Después de la muerte de
mamá, volví a pensar en el abuelo Enzo. Aunque no lo conocí, siempre lo tuve
presente como un virus maligno que hubiera infectado cada una de mis células.
Pasó casi medio siglo desde que dejamos la casa de Via Cavour, en Roma, y su
recuerdo sigue oprimiéndome. Porque junto al recuerdo del abuelo, está la
promesa que arruinó mi vida.
Quizás, sin saberlo, hoy
entré en el dormitorio de mamá para cerrar el largo capítulo que empezara cuando
nos trasladamos a Roma. El cuarto me pareció mudo, vacío de las viejas
canciones italianas que ella cantaba con esa voz sorprendente, como un sol
inesperado. Me senté a los pies de la cama, miré la cómoda, el camino de
macramé cubierto por las fotos que nos habíamos sacamos en Italia. Las miré como si las
descubriera en ese momento. En cada una reconocía un recorte de mi historia
que, inevitablemente, me empujaba a la casa de Via Cavour y a la cara del
abuelo Enzo.
Tenía cinco años cuando
vi su retrato por primera vez. Mi padre acababa de pasar por otro de sus
descalabros económicos; de Milán nos fuimos a Roma, a vivir un tiempo con
Bianca, mi abuela materna, hasta que él encontrara un empleo acorde a sus
ambiciones.
Llegamos a Via Cavour al
atardecer. De la casa me quedó la imagen de cómo la vi entonces: una especie de
fortaleza fantasmal, emergiendo en la bruma de la llovizna.
La abuela Bianca era más
alta que papá, erguida y enérgica. Me dio un beso fugaz, tomó mi mano y con un
paso que apenas podía seguir con mi trotecito, recorrimos salas en penumbra.
Terminamos en un pasillo interior, de un rojo sombrío, las paredes tapadas con
retratos de hombres y mujeres, tan inexpresivos y borrosos, que parecían copias
de una única cara. Él era distinto, emanaba algo que me resultó amenazador.
La abuela abrió una
puerta que estaba enfrente de ese retrato. Dijo que sería mi habitación y se
inclinó para sacarme el abrigo. Era linda la abuela Bianca, con su cabeza de
reina y también con ese gesto de águila. Intuí que allí tampoco iba a ser
feliz. La casa no me gustaba y mi dormitorio era triste, oscurecido por
cortinas gruesas y con un empapelado, que repetía hasta el infinito, la misma
naturaleza muerta. Si creí que por lo menos tendría un hogar estable, una
abuela, me equivoqué: Bianca no era el tipo de abuelita que cuenta a los nietos
historias de duendes y princesas y les cocina tortas de chocolate.
Cuando salimos al
pasillo me paré de golpe y me escondí detrás de ella, que me tironeó de un rulo
para que siguiéramos, la cena se enfriaba. Aferrada a su pollera, levanté el
índice, señalé el retrato y pregunté quién era. Contestó: tu abuelo Enzo, el papá de tu mamá.
Le pregunté dónde estaba. Con los ojos vueltos hacia la lejanía del techo,
dijo: se murió. Tras una
pausa agregó: ahora está en el
cielo. Recuerdo que su voz había cambiado.
Generalmente nos
quedábamos poco tiempo en cada ciudad y me dolía partir, nunca podía afincarme
en un sitio, hacer amigas. Desde el momento en que llegamos a la casa de Via
Cavour, anhelé que nos fuéramos pronto.
Lo más temible era el
retrato. Cada vez que abría la puerta de mi cuarto, me esperaba, vertiendo
sobre mí una mirada acusadora. Por más que inventase juegos para distraerme,
era inútil. Mamá me había enseñado un villancico y yo lo cantaba a todo pulmón
al entrar o salir de mi dormitorio para olvidarme de su presencia, pero a
último minuto, magnetizada, desviaba los ojos hacia el retrato. Era igual que
si unos dedos de hielo se enroscaran en mi nuca.
Caminar por ese pasillo
me producía terror. Los apliques en la pared irradiaban una luz agonizante, sin
embargo, la cara del abuelo parecía resaltar más en esa penumbra. La foto era
grande, en tonos sepia, dentro de un marco oval de madera. El abuelo tenía el
pelo espeso, el ceño fruncido y bajo el trazo categórico de las cejas, asomaba
su mirada oblicua. La boca, semioculta por unos bigotazos, parecía formular
severas amonestaciones. Después de hacer alguna travesura, corría a espiar la
cara del abuelo y me sometía a la crueldad de sus ojos.
Una noche que no podía
dormir entré sin golpear en la habitación de mis padres. Vi el ritmo de sus
cuerpos agitarse bajo las sábanas y escuché sus respiraciones aceleradas. El
corazón me palpitaba con tanta fuerza que me apreté el pecho con las manos para
que no retumbara. Escapé y busqué el rincón más oculto para esconderme. Creí
que los ojos del abuelo me perseguían por toda la casa. Me metí en el hueco que
había entre un armario y la pared y lloré como nunca más lo haría. Le pedí
perdón al abuelo, una y otra vez; determiné que yo era un bicho miserable, que
no merecía ser amada.
Estuve mucho tiempo en
ese escondite, hasta que las lágrimas se enfriaron y quedé con las mejillas
saladas y tirantes. Crucé habitaciones tenebrosas sin saber por dónde iba,
hasta que me topé con el pasillo de los retratos. Antes de refugiarme en el dormitorio, me di vuelta y miré al abuelo Enzo para recibir el castigo. En un
desesperado intento por borrar mi falta, le hice la promesa. Prometí ser tan
buena como santa Teresita del Niño Jesús, que conocía por las lecturas de mamá.
Él iba a sentirse orgulloso de mí y terminaría mirándome con un poco de afecto.
Pero sus ojos no cambiaron, su presencia fue la de un ángel de la guarda de
alas oscuras, que me recordaba lo imperfecta que era.
©
Mirella S. — 2010 —
Me alegro de que los hayas rescatado, este es buenísimo.
ResponderEliminarEspero que pienses lo mismo de la segunda parte y no te vayas defraudada.
EliminarBesos, Tacy.
A veces siento que los abuelos tienen ese doble rostro, el tan tierno y el otro, misterioso ... Un abrazo.
ResponderEliminarDarío, no te voy a adelantar nada de la cara íntima, tendrás que volver el jueves y ojalá que el viaje valga la pena.
EliminarUn abrazo.
ResponderEliminarRelatas muy bien e impregnas de sabor tus letras. Por eso, creo que no debieras partir los relatos. Si son largos pues lo soportaremos, o te diremos un simple 'me gusta'.
· un abrazo
· CR · & · LaMiradaAusente ·
Tenés toda la razón, Bolo, tengo otros antiguos y largos como el de hoy que pensaba publicar próximamente. Voy a seguir tu consejo, hay algunos en los que se perdería el clima leyéndolo en dos etapas.
EliminarGracias, con un abrazo.
Esperemos a como se desarrolla la parte final, porque este relato del abuelo está muy interesante. En esto de los abuelos, yo creo que como en todo y en todas partes ha habido de todo. Abuelos a los que hemos querido mucho y otros más bien detestables, que muchos nietos les gustaría no haberlos conocido. Yo tuve suerte, ya que fueron excelentes personas y magníficos abuelos. Ya veremos que nos deparas en la segunda parte; pero seguro que hay sorpresas.
ResponderEliminarBesos Mirella.
Los abuelos son figuras importantes, yo no llegué a conocerlos y creo que me quedó como cierta nostalgia.
EliminarEl de mi madre era contador y murió relativamente joven. El de mi padre fue director de una cárcel, así que imagino que habrá sido bastante estricto con los hijos, que eran diez, aunque varios murieron de niños.
Me alegro, Rafa, que te interesara la historia y espero que también el descenlace.
Un gran abrazote.
Enzo controlaba todo desde el otro mundo.
ResponderEliminarBesos.
Ya te enterarás el jueves, no faltes, Torito.
EliminarUn abrazote.
No conocí a mis abuelos, al materno, en quien me inspiré para este cuento, sólo por una enorme foto colgada en el vestíbulo de mi casa. Tenía una expresión que yo a los cuatro o cinco años, decodificaba como terrible y se lo comenté a mi madre, que sacó el retrato y puso otro.
ResponderEliminarCuando muchos años más tarde volví a ver esa foto, me dio un ataque de risa porque me pareció que esa expresión que me había asustado tanto era casi ridícula, de caricatura.
De allí salió la idea del cuento.
Gracias, Jorge. Un abrazo grande.
Vaya, no sabes cuánto me alegra saber que tiene segunda parte, porque se me parte el alma pensando en esa chiquilla aguijoneada por un sentimiento que el miedo, ese gran enemigo, y ella misma han creado.
ResponderEliminarDeseando estoy saber cómo continúa.
:)
Besos.
Lamento decirte que es un cuento triste y espero que no se te vuelva partir el alma en la segunda entrega.
EliminarCuando menos lo pensás y ya será jueves.
Gracias, Marinel, con un gran besote.
Hola Mirella, en principio decirte que me gustó mucho este relato por esa atmósfera de desarraigo que creas de la niña que viaja y no termina de sentirse establecida en algún lugar al grado de querer permanecer poco tiempo en ésta, su nueva residencia, la casa de los abuelos maternos, y esta relación con Enzo a partir del puro retrato.
ResponderEliminarSegundo, no me parece tan largo, de hecho lo leí y me pareció un suspiro, lo cual habla de la fluidez porque uno como lector se mete de inmediato a la historia que en todo momento nos mantiene al filo de la lectura; en ningún momento se cae ese ambiente que has creado. Eso sí, por el momento de tensión en donde has hecho la pausa, (el momento de la intimidad de los padres y esos minutos escondida y un poco turbada para luego confrontarse una vez más con esa mirada seria del abuelo) la verdad que se queda uno picado con la historia y no queda sino esperar a su conclusión.
Dicho lo cual mi querida y admirada Mirel, a esperar el desenlace con esa manera tan poética que tienes de relatar.
Besos.
Estoy arrepentida de haberlo hecho en dos entregas, pero como sé que hay poco tiempo y todo el mundo anda con mil cosas para hacer y leer, pensé que mejor era dividirlo. Más arriba también me han dicho que se lee de un tirón, así que ya lo sé para los próximos: irán enteros.
EliminarUn gusto que te haya interesado, espero no defraudar en la segunda parte.
Siempre agradecida, compañero, un abrazo fuerte.
Los abuelos trasladan el doble conocimiento
ResponderEliminarAlgunos, ciertamente... veamos que opinás el jueves.
EliminarUn abrazo, Oscar.
Muy interesante, Mirella!! y ahora quedaré a la espera de esa segunda parte!
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Laura, me alegra que te provocara interés.
EliminarOtro abrazo.
Haces bien recuperando relatos ... los abuelo son personas muy especiales.
ResponderEliminarAbrazos
Tengo unos cuantos todavía que puedo rescatar, otros ya no tienen significado para mí y fueron a parar a la papelera.
EliminarGracias, Esme, un abrazo.
Airea, airea que mientras nosotros disfrutamos de tus letras todas tiene un mensaje y una cadencia que se leen de facilidad, debe ser porque escribes muy bien. Saltibrincos
ResponderEliminarGracias, Ester, preparate que los próximos que voy a ventilar los mando "sin cortes", todos enteritos de una sola vez.
EliminarUn abrazo, guapa.
Me pica la curiosidad por saber que pasó en el interior de la chica ante la escena intima de sus padres, le explotaron todos los sentidos, descubrió el lado oscuro de la luna, los ojos del abuelo preanunciaban algo apocalíptico para la niña que interrumpió su inocencia, el fue testigo de lo que vió.
ResponderEliminarQue feo es esperar que pasó cuando el relato estaba al rojo vivo, mi curiosidad me carcome, dame algunas pistas si me contestas el comentario!!
Abrazo impaciente, MIR!!
Sólo te contesto que esperes hasta mañana, voy a adelantar el final porque no creía que iba a generar tanta ansiedad.
EliminarMañana al mediodía se te aclararán las dudas... o se plantearán otras.
Paciencia, amigo. Ojalá no te decepcione el final.
Un abrazo, Edu.
Para mi son nuevos y aunque los hubiera leído, volvería a hacerlo. Cuando leo tus relatos vuelo a otro mundo, al de los sueños. Besicos.
ResponderEliminarQué cosas lindas me decís, gracias, Angelines. Tengo una serie de relatos, algunos de hace muchos años, que nadie leyó y me da pena, porque fue una época en que escribir e imaginar historias me salvó de la depresión. Ahora, con el blog, tengo la posibilidad de agradecerles el bien que me hicieron, publicándolos.
EliminarUn abrazote.
El trabajo me tiene un tanto alejada, me faltan horas del día Mirella, Paso a leerte, que me dejé atrás algunas entradas y a saludarte, me encanta la idea de sacar a luz estos magníficos relatos con tanta fuerza y alma.
ResponderEliminarDisfruto leyéndote Mirella.
No me marcho, me quedo por aquí leyendo lo atrasado ;)
Mil besos!!!
No te preocupes, Nieves, pasá cuando puedas, yo también anduve con bastantes problemas y no te visité demasiado. No debe convertirse en una obligación o una presión más, sino en algo placentero.
EliminarGracias por todos tus mensajes en entradas anteriores.
Un beso muy grande.
Un relato triste, una mujer cuya vida queda marcada por una promesa hecha cuando niña, acaso nuestra época más indefensa pero a la vez más libre, porque al crecer la imaginación se nos corta como un río que va secándose. Y es precisamente la imaginación la mayor de nuestras libertades.
ResponderEliminarYo quedo conforme con la publicación en dos partes, como si acordáramos una cita.
Un abrazo estimada Mirella.
Como la mayoría eligió que se haga en una sola vez, tanto en el blog, como en la comunidad de g+ en la que publico asiduamente, así lo haré en las próximas entradas.
EliminarDespués cada uno lo leerá según sus gustos y disponibilidad de tiempo.
Este es un relato en el que quise marcar cómo ciertas circunstancias son vividas de un modo terrible durante la infancia, especialmente si se es muy sensible y no se recibe la atención necesaria.
Un gusto tenerte por estos lados, Eduardo.
Abrazo grande.
La inocencia de una pequeña asustada y es verdad, esos cuadros antiguos con tios y abuelos de grandes bigotes; asustaban. Sería una costumbre de la época poner cara de malos al fotografiarse.
ResponderEliminarHermoso relato con la calidez de tu pluma y sentimiento.
mariarosa
Gracias, Mariarosa, es un cuento al que le sigo teniendo cariño porque creo que logré plasmar los sentimientos de soledad, desarraigo y falta de pertenencia de esa nena.
EliminarBesos.
Je, je...
ResponderEliminarMe recordaste la primera vez que pillé a mis padres in fraganti.
Y también paseé por Roma de tu mano, esa ciudad en la que también viví un tiempito largo. Mi habitación daba a la Piazza Nabona, y entonces era taaan feliz... no como tú muerta de angustia por lo que acababas de presenciar...
Sonrío.
Voy a ver cómo acaba esto.
;)
Besos, Bella Dama.
Ojo, Zarza, que el relato no es autobiográfico. Tampoco viví en Roma cuando estaba en Italia, sí la conocí y recorrí en viajes posteriores. Con una habitación asomada a la Piazza Navona yo también sería sumamente feliz.
EliminarUn gran abrazote, guapa.
Soberbio retrato de una infancia marcada por sensaciones. Vaoy por el final, a ver qué le pasa a esta chica con esa mirada severa.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, Raúl, por la lectura.
EliminarMuchos saludos.