—Buenas,
doña, disculpe si la molesto.
La mujer se
detiene y mira al hombre que la interpela. Es mayor, flaco, con aspecto
cansado, las facciones morenas se desvirtúan en una maraña de arrugas.
Seguramente es del interior y está desorientado.
—Hola,
dígame.
—¡Uy
diosito! Es la primera persona que me contesta desde esta mañana. Qué brava se
ha puesto la capital… por las calles parece que la gente no puede ocuparse más
que de su propia prisa. Vengo de los alrededores de Curuzú Cuatiá ¿conoce?
—Sí, en la
provincia de Corrientes.
—Es una
ciudad bonita, su nombre en guaraní quiere decir Cruz de papel —hace una
pausa—, pero no hay trabajo y todo se ha vuelto difícil.
La mujer
reconoce la cadencia melodiosa del habla correntina. Observa que el hombre
viste un pantalón de lona desteñido, una vieja camisa a cuadros que también ha
perdido el color original. Su aspecto es prolijo, el pelo negrísimo, húmedo y
peinado para atrás. Emana un suave olor a limón. Él sigue hablando sobre Buenos
Aires: es como un monstruo hambriento, le da miedo recorrerla.
Están
parados en la mitad de la vereda, los transeúntes apurados se arremolinan a su
alrededor y uno los empuja con su mochila. Ella le indica que se corran para
dejar el paso libre.
—Perdonemé,
no me di cuenta ¿siempre andan así? Nosotros, en cambio, somos lentos, la
calor, sabe.
—Es el ritmo
de la ciudad —dice la mujer y le sonríe—. Dígame en qué puedo
ayudarlo.
—Bué, hace
tres días que llegué y me alojo en lo del primo, solo pa’ dormir. Ellos tienen
montones de problemas y yo no les voy a agregar los míos.
Se ubicaron cerca
del borde de la vereda, junto al tronco grueso y jaspeado de un plátano, él
apoya su espalda y se acomoda para una larga conversación, igual que si
estuviera en la plaza de su pueblo. La mujer mira con disimulo el reloj y
traslada el peso del cuerpo de una pierna a la otra. El hombre le está contando
del nietito, internado en Curuzú Cuatiá. Qué pena que su hijo no le haya salido
derecho, es como una planta que en vez de mirar al cielo se tuerce y mira los
sótanos de la vida.
Ella está
corta de tiempo, consiguió un turno con un especialista por el que esperó tres
meses. Siente miedo. Sin embargo, quiere escuchar al hombre, conocer su
historia.
—Enviudé
hace poco y vine a buscar laburo. Soy albañil, sabe. La macana es que acá me
consideran demasiado viejo. Buscan sangre joven y no se dan cuenta del valor de
la experiencia… —deja la frase inconclusa y mira hacia un punto del otro lado
de la avenida.
—En eso no
puedo ayudarlo.
—No, doña,
lo que quería pedirle es una ayuda chiquita. Hoy no desayuné ni almorcé. Fui a
la panadería de enfrente para comprarme un pancito, está muy caro y no me
alcanza. Si usté es tan buena que me acompaña y me compra uno… disculpe la
molestia, pa’ que no crea que le estoy mintiendo. Solo un pancito.
La mujer le
mira las mejillas hundidas, el carbón apagado de los ojos. Abre el bolso y le
da un billete.
—Doña, no
tengo pa’ darle el vuelto. Con un pancito me arreglo.
—Vaya al bar
de la esquina y tómese un café con leche y un buen sándwich.
—¡Gracias,
gracias por todo, la vida y diosito la van a recompensar! Gracias por pararse y
escucharme. Eso no tiene precio.
Se aleja, se
da vuelta y la saluda con la mano en alto. Su boca se abre en una sonrisa
amplia y la cara es como un paisaje diezmado sobre el que se asoma el sol.
La mujer no
se siente mejor por su acción, nunca le sucede, suele quedar atrapada en una
melancólica impotencia. Se ha hecho tarde, abre la billetera y controla si con
los escasos billetes que le quedan puede tomar un taxi y no perder el turno.
© Mirella S.
— 2018 —
Una historia preciosa
ResponderEliminarReal
Besos
Lamentablemente, muy real y cada vez más.
EliminarGracias, Óscar.
Besos.
Cuántas almas piden pan no mas, y pocas reciben respuesta, aqui se pudo de moda el " café pendiente", yo entro a tomar un café y pago dos, lo ponen en una pizarra y quiero quiere puede entrar a pedirlo. Pero no funciona en todos los bares ni es la solución. Un abrazo en marcha, voy regresando a mi casa
ResponderEliminarLos que realmente quieren trabajar son los más avergonzados a la hora de pedir. No quieren limosna sino ganarse el sustento.
EliminarEn esta ciudad enorme y cada vez más superpoblada, también hay muchos cómodos que están acostumbrados a los subsidios del estado y el trabajo es una palabra que no figura en sus diccionarios.
Besos y un montón de gracias.
Tan real que duele. Dicen.
ResponderEliminarMe pasa todo el tiempo, me peleo conmigo misma. No quiero quedar atrapada en esa melancolía. Ni quiero llegar a hacerlo tan natural.
Me da una impotencia enorme.
Es muy dulce el relato de todas formas. Tenes una manos maravillosas para describir emociones.
Besos!
Hay veces que no sabés si lo que cuentan es real, sobre todo cuando se te pegan llorando porque tienen el nene internado o te largan una historia que parece un guión.
EliminarPero hay casos que una se da cuenta que la persona está en la lona y le cuesta pedir. Ahí es donde surge la impotencia y la bronca por la desigualdad de este mundo.
Gracias, Dana, un abrazo grandote.
·.
ResponderEliminarPrecioso relato que provoca raudales de tristeza. Seguro que ella se va con la tristeza de no comprender el mundo al que hemos llegado.
Él, por su parte, mitigará el hambre de una mañana, sin saber cuantas mañanas hay por delante.
Me encantó
Un abrazo Mirella
.·
LMA · & · CR
Estamos en un mundo donde el tema social sigue en un segundo plano. Primero están los manejos políticos en todos los gobiernos, la corrupción a escala indescriptible a costa del pueblo, de los que más necesitan.
EliminarSe ayuda como se puede, tapando agujeros, no más.
Un gusto que lo hayas disfrutado, Alfonso.
Abrazos y gracias.
Preciosidad de relato, de los que te dejan un poso después de haberlo leído y no se despega de ti. Con una trama tan aparentemente cotidiana, -un casual encuentro- deja tan bien definidas otras subtramas: soledad, miseria, pobreza..., que encogen el alma. Los diálogos, estupendos; con el lenguaje tan adaptado al lugar de origen y estructuras lingüísticas coloquiales, que más que leer, oyes y ves al personaje.
ResponderEliminarFelicidades, Mirella. Siempre es un placer leerte.
Son situaciones muy tristes, en las que no se puede hacer más que ofrecer una pequeña ayuda que no le resolverá la situación. Pero peor es seguir de largo, sin brindarle ni una mirada.
EliminarTe agradezco el comentario tan positivo sobre el texto.
Un gran abrazo, María Pilar.
Hola Mirella, un relato muy cotidiano por desgracia y cada vez más universal allá donde quiera que nos encontremos del mundo. En el fondo del mismo subyace esa emigración hacia las grandes urbes buscando la prosperidad que también encontramos cuando esas migraciones se producen entre países, como la famosa caravana de migrantes que atraviesa México en estos momentos, para ser esperados en su frontera norte nada más y nada menos que con el ejercito estadounidense. Quizás nos pueda parecer que el desayuno ofrecido por tu protagonista, no solucione nada más que una mañana, pero quizás ese hombre con ello vuelva a creer en la condición humana y con ello retome fuerzas para encontrar su lugar en mundo profundamente injusto.
ResponderEliminarUn gran abrazo y siempre un placer leerte.
A Buenos Aires han llegado un número impresionante de venezolanos que huyen del despotismo de Maduro. Ninguno está en la calle pidiendo limosna, hay muchos profesionales que trabajan de vendedores, camareras, de lo que sea. Son amables, educados. No ocurre así con los porteños, que son mucho más exigentes y orgullosos y también más vagos. Prefieren vivir de subsidios y no trabajar diez horas por un sueldito miserable.
EliminarLos que vienen del interior buscan, como vos decís, prosperar un poco o conseguir algo porque en sus provincias no hay oportunidades. Se les hace difícil, la capital ya no es la que era y cada vez se necesita más la mano de obra especializada y siempre dentro de un rango de edad.
Puede ser que el hombre de Luna de papel se sienta mejor en ese momento, pero qué pasará al día siguiente y al otro... Estamos viviendo en un mundo deshumanizado, cruel.
Gracias por tu interesante comentario y me causa alegría saber que te gustó el texto.
Un gran abrazo, Miguel.
No deja de sorprenderme Mirella como de un hecho cotidiano, simple incluso, puedes armar un relato, un buen relato además. Pones de manifiesto con pequeños detalles los contrastes entre la prisa y la despersonalización de la capital contra la calma y autenticidad de las gentes de provincias, a través de hechos pero también de la forma de ser, los gestos y las palabras de los dos personajes. Ese acto final, en el que el hombre sonríe feliz al verse ayudado y la mujer no es capaz de sentirse bien y enseguida vuelve a preocuparse por sus cosas, es fiel reflejo de esos dos mundos tan diferentes, de una ciudad donde poco a poco hemos perdido parte de nuestra humanidad. Por otro lado retratas muy bien al personaje masculino a través de sus giros y maneras autóctonas, nuevamente la llaneza y autenticidad de él frente la uniformidad la gran urbe. Muy buen relato. Un abrazo.
ResponderEliminarEs una anécdota muy simple, sin grandes pretensiones, así que le di prioridad a los personajes, al diálogo que entablan, a los gestos que pueden delatar sus diferencias y sus emociones.
EliminarLas ciudades se han convertido en ollas enormes, en las que se cocinan pequeños actos solidarios y delitos bestiales, en un guiso espeso y poco apetecible.
Agradezco mucho tu comentario profundo y analítico.
Un abrazo, Jorge.
Maravilloso texto y además desgraciadamente refleja la vida que llevamos en las ciudades sin tener tiempo para decirle buenos días al vecino.
ResponderEliminarBuena enseñanza se saca de su lectura.
Besos
Me alegra mucho que te haya gustado y que le encuentres una enseñanza positiva.
EliminarMil gracias por tu visita, Tracy.
Besotes.
Que bonito escribes Mirella. Hay un libro maravilloso que te lo recomiendo si no lo has leído.Se titula " La nieta del señor Linh" por Philippe Claudel.Tu relato es precioso.Cuando veo a alguien que está en un rincón cayéndole la lluvia, no pienso si me esta engañando o no, simplemente le doy una ayuda. Un abrazo
ResponderEliminarGracias por la recomendación, siempre estoy buscando lecturas nuevas. El caso que planteás es muy distinto. Esa gente probablemente no tiene casa. Aquí hay a cada paso personas que viven en la calle. Pero también hay otras, muy organizadas, que hacen el teatro que mencioné más arriba porque no quieren trabajar y tiran con los subsidios y con lo que les da la gente.
EliminarUn gran abrazo, Elisabeth.
Es verdad hay de todo. Beso
EliminarAdemás la inseguridad es tan grande que inclusive da miedo cuando alguien se acerca para preguntarte una dirección.
EliminarBesos.
Es un post con una realidad que nos sumerge en la cruda realidad, y me temo que por cualquier país. Yo he sido de acompañar a un bar y dejar pagado un bocadillo y un vaso de leche. Desde muy joven. Ahora, desde hace tiempo, me he transformado en alguien que aprende a esquivar a los pedigüeños. En mi ciudad hay diversos, unos diez. Una en especial me llamó la atención. Está en la puerta del hospital, en turnos de bastantes horas ya que la he encontrado tanto en visitas al especialista en la mañana, como yendo a visitar pacientes en la tarde, y la primera vez se negó a mi oferta y le di dinero. Ya aprendí a esquivarla porque la reconozco de lejos.
ResponderEliminarTodos vamos con prisa, y además algunos nos hemos cansado de no saber paar qué quieren el dinero. Son legión. Es una realidad, son tiempos en que la clase media de antes vuelve a ser clase pobre. Tiempos en los que el paro ha llegado a dejar fuera del sistema no sólo a jóvenes sino a padres y madres de familia. Son tiempos muy duros. Un abrazo y gracias por traer la realidad a la ficción. Un abrazote
El mundo se ha vuelto un lugar caótico para vivir. Siempre que se puede hay que ayudar, aunque en algunos casos quede la incógnita si es alguien que realmente lo necesita o simplemente un vago que busca inspirar lástima.
EliminarEn Buenos Aires están casi en cada esquina, por lo menos en mi barrio, es gente en situación de calle, que duerme sobre colchones y hay otros que van y vienen pidiendo para comer. En varias oportunidades que les fui a comprar fruta o un sándwich, no les gustó y ni lo agradecieron porque querían el dinero, seguro que para vino o drogas.
Es un temma muy difícil y complejo.
Mil gracias por la lectura y por compartir tus experiencias.
Otro abrazote de vuelta.
Mirella es un tema muy complicado y lo tratas de una manera muy delicada y cuidadosa.Ese tiempo que requiere para que le escuchen, para darle sus razones y ese nudo que se queda por saber que eso no sirve para mucho. Y sí también he visto tirar un bocadillo porque lo que querían era el dinero.
ResponderEliminarMe has hecho pensar en un hombre, no muy mayor, al que veía en mi ruta hacía el trabajo, esta persona dormía en los bajos de un edificio de oficinas con dos o tres perros, no pedía nada, solo nos miraba correr hacía nuestros destinos mientras acariciaba y hablaba a sus perros. Supongo que de verme cada día empezó a desearme un buen día, me sonreía y solo decía eso o alguna vez añadía hoy vas más pronto o más tarde y de pronto desapareció, espero que fuera porque encontró una casa o un trabajo y pudo salir de la calle pero te aseguro que se echaba de menos su sonrisa y sus buenos días.
Besos
Todos tenemos anécdotas con personajes de la calle. Había uno, a pocas cuadras de mi casa, también rodeado de tres perros de los que, con los años, le fue quedando uno, y que vivió en esa esquina unos doce años. Los vecinos le proveían de ropa y la comida se la daba el restaurante junto al que estaba instalado. Murió un invierno muy frío de neumonía.
EliminarEs un tema que duele y al que no se le pone remedio, al contrario, por estos lados se acrecienta.
Muchas gracias, Conxita por leer y por participarme de tu experiencia.
Un abrazo grande.
Qué bien que contás, Mirella, con una pequeña historia, casi una escena, lográs la expresión justa de los personajes en esta situación que forma parte de la postal porteña. Te felicito y te mando un gran abrazo!!
ResponderEliminarAriel
Muchas gracias por tus palabras, siempre generosas respecto a mi escritura. Sí, es una triste escena porteña.
EliminarUn fuerte abrazo, Ariel.
Un relato que hace reflexionar, Mirella.
ResponderEliminarLa vida, ese vaivén que se recorre con prisas y a veces con tan poca mira y afecto.
Es un relato cotidiano, pero en el guarda un bonito mensaje, ¿y si admiramos un poco más a nuestro alrededor? Tampoco cuesta tanto y eso alimenta una parte del alma; buena falta nos hace. Aunque también creo que la protagonista dentro de su buen hacer, intentaba huir o no llegar a ese lugar donde quizás las noticias iban a cambiarle el curso de su vida.
Es un relato precioso que se visualiza y nos cede buenos pensamientos y muestra tristes situaciones que por desaventura muchas personas pasan o están pasando.
Un fuerte abrazo.
Como le aclaraba a Betty, aparte del apuro en el que se vive, el caos del tránsito que afecta a la ciudad, también tenemos ataques de todo tipo con fines de robo. Te arrancan el bolso, te pegan para sacarte el móvil. La desconfianza se ha instalado en las calles, asoladas por bandas de jóvenes delincuentes, muchos de 12 a 15 años, que si son detenidos, la policía no puede retenerlos más de un par de horas por ser menores.
EliminarLa protagonista tenía sus miedos personales, sin embargo, se sobrepuso y procuró brindar a ese hombre desorientado y solo lo poco que ella podía.
Mil gracias por tu jugoso comentario, querida Irene y te mando un enorme abrazo.
Por alguna de esas extrañas deficiencias del Blogger o del Google ayer no pude comentarte. Es un relato precioso, muy triste pero muy hermoso. Demasiado cercano a casi todos los que te hemos leído. Hay inmigrantes africanos, sirios, venezolanos, hondureños, o de cualquier otro lado, o del interior del mismo país como en tu relato.
ResponderEliminarCreo que lo más triste es pensar en lo que pasará después, luego de comer ese sandwich y tomar ese café.
Te dejo un gran abrazo mi querida Mire.
Beeesos.
Siempre está el después, el día siguiente, la esperanza que se hace cada vez más chiquita. O, tal vez, a la vuelta de una esquina lo espere la muerte en el cuchillo de un loco. Pero también podemos pensar que alguien acepte su experiencia y lo tome.
EliminarLas ciudades son selvas de concreto y los migrantes las buscan como la salvación.
Gracias, Gildo querido, contenta de que te gustara.
Abrazos y beeesos.
Ese sentimiento de impotencia se debe a que el hombre seguirá solo, sin nadie a quien recurrir, y su pequeña ayuda es como tirar una gota en el desierto.
ResponderEliminarElla tiene sus propios problemas, la visita al especialista no indica algo demasiado auspicioso. Y tiene miedo y ese temor la acerca a ese hombre perdido y sin rumbo en la caótica ciudad, que también está temeoroso de su futuro.
Gracias, Julio, recibo el abrazo y te mando otro bien soleado.
Excelente texto Mirella, cuando veo algún necesitado sea de la edad que sea, sin pensar en lo que va a gastar esa ayuda, se la ofrezco siempre que puedo, sólo me fijo en sus carencias.
ResponderEliminarUn placer venir a leerte.
Que disfrutes del viernes y el fin de semana.
Un beso
Muy amable, Carmen, gracias por la visita. No sé cómo estarán las cosas en tu ciudad, aquí la situación es tremenda. Además de la pobreza y la escasez, que también ha alcanzado a sectores vulnerables de la clase media, hay una delicuencia feroz fomentada por las drogas. Las calles son poco seguras y los valores están dados vuelta.
EliminarYo a los borrachos y drogados no les doy nada, sí a los uno se da cuenta de que verdaderamente lo necesitan.
Besos y buen fin de semana.
Una bella historia, Mirella. Me encantó el contraste entre ambos personajes, no solo lo has trabajado en la descripción y en las acciones, sino el léxico de los diálogos. La vida en la ciudad no solo es rápida, sino que nos vuelve tremendamente desconfiados. No es que seamos del todo insolidarios, pero digamos que lo no queremos es implicarnos, ensuciarnos las manos. Por eso, para paliar ese sentimiento de culpa, pensamos que basta con donar a según qué ONG una transferencia bancaria, algo limpio, pero desapegado.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Mirella!!
No es fácil implicarse a fondo, David, sobre todo cuando hay tantos necesitados y cuando rige la cultura de que te lo den de arriba y de la ley del menor esfuerzo.
EliminarPor supuesto que están los que quieren trabajar y no consiguen, los que vienen con la esperanza de encontrar un hueco en el cemento y ganarse el pan.
Trabajé bastante en los personajes porque la historia es muy simple, apenas ese encuentro y el diálogo breve. Contenta de que la hayas disfrutado.
Un gran abrazo.
Alguien comentaba más arriba que es una historia "tan real que duele",... me ha encantado tu relato ... con ese final tan dramático.
ResponderEliminarFue solo ese momento, un minúsculo oasis en el día árido del hombre... después la vida sigue, incierta, llena de incógnitas.
EliminarGracias por pasar, Norte.
Un gran abrazo.
¡Hermosa historia! Y me tocó en lo más profundo de mi corazón. ¿Sabés? Mi viejo era de Curuzú Cuatiá, vino a los 20 años porque quería estudiar medicina. Ni siquiera pudo hacer la primaria. Pero era un gran tipo. Lloró cuando yo me recibí de Contador.
ResponderEliminarTu historia me golpeó en el medio del pecho. ¡Felicitaciones!
Qué coincidencia, Osvaldo, cómo no te va a golpear. Tu papá no fue médico pero se recibió de padre, una profesión fundamental. Y vos le diste una gran alegría con tu título.
EliminarGracias por compartir tu emoción.
Un fuerte abrazo.
Hola Mirella. Una vez más encantado por lo que he leído visitándote.
ResponderEliminarDeje una pequeña ciudad española al borde del mar para vivir en una ciudad francesa bastante grande. No tanto como Buenos Aires, pero aun así el cambio en la forma y el ritmo de vida resulto bastante penoso. Llegue sin recursos pero tuve la suerte de haber estado acogido por mi hermana el tiempo de organizarme. No fue la única vez en mi vida que gente me ayudaron a salir de un mal paso....así que me parece normal de ayudar como pueda cuando me encuentro con gente en dificultades.
Un abrazo.
El tuyo fue un cambio importante, no solo de país sino también de idioma. Menos mal que tuviste el apoyo de tu hermana y de otras personas solidarias. Eso conforta mucho.
EliminarYo nací en Italia y llegué a Buenos Aires cuando tenía tres años, el cambio lo sufrí de otra manera, a través de la inadaptación de mis padres.
También me gusta brindar una mano dentro de mis posibilidades, que tampoco son muchas.
Gracias por participarme de tu experiencia, Eric.
Otro abrazo bien largo, para que llegue hasta Francia.
Me atrapó desde el principio. Fue hipnótco . Un gran texto, delicado y humano. Tengo fe que los puentes entre todos nosotros van a abrirse cada vez más, la crisis de tanta soledad nos hará unirnos. Saludos
ResponderEliminarQué bueno que te haya gustado, Facu. Es muy triste lo que le está pasando al país y a todos nosotros. Hacen falta gestos, pequeños, cada uno tener una actitud solidaria en el ámbito en que se mueve. Ojalá lo logremos.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Saludos.
Esa falta de un pancito y la incomunicación a las que se ven abocados estas personas, rompen el alma. Y, desde luego, tú lo has plasmado magistralmente con ese encuentro entre dos personas de ámbitos tan diferentes.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz semana, Mirella.
Hay mucha indiferencia en las calles y también miedo a ser robado, pero hay gente, como la mujer del relato, que pesar de su propia problemática se detiene a escuchar y brindar la ayuda que puede.
EliminarMil gracias por tu comentario elogioso, Pilar.
Un fuerte abrazo, guapa.
Hola Mirella, genial este doloroso relato, tan real como la misma vida, lo real es lo que te parte el alma. Y sí, es cierto que hay mucho miedo.
ResponderEliminarOjalá y esas fronteras y puentes solo sean un mal sueño, que todo sea como la madre Naturalez desea.
Un placer leerte. Gracias por tu visita a mis humildes letras.
Un beso y feliz día
Muy amable de tu parte por regresar y dejarme otro comentario, Carmen.
EliminarSon tiempos duros y cada uno debe dar respuestas positivas en el medio en el que se mueve.
Excelente martes y besos.
Cuanta gente hay así,. Un relato precioso y escrito con una gran ternura.
ResponderEliminarGracias por viditar mi blog y comentar.
Un abrazo.
A temas tan duros y reales hay que agregarle una dosis de ternura, porque si bien no hay en abundancia dando vueltas, también la hay.
EliminarMe encantó leer tu poema, Chelo.
Otro abrazo grande.
Por desgracia las grandes ciudades están llenas de estos momentos ... momentos que te descolocan ... hemos llegado a un punto que tienes que salir de casa con la ides de 'a cuantos ayudo hoy???... triste, muy triste y tu historia emotiva y real...
ResponderEliminarUn abrazo
Hay zonas que en cada esquina hay alguien que pide o, directamente, se queda acostado en un colchón viejo o una manta, ya entregado.
EliminarGracias, querida Esme, un fuerte abrazo.
¡Ay Mirella, me emocionaste!
ResponderEliminarEs una verdad, lo bien que lo escribiste, Buenos Aires es así, porque nosotros somos así, siempre apurados. No hace falta que lo repita, pero quiero hacerlo; Que bien escribís. Sabes transmitir esa simple verdad del paisano que llega y no tiene dónde poner su osamenta, porque lo corren de todos lados, y le das al lector un sacudón que nos hace pensar, hasta donde nos parecemos a la señora que va al médico o a los que pasan y no miran.
Un abrazo.
Te soy sincera, es toda una sorpresa que este relato les haya gustado tanto a todos.
EliminarDudé bastante en publicarlo, me parecía demasiado simplón, apenas una escena en la calle. Por eso puse énfasis en los personajes, para darle más sentimiento.
No debo guiarme por mi opinión, ya me ha ocurido con otros textos.
Te agradezco muchísimo el comentario tan afectuoso.
Besos, Mariarosa.
Un relato emotivo. Me saltan las lágrimas. Yo conozco bien el ritmo de Buenos Aires, hoy en día puede llegar a ser peligroso detenerse a hablar en la calle con extraños. Muy pocos se pararían ...
ResponderEliminarTriste y emocionante la historia.
Hace una semana a una conocida le pusieron una tapita de perfume en Florida (zara) y era burundanga.
Ojo por favor.
Besos 🌹
Sí, Karin, hay que estar mirando todo con cuatro ojos, la situación está muy brava y eso de la burundanga es de terror. Espero que a tu conocida no le haya sucedido nada malo.
EliminarLo triste es que también hay gente que necesita de verdad y demasiadas veces seguimos de largo por miedo a caer en una trampa.
Muy agradecida por tu lindo comentario.
Un abrazote.
Hola amiga Mirella. Empiezo contigo de todos los compañeros que tengo pendiente de lectura.
ResponderEliminarMira, hay varios puntos que me gustan de tu relato, te cuento:
-Las maneras lentas del hombre, (y da igual en que ciudad del mundo se desarrolle la acción), es un fiel retrato del hombre de provincias o del campo y el contraste con la precipitación del ciudadano urbano.
- Los diálogos: has clavado por medio de los diálogos el carácter de la mujer, que pese a sus prisas, se detiene, escucha, ayuda. Y el devenir del hombre, su vergüenza por mendigar un panecito. Lo apoyas con gestos tan visuales que nos haces ver como interrumpen la corriente de gente y se apartan a un lado para proseguir la conversación.
- Las dotes de observación de la mujer (de la narradora que se sirve de la mujer), para describir al mendigo.
- Y finalmente, la sensación que deja el haber dado unas monedas (o billete), casi más para apagar (sin conseguirlo) nuestra conciencia que ella llama impotencia.
Pues ya ves que me ha gustado Mirella.
Un cariñoso beso.
Me alegra mucho tu regreso, querida Isabel, te extrañé. Gracias por tan detallado análisis de un relato cotidiano, que traté de presentar de la mejor forma.
EliminarPor lo general, los que se detienen y dan su ayuda y más de lo que podrían, a veces a costa de llegar tarde o de perder un turno, son los que viven con lo justo y saben lo que es estar solos y no tener ni para un pancito.
Contenta de que lo hayas disfrutado, guapa.
Besos.
Y sí, cada vez más el pan nuestro de cada día descrito desde tu delicada y maravillosa pluma.
ResponderEliminarEs cierto que queda ese resabio de no haber zanjado ni resuelto el problema... pero ese algo caliente ya es un amago de esperanza.
Como siempre, leerte, es vida.
Besos, mi Bella Dama.
Qué lindo tenerte por aquí, querida Zarcita. Y también contenta de que te haya gustado, es un tema de difícil solución, sobre todo cuando hay tantos desamparados y muchos viven en la calle.
EliminarUn enorme abrazo.
Un trocito de vida, desgraciadamente demasiado cotidiano, contado sencilla y sinceramente, con tu habitual maestría. Una mirada social que nos retrata la inhumanidad vergonzosa de esta sociedad que nos ha tocado.
ResponderEliminarmucho tiempo sin conectar contigo, aunque siempre que puedo, entro a leerte y a disfrutarte. Y gracias por tus siempre hermosas palabras. Cuídate mucho, te quiero sinceramente, querida Mirell. Cariños. Soco
Cuántas cosas que no quisiéramos ver encontramos actualmente por la calle. Todo se ha vuelto muy deshumanizado.
EliminarTus visitas me dan una gran alegría, querida Soco. A veces tengo poco tiempo y no logro leer a todos.
Un afectuoso abrazo, guapísima.
Que bien describes la triste y real situación que en el siglo XXI estamos viviendo. Hay mucha necesidad y pobreza y más en las grandes ciudades Mirella, gentes que tuvieron una vida digna y por algún problema se ven privados de todo. Gran relato. Buena noche .
ResponderEliminarBesos.
Lo triste es que con tantos adelantos tecnológicos y científicos no se haya podido erradicar la pobreza, solucionar la falta de trabajo y la poca solidaridad que abunda en todas las sociedades.
EliminarGracias, querida Laura, por tus palabras.
Un abrazo.
+Mirella S. éste es el primero de tus relatos que leo y me ha encantado. Me has pellizcado el corazón con esta historia tan sensible. Lo tocas todo en unas líneas: la pobreza, el abandono de los pueblos, la deshumanización de la ciudad y la compasión.
ResponderEliminarTe felicito. Pienso seguir visitándote.
un beso muy grande
¡Bienvenida, Ana, qué grata visita! Me da mucho gusto que hayas disfrutado del relato que manifiesta, mínimamente, nuestra realidad actual. Son tiempos duros, aquí y en casi todo el mundo.
EliminarMil gracias y este nido de palabras está siempre abierto para cuando quieras visitarlo.
Un fuerte abrazo.