miércoles, 8 de abril de 2015

El cuentero



Cuando Arturo dejó de venir por el bar de Fabio, no nos preocupamos demasiado. En los últimos tiempos era común que faltase durante algunas semanas. Volvía con un aire febril, vacilante, pero con el repertorio de las historias que nos contaba, renovado. Al cabo de varios meses de ausencia la esperanza de que regresara se convirtió en una costumbre más. Sin embargo, no podía desprenderme del asombro y de la rabia de que se hubiera ido así, como escapando.
La primera vez que apareció en lo de Fabio captamos en seguida que era distinto. No se recostaba en la resignación como nosotros,  algo incomprensible lo consumía. Se acodó en la barra con una copa de coñac en la mano, Fabio le preguntó si era nuevo en el barrio. Él dijo que había vuelto de un largo viaje y que su última parada fue Montevideo. Fabio, que es uruguayo, se entusiasmó y le hizo montones de preguntas. Con nuestro perpetuo aburrimiento a cuestas, empezamos a prestar atención, porque Arturo estaba relatando sobre un asunto turbio en el que se había visto envuelto en su paso por Montevideo. 
Lo invitamos a la mesa. A partir de esa noche se sentó siempre en el mismo lugar, y mientras giraba la copa entre los dedos cautelosos, nos introdujo en sus historias.
Sus gestos y algunas de sus frases, se me grabaron a fuego. Hablaba bien Arturo. Había viajado por medio mundo; su vida parecía la de un Phillipe Marlow rioplatense, siempre metido en algo oscuro, excitante. Hicimos conjeturas sobre su identidad o su trabajo, sin embargo no le preguntamos nada. Hubo un acuerdo tácito, tal vez para preservar el círculo que formábamos los cinco alrededor de la mesa del café.
Intenté rememorar la cara, el aspecto de Arturo. Pero sus facciones y su cuerpo ya se habían desdibujado. El peso de su presencia recaía en los relatos, en el tono de su voz, profunda, rica en matices y lo suficientemente sonora como para que Fabio, detrás del mostrador, no se perdiera palabra. Recuerdo sus descripciones, mínimas pero certeras; las pausas oportunas acentuaban el misterio. Arturo dominaba a la perfección el arte de narrar.  
Casi en seguida apareció con una mujer. Nora, nos dijo, mientras hacía un gesto hacia ella. Comenzó a venir a menudo; se quedaba junto a la barra, fumando interminables cigarrillos, silenciosa y distante.

Una noche, idéntica a cualquier otra después de la partida de Arturo, llegué al bar de Fabio a la hora habitual. Al rato la charla se llenó de agujeros: no éramos de conversación fácil, nosotros. Sólo por decir algo, pregunté si se acordaban del lío en el que se había involucrado Arturo en el tren que iba de New York a Boston. Cada uno tenía una versión diferente del episodio. Yo tampoco lo recordaba bien, en realidad lo había sacado a relucir para matar el tedio, así hubiese dicho Arturo.
Con placer comprobé que los otros pendían de mis palabras. Mezclé anécdotas que él nos había contado y le agregué situaciones que se me ocurrían sobre la marcha. Así refloté sus historias y descubrí la embriaguez de la improvisación y me dejé arrastrar por lo que narraba, como si lo estuviese viviendo.
Al poco tiempo, tal vez por esa intuición que las mujeres tienen, Nora reapareció por el bar. Arturo también se había deslizado, igual que una sombra, fuera de su vida y de su casa. Llegó en la mitad de una historia en la que Arturo escapaba de unos traficantes en Cartagena. Interrumpí el relato. La observé de reojo, me distraje y sentí que era un ladrón de vidas ajenas. Los demás, molestos, me apuraron para que continuara.
Con una habilidad, de la que fui el primero en sorprenderme, terminé la aventura de manera tal que la empalmé con otra, más modesta, en la que el protagonista era yo. La vuelta de Nora fue un incentivo. Me dirigí exclusivamente a ella, con el fin de deslumbrarla.
No dejó de venir una sola noche. Me esmeré, seleccionando las palabras y manteniendo ciertas pausas, como había aprendido de Arturo.  Al terminar la historia, la miraba con una especie de alivio por saberla allí, y me topaba con sus ojos fenicios. Arturo los habría descripto así, por lo astutos, inescrutables.
Unas semanas después me pidió que la acompañara a su casa. Me invitó a pasar y trajo una botella y vasos. Nos unían los gestos lentos de levantar los vasos, bajarlos, estirar la mano hacia la botella. El silencio era parte de la liturgia. Nuestras miradas se cruzaron: la mía furtiva, la de Nora ardua, apremiante. Pronto la botella quedó vacía; ella se acercó, se inclinó por encima de mis hombros y me rodeó con sus brazos. 

En el bar de Fabio ocupé la silla de Arturo. Cambié la cerveza por el coñac, que el resto terminó pagándome, como antes habíamos hecho con Arturo. También heredé a Nora y una tarde mediterránea —como él definía esas tardecitas donde todo toma el color azul violeta del cielo—, me mudé a la casa de ella.
Cada noche en lo de Fabio, percibía la impaciencia con que me estaban esperando y confirmaba mi gravitación en el reducido cosmos del bar. Sin embargo, con el tiempo, empecé a despertarme con una sensación de vacío y postergaba el momento de elaborar una nueva trama. Reduje la cantidad y la calidad de las historias; se me hacía más y más difícil encontrar qué contar. Entre el fin de un relato y el inicio de otro se establecieron silencios penosos. El primer comentario desfavorable lo hizo Fabio. Mientras servía unos cafés me dijo, categórico, que el desenlace de esa aventura lo había previsto desde el inicio: era muy similar al de los estafadores de Río de Janeiro. Y si el relato se alargaba innecesariamente aparecían los gestos de decepción, los tamborileos sobre la mesa o los pobres intentos de disimular un bostezo.
Espacié mis idas al bar. Laboriosamente urdía historias que terminaba por descartar, una tras otra. Iba al puerto, miraba, los barcos, los remolinos en el agua, hasta no ver más que grandes manchas grises. Me quedé horas enteras sentado en algún cajón y traté de componer los avatares del marinero con el gorro de lana o de aquel otro con la larga cicatriz en la frente. Sólo conseguía armar segmentos de historias que no alcanzaba a redondear, porque prevalecía la impresión de que ya habían sido demasiadas, que todo era una repetición fraudulenta. Dormía poco y en mi cara se reflejó la devastación, producto de mi empecinamiento. Por dentro me creció algo áspero, que no daba tregua. Y esa impotencia me acercaba a Arturo.
Mi última historia la forjé con minuciosidad. Estábamos los de siempre, más el nuevo: hacía poco se había acercado a la mesa, ocupando mi antiguo lugar. Tímidamente, nos anticipó que tenía unas cuantas anécdotas de la época en que todavía hacía viajes con el camión.
Terminé casi de madrugada. Los otros, absortos, contemplaban el fondo de sus vasos. Nora, desde la barra, me miró y en sus ojos había como un velo de lluvia. No se dieron cuenta cuando me levanté y salí. 
Caminé sin apuro, demorándome en las huellas de la noche. Mis pies se movían por cuenta propia y se alejaban del bar de Fabio. Me condujeron fuera del barrio, en una búsqueda dolorosa que presentí interminable, hacia otros barrios, otros bares y otras caras en círculo alrededor de una mesa. 

©  Mirella S.   — 2008 —                                                                                                        


Óleos de Fabián Pérez





52 comentarios:

  1. Supongo que estos relatos tan llenos de matices y tan vivos, están en constante evolución por lo que siempre admitirán cambios y más de una autora, como tú, siempre atenta a su mejora por esa insatisfacción que sólo los escritores de raza tienen para su obra.
    A mí me ha parecido encantador el retrato del cuentero con el que van mimetizándose después los demás. Siempre hay un sustituto dispuesto a ocupar la vacante, y triunfa, porque en la vida suelen triunfar las copias aunque sean malas.

    Un abracísimo, mi cuentera favorita.

    Namasté.

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    1. Siempre encuentro cosas para corregir, los dejo un tiempo y ya afilo el lápiz para empezar a tachar o cambiar palabras.
      Este texto tiene por lo menos siete años, imaginate, cuando lo ventilé le hice unos cuantos arreglos.
      Gavrí me marco un par de cosas interesantes que ya corregí.
      Lo de las malas copias que triunfan es una gran verdad.
      Abracísimo, Morgana y gracias.

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  2. No tienes fronteras cuando se trata de escudriñar el alma, certera y sensible. Besicos.

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    1. Es muy cierto, Angelines, soy una escudriñadora de almas, empiezo por la propia y sigo con las ajenas. Es una característica que tuve desde muy jovencita.
      Gracias y besos.

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  3. Se palpa en el cuento el poder de la palabra, el hechizo de las narraciones. Ningún humano somos insensible a su encanto.
    Un abrazo, Mirella.

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    1. El disfrute empieza en la infancia, cuando pedimos un cuento y no importa que sea el mismo y después seguimos con las novelas, el cine y, a quienes les gusta, con los culebrones de la tele.
      Son otras vidas, otras circunstancias y emociones, otros vericuetos que nos transportan -sobre todo si están bien construidos- de lo cotidiano y conocido.
      Un abrazo, Isabel y gracias por tu lectura.

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  4. Es una maravilla de cuento.
    De los mejores cuentos que he leído en mi vida.
    Y digno de los mejores cuentistas.
    Lo he disfrutado muchísimo.
    Gracias.

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    1. Gracias, Xavi, no sé si merece todo lo que decís, pero me alegra mucho que lo sintieras así.
      Un gran abrazo, Torito.

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  5. Tras leerte a ti al final comentando que es un cuento de antaño, modificado, rehecho o renacido y sin embargo, falto de algo, he pensado que sea tal vez por lo mismo que el protagonista o los protagonistas...
    Exhaustos tras exprimirse desde el interior, se vacían...
    Lo que me parece sumamente interesante, puesto que es como si escritora y ficción se fusionaran.
    A mí, desde luego, me ha parecido magnífico, como siempre.
    Besos.

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    1. En algún punto, el escritor y su ficción se unen y los textos expresan algo que le da vueltas al escritor.
      En ese entonces mi preocupación era que no iba a poder contar nada después de tantos años de haber dejado de escribir.
      En este momento me sigue gustando el tema, quizás no tanto la forma como está escrito. Corregí lo superficial, pero ni hablar de volver a reescribirlo.
      De mi parte, mi agradecimiento, siempre, por la profundidad de tus lecturas.
      Besote, Marinel.

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  6. El ser exigentes con nuestro trabajo denota nuestra continua evolución, entiendo tus reiterados retoques, como le ocurre al pintor con sus obras, a veces inconclusas eternamente.
    Me ha entusiasmado tu relato.
    Un beso Mirella.

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    1. Ante todo, muchas gracias por tu entusiasmo, Carmen.
      Es bueno querer mejorar, crecer, en lo que uno le pone tanta pasión, pero reconozco que a veces se me va la mano con la autoexigencia.
      Un gran abrazo.

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  7. Bella Mirella. Con toda razón le tienes cariño a éste relato. En curiosa sinergía antes de leer tu pieza pasé a un sitio donde tenían un artículo acerca de William Burroughs y otros surrealistas a través del cual detallan un curioso proceso para escribir en forma impactante extrayendo palabras y frases clave del borrador original y de ahí sacar un nuevo relato. Un poco lo que hace tu personaje al rearmar lo narrado por el que les participaba sus aventuras en el bar.
    Besos y que sigan brillando tu belleza y talento.

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    1. Tu análisis, además de generoso, es bondadoso con el personaje, que es un vulgar chorro (= ladrón) de historias ajenas para sentirse protagonista y ocupar el lugar de Arturo, quien probablemente también se las robó a lagún otro...
      Muy agradecida por tu visita, Carlos.
      Besos.

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  8. Muy bueno, Mirella. Con idas y vueltas de historias entrelazadas de personajes que ingresan y salen de la trama. Tengo la sensación de que Nora, finalmente, terminó aprendiendo sobre rutas argentinas más de los que cualquiera que, en ese bar, escuchaban las anécdotas del camionero.
    Genial, como siempre.
    ¡Saludos!

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    1. Gracias, Juanito, me alegra que te pareciera un buen relato. Siempre me interesó la idea de la repetición de situaciones formando una cadena que quién sabe cuándo se podrá cortar.
      Muchos saludos.

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  9. Qué delicia Mirella, se disfruta completito, como siempre =).
    Me quedé pensando en Arturo, si murió o si sólo cambió de barrio y de audiencia, quizá por la misma razón de que se le habían terminado las historias.
    Abrazote y beeeeeso.

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    1. Eso queda a tu gusto y criterio, pero por lo que dice el que lo reemplazó, da toda la impresión que -ambos- irán en busca de otros ámbitos para repetir siempre las mismas historias...
      Beeeesotes grandoteeees, Gildo : ))

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  10. Muy buen cuento. Me tuvo pendiente de cada palabra, imagine a Arturo, un moderno Sherazade al que el protagonista intentó imitar y no pudo.
    ¡Aplausos!

    mariarosa

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    1. Creo que lo imitó lo mejor que pudo, pero le pasó lo mismo que a Arturo (y a muchos de los que escribimos), llegó un momento en que parece que ya no queda nada para contar.
      Gracias por la efusividad, Mariarosa, recibida con mucho afecto.
      Besos.

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  11. Un personaje difícil y misterioso este Arturo, que quizá ni el mismo llegó a conocerse nunca realmente. Así que para los demás siempre fue alguien difícil de conocer y descifrar. Rodeado de misterio, el cuento engancha, ya que sus azarosos viajes son una incógnita.

    Besos Mirella..

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    1. Mi idea original fue que todo es una ficción, hasta la vida de Arturo, de allí tanto misterio.
      Pero no te quiero pinchar el globo, como decimos acá, o sea desilucionarte y que cada lector le ponga o le quite lo que quiera al texto. Allí está lo creativo de la lectura.
      Gracias, siempre, Rafa.
      Besos.

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  12. Me gustó ese halo de misterio, como en esas películas antiguas en blanco y negro, me gustó la atmósfera se creas para contar el relato. Aunque tenga ya algunos años mantiene la fuerzo y viveza como si la hubieras creado hoy mismo.
    Felicidades!!!


    Mil besos :)

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    1. Una de las cosas que me interesa a la hora de escribir es lograr un clima para cada trama.
      Estoy contenta que lo hayas percibido y te sumergieras en él.
      Todavía lo rescato, porque me gusta la historia, por eso lo publiqué.
      Gracias, Nieves, por estar siempre.
      Besos.

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  13. me inclino ante usted...que maravilla de cuento

    besos
    carlos

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    1. Muchas gracias, Carlos, también me inclino agradecida ante semejante elogio.
      Un abrazo.

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  14. Eres una excelente cuentera. Un placer siempre, disfrutar tus historias. Abrazos por docenas.

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    1. Espero que las historias vuelvan a mí, estoy bastante escasa de ideas interesantes.
      Pero ellas son como los pájaros, se van y vuelven cuando menos te lo esperás.
      Mil gracias y otros tantos besos, Soco.

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  15. Me gusta mucho como escribes Mirella, como nos introduces en el relato y seguimos hasta el desenlace expectantes por saber el final, pero al mismo tiempo no queremos que se termine.
    Un beso.

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    1. Es una buena noticia para un época de "sequía" de historias como la actual.
      Ojalá el entusiasmo de todos ustedes estimule y active mi hemisferio derecho.
      Besos, Rosa, muchas gracias por tu lectura.

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    1. Quedo muy contenta de que te vayas tan conforme.
      Un abrazote, Adolfo.

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  17. Cansado de la admiracion, salio en busca de otros para escandilarlos

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    1. Arturo se fue porque se le acabaron las historias y al que intentó imitarlo ya no lo admiraban más porque también se le habían acabado las historias.
      Besos, Chaly.

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  18. se intuye aquí un relato enmarcado hacia el infinito: siempre habrá alguien que tome la posta de narrar historias, de reemplazar a Arturo de forma permanente.
    Una especie de metáfora de la literatura.
    Recomendable, está muy bien contado

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    1. Buena intuición, Fer. Muchos tomarán la posta, algunos excelentes, otros meros imitadores.
      Siempre habrá alguien que nos cuente una historia.
      Me alegra que te gustara.
      Un abrazo.

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  19. Mirella, estoy con un montón de complicaciones (preparando el viaje, con problemas de cervicales, con la publicación de un librito sobre el ambiente para los chicos...etc,etc), por eso ando medio "borrada"...pero volveré! Sabés que adoro tu estilo, y que merece más atención de la que ahora dispongo. Igualmente pasé para dejarte un abrazo!

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    1. Qué bueno tener noticias tuyas, Patzy. Me había quedado con tu última información de que tenías un problema en la vista.
      Cuántas cosas estás haciendo, me alegro por tu viaje, habrá más material para la vuelta.
      Cuidate las cervicales y gracias por darte una vuelta y contarme en qué andás No te preocupes por leerme, ya tendrás tiempo. Creo que seguiré por la Web una temporadita más... jajajaja.
      Abrazo fuerte.

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  20. Siempre hay y habrá quien ocupe nuestro lugar, y otro que ocupe el de éste... y así, es casi como la dinámica misma del cuento y de la oralidad como transmisión.
    Como siempre y ya no es un "érase una vez", atrapas con una facilidad que me fascina cada vez que te leo.

    Me vino a la mente el poema aquel de León Felipe sobre los cuentos y los cuenteros...:

    Yo no sé muchas cosas, es verdad.
    Digo tan sólo lo que he visto.
    Y he visto:
    que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
    que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
    que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
    que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
    y que el miedo del hombre...
    ha inventado todos los cuentos.
    Yo no sé muchas cosas, es verdad,
    pero me han dormido con todos los cuentos...
    y sé todos los cuentos.

    Un abrazo grande, bella dama.

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    1. Tus visitas son siempre placenteras y tus comentarios inteligentes.
      Te agradezco mucho el poema: magnífico.
      Otro abrazo, guapa Zarza.

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  21. Es tremendo cuando te quedás sin cosas que contar. Muchas veces consigo, también, armar segmentos de historias que no alcanzan a redondear porque prevalece la impresión de que ya fueron demasiadas, que todo es una repetición fraudulenta. Pero no busco otros zaguanes, desaparezco un tiempo y vuelvo a la carga con otra historia que creo que vale la pena, aunque hayan pocos a mi alrededor para escucharme (leerme).
    Excelente, Mirella.
    Saludos.

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    1. Yo estuve años sin escribir, no sé si por no tener historias, más bien por un proceso personal.
      Cuando volví a hacerlo, me salían las historias como escupidas. Esta fue una de las primeras. La publiqué porque ahora me siento un poco como Arturo y el otro que lo reemplazó.
      En la espera me dedico a hacer videos, actividad que disfruto y me resulta terapéutica.
      Gracias, Raúl, muchos saludos.

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    2. Entiendo tu frustración Raúl, el sentir que estás escribiendo la misma historia una y otra vez es terrible. Un modo para salir de ese remolino es salir a la calle y anotar todo lo que observo, así sea lo mas cotidiano del mundo: un perro que ladra, el tipo que espera el tren, la chica que arroja el cigarrillo. Si tienes suerte te encontrarás como testigo privilegiado de un evento que merece ser contado. Ce lo contrario, con trabajo e imaginación algo bueno resultará entre esos montones de hojas escritas.

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    3. Lo de la libreta es una buena idea, siempre llevo un pequeño anotador en el bolso... por las dudas.

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  22. Al principio pensé que ibas a darle la vuelta al relato, que ibas a transformarlo en uno de los cuentos del cuentero y que, ya al final, desvelarías la trampa. Pero como una vez se entra en tus escritos, es difícil salir de las atmósferas cautivadoras que sugieres con tan buena mano, abandoné mis conjeturas y me quedé entre las palabras. Y me encantó la estructura con que lo dibujaste, ese déjà vu a través de dos personajes distintos que, sin embargo, parecen recorrer el mismo camino, y ya finalmente el boceto de aquél que debería tomar el relevo. Las personas no son tan diferentes, al fin y al cabo la vida, como estas historias, tiene que continuar.
    ¡Un abrazote, Mirella! ^_^

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    1. Es algo muy común que ocurre a los que nos gusta inventar historias: tratar de anticipar el final. Me alegra saber que te dejaste llevar y que el propuesto para el cuento te gustara.
      Estoy escribiendo poco, entonces ventilo los viejos que me parecen rescatables.
      Me llegó la notificación de que publicaste "Típico poema de blog", pero cuando intento acceder me da en tu última entrada. No sé si lo sacaste o algo anda mal en Blogger.
      Gracias, Jorge, un abrazote.

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  23. Hola Mirella, una estupenda historia que me recordó a David Lynch en una de sus películas donde el protagonista termina por convertirse en otro. Un buen día mientras está en una celda surge la metamorfosis.

    La que describes de Arturo y su sucedáneo y el que sigue me parece un juego un gran acierto lineal en la circularidad que supone la historia y por otro lado, quizás el elemento femenino juega como una especie de sincronía en el tránsito de entretenedores del bar de Fabio, como el elemento simbólico que permanece ante la partida y regreso del ente del cuentero.

    Hace mucho, más de veinte años que salí de la universidad, que no he vuelto a hacer un análisis de los cuentos porque francamente apenas recuerdo las herramientas que nos dieron de Vladimir Propp (para el género de la fantasía) o Roland Barthes (qué es más universal pero más complejo de aplicar) pero ahora que termino de leer el tuyo de verdad que se antoja poder hacerlo nuevamente. Claro, sólo como un mero ejercicio académico porque se disfruta cuando la historia da para este tipo de trabajos. Por alguna razón tu cuento me remontó a aquellos años y me pico el gusanito jajajaja.

    Bueno, después del divague, gracias Mirel. Siempre me aportas algo con tu talento y oficio.
    Un beso.

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    1. David Lynch, sí que es complejo, creo no serlo tanto... jajajaja...
      Me alegro que ejerzas conmigo lo que estudiaste de análisis literario, me encantan tus puntos de vista y, de paso, también aprendo cómo se analiza un texto, porque no sé hacerlo.
      El tema de la circularidad debe estar grabado muy fuerte en mi inconsciente porque el mes pasado terminé un cuento que precisamente se llama "Circularidad". Ya lo leerás, siempre los dejo decantar un poco para tomar distancia y después hago la última corrección.
      Gracias por el comentario, la mirada también el divague.
      Un abrazote, Gonza.

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  24. Un cuento dentro de otro cuento, a su vez dentro de otro. Que la ficción copie a la realidad y también a la propia ficción es un hecho, lo que envidiarán siempre las letras es que podrán llevarnos por un viaje de emociones pero nunca igualarán lo que se siente vivirlas en carne y hueso.
    Un placer leerte, Mirella, si no te caen las historias sé paciente que, como hiciste bien al llamar a tu blog, las palabras son como pájaros. De pronto una brisa en la mañana o al caer la tarde te anunciarán su llegada.
    Un beso.

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    1. La ficción nos hace soñar, volar con la imaginación, nada comparado con las auténticas experiencias. En la ficción depositamos los anhelos, lo que no podemos o no nos animamos a ser. Las vivencias son las que nos hacen madurar.
      Gracias por el comentario, Eduardo y el estímulo. Estoy escribiendo muy poco, pero ya pasé por eso y comprendí que hay que saber esperar con ojos observadores -tanto hacia adentro como hacia el afuera- y que la idea o la punta de algo aparecerá cuando tiene que aparecer.
      Un abrazo.

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  25. También tú, Mirella sin "Y", arrastras en la sangre el virus de la oralidad y la narración. Comienzo a advertir que es una constante en ti, aunque tendría que llee mucho más, el agarrar y tensar el hilo de la trama, hasta el último instante pensé que Arturo aparecería para ocupar su trono de vendedor de buenas batallitas. Y no digo que estuviera bien traerlo de vuelta, ojo, a mi me ha gustado tal cual. Como siempre, divertido, el ritmo del relato es bastante rápido lo cual provoca ese deseo de dame más en conjunción con el peso de la historia. Saludos.

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    1. Este es un cuento viejo, de hace unos diez años. Siempre me gustó contar historias, pero ahora me siento como Arturo, será por eso que lo publiqué. Ya no consigo armar un relato largo, tengo menos tiempo y cansancio atrasado, ahora. Te darás cuenta si leés algún otro de los más breves, que mi rumbo ha cambiado, voy más por el lado de la prosa poética, de lo introspectivo. Un ejemplo "Lividez de agosto", "Apuntes...(V)" o Tempus.
      Muy agradecida por leer hacia atrás, casi nadie lo hace y menos comentar.
      Saludos Jonh, con H final.

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