Habitualmente el clima
en casa era similar al de un miércoles de cenizas: cada uno parecía que llevaba
una cruz gris marcada en la frente. Las fiestas, los cumpleaños, pasaban
desapercibidos. Si por alguna razón contra natura de nuestras costumbres se festejaban, una hecatombe —interna o
externa— desbarataba el escaso entusiasmo puesto en el acontecimiento.
Las fiestas de Navidad y
Año Nuevo eran las más catastróficas. Algún duende cruel y malhumorado debía
filtrarse en la casa y propiciaba malentendidos, discusiones estériles y
terminábamos siendo títeres de su malicia.
Pero yo de chica tenía
ilusiones a prueba de tempestades y terremotos. Esperaba con el alma titilante
que ese año en vez de medias y bombachitas, Papá Noel o los Reyes me trajeran
la muñeca deseada o los bloques para construir edificios. También creía que en
algún momento mi padre iría a cambiar su expresión adusta, que se le borrarían
las sombras de la cara, diría palabras que irrumpieran en la hosquedad de sus
silencios y pudiera mostrarse feliz por un rato. O que mi hermana mayor no me
viera como una molestia o una pelusa que se le adhirió al vestido.
Por eso cuando dijo que
me iba a llevar al centro para ver a los Reyes Magos, sentí que ese enero sería
inolvidable. Vivíamos en el barrio de Liniers, tomamos el colectivo y después el
subte de la línea “A” para ir a Gatichaves,
un modesto anticipo de los actuales shoppings. Yo tendría a lo sumo cinco años,
una salida al centro significaba una excursión extraordinaria y esa vez pude
conocer el lugar poco antes de que lo cerraran.
A mi hermana no la veía
mucho, trabajaba en una fábrica en Morón y tenía que levantarse a las cinco de
la mañana. Sin embargo ese sábado pintaba distinto, a pesar de la sensación de
ahogo que me daba caminar por la calle Florida, desacostumbrada a estar en
medio de tanta gente de la que sólo veía zapatos, ruedos de polleras,
pantalones. Si miraba para arriba todo ese remolino me daba vértigo.
En Gatichaves hicimos una cola larguísima hasta llegar, en medio de una
atmósfera de misterio, a unos pasillos interiores penumbrosos que desembocarían
en la gran gruta donde los tres Reyes iban a recibir a los niños. Los
corredores estaban decorados como si fueran desfiladeros rocosos flanqueados
por árboles. Cada tanto un señor con turbante y barba nos alentaba a preparar
nuestros pedidos.
Yo ansiaba la muñeca que
hacía pis, la había descubierto en la revista Billiken, venía en un kit con mamadera y un juego de pañales. No sé
si la quería en esa particular ocasión, sí recuerdo que por esos años mi deseo
sólo apuntaba a esa muñeca.
Seguimos caminando
lentamente hasta que el pasillo se ensanchó en un área bien iluminada, con una
pared blanca en la que se movía algo. Se produjo un desorden y hubo grititos de
asombro por parte de los chicos y sus acompañantes.
La cola apenas avanzaba,
por fin me tocó el turno y pude apreciar el objeto de tanto jolgorio: era una
mariposa gigantesca apoyada en la pared, con reflectores resaltando sus alas que
abanicaban el aire viciado. Cuando estuve delante de ella un espasmo de terror
me estrujó la panza. De la pared, y por entre las alas, asomaba la cabeza de
una mujer, que se movía de un lado para otro con los labios rojos sonrientes.
No tenía cuerpo. Me paré
en seco y grité (olvidada de mi habitual timidez, el espanto era más fuerte): le cortaron la cabeza y se la pegaron en la
pared. Mis gritos, mis pataleos, el hipo, consecuencia de querer hablar a través
de las lágrimas, hicieron que la cabeza girase hacia mí con su sonrisa roja y
me dijera algo así como que no me asustara, que ella era el hada de las
mariposas.
Eso fue peor: además de
no tener cuerpo, también hablaba. Incrementé los aullidos y el zapateo. Mi
hermana, muy nerviosa, me tironeaba del brazo, asegurándome de que todo estaba
bien, pero a mí no me convencían así nomás. De modo que apareció el barbudo de
turbante que, severamente, indicó que debíamos continuar, estábamos causando un
alboroto que demoraba la circulación.
La cabeza me seguía
hablando y me pareció que las alas habían acelerado su vaivén, como si
quisieran despegarse de la pared para perseguir a esa aguafiestas, caprichosa y
cagona, que no entendía nada del espíritu mariposil ni de la magia de su reina.
La cuestión es que con
mi escándalo fui el centro de las miradas de reprobación de los presentes. Entre
el barbudo y mi hermana me arrastraron del lugar y me metieron otra vez por el
pasillo oscuro que conducía a la gruta de los Reyes.
Mis pataleos y chillidos
no cesaron: quería irme. Prefería el bosque de zapatos y piernas urgentes de
acción de la calle Florida —por lo menos arriba estaba el sol— que este
tenebroso pasaje de pesadilla. Pero no podíamos salir de la fila, el pasillo
era demasiado angosto y retroceder hubiera provocado un caos mayor. Así que
continuamos, yo llorando a moco tendido y mi hermana tratando de calmarme, con
escaso éxito, con la promesa de que pronto vería a los Reyes Magos. Qué Reyes
ni que ocho cuartos, mi único deseo era salir de allí y que mi hermana me
comprara un helado de chocolate y limón.
La cueva de los Reyes
era enorme; en ese entonces todo era desmesuradamente grande para mí; había un
caminito por el que podían ir dos chicos a la vez y en el fondo estaban los
tres soberanos en sus respectivos tronos, emperifollados en capas con brillos y
sudando la gota gorda, sin un mísero ventilador. Le pegué un tirón a la pollera
de mi hermana y le dije que no tenía nada que pedirles y que nos fuéramos rápido.
Los miré de lejos: el que más me gustó era totalmente negro; otro, con una
barba blanca, era gordo y se parecía a Papá Noel.
Por fin salimos de allí.
Bajamos por unas escaleras y llegamos al sector infantil, con mesas y vitrinas
colmadas de juguetes y ropa. Mi hermana me pidió que me quedara mirando unos
animalitos de felpa mientras ella iba a comprar algo.
Me enamoré de la jirafa
amarilla y marrón, hasta me animé a acariciarla. No había nadie vigilando y le
conté en voz baja mi desafortunada experiencia con el hada mariposa. La dejé en
su lugar, junto a un oso panda barrigón, cuando vi que mi hermana estaba yendo
hacia la caja a pagar. También noté que en la mano llevaba una bombachita rosa,
con puntillas.
©
Mirella S. — 2012 —
de terror el episodio navideño
ResponderEliminarenhorabuena Mirella !!!
un relato muy vívido y atrapante
besitos y buena jornada
Gracias, Elisa, hay veces que los adultos no entienden la imaginación de los niños hasta donde los puede llevar.
EliminarUn abrazote
Por eso no hay que celebrar la navidad, y menos ir a ver a los jodidos Reyes Magos. Menudo trago para los niños; y eso que dicen que son días muy señalados y especiales para ellos.
ResponderEliminarBesos Mirella.
A los niños les gustan y le interesan los Reyes (ahora no sé, todo ha cambiado), por ese matiz exótico que emanan y por los regalos, por supuesto.
EliminarNo hay ningún espíritu religioso en estas fiestas, es puro consumo.
Gracias, Rafa, abrazo enorme.
Es cierto, el terror de los niños no lo entienden los mayores. Besicos.
ResponderEliminarEl adulto piensa que lo que le divierte a él también surtirá ese efecto en un niño.
EliminarPero hay sensiblidades más especiales que lo ven desde otro lado.
Besos, Angelines y gracias.
Cuando el terror domina
ResponderEliminarNo hay salvación
A todos no nos divierte lo mismo.
EliminarBesos, Oscar.
Navidad es cada vez que escribes.
ResponderEliminarGracias.
Besos.
Qué elogio más dulce, Xavi, te lo agradezco mucho.
EliminarUn gran besazo.
Tu hermana no te debe haber sacado más jajaja le confirmaste lo de la pelusa. Me gustó lo de Gatichaves y la calle Florida, me pusiste ahí. También vi a tu padre que ya creo conocer por tus menciones.
ResponderEliminarA mi me pasó algo parecido con el mayor de mis hijos cuando era muy pequeño y un payaso se le acercó, no tenía consuelo. La del medio, siempre más sargentona y audaz, desafiaba a los maquillados, aún aquellos escondidos en casas de terror, diciéndole yo sé que no me podés tocar...me lo dijo mi mamá. Palabra santa para ella y menos mal que esos monstruos maquillados me hacían quedar bien porque por más que abrían sus manos y su boca gruñía nunca la tocaron y ella salía agrandada con la soberbia calzada en sus hombros "conmigo no pudieron".
Hermosos recuerdos me trajo tu texto, cariños amiga.
Me quedo muy contenta cuando algo que escribo le permite al lector recalar en sus recuerdos, especialmente si son buenos y felices.
EliminarTambién es una forma de conocernos más, porque cada uno cuenta sus experiencias y eso es otra de las cosas que me gustan.
La relación con mi hermana era bastante así, debido a la gran diferencia de edad. Esta vivencia sí la pasé, claro que adornada con un montón de otras cosas, porque no me gusta caer en lo estrictamente autobiográfico.
Gracias, cordobesa linda, un fuerte abrazo.
De terror esa navidad. Pero también es una maravilla leerte.
ResponderEliminarGracias por regalarnos estos relatos.
Me hiciste navegar en las NO NAVIDADES que viví en la Isla.
Besos y abrazos
carlos
Con lasnavidades y las fiestas de fin de año creo que no hay medias tintas: o las pasás mal y terminás detestándolas, pero también está el que las disfruta un montón, contento en familia.
EliminarPertenecemos al primer grupo, evidentemente, aunque ya no me preocupan.
Mil gracias, Carlos, sos uno de los más fieles seguidores de la primera hora... jajaja...
Besotes.
A m'i los villancicos (esas canciones que se cantan en Navidad) me parecen siniestros, los adornos exagerados y todas esas cosas. Por otra parte no le veo nada especial a esas fiestas dado que no soy cristiano y escoger unas fechas senyaladas para celebrar el amor me parece como el dia de San Valentin, una festividad basicamente consumista y hueca. Para mi lo que si tiene sentido son las veces que me reuno con mi extensa familia (ahoira en Irlanda es un poco mas complicado, pero todo se andara). Usualmente nos reunimos cuatro o cinco veces al anyo y, quizas por ser algo convencional, Navidad es una de ellas. Pero celebrar el amor y la bondad me parece sobrecompensacion: es algo que ocurre cada dia y sin embargo en estas fiestas no se dan gracias por la bondad, sino que la gente intenta ser "mas" bueno en muchos casos y hacer cosas que de ordinario evitan u olvidan. Prefiero dar gracias, claro que para eso no necesito calendario.
ResponderEliminarUn abrazo, Mirella! ^_^
Concuerdo con lo de los villancicos y la parafernalia de adornos que, debido a los malos tiempos económicos que estamos atravesando, aquí se redujeron muchísimo. Para mí esas fiestas tampoco tienen sentido, fui bautazada, tomé la comunión -meras tradiciones- y cuando crecí me declaré atea.
EliminarSon ocasiones para darse el gran atracón y empinar el codo, como decimos acá y todo contenido espiritual se perdió en la lejanía de los tiempos. Creo que son pocos los que celebran el amor o un nacimiento a algo más elevado.
Gracias por tus opiniones, Jorge y te mando un gran abrazote.
No me gusta la navidad
ResponderEliminarBesos
Coincidimos, Chaly. Gracias por pasar.
EliminarBesos.
Es un relato entretenido. Se lee con gusto.
ResponderEliminarBesos.
Me alegro María del Mar que te haya entretenido y disfrutaras de la lectura. Si, creo que es un texto ágil.
EliminarGracias por tu presencia y un besazo grande.
Que pronto nos hablas de la Navidad, nos narras un cuento de invierno y de costumbres, agradable de leer con tu prosa perfecta, pero, que pronto nos hablas de la Navidad. Un abrazo
ResponderEliminarEs un texto que ya tenía, no lo escribí ahora. No se me ocurrió guardarlo para la época navideña, será por que no tiene peso en mí. Es como decir que todo el año es navidad.
EliminarLo último que escribí no me conforma del todo y apelé al "archivo".
No entendí lo del invierno, porque de este lado del mundo para las fiestas de fin de año ya estamos en verano.
Un besazo grande.
Me gustaban la Navidades en familia y éramos mucho. Hoy somos pocos y tratamos de pasarla lo mejor posible. Me impresionó la imagen y un poco el cuento. Gracias por hacernos recordar.
ResponderEliminarHola Norma. Es un gusto haberte despertado gratos recuerdos. Nosotros éramos muy pocos de familia y hoy somos todavía menos y no lo pasamos muy bien, pero eso ya fue y hoy puedo escribir historias sobre el tema de un modo más liviano.
EliminarGracias por acercarte y comentar.
Un besote.
Excelente el relato, debe haber toques biográficos...o no y, tengo que reprimir la curiosidad, algo que siempre me asalta cuando leo historias bien logradas como ésta!!
ResponderEliminarVeo que agarraste continuidad, Mir, enhorabuena!!
Abrazo entusiasta!!
En este cuento hay algo autobiográfico, pero como dije más arriba, me gusta agregarle imaginación para que no sea un plomazo.
EliminarVengo como puedo, Edu, este texto es viejo, no estoy muy estimulada para escribir con todo este lío del gas. La semana que viene veré cuando publico, porque el miércoles me instalan el Window 7 Ultimate (el XP ya es muy limitado) y no sé si el técnico se tiene que llevar la CPU.
Gracias, amigo, un abrazo.
Me gusta la navidad pero en cierta manera comprendo que es fiesta que se vive muy diferente según las personas y su situación personal. Creo que son fiestas para los niños, que de ahí depende la alegría de los adultos. Como en tu relato en la Navidad los protagonistas siempre son los niños y ellos nos regalan la magia (esa cueva donde se encuentra todo lo imposible y se materializa real).
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato, nos recuerda que ya mismo vamos a estar viviendola.
Besos!!
Originariamente tenía un sentido religioso que se perdió, hoy es una buena excusa para reunirse, darse atracones de comida y bebida y los niños esperar sus regalitos. Pienso que todavía son los que más disfrutan, sobre todo los más chicos, porque bien pronto se enteran cuál es la procedencia de los regalos.
EliminarEncantada de que te gustara, es verdad qué poco falta para las fiestas navideñas.
Un abrazo, Nieves. :-)
Un relato bien estructurado que te lleva por caminos de ternura. No me gusta la navidad, y leyéndote, haces que me vuelva a apetecer ser niño y sumergirme en ella y en sus hadas mariposas. Un abrazo, Mirella.
ResponderEliminarVeo que somos unos cuantos a los que no nos gusta la navidad, aunque ahora en mi caso ni eso, me deja indiferente.
EliminarQué bueno saber que con el relato te hice remontar a la época mágica de las ilusiones.
Mil gracias, Alfredo, con abrazo.
El comienzo me llevó de vuelta a tu infancia, cuando aquel tatadiós. Me gustó mucho. Me identifico con la niña tímida y miedosa.
ResponderEliminarQué gusto da leerte Mire.
Te abrazo fuerte.
En una época me gustaba explorar personajes infantiles con infancias no tan fáciles. Tengo unos cuantos relatos más que no publiqué porque son un poco largos, tal vez lo haga en dos entregas
EliminarMe da una gran alegría que te vayas satisfecho con la lectura, Gildo, es un placer recibirte en el nido.
Otro abrazo para vos.
A mí me gusta la Navidad pero ya no como antes...aunque aumenta ka familia siempre son fechas en los recuerdos nos traen vivencias pasadas con personas que ya no están con nosotros.
ResponderEliminarMe parece dura tu historia pero la carateriza un gran realismo.
Un aplauso y un beso enormes
Rosa
Esta historia no me parece particularmente dura, será porque escribí otras peores... jajaja...
EliminarMuchas gracias Rosa, por acercarte y dejar tu opinión.
Besotes.
UNA CELEBRACIÓN MUY PARTICULAR. EXCELENTE CREACIÓN.
ResponderEliminarUN ABRAZO
Cada uno celebra como puede y según le permitan las circunstancias.
EliminarGracias, Adolfo, un abrazo grande.
Por fín leo tu blog, te conozco por los blogs que suelo frecuentar. Un relato cargado de recuerdos.
ResponderEliminarPrometo ponerme al día y seguir visitándote.
saludos
Bienvenida, Karin, muchas gracias por la visita, que te devolveré con gusto.
EliminarLas puertas están abiertas, mejor dicho en el nido no las hay, podés venir cuando quieras, libremente.
Besos.
Una historia tenebrosa como toda una infancia terrible.
ResponderEliminarSaludos!
J.
No diría "tenebrosa", sólo una situación que debía ser de esparcimiento y que fue vivida desde el lado del temor.
EliminarMuchas gracias, José, por la visita.
Saludos también para vos.
Es curioso, no me gustaron las hadas ya desde niña, tal vez porque la de la Cenicienta del Disney me impactó y mis papás una vez por mi cumple hicieron venir a una hada que me cayó regorda, pobre...
ResponderEliminarAsí que puedo entender a tu protagonista...
Las Navidades hace tiempo, desde que dejé de ser niña, que no creo en ellas, como cuando dejé de creer en los Magos de Oriente, y de Occidente.
Tu relato, eso sí, el mejor regalo, sea Navidad o no.
Besos, Bella Dama.
Los descreídos nos vamos multiplicando, más que los panes y los peces. Como están las cosas, no queda mucho en qué creer.
EliminarMi infancia fue muy inocente, aunque crecí en un ámbito donde la risa se había escapado a casas más alegres. Por eso mi mundo estaba plagado de hadas, duendes, elfos y un ogro vegetariano, Cirilo... jajaja... sobre el que, ya adulta, escribí un cuento para niños.
Gracias, linda Zarza, por comentar y compartir vivencias.
Besote dominguero.
un hada... me corrijo.
ResponderEliminarErrores de tipeo, Zarza... un mal paso cualquiera da en la vida, creo que dice un tango...
Eliminar
ResponderEliminarUna delicia de rememoración al tiempo que una invitación a poner en marcha nuestros recuerdo.
Y todo, magistralmente escrito, claro.
· un abrazo
· CR · & · LMA ·
Espero que hayan sido buenos recuerdos los que surgieron a raíz del relato.
EliminarMuy agradecida, Bolo, con un abrazo de domingo por la tarde.
Siempre un placer leerte. Hoy me ha emocionado especialmente el paseo por Florida y por Gatichaves, y la mirada rápida a la revista Billiken, que tanto gustaba a mis niños chicos...
ResponderEliminarHoy me tuviste cerquita. Muchos besos
¿Tus hijos nacieron acá, Soco? Entonces imagino la cantidad de recuerdos que te despertó el relato...
EliminarEs un verdadero gusto recibirte por estos lados, amiga.
Un besazo enorme.
Es notable como destaca un cuento de este estilo en tu blog, porque su sencillez y su lenguaje no es común en tus letras sofisticadas, plagadas de metáforas y poesía. Y sobresale no por falta de méritos, todo lo contrario su lectura llega al lector de otra manera, más directa, como que se graba más en la retina. es una narrativa que se lee de un tirón y te deja tan satisfecho como las otras, o más. Este cuento me encantó, y ese final es alucinante.
ResponderEliminarGracias por tu talento.
Saludos.
Es un relato de hace unos años, que corregí un poco. Si, antes escribía de un modo más directo, son pocos los textos que todavía me gustan, pero a este cuento lo rescato.
EliminarConsidero que los que escribí acerca de chicos son los que están mejor logrados.
Qué bueno que te enganchara... el final de la bombachita me gusta también a mí... jajaja...
Gracias por estar siempre, Raúl.
Fantástico, Mirella.
ResponderEliminarNos transmitís a tus lectores el mundo de la niña de manera ideal; te ponés en su piel, y hacés que sus vivencias nos lleguen muy adentro (y que recordemos nuestros propios miedos de la niñez...). Todo mérito absoluto tuyo como autora.
El final es genial.
¡Saludos!
No es de terror como los relatos que te gustan a vos, pero para esa nena ver la cabeza sonriente que salía de una pared, significó casi como una de Zombies.
EliminarLos adultos inventan cada recurso para entretener a los chicos, sin tener en cuenta su sensibilidad y que para ellos todo es real.
Gracias, siempre, Juanito.
Saludos.
Qué historia más tierna Mirella, me encantó y pude mirar a esa chaparrita que hizo efectiva la tradicional hecatombe que acompañaba los día excepcionales.
ResponderEliminarMe hizo reír su miedo y su perspectiva del Hada mariposa. Su razonamiento de niña excepcional e inteligente pero al fin niña, determinada por la fantasía y la dulce candidez que suele estar en los razonamientos a esa edad.
Bella historia que agradezco esta tarde dominical.
Un beso compañera, gracias por tu talento y por estas historias.
Me encantó lo de "chaparrita", una expresión bien vuestra, Gonza. Te quedo muy agradecida por un comentario tan cálido y también me da satisfacción que lo hayas desmenuzado tan dulcemente.
EliminarUn abrazote, compañero.