrió en esa casa que le convenía terminar con Iván y comenzar de nuevo.Y lo hizo, brindo por ella.
mariaosa
Un buen brindis para una decisión acertada. Toda materia absorbe la energía que la rodea y la transmite.
EliminarMuchas gracias, Mariarosa.
Besos.
Cuando voy a los hoteles siempre pienso si soñaré los sueños de quien durmió antes en la cama que en esos momentos ocupo, porque siempre suelo soñar cosas absurdas y muy diferentes a mis sueños habituales...
ResponderEliminarMuy buena Historia Mirella.
Besos!!
No parecemos, Nieves. En los hoteles lo percibí menos, pero en casas donde durante el año vivían sus dueños se me hacía muy notable el tipo de energía que circulaba. No siempre era negativa.
EliminarBesotes y gracias.
Todo el halo de misterio está plasmado de manera formidable, pero lo mejor ese final, que encierra todo lo que el relato quiere transmitir: Nunca más Iván. Brillante.
ResponderEliminarSaludos.
Me gusta lo inquietante, misterioso, aquello que no tiene respuestas, siempre trato de incluir, aunque sea en una mínima dosis, ese clima en los textos.
EliminarGracias, Raúl, muchos saludos.
Siempre he tenido la sensación de que las casas, viviendas o mansiones, así como los objetos, tienen o adquieren un algo de la personalidad de los dueños...
ResponderEliminarComo siempre, Mirell, un placer compartir tu maravillosa poética. Besos mil
Mejorando tu salud?... Deseo y espero que si
Son percepciones de personas con una sensibilidad muy particular.
EliminarContenta de tu visita y que compartas mis "locuras".
Sigo con altibajos en mi salud, gracias por interesarte, Soco.
Un abrazo enorme.
uyyyy, durante toda mi infancia pasábamos todos los veranos en casas alquiladas, nunca se me pasó por la cabeza pensar en esos temas.
ResponderEliminarmuy bueno!!
Mejor, Karin, así no te arruinabas las vacaciones. Gracias por la visita y me alegra que te gustara el texto.
EliminarBesos.
A mi me gusta adivinar entre esas paredes a quienes la habitaron o la diseñaron. Por el tamaño de los ambientes deduzco si son amantes de las reuniones, de la cocina, de la privacidad o si simplemente usan la casa de paso. Somos de alquilar cuando vamos en familia y si nos gusta o nos sentimos cómodos repetimos la visita al lugar y a la misma casa.
ResponderEliminarTodo lo nuestro habla de nosotros, nos presenta y representa... incluso el patio.
Un placer como siempre. Un abrazo!
Pienso igual, Sil. Hay casas que despiden algo inefable, mientras que en otras, desde los rincones, parece que salieran sombras. Me pasó en un par de ocasiones y no fue una estadía agradable.
EliminarUn monton de besos y gracias por la visita.
Mirella, está perfectamente escrito. Mira que no soy de leer coas realistas, pero contigo no puedo parar. Describes todo con naturalidad, enseguida puede el lector identificarse con cada palabra del discurso, comprende la verdad del alma de los hogares, y sonríe, probablemente, con el final tan simpático que le das al texto. La primera vez que llegué a tu blog me impactó (la prueba está en que suelo mencionar aquella primera vez), sin embargo creo que no has hecho, a lo largo de todo este tiempo, sino refinar y mejorar todos los atributos que hacen a tus relatos específicamente tuyos.
ResponderEliminarCreo, tal y como propones, que las casas, al igual que las mascotas o la prole, no pueden hacer más que reflejar el caracter de habitantes, dueños y padres. Siempre hay algo que se queda, y de verdad que, igual que se siente la oscuridad y la soledad entre cuatro paredes, da gusto cuando uno entra en un hogar cálido y lleno de amor.
¡Un abrazote, Mirella! ^_^
Te agradezco mucho que sigas leyéndome a través del tiempo y sin pertenecer mis textos al género que más te gusta. ¡Ese ya es un gran elogio!
EliminarNo recuerdo cuál fue el primer relato que te enganchó y me da gusto saber que notaras crecimiento y pulido en mi forma de escribir.
Un enorme abrazote, Jorge.
Entretenido relato, Mirella.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por acercarte, Ernesto y me alegro que te agradara el texto.
EliminarMuchos saludos.
Recuerdo muy bien este relato... y lo mucho que agradezco cada vez las pinceladas tan tuyas para describir ambientes.
ResponderEliminarA veces cambiar de sitio es como mudar la piel... y si ésta no nos queda como un guante, tal vez mudarnos de lugar sea lo mejor;)
Besos, mi Bella Dama.
Vengo con un poco de atraso con las respuestas, querida Zarcita. Los huesos me tienen mal.
EliminarMe he mudado tantas veces en mi vida que ahora quiero quedarme definitivamente donde estoy.
Gracias por volver a leer y comentar, guapa.
Enorme abrazo.
Me pasa que cuando veo una casa en demolición, donde quedan a la intemperie paredes pintadas con espacios más claros en donde probablemente pendía un cuadro o un espejo...me empiezo a imaginar la historia de sus moradores, casi como vos lo describis en tu relato. Siempre me siento "tocada" por tu varita cuando te leo. Abbraccio Mirella! Te admiro.
ResponderEliminarParece que tenemos la misma costumbre, Patzy, con las casas en demolición el sentimiento es todavía más fuerte... pronto no quedará nada de las paredes que cobijaron tantas historias.
EliminarGrazie, sempre, con un forte abbraccio, cara.
Las casas también tienen sentimientos... clarísimo!!!
ResponderEliminarY no aceptan a intrusos fácilmente.
Buenísimo como siempre.
Besos.
Gracias, Xavi, pensé que lo habías leído, era del otro blog que cerré.
EliminarNo ando inspirada para escribir. Época fea.
Besos.
Siempre me ha encantado encontrarle el alma en la casa. Por eso les paso las manos por las paredes, como buscando su historia. cada hogar tiene su aroma particular. Hermoso tu escrito. Un abrazo Mire
ResponderEliminarCreo que son pocas las cosas que no tienen alma, aunque sea por el contagio de lo vivo que esté cercano.
EliminarUn gusto que lo pasaras bien con la lectura. Gracias y abrazo, Demián.
Tomamos decisiones todo el tiempo, pero nadie dice que algunas de ellas no resulte especialmente difíciles. Pero no por ello efectivas.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Gracias por acercarte José. La vida está hecha de decisiones y el tiempo determinará si fueron buenas.
EliminarSaludos.