Una silueta ensombrece la
luz que entra por el panel de vidrio. Paula se entrega mansamente. Unos
segundos antes de ingresar en los paisajes borrosos del sueño artificial, los
fantasmas de momentos ya muertos aparecen en una sucesión arbitraria,
acelerada.
El baile de los quince, su
vestido en tonos pastel, la pulsera con los dijes que tintinean en el hombro de Juan, se esfuman cuando la señorita Emilia le pone esa fea nota roja en el
cuaderno por mala conducta, por incitar en clase a la insubordinación, en esos
años donde todavía no sabe qué es la docilidad. De inmediato el recuerdo se
confunde con la tarde en que no hay bizcochuelo con Nesquik porque mamá es
internada de urgencia. Paula revive el desgarro del miedo en el vientre que, sin
transición, se convierte en alegría y se ve a sí misma refulgir como un lucero.
Ella está con el vestido de seda blanca, aún oye el eco del “sí, quiero”,
siente el oro que le ciñe el dedo anular, “para toda la vida, mi amor”, sellado
con el roce de los labios de César.
Ya no está en la iglesia,
vuelve a sus once años, conoce a la Segunda, como la ha bautizado, la nueva mujer de su padre, almuerzan sin
mirarse. A los postres la otra hará su entrada triunfal sosteniendo la bandeja
con los damascos en almíbar, con un copito de queso mascarpone y escamas de
chocolate, que Paula odiará haber comido tan gozosamente. Y el arrebol de los
damascos se perderá en la palidez del quirófano, en el no llanto tan esperado,
en el silencio que, de pronto, se llena con el bullicio de un aeropuerto, no recuerda
cuál, fueron tantos.
La memoria, selectiva y
caprichosa, la devuelve a la casa del limonero, al maullido leve de Mimosa, la
gata blanca y gris, la de la mirada como dos hojas de menta, aquella que
apareció un día en el jardín de atrás, saltando la pared medianera y nunca más
se fue. Cuántas caricias en la pelusa de su cogotito, cuánto ronroneo
agradecido. Ese fue un amor que abarcó toda la vida que vivió Mimosa. Los otros no, duraron lo que duran los amores humanos. Le parece escuchar el ruido de
la puerta al cerrarse tras la valija, después solo el vacío alargando la noche,
sus ojos moteados de sol, desaparecidos para siempre.
Se ve caminado en una tierra
de nadie, la piel translúcida como la lluvia. La memoria tiene su propia
geografía y ahora la lleva por los carriles desencantados de los anhelos que no se cumplieron.
Se enciende una luz que baja
del cielorraso y, como si proviniera de allí, una voz sin boca dice algo que
suena como el siseo del viento en el follaje.
Todo se pierde o recupera en un instante
ResponderEliminarHay que buscar justamente eso: el instante
Sabia conclusión, profe.
EliminarTe dejo un gran abrazo.
Bueno parece que cuando te vas definitivamente toda la historia de tu vida pasa ante ti a toda velocidad y como si fuera una pelicula, Igual es como lo describes.
ResponderEliminarMe encantó la narración.
besotesssssss
En este caso no fui tan drástica, no se está muriendo, sino que son los efectos de la anestesia. Probablemente no queda muy claro.
EliminarMuchas gracias, Yoik, contenta de que te gustara.
Besos.
Mirella, tengo Internet loco, he puesto dos veces un comentario y justo al enviarlo se corta ...
ResponderEliminarQuiero decirte que tus letras son como visillos al viento, suaves y delicadas haciendo entrever las situaciones duras. Besetes.
Me ha ocurrido también a mí y sé que da un gran fastidio, porque no volvemos a escribir aquello que se nos ocurrió al inicio.
EliminarGracias por reintentarlo, Angelines. Mis textos, salvo raras excepciones, suelen mostrar las penas del alma y del cuerpo.
Un abrazote, guapa.
Mirella, como en un sueño, es muy interesante el relato. Me atrapó. Y me dió ganas de probar esos damascos.
ResponderEliminarsaludos
No te prives de los damascos, Karin. En cuanto al texto es una especie de sueño, se refiere al instante en que le están inyectando la anestesia.
EliminarGracias por tu presencia y por tus palabras.
Besos.
La memoria ojalá fuera tan selectiva como todos pretenden... al igual que tan fácil es reacomodar los recuerdos incómodos.
ResponderEliminarDame la receta, porque a mí las cuentas no me salen en esta pinche memoria mía, que de tan fiel, me da vértigo, incluso anestesiada...
;)
Preciosa prosa que logra encandilarme siempre...
En los buenos momentos, como en los malos, o en los peores... ya sabes;)
Besos, mi Bella Dama.
Creo que hay momentos en los que elegimos qué recordar, simplemente para mantener cierto equilibrio emocional. En otros el inconsciente nos manda sus andanadas y ahí hay que hamacarse. Claro que mucha gente tiene una facilidad pasmosa para la negación y logra vivir en un mundo de nubes (y con el infierno adentro y bien tapadito).
EliminarGracias, Zarcita, por tu compañía y tus opiniones.
Besazos, guapísima.
Devastador.
ResponderEliminarRecuerdos que se diluyen en la química que domina la sangre...
Pérdida de la consciencia.
El subconsciente ríe y enloquece a la vez.
Eres una genia.
Besos.
Gracias, Torito, pensé que ya lo habías leído en el otro blog, pero veo que te ha hecho impacto.
EliminarSí, soy la genia de la lámpara de Aladino... podés pedir un deseo...
Besos, amigo.
Nos sujetas a tus letras desde el principio, avanzamos pensando que son recuerdos infantiles que van dando saltos en el tiempo y entramos en una sala blanca donde los recuerdos de una vida están desfilando mientras el cuerpo y la mente pierden contacto con a realidad. Que bien escribes Mirella. Unos abrazos enormes
ResponderEliminarNo es fácil en un relato dar saltos en el tiempo y que el lector no se pierda o desconcierte. Parece que lo he logrado y me alegra.
EliminarBesos y abrazos, Ester.
Muy bueno, felicitaciones.
ResponderEliminarUn beso
Quedo contenta de que te fueras conforme, Chaly.
EliminarBesos.
Ya lo había leído en tu otro blog, de todas maneras la relectura atrapa nuevamente, virtud de un relato magnífico, uno de los mejores que escribiste, medalla de oro Mirel, realmente, me sale de adentro!!
ResponderEliminarAbrazote!!
Gracias, Edu, por tu entusiasmo y también por volver a leer el texto.
EliminarHace mucho que no publicás en tu blog, espero que tus cosas anden bien y te estés tomando un descanso.
Abrazo y beso.
Días de zozobra (10) me empaquetan la libertad de pensar, jugar y moverme: Una ciática y la compra de un artefacto de vanguardia que me está sacando canas verdes, vino el de la garantía y otros services a joderme y están viviendo dentro del departamento hablándome con un lenguaje técnico y yo escuchándolos como si fueran marcianos ¡Quiero que se vayan!!! ¡Soy insociable!!!
EliminarQué suerte que tenes, Mirel, sos libre, abrazo!!
Eso te pasa por ser vanguardista... yo cero cosas técnicas, ni celular tengo. No creas que la estoy pasando tan libremente, chequeos médicos y más chequeos.
EliminarBesos, Edu.
Disfrutado nuevamente, no dejo de pensar en qué cosas vendrán a mi mente en un momento así.
ResponderEliminarHermoso y triste.
Saludos.
Gracias Raúl, sos uno de los lectores de oro que se bancan dobles lecturas y con temas tristes, además.
EliminarAbrazo.
Y al final solo nos queda nuestra propia esencia con poca energía...
ResponderEliminarComo dice Raúl... Hermoso y triste.
Besos
En los momentos previos a entrar a un quirófano o también cuando se va saliendo de la anestesia, aflora el inconsciente con toda su fuerza.
EliminarSiempre agradecida por tu presencia, Nieves.
Besotes.
Es maravilloso. Impresionante cómo has mezclado los recuerdos de toda una vida, la decepción y el doloroso final.
ResponderEliminarBesos y enhorabuena, Mirella.
Seamos optimistas y pensemos que sale bien de la operación. Quizás eso no quedó muy claro, no la imaginé en sus últimos minutos.
EliminarGracias por los elogios y un enorme abrazote, Celia.
La vida va pasando ante nuestros ojos con sus momentos más recordados. Aquellos que nos dejan una sonrisa y los otros, los que nos marcan de dolor. Un relato claro, con tu calidad e escritora en cada párrafo. Es el tiempo al que todos vamos llegando, tiempo de recordar y aunque no lo queramos, ellos, los recuerdos, llegan solos.
ResponderEliminarmariarosa
Sobre todo cuando bajamos las defensas con la anestesia, en esos momentos no hay ni pasado ni presente, las vivencias aparecen como más le guste al inconsciente.
EliminarGracias, Mariarosa, besos.