El infarto había sido un aviso, pero Augusto no
le llevó el apunte. Apenas le dieron el alta retomó el trabajo con el ritmo de
siempre y soltando su risa de cañería tapada, se burló de las recomendaciones
de Marina. Se creía invulnerable a la decadencia del cuerpo. Los sesenta años
los vivía como el inicio de la plenitud.
En un almuerzo la miró con sus ojos amarillos
de búho, volcó el agua mineral de su vaso en la fuente con verduras hervidas y
le dijo que se dejara de joder con esa basura para pobres de espíritu y le
sirviera comida y bebida adecuada a gente con cojones.
Marina obedecía. La obediencia fue el único
recurso que había encontrado para aplacar al general Villalba, su padre, que
consideraba a la familia como una prolongación del cuartel. Conoció a Augusto Fonseca cuando estaba en
quinto año del bachillerato. Ni bien cumplió los dieciocho se casó con él, un
tipo elegante y atractivo que andaba por los cuarenta, abogado del general,
quien afirmaba que el doctor Augusto Fonseca era todo un hombre, que las tenía
bien puestas. El general acompañaba la aseveración deslizando los dedos por la
bragueta y terminaba el gesto con la mano abierta abarcando sus partes viriles.
Y solía subrayar que el nombre le calzaba a la perfección: Augusto poseía el
poder y la dignidad de un emperador.
El despotismo de Augusto, durante los primeros
años de vida en común, fue más sutil que el del general. Disimulaba la
impaciencia y las órdenes arbitrarias venían envueltas en papel dorado con
moños de colores. La trataba como a una muñequita de porcelana. Se anticipaba a
sus deseos, comprando su amor con regalos y Marina, deslumbrada, no reconocía
si realmente esos objetos suntuosos eran deseos suyos.
Ella creyó que con el
matrimonio lograría florecer, algo impensado en la casa del general y que, por
ósmosis, absorbería la “augustidad” que derrochaba su marido. Sin embargo,
cuando no fue más la novedad ocupó el lugar periférico de una luna sin luz
propia que gira alrededor del planeta primario. Y no hubo diferencias notables
entre Augusto y el general Villalba.
El ACV lo tuvo un año después del infarto.
Augusto, de emperador, pasó a ser un vejete hemipléjico con la boca oblicua y
el ojo derecho entrecerrado en un guiño permanente. Marina empezó a perderle el
miedo, que por veinte años había pretendido neutralizar con una mansedumbre
lánguida.
La energía de Augusto se concentró en el ojo
sano, fijo y alerta. Casi no podía hablar, igualmente se las ingenió para que entendiera
que la quería en la clínica día y noche. A veces, cansada, iba hasta la puerta
de la habitación para caminar por el pasillo. Sentía un pinchazo en la nuca, se
daba vuelta y ese medio cadáver la amenazaba desde el índice levantado.
Conseguía emitir algunos sonidos, abriendo mucho la boca torcida, como si entre
la lengua y el paladar tuviera una papa caliente.
Cuando volvieron a la casa, si se quedaba solo,
emitía unos ruidos roncos para expresar su furia, hasta que Luisa o ella
aparecían corriendo. El poder aún lo ejercía con su mirada de perro guardián.
Durante los años inertes transcurridos antes de
la apoplejía, Marina buscó ciertas compensaciones y soñó que era Anna Karenina
o Lady Chatterley. Luisa hacía los trabajos domésticos; oscura y callada,
sentía adoración por Augusto y era notorio que la vigilaba. Sin embargo ¿qué
chismes hubiese podido contarle al imperial patrón? ¿Que la señora Marina
pasaba las horas leyendo o mirando viejas películas por televisión? La alcahueta
ignoraba que había convertido al augusto emperador en un cornudo de categoría
porque sus amantes eran todos tipos célebres. Igual que la Maga, había hecho el amor con Horacio
Oliveira y se había subido al tranvía del deseo con un hombre brutal llamado
Kowalski, idéntico a un Marlon Brando joven. Su insípida revancha fue imaginar
que los cuernos de Augusto crecían y se enroscaban alrededor de su cabeza, en
una suerte de corona áurea.
Marina preguntó al médico si Augusto se
recuperaría. Él le contestó: de
rehabilitación funcional muy pocas, pero es fuerte como un toro. Si no tiene
preocupaciones y estrés, antes nos enterrarán a usted o a mí. “Yerba mala,
nunca muere” —pensó ella— y ese dicho le pareció amargamente cierto.
Con la papa caliente en la boca Augusto gritaba
algo que llegó a descifrar como A-i-na y Lu-ia y esos llamados resultaron una
forma nueva de atadura, de obligarla a la obediencia. Lo más insoportable era
dormir a su lado, meterse entre esas sábanas con olor a viejo y también con
olor a hombre, porque su parte viva no se rendía y su deseo la alcanzaba con
toda la rabia de la frustración. Marina se levantaba para tomar agua o a mirar
por la ventana del living las luces en la noche. Incapaz de volver al
dormitorio, se recostaba en el sofá y amanecía despierta y con los pies
ateridos.
La salvación llegó con Germán Dátola. Su cara
fue lo primero que le atrajo. La calificó de chocante, quizás por lo
contradictoria: sus ojos grises parecían de acero líquido, mientras que en su
boca había cierta obsecuencia y blandura. Un flequillo sedicioso, que él
rastrillaba con sus dedos para apartarlo de la frente, le daba un calculado
aire inofensivo. Acompañaba a los socios del estudio jurídico para concretar la
compra de la parte de Augusto.
Marina entró en posesión de un dinero que no
sabía cómo administrar. Llamó a Germán y le pidió que la asesorara. Él se tomó
muy en serio lo del asesoramiento; con asiduidad iba hasta la casa para
informarle sobre la cotización de la Bolsa, la conveniencia de fraccionar el
portfolio de las acciones, las falsas alarmas de una abrupta devaluación, la
suba del dólar.
Una tarde la había besado y en el beso no hubo
ni blandura ni obsecuencia. Cuando él se fue, Marina se metió en el baño y
cerró la puerta. Dejó que el agua le corriera por la cara y decidió ser una
protagonista de carne y hueso. Despidió a Luisa. Ella sacudía la cabeza, los
ojos como dos grietas de tierra. Antes de irse le dijo: al señor terminará matándolo de un disgusto.
Al atardecer fue a caminar con Germán y casi
pudo olvidarse de Augusto. Volvió a tiempo para alcanzarle la bandeja con la
cena. Tenía una expresión crispada, de su boca surgía un ruidito burbujeante,
como si hiciera gárgaras. Y de entre la maraña áspera de sonidos, obsesivamente,
repetía Lu-ia. Marina acercó los
labios a su oído y escandiendo cada sílaba le informó que Luisa se había ido.
El barboteo subió unos decibeles y se produjo una variación de consonantes.
Estaba segura que le dijo puta.
Germán había desplegado una estrategia, inédita
para ella. La cortejó, la sedujo lentamente, la apartó de amores de papel y
celuloide, de imágenes anacrónicas de Marlon Brando en jeans y musculosa.
Se mudó al cuarto de Luisa; no volvería a
acostarse en la cama con Augusto. La vejez y la enfermedad no habían menguado
su vocación de macho. Lo había visto espiarla con la complicidad del espejo. Se
estaba secando después de la ducha, había dejado la puerta entreabierta y vio la
cabeza de Augusto reflejada en el espejo del baño, observándola lúbricamente
desde la cama.
Augusto ya no gritaba, de tanto en tanto
balbuceaba un u-ta y en su ojo el
miedo y el odio eran una sola cosa. Marina lo lavaba, le daba de comer, lo
atendía como corresponde a una esposa abnegada. Pero por dentro algo se estaba
gestando, como si fuera la reparación de una afrenta secreta a la que se había
sometido por demasiado tiempo.
Acomodó a Augusto en la silla de ruedas para
cambiar las sábanas. Eligió unas sedosas, con pájaros azules. Mientras las
estiraba presintió la mirada de Augusto resbalándole por la espalda. Lo condujo
hasta el baño y fue a buscar a Germán que la esperaba en el living.
Entraron al dormitorio. Él la sostenía por la
cintura. Pausadamente empezó a desvestirla, ya desnudos se dejaron caer sobre
la cama. Los brazos y piernas de Marina estaban rígidos, quizás tendría que
adoptar una postura más voluptuosa, como había visto en tantas películas,
arquear la espalda o aprisionarlo con las rodillas. Los labios de Germán recorrían
su piel como sanguijuelas ávidas, extrayéndole estremecimientos de placer que
la sacaron de esas especulaciones y de la pasividad con que había aceptado el
poderoso bombeo mecánico del emperador.
Se dejó llevar, compartiendo una risa íntima
con Germán. Al final gritó y su grito se superpuso al estertor de Augusto que,
probablemente, había intentado incorporarse, porque después lo encontraron
tumbado en el piso del baño.
© Mirella S.
— 2011 —
Brillante entrada Mirella, y él que se creía el emperador Augusto, acabó como una piltrafa y hecho una caca. Hay tíos que se creen que esa vena y subidón de macho cabrio les va a durar toda la vida, y cuando te da un arrechuche te puedes quedar hecho un guiñapo como le pasó a este pavo; pero es que éste además hasta enfermo y muriéndose era un bicho malo, porque otros al menos al verse impedidos, se les van todos lo humos, porque saben que solos ya no pueden valerse pero a este pajarraco no, y la tenía a ella como una esclava, aparte de humillarla constantemente; así que Augusto que se joda y le den mucho por culo. Ella lo que tenía que haber hecho una noche, cuando tenía la boca torcida y babeando ahogarlo con la almohada. Excelente entrada, y bonito vídeo. Me alegra que publiques de nuevo querida, y espero que de ánimos ya vaya mejor la cosa.
ResponderEliminarBesos y abrazos Mirella.
Es un relato viejo, ya no escribo historias con una trama definida y menos tan largas.
EliminarContenta que lo disfrutaras, Rafita. Creo que ella encontró una forma más elegante y menos evidente de sacárselo de encima... o de al lado, en los últimos tiempos.
No sé qué inventó Blogger, pero ya no me llegan las notificaciones de los que dejaron un comentario ¿a vos también te pasa? Leí por allí que otros también se quejaban.
Un fuerte abrazo, Rafita.
Mirella yo de momento no tengo problemas para recibir los comentarios; lo que hago alguna vez en mirar en Spam, por si alguno se ha quedado por allí; no sé si será, porque los tengo enlazados en el mismo blog, pero hasta la fecha voy bien, pero es cierto sí; hay gente que les está dando la lata.
EliminarBesos y abrazos maja.
También miré en Spam, pero hoy no me llegó ninguna notificación de los comentarios que hicieron de esta entrada. Presiento que es alguna nueva disposición de Blogger para complicar y hacer perder tiempo.
EliminarBesos, guapo.
Recibió una justa sanción
ResponderEliminarBesos
A cada cerdo le llega su San Martín...
EliminarGracias y besos, Óscar.
Muy bueno, Mirella. !Qué fiel retrato de una esclava vida matrimonial para la mujer! Alguna vez, un amor más fresco fue refugio para sobrellevar la desgracia, como en este relato, pero siempre cargando con la mala reputación que ello conllevaba.
ResponderEliminarCreo que hoy día ya no hay mujeres presas de su "mala suerte". El divorcio es una buena conquista para librarse de estos hombres despóticos-
Un abrazo.
Esa sumisión era cosa de otros tiempos... aunque en algunos sectores sociales aún persiste esa dependencia, que puede ser económica y también emocional, como en el caso de mujeres golpeadas. Por suerte, las mujeres estamos abriendo los ojos y autoafirmándonos cada vez más.
EliminarGracias por tu lectura, Fanny.
Abrazo grande.
¡¡Qué bien escrito Mirella!! Me alegra leerte.Besos
ResponderEliminarY yo me alegro mucho de que te gustara, Elisabeth.
EliminarGracias por pasar.
Besos.
You and I are such romantics -- I can feel it.
ResponderEliminarA great story (and lesson), and the perfect music video
to accompany. Come,
take my hand.
XXXX
Thanks for such a nice comment, Rick.
EliminarI'm glad you like the story and de video.
A big hug.
Buen relato , me ha gustado .
ResponderEliminarA mi tampoco me avisa blogger de los comentarios que me dejan.
Un abrazo.
¡Hola Chelo, tanto tiempo! Gracias por dejar tu impresión y qué bueno que te haya gustado la historia.
EliminarEs muy molesto que no lleguen las notificaciones, porque indefectiblemente hay que entrar en el blog. No sé si es una falla de Blogger o alguna nueva disposición.
Un fuerte abrazo.
Que buena historia!
ResponderEliminarLa leí con imagenes, me encanta.
Besos linda!
Un placer que la disfrutaras, Dana. Es viejita, ya no me salen más historias así.
EliminarUn abrazote.
Me ha encantado .
ResponderEliminarHacia ya tiempo que no pasaba por aqui .
Un abrazo desde Barcelona -
¡Gracias por la visita y por la lectura! Es un gusto saber que se fueron conformes.
EliminarAbrazos porteños.
Costumbrista, porque así ha sido la vida de muchas mujeres. Dicen que Dios aprieta pero no ahoga, aquí se abrió una ventana y entro aire fresco, el relato como siempre muy bien conducido y aunque sea antiguo no se nota. Intenta retomar la escritura, te lo mereces tu y nosotros tambien. Un abrazo con cariño
ResponderEliminarSigo aquí, no recibo los avisos de los comentarios, pero desde nunca, yo entro en el blog y los veo, no se si es algo que hay que activar, asi que no te puedo decir si lo han quitado. Otro abrazo
EliminarCada matrimonio es un mundo y por qué muchas mujeres siguen estando en situaciones de infelicidad a esta altura del mundo, es complejo saberlo.
EliminarLástima que la protagonista desperdició veinte años de su vida, pero fianalmente encontró la vía de escape.
Besos, Ester.
Respecto a los avisos, a mí siempre me llegaron por mail desde que abrí el blog, así que esto es una novedad de Blogger.
EliminarEn cuanto a retomar la escritura, no lo sé, no se me ocurre nada y tampoco tengo demasiadas ganas. Eso no puede imponerse, tiene que surgir.
Buenas noches, guapa.
Tienes ese don de la descripción minuciosa. Podemos vivir la escena pincelada tras pincelada.
ResponderEliminarEl final me encantó. El grito de júbilo acabó al unísono con la agonía del Emperador.
Todo reino tiene su final, sus conspiraciones, como en aquella antigua Roma que me recordaste.
Un beso, Bella Dama.
Tampoco me llegan las notificaciones. Será la nueva política de protección de datos.
Hay finales peores y mejores, para Marina fue gozoso (jeje) y no así para el Emperador, que se merecía ser destronado.
EliminarMe da gusto que vivieras el relato.
Un bezaso, Zarcita linda.
Brillante Mirella, me ha encantado. Esa historia de decadencia del "emperador" de la casa que se contrapone a la ascensión de ella, que alcanza su plenitud finalmente. Siempre me llama la atención la forma tan maravillosa que tienes de escoger las frases adecuadas y metafóricas que hacen una delicia la lectura:"... imaginar que los cuernos de Augusto crecían y se enroscaban alrededor de su cabeza, en una suerte de corona áurea..."
ResponderEliminarEs todo un placer leerte, guapísima.
Un besazo muy grande.
Qué triste que alguien tenga que decaer para que otro pueda surgir... pero por el momento los humanos no alcanzamos la suficiente evolución para que haya respeto e igualdad.
EliminarMe gusta ese tipo de descripciones, pero esto era antes, ahora ya no se me ocurren.
Mil gracias, Ziortza, por estar siempre.
Bezasos, hermosa.
Me ha gustado muchísimo Mire. Otra vez juegas con el nombre y lo haces de maravilla, con esa forma tan poética para narrar que has desarrollado. Me ha gustado mucho el final, con los cuernos del macho hechos realidad, qué buena venganza le han dado.
ResponderEliminarYa extrañaba leerte.
Abrazos y beeesos.
Lamento informarte, querido Gildo, que me quedan pocos relatos para publicar... y nuevo no hay nada.
EliminarMe costó encontrarle el final, porque quería que la venganza fuera sutil.
Gracias, amigo por tu comentario, siempre tan elogioso.
Abrazo y beeeso.
Yo no me considero feminista, no desde la mirada casi fanática de algunas que se parecen a un machismo al revés. Sí tengo plena conciencia del rol que ocupó la mujer y la lucha por alcanzar independencia económica, emocional e igualdad. En eso estamos, todavía.
ResponderEliminarMuchas gracias, Julio, con un abrazo grande.
Muy buena Historia Mirella, una forma de narrar que logra que el lector este allí sufriendo con Marina y al final sintiendo pena por Augusto.
ResponderEliminar¡Aplausos!
mariarosa
Muchas gracias, es placentero saber que te engancharon la historia y los personajes.
EliminarMi reverencia ante tus aplausos.
Besos, Mariarosa.
Mirella, es un relato magistral. Perfecto desde esa primera frase que atrapa al lector, corta e impactante. Un desarrollo en el que vas introduciendo los elementos que desembocan en esa escena final grandiosa. La tiranía de Augusto que merece un castigo, ese estado de salud que pende de un último impacto. Un impacto que llega de la manera más deliciosamente "perversa" que podemos imaginar. ¡Me pongo de pie mientras aplaudo! Un abrazo!
ResponderEliminarTe agradezco muchísimo tu comentario tan positivo, David.
EliminarMe va a quedar la cintura a la miseria por las reverencias ante tantos aplausos. Realmente, y en confianza, es un relato que corregí de un modo casi obsesivo. Me alegra que los resultados se notaran.
Un enorme abrazo y más gracias.
Marina tuvo una paciencia infinita, más de la que se merece el tal Augusto que rima con “u-to”. Seguramente soy muuuy malvada, pues disfruté con la venganza final.
ResponderEliminarBuenas descripciones, magnífico ritmo, manejo sabio de la trama y un final pá tirar cohetes. ¡Sí señora!
Así se escribe Mirella.
Yo también disfruté de la venganza, tan finamente planificada por Marina, mientras escribía el final.
EliminarMil gracias por los calificativos que te surgen de la lectura del relato, querida Isabel.
Un fuerte abrazote, guapa.
Qué maravilla, Mirella.
ResponderEliminarLa decadencia de una persona que se creía que estaba por encima de los demás. Lo que no nace del amor poco a poco termina por destruirse y en este caso, solo hubo miedo y sometimiento. ¿Qué le quedó? Venganza y la nada.
Un beso.
El de la decadencia física y la dependencia es el peor castigo para gente como Augusto.
EliminarSi el amor muchas veces se acaba, qué se puede esperar cuando ni existe y todo es una mentira: Marina para escapar de la tiranía paterna, cae en la marital o, en caso de él, para tener algo vistoso que lucir ante la sociedad.
Contentísima de que te gustara, Irene.
Gracias y besazos.
Hola Mirella, que hermoso descubrimiento ha sido encontrarte en este mar de letras.
ResponderEliminarEn primer lugar felicitarte pues me pareces una escritora de un muy alto nivel. Observo además una riqueza en tu lenguaje que emparenta de alguna manera con la manera tan rica de escribir de los autores hispanoamericanos. Estoy convencido que si el maestro García Márquez hubiera leído este relato, hubiera disfrutado mucho. El final, brillante y redondo como a mí me gustan. Un gran saludo y lo dicho, encantado de conocer tus letras.
El grato descubrimiento ha sido mutuo, MIguel.
EliminarLa pena es que no estoy escribiendo desde hace varios meses y este relato es de siete años atrás. El vacío de palabras y de historias es bastante duro de enfrentar, pero no hay caso, no asoma ni la punta de una idea siquiera.
Muchas gracias por tu comentario tan superlativo y me da gusto que te hayas ido contento.
Un abrazo.
Todos los actos tienen sus consecuencias...estupendo relato, muy bien estructurado y con un final que me ha encantado...
ResponderEliminarUn gran abrazo
Con ese final, que no es el ideal, muchos nos sentimos identificados porque de alguna manera él tenía que pagar su actitud tirana.
EliminarTe agradezco mucho, Esme y te dejo un gran abrazo.
Excelente Mirella, me ha encantado!, especialmente el cambio de registro. Costumbrista e intemista, creaste unos personajes con una fuerte personalidad e hiciste que proyectan sus emociones sobre el texto de una forma magistral. Enhorabuena!
ResponderEliminarEl cambio de registro se debe a que antes escribía así, armaba historias más realistas, con expresiones coloquiales y menos poéticas.
EliminarEs un texto viejo que publiqué ante la carencia de material nuevo.
Muchas gracias por tus expresiones tan positivas.
Un abrazo, Norte.
Tienes que volver a escribir así Mirella ;)
EliminarEso no se puede imponer, Norte. Quisiera volver a escribir... ahora de cualquier forma.
EliminarGracias por el incentivo.
Muy interesante esta protagonista que, por razones obvias, se siente identificada con esas mujeres literarias atrapadas entre las rejas de un matrimonio insatisfactorio. Me atrevería a decir que esta historia nos presenta una realidad aún más brutal, tan cercana a la realidad de muchas mujeres que asusta pensarlo. Augustos hay demasiados por el mundo, siendo muchas las esposas que se dan al cuidado de un hombre que no merece la devoción y la atención inquebrantable que estas les muestran.
ResponderEliminarEspero que a Marina no le ocurra como a esa Karenina o a esa Madame Bovary que pretendieron ahogar sus frustraciones en una pasión que más tarde las dejaría vacías y decepcionadas.
Muy bueno el final, por cierto.
Un besote.
Lo triste es que la temática de este relato que escribí hace años, está más actual que nunca. Cuántas mujeres, sometidas no solo al mal trato físico sino también al psicológico, siguen habiendo.
EliminarAhora Marina es libre, esperemos que su liberación también sea interior.
Muy agradecida por tu comentario, Sofía.
Un enorme besazo.
Hola Mirella. Me encanto. Que disfrute con este final :) Abrazos.
ResponderEliminarContenta de que lo disfrutaras, Eric. Ojalá que a Marina le vaya mejor, se sienta más libre y ella misma en esta nueva relación.
EliminarMuchas gracias por leer.
Abrazos.
Qué bueno, Mirella. Me ha encantado leer algo así. El desarrollo del personaje de Augusto está divino, ese ojo que, como el ojo de Dios, todo lo ve y lo domina, la boca torcida que se abre como la de un pez cuando da sus últimas bocanadas para emitir esos sonidos guturales, la repugnancia que provoca... Y ese final, qué aplauso merece ese final que nos has regalado.
ResponderEliminarMis felicitaciones y un abrazo inmenso.
Augusto no es un personaje querible, pero muy identificable en los breves trazos que lo describen y que traté de no sobrecargar.
EliminarEn el final está la sutil venganza de la mujer que ya no aguanta más y que tampoco puede tomar la resolución de dejar ese matrimonio de dominación.
Gracias por la lectura y por tus impresiones.
Otro gran abrazo, María Pilar.
Si ya lo dice el dicho, la venganza es un plato que se sirve frío, y Marina tuvo que esperar mucho tiempo pero al fin se decidió a desquitarse. A pesar de la escasa calidad humana del personaje no puedo dejar de sentir pena por Augusto, la degeneración de la vejez es un triste losa aún para él. Una historia triste de personajes tristes, creo que ninguno de ellos ha sabido encontrar su lugar en el mundo. Un abrazo Mirella!
ResponderEliminarSí, Jorge, ninguno supo encontrar su lugar en el mundo. Marina, ya con el espíritu sometido por el padre, no reaccionó en su matrimonio hasta no ver mermado el poder de Augusto, quien tampoco le dio la oportunidad de crecer y ser ella misma.
EliminarLas venganzas, aunque traigan un alivio y sensación de resarcimiento en una primera etapa, no son el camino para ser libres.
Un gran abrazo y muchas gracias por la lectura.
Siempre que leo tus cosas me sucede lo mismo. Me acuerdo de la primera vez que llegué aquí y estuve revolviendo entre tus escritos, leyendo textos de los primeros que publicaste en este blog. Y quedé alucinado, querida Mirella, porque sentí que lo que me proponía la lectura, en la intimidad de cada frase, me permitía la libertad de colmarla con sentimientos propios, y eso me producía una extraña felicidad, una especie de síntoma que me resultaba familiar, y conducía a mi memoria a un recorrido por los recuerdos de los libros más queridos que habían pasado por mis manos a través de toda mi vida. Y también me maravillé con la capacidad que tenés de colocar tanta belleza en la prosa, elevando la lírica a ese punto de equilibrio que solo la sensibilidad de una artista como vos puede afinar como si de un delicado instrumento musical se tratase. Tal vez este comentario te resulte sobrecargado o empalagoso, pero estoy tratando de poner en palabras lo que siento al leer tus cosas. Si bien este relato es duro y descarnado en su estilo y en su contenido, no deja de provocarme esa sensación que acabo de intentar describir, y también tiene ese magnetismo que me produce tu narrativa. Y todo esto lo digo desde la mirada estética, que es la única que me anima a escribir, y no desde el análisis lógico de la mirada del crítico, es decir desde la necesidad simple de volcar en palabras lo que me dicta el sentimiento que me recorre cuando leo algo tuyo. Un intenso texto, querida Mirella. Me alegro de haber tenido la oportunidad de leerlo. Te mando un inmenso abrazo, compañera de letras, que estés bien de salud, convencido de que en el momento menos esperado algo en tu interior te hará levantar la pluma para delicia de los que te leemos.
ResponderEliminarAriel
Tus comentarios no me resultan para nada sobrecargados, los siento muy afectuosos y me alegra sobremanera que mis relatos te produzcan esas sensaciones. Es lo que anhela todo el que escribe, que el lector se identifique y se meta en el texto, lo conmueva o le dé momentos de gozo.
EliminarTe agradezco enormemente el sentido comentario, porque no estoy escribiendo hace ya unos cuantos meses y lo poco que estuve garabateando fue a parar a la basura, lo percibo sin alma, como si no tuviera más nada que contar.
Al principio me desesperé, ahora acepto la posibilidad de que se me hayan acabado las historias o algo que valga la pena compartir. Quizás algún día vuelvan las ganas, como lo hacen cada año las inquietas golondrinas que revolotean por mi balcón a principios de noviembre.
Otro enorme abrazo y nuevamente gracias, Ariel.
·.
ResponderEliminarUn relato que atrapa, que mantiene el clímax hasta el final, un final fantástico, alejado de las suposiciones más simples y primarias.
La caracterización de Augusto es soberbia, así como esa abnegación de Marina.
Un abrazo Mirella
.·
LMA · & · CR
.
Es un relato de corte más tradicional, del tipo que ya no se me ocurren. Muchas gracias por leerlo y contenta de que te engancharas con la trama y los personajes.
EliminarUn gran abrazo, Alfonso.
Un relato excelente Mirella. Con un final sorprendente pero tan bien merecido para el "emperador" que se lo disfruta como seguramente lo hizo mi pariente Marina. (Hija de un Villalba ¿no?)
ResponderEliminar¡Felicitaciones!
Jajajaja! Espero que vos no seas el general... suegro del Emperador...
EliminarLuego de soportar menosprecios por demasiado tiempo, la venganza puede llegar a ser letal.
Infinitas gracias por tu lectura, Osvaldo.