Alguien a quien ella le
había dicho que no, a modo de despedida, sentenció que tenía un alma tenebrosa
en un cuerpo prematuramente viejo.
No le pudo contestar, a
los veinte años no discutía, no hubiera sabido explicárselo. A él tampoco le hubiese importado su aclaración de que había llegado a este mundo con huellas muy
profundas, que se estamparon estando aún en el vientre de su madre. Los
vestigios de la guerra.
Había
absorbido ese horror durante nueve meses, el miedo a los misiles provenientes de sitios
remotos que caían de un cielo ensordecedor y trizaban vidrios, demolían
edificios, sacudían los cimientos de los sótanos donde se refugiaban las
familias. Un miedo que siguió mamando con la leche materna, junto a la
incertidumbre, el desamparo y la muerte.
En la adolescencia se vio a sí misma como
una vaca a la que no marcaron con un hierro candente, una maverick que nadie reclamaba y vagaba sola por
los campos. Sin embargo, había venido con marcas que le eran ignotas
y pertenecían a su destino: el de haber nacido en un momento en que esa zona
del mundo se volvió loca. Nadie sale intacto de una atmósfera de estrago.
Por eso nunca discutía,
una discusión podría derivar en una guerra. Sus primeras lesiones fueron
intangibles; igual que los terroristas, operaban en la clandestinidad, desde
las honduras del inconsciente. Después, la vida se le fue dibujando en el
cuerpo, como un tatuaje.
Con los ojos sólo se advierte
la devastación del tiempo, los músculos que se aflojan, la telaraña de arrugas
que gana terreno. Pero los tatuajes interiores hablan de las angustias y
ansiedades, de las esperanzas e ilusiones, de los garrotazos recibidos, de lo
que se hizo y lo que se dejó de hacer, lo que se dio de menos y lo que se tomó
de más; son la voz de los sueños que persisten más allá de una realidad que, la
mayoría de las veces es adversa, y otras pocas favorable.
Las cicatrices formaron
parte del diseño de sus tatuajes exteriores, algunas se las dejaron los hijos; otras,
múltiples operaciones. Su cuerpo fue el campo de batalla. La faceta contestataria
siempre en conflagración con la mansa y mediadora. Ganó, perdió, pactó treguas.
Ella enhebraba la aguja de sus actos, cosía o remendaba los desgarrones del alma y su sino —o lo
que fuera— se encargaba de abrir heridas nuevas.
El tatuaje es una pintura
viva que se expande, cada día esboza líneas imperceptibles que van conformando
el paisaje corporal.
No
desprecia esas señales visibles. Cuando está triste las acaricia, porque le
cuentan su historia, reafirman su identidad.
© Mirella S. — 2014 —
Pintura de Carles Gomila
Lo tatuajes que dejan la vida no se borran ni con láser.
ResponderEliminarUn crudo relato el que nos presentás. Se palpa el dolor por el que pasó la protagonista.
Te felicito.
Saludos.
Son los que forman (o deforman) nuestra visión de la vida y esos tatuajes traspasan la piel, son bien profundos.
EliminarGracias, Raúl, un gusto que pasaras y te vayas satisfecho.
Un abrazo.
Tremenda historia, escrita con tu genial maestría.
ResponderEliminarLa vida nos marca a unos más que a otros, pero interna o exteriormente los tatuajes están.
Felicitaciones Mirella, siempre es un gusto leerte.
mariarosa
Hay tantas de estas historias terribles, lamentablemente, y tanta gente marcada para siempre, porque hay vivencias que no se borran jamás.
EliminarUn abrazo, Mariarosa, gracias por acercarte.
Interesante y original la forma del relato sobre una mujer cuyas pesadillas le aparecen tatuadas, muy logrado el relato, uno de los mejores!!
ResponderEliminarRegresaste con gloria, Mirella!!
No son precisamente pesadillas, Eduardo, el tatuaje es una metáfora sobre vivencias dolorosas y las marcas que dejan.
EliminarGracias por la visita.
Abrazo.
Los tatuajes interiores... esas heridas del alma que duelen infinito y no se curan jamás.
ResponderEliminarYo tampoco discuto.
Total al final moriremos todos...
Besos.
Hay discusiones estériles que no valen la pena porque se pierde energía inútilmente.
EliminarTerminan siendo un duelo de egos. Pero otras creo que son necesarias para plantarse y ser respetados y que no te pasen por encima.
Todos acarreamos nuestros tatuajes interiores, Xavi.
Un beso grande y gracias.
Y sigue bloguer dando lata... ya tenía escrito un chorro, los publico y se pierden...
ResponderEliminarte decía que has hecho un reflejo de esos tatuajes que deja la guerra en el interior de una persona, que ha tenido que cambiar en la niñez, los juguetes por las armas.
felicitaciones.
besos
carlos
Me ha pasado varias veces, y después reconstruir lo que se escribió de entrada no sale igual.
EliminarEl caso de los niños soldados es un horror, pero sin ir a ese extremo, también repercute en los que no tienen que participar activamente en una guerra, que tan solo la sufren y deben soportar vivir las consecuencias.
Gracias, Carlos, un abrazo.
la piel como lienzo y el alma se hace corteza profunda
ResponderEliminarexistencial texto nos compartes
felicitaciones
besitos
Gracias, Elisa, por tu comentario bien poético.
EliminarContenta de que te gustara el texto.
Un abrazote.
buena semana Mirella
Eliminargracias por tu huella
abrazos
También para vos, Elisa, una semana con muchas cosas lindas.
EliminarAbrazote.
"El tatuaje es una pintura viva que se expande"...me encantó, Mirella! No nos hacen falta más marcas que aquellas que la propia vida nos deja, verdad? No me gustan los tatuajes, no creo que ninguno de ellos pueda competir con los que vos destacás, con la vida misma dejando huellas. Abbracci cara!
ResponderEliminarLos tatuajes que se hacen responden a modas o a ciertas culturas; los otros, los de adentro, también son indelebles y traen otras consecuencias: el aprendizaje a los golpes, la fuerza interior, pero también la amargura y el resentimiento.
EliminarCada uno hace lo que puede con lo que le tocó vivir.
Grazie, Patzy, tanti cari bacioni.
Tatuajes tan profundos que marcan para siempre no solo la piel, también el alma. Besetes.
ResponderEliminarLos de la piel son superficiales, pero los que marcan el alma tienen raíces profundas.
EliminarUn beso grande, Angelines y gracias por pasar.
Aquí nuevamente gozando tus líneas querida Mirella. Mamar la guerra desde el vientre, cómo no va a salir uno devastado desde el origen.
ResponderEliminarMe gustó demasiado.
Beeeeso.
Un gustazo, Gildo, que te vayas contento, aunque la temática sea triste, pero creo que vivida dignamente por la protagonista del relato. Esa fue mi intención.
EliminarBeeeeesos y abraaaazos.
Las marcas de la vida, que le dicen, tatuajes, que le llaman. Algunos no podemos elegirlos para adornar nuestra piel, mucho menos nuestro inconsciente. Dichoso quien pueda saber dónde nacerá y cómo lo hará.
ResponderEliminarSuerte
J.
Hola José, bienvenido y gracias por dejar tu opinión.
EliminarHay circunstancias en la vida que vienen porque nos tocó eso y dejan surcos profundos en nuestro inconsciente. Lamentablemente no tenemos poder de decisión sobre cómo vendremos a este mundo.
Habrá que sobrellevar lo mejor posible lo que nos correspondió en el reparto.
Muchos saludos.
A los tatuajes del alma solo podemos acariciarlos los que llevamos una cicatriz que son mil.
ResponderEliminarUna caricia es lo mejor que podemos hacer sobre esas heridas viejas y cicatrizadas, es como si nos masajeáramos el alma.
EliminarGracias, Johann por venir desde Jamaica hasta este rinconcito, que es muy inofensivo y no hay ningún Mikel rondando (jajaja...)
Besos.
"Buenas palabras y malos hechos engañan a los locos y a los cuerdos".
ResponderEliminar"La historia es la novela de los hechos y la novela es la historia de los sentimientos".
Gracias, Bixen, por dejar tus reflexiones.
EliminarSaludos.
Hola,Sra.Mirella:
ResponderEliminarHermoso todo lo que ha escrito.
Sin embargo, había venido con marcas profundas, que le eran ignotas y pertenecían a su destino:
¡¡Grande!! Esos tatuajes no se pueden quitar ni con láser, porque aún si te queda la gran señal...
En fin es un honor poder leer sus letras,poeta!!
Saludos cálidos en la distancia.
Muy amable, Elisa, por dejar tu opinión. Me deja muy contenta que disfrutaras del texto.
EliminarUn abrazo.
Todos tenemos cicatrices, todos tenemos historias que contar. Por otro lado es una alegría saber que somos tan polifacéticos, tan contradictorios quizá, que ni siquiera un tatuaje, ni todas las historias de nuestra vida serían capaz de explicarnos, a fin de cuentas siempre hay una especie de vacío ante cada instante, delante de cada elección y nosotros estamos ahí, ahí realmente somos nosotros. Las historias y las cicatrices son nuestras y no lo son, y por eso también podemos vernos en ellas. Es una historia triste muy bien plasmada, la verdad es que deja con ganas de que salga el sol y todo, con tal de equilibrar un poco. Me ha gustado mucho, y aunque no se diga demasiado el que has escogido es un gran título.
ResponderEliminar¡Un abrazo, Mirella! ^_^
Ciertamente que esas cicatrices o tatuajes interiores son sólo una pequeña parte de lo que somos. Estoy segura de que nos han condicionado; no es lo mismo nacer en un determinado momento de la historia del mundo que en otro; no es lo mismo nacer en Europa que en África o en Sudamérica; lo mismo ocurre con el nivel social o con el tipo de familia.
EliminarConcuerdo en que somos las decisiones que tomamos y ahí tenemos que responsabilizarnos por las consecuencias. Pero hay cosas, como las que te mencioné antes, que no elegimos, nos vienen dadas.
Es una historia triste, pero también serena, así quise contarla, porque al final la protagonista acepta que todo eso forma parte de su identidad.
Estoy en deuda con vos, Jorge, leí tu último post pero no lo comenté porque me tomé un tiempo de descanso del mundo virtual.
Besos y gracias mil por tu comentario.
LOS AÑOS, EL TIEMPO, LOS SENTIMIENTOS ENMARCAN VIDA. GRAN TEXTO, COMO SIEMPRE.
ResponderEliminarBESOS
Gracias a vos, Adolfo, por estar siempre. Un gusto que te fueras satisfecho.
EliminarUn abrazo.
Hay tatuajes como los de tu protagonista que marcan con tinta indeleble y de por vida. A veces el contexto puede incluso explicarlos mejor, otras no. Acariciarlos, e intentar entenderlos, aprender a vivir con ellos es un instinto de supervivencia. Algunas veces se ocultan y otras, a solas, y sin querer afloran en el subconsciente. Son marcas de vida, y ¿quién no las tiene?
ResponderEliminarUn magnífico relato. Me tienes muy mal acostumbrada porque leerte ya un vicio... ;-)
Espero que ya andes más recuperada.
Un beso grande, bella dama.
¡Bienvenido ese vicio, Zarza! Me alegra mucho que lo tengas, espero fomentártelo.
EliminarComo la vida es un gran misterio, todo lo que nos pasa también, entonces nos damos respuestas, intentamos sobrevivir -como dijiste- a veces nos maltratamos, otras nos acunamos un poco.
Gracias, guapa, estoy mejor, más despejada. Cada tanto tengo que alejarme unos días del mundo virtual, para concentrarme en escribir.
Besazos.
Me gusta el paralelismo que haces de las cicatrices interiores y de los tatuajes. La historia es triste y me gusta cómo la has contado. Las cicatrices interiores siempre están ahí. Los tatuajes puedes borrarlos a voluntad y no siempre responden a un trauma aunque sí son, a veces , signo de rebeldía nacida de dentro. Tal como están las cosas ahora al nacer alguien tira los dados y es difícil hacer pleno.
ResponderEliminarBesos
Concuerdo totalmente con tus opiniones, María del Mar. Esas cicatrices se podrán alisar un poco con el correr del tiempo, pero permencerán porque conforman nuestra historia y lo que somos.
EliminarMuchas gracias, guapa, por leer.
Un abrazo.
Son los tatuajes del alma, pienso igual que Toro.
ResponderEliminarBesos ambos, Y feliz semana, Mirella.
Muy amable Amapola por tu visita y tus palabras.
EliminarBesotes.
Este texto hiere o tatua. Me es reconocible, como todos los dolores del mundo. Un abrazo.
ResponderEliminarTe es reconocible porque habla de dolores universales que padecimos todos, cada cual en su medida y en su circunstancia.
EliminarGracias, Darío, un abrazo grande.
En mi anterior vida, me deleitaba mirando, acariciando mis cicatrices y sufria y sufria. Un dia me di cuenta del error y borre, las anule y las olvide. Ya no sufro.
ResponderEliminarHe borrado todo.
Ahora en esta vida, con la experiencia de las anteriores, soy feliz, alegre y LIBRE
Sos un suertudo, Chaly, porque tuviste otras vidas y además te acordás de ellas.
EliminarTodo un privilegio y sin recurrir a regresiones...
Besos.
Un lujo leerte, como ya es habitual. Magnífico texto.
ResponderEliminarLos sentimientos, las tendencias, las heridas del alma, es posible que se manifiesten en ciertos casos, con signos o marcas "tatuajes" exteriores. Hay alguna teoría que así lo afirma.
Abracísimo, Mirell.
Y para mí un placer recibirte, Soco, y si te vas contenta, todavía más.
EliminarUn abrazo fuerte fuerte.
Impresionante historia y además escribís estupendamente, me encantó! saludos
ResponderEliminarBienvenida, Paula, un gusto que encontraras un espacio de tu agrado.
EliminarPasá cuando quieras.
Besos.
Decía que me ha gustado mucho la historia y la alegoría del transcurso de la vida con las cicatrices de las entrañas en la adversidad que en ocasiones se vuelve un tópico en las vidas. A la memoria de ciertos desencantos propiciados por el destino la narrativa de los tatuajes que pudieran impresionar pero tienen su lógica, su sentido y hasta su catarsis.
ResponderEliminarGran y original historia Mirella.
Gracias, Gonzalo, siempre me dejás comentarios muy lindos y es una alegría para mí que te gusten los temas y cómo están tratados.
EliminarUn enorme abrazote.
Los tatuajes y las cicatrices de alma son heridas que nunca llegan a curar, o al menos eso dicen. Pero amargarse y apurarse siempre por lo pasado, o pensar en lo que pudo ser y no ha sido, creo que tampoco solucionada, nada, al revés acaba amargando y marcando más. Querida Mirella espero que estés bien, y lista del todo para el ataque.
ResponderEliminarBesos amiga.
Es cierto lo que decís, pero a veces hay marcas tan terribles, vivencias dolorosísimas, que son difíciles de sobrellevar, especialmente los horrores de la guerra, lo abusos en la infancia y otras monstruosidades experimentadas en edad temprana. A veces lleva buena parte de la vida poder aceptarlas.
EliminarEstoy volviendo de a poco, produje menos material de lo que esperaba en estas semanas en que me alejé de la red. Las ideas no caen cuando queremos, al contrario, se ponen más rebeldes.
Gracias, Rafa, un abrazo grande.
La guerra deja cicatrices en el alama que posiblemente superen a la de la piel. La vida nos va marcando (tatuando) poco a poco, sutilmente o a "garrotazos pero cuando nos venimos a dar cuenta ya están ahí, ya no se pueden borrar.
ResponderEliminarBesos Mirella :)
Hay lesiones internas que son tremendas y muchas veces difíciles de sobrellevar; si con solo imaginarlas ya nos hielan el alma, lo que será vivirlas.
EliminarMil gracias, Nieves por tus comentarios.
Un gran abrazo.
Cruda realidad la vivida por la protagonista, descripta a las mil maravillas.
ResponderEliminarLo leí como prosa poética, Mirella.
Realmente llega al lector, eh, y uno, cuando te lee, puede imaginarse lo cruento y difícil de vivir en esas tierras carcomidas por la guerra.
Excelente.
¡Saludos!
Apelé a una prosa más poética para que no sea tan crudo el relato, además hay períodos en que me inclino más a escribir así, tal vez con menos historia concreta, poniéndo el énfasis en los estados emocionales.
EliminarUn gusto tenerte por aquí, Juanito, muchas gracias por comentar.
Un abrazo.