![]() |
Foto de Alberto Cabero |
Acorralada
en la penumbra, pienso en el cuaderno que dejé sobre la mesa, abierto en el
círculo de luz que proyecta la lámpara. Hasta hace unos minutos volcaba en sus
páginas despojos de mi fantasía. Estaba escribiendo acerca de un lugar
inexistente, un país imaginario gobernado por un demonio. El escritor convoca a
sus espíritus sacrílegos, acaso para exorcizarlos —me decía—, es una forma de
purificación. Con estas justificaciones, yo destilaba en el cuaderno la hiel de
mi decepción, describía la cara más abyecta de la maldad, proyectándola en mi
personaje.
De pronto
tuve la urgencia de beber algo caliente, como si mis palabras fuesen agujas
frías que me penetraran hasta los huesos.
Fui a la
cocina y puse a calentar agua.
Saqué un
tazón grande de loza blanca y azul, el café soluble y fui generosa en la
cantidad vertida. Debía tener los pensamientos claros para terminar el relato.
Antes de que el agua hirviera apagué la hornalla, llené el tazón y retomé la
ineludible tarea de poblar el cuaderno con esas palabras que, en mí, dolían
como animales rasgándome la entraña.
Soy
de las que todavía escriben a mano, en un cuaderno. Terminé la frase: “…él, elevándose desde su infamia,
clamó venganza”.
Mis
dientes castañetearon de un modo imprevisto contra el borde del tazón y tragué
un sorbo ardiente y amargo. No le había echado mis tres habituales cucharaditas
de azúcar. Antes de levantarme vacilé: una idea promisoria, pero aún
indefinida, se estaba formando en mi mente y no quería perderla con
distracciones. Prevaleció la necesidad del café caliente y dulzón y volví a la
cocina.
Estaba
revolviéndolo, cuando a mis espaldas escuché un ruido leve. Giré la cabeza y me
pareció ver líneas de sombra que despuntaban de la mesa, como si fragmentos de
la noche se hubieran colado en el interior del círculo de luz.
Entorné
con un pie la puerta y con la mano izquierda alcancé el interruptor. La cocina
quedó a oscuras.
Sosteniendo
el tazón me deslicé hacia el piso y quedé resguardada entre la heladera y la
puerta entreabierta. Apliqué el ojo en el resquicio que había entre las
bisagras y sólo conseguí ver el extremo de la mesa, apenas insinuado por el
reflejo de la lámpara.
El ruido
se había vuelto más preciso, como de quien arranca una hoja de papel. Mi pecho
se cuarteó en palpitaciones espasmódicas.
Estaba
sola en mi departamento, la puerta con los pasadores cerrados. Las ventanas se
asoman a un vacío de diez pisos. Pero alguien —o algo— seguía desgarrando las
hojas del cuaderno. Con las manos rodeé la taza para contagiarme el calor del
líquido humeante.
Recordé la
última palabra escrita: venganza. Lo que estaba del otro lado de la
puerta no hacía más que celebrarla —pensé. Había fabricado una monstruosidad,
una amalgama de palabras crueles, amargas como el café que no quise beber.
Irrevocables, ya.
Aquello en la otra habitación, oscureció por unos
instantes el hilo de luz por el que yo espiaba.
Las hojas
escritas caían sobre la alfombra en tiras, como cortadas por un cuchillo. Y mi
mente recolectó los adjetivos feroces que había usado para el retrato. Supe lo
que acababa de propiciar.
El
engendro ha crecido igual que un Golem gigantesco y escucho detrás de esta
puerta que me sirve de reparo provisorio, los cortes netos de las hojas que ya
acometen también a las tapas.
El café se
enfría en el tazón, lo mismo que mi cuerpo. Hasta la médula. Si no me hubiese
levantado para endulzarlo, si hubiese perseguido esa nueva posibilidad que
quería abrirse camino en mi mente, tal vez con palabras redentoras que
pronunciaran una salvación, si hubiera tomado el café sin azúcar…
Pero la
historia ya está escrita.
©
Mirella S. — 2011 —
a veces lo que escribimos se vuelve en nuestra contra... pero si siempre tomáramos el café con azúcar sólo saldrían relatos rosas, con la consiguiente falta de originalidad!!!
ResponderEliminarsaludos y felicidades por el café amargo!
Jenny, a mí relatos rosa no me salen ni si me tomo azúcar con café... creo que nunca escribí uno, ni cuando era una niña.
Eliminar¡Un karma el mío!
Abrazo.
Miedo me da dar la espalda a la pantalla mostrando este relato. Muy bueno Mirella.
ResponderEliminarAbrazo.
Jaal, entonces será mejor que no vayas a la cocina y te aguantes si tenés ganas de beber algo caliente.
EliminarGracias por tu visita y comentario.
Otro abrazo para vos.
Terriblemente hermoso, aunque es cuerpo vaya enfriándose como el tazón de café...
ResponderEliminarMe parece que se va a enfriar más de la cuenta... un frío definitivo...jajaja!!!!
EliminarGracias Darío y un abrazo
Me asustas al leerte, y se que es imaginación, pero es tan real que he sido capaz de oler el café... y el miedo.
ResponderEliminarSaltos y brincos
Lo que pasa Ester es que sos muy perceptiva y te instalaste en esa cocina.
EliminarGracias por tu visita.
Abrazote
ResponderEliminarPrefiero el café solo, sin azúcar ni leche. Ya ves lo que puede propiciar un poco de azúcar.
Si es cierto que hay palabras por desgarran, por dentro, por sólo pensarlas. Otras, por oírlas, marcan tu rostro. Sin palabras la existencia sería como una roca varada en un desierto.
· un beso
· CristalRasgado · & · LaMiradaAusente ·
Después de escuchar el video, tengo cierto pudor de llamarte Ñoco, creo que de aquí en más usaré Le Bolo.
EliminarEl viejo dicho: "una palabra hiere más que una espada", nos lo dice clarito.
Por el momento necesitamos de las palabras para comunicarnos, pero muchas veces somos crueles en su uso.
Abrazo.
A veces tenemos que cuidar las palabras para que no se vuelvan en nuestra contra, nos están vigilando los Inspectores de la Palabra Precisa, no podemos desviarnos.
ResponderEliminarBesos,
Para mí que a esos inspectores que mencionás los deben sobornar todo el tiempo. Escuchamos y leemos cada barbaridad, que lo que menos se hace es utilizar la palabra precisa.
EliminarUn beso y gracias por la visita.
Escalofriante. Aunque no se hubiera levantado a por el azúcar hubiera ocurrido lo mismo. Esa venganza estaba escrita... bien lo dices...
ResponderEliminarUh que escalofrió... me voy ya, no es que tenga miedo eh ? ;/
Besos Mirella
Las palabras finales ya estaban escritas, Nieves, el destino estaba signado. No hay que jugar con las palabras como si fueran dados.
EliminarSin miedo, sólo está en el papel... por precaución, nada más, tomate el café sin azúcar si escribís un cuento de suspenso.
Abrazote
no vuelvo a tomar nada con azúcar, verás
ResponderEliminarSeñor Noel, un poco de dulzor no está de más.
EliminarUn beso al minino negro y blanco.
ja ja ja estupendo relato de misterio. Gracias.
ResponderEliminarGracias Norma, me alegro que te haya gustado sin sentir miedo.
EliminarUn abrazo.
Imagínate, eso sí que es genio creador y lo demás son gaitas, pero ahora tendrás que escribir otro relato para conjurar el miedo a la palabra, porque no vas a dejar a la protagonista espiando detrás de la puerta de la cocina a su monstruito eternamente ¿no?.
ResponderEliminarFuera de bromas te entiendo muy bien. Al final creamos nuestros propios monstruos y conjuramos todos los fantasmas de la tinta al escribir.
Hace muy poco, escribía yo en un poema:
Una sigue escribiendo, embarazada,
vulnerabilidades
y dando a luz los monstruos de la tinta
como si un padre oscuro los amara.
y la palabra, ya se sabe, lo mismo te salva que te mata, así que tenemos que asumirlo.
Me ha gustado, Mirellísima, aunque me he quedado un tanto expectante ante la resolución de la escritora por semejante descubrimiento porque me temo que es de las que no se arredran ante el papel en blanco. (ríome).
Inquietante el asuntito.
Abrazo grande.
Namasté.
Morg, el miedo a la palabra lo tengo siempre, sólo que lo disimulo bastante bien. Enonces, escribo.
EliminarMe asusta el papel en blanco, como a cualquiera. Pero es verdad lo encaro, primero con dibujitos en los bordes que se van extendiendo hasta el centro y después tiro alguna palabra que puede combinar con aquella otra y así empiezo.
Como la del cuento, también escribo a mano.
Gracias por tus comentarios y un abrazo de los que ya sabes, al puro estilo italianao.
Wow, otro género...y van...cuántos, Mirella? Una exploradora de las palabras, excelentemente usadas, por cierto. Felicitaciones, amiga! Me encantó!Abrazoooo
ResponderEliminarJajaja!!!! Patzy me gusta la variedad, si no me aburro. Todavía me queda algún género por experimentar... veremos cuál será el próximo.
EliminarGracias por pasar. Abrazo grande.
Me encatan los relatos de misterio y el tuyo me tuvo en vilo, asi que genial, gracia spor regalrnos tu arte
ResponderEliminarBesos
Pluv, a mí también me gustan y traté de probar para ver qué resultaba, bueno parece que no está tan mal, después de todo.
EliminarGracias por tus visitas y te vas con un abrazo.
aún sin azucar es estupendo. Aunque las venganzas nunca serán dulces.
ResponderEliminarun buen relato
gracias por tu comentario en Mia Scala.
Saludos
Carlos
La venganza es un plato que se come frío y, como el café, dulce pero helado, ella está esperando que... cada lector le agregue el final que crea conveniente.
EliminarCarlos, te dejo un beso a la distancia.
Precioso relato, y aunque la venganza no sea muy buena consejera, a veces es muy buena y recomendable ponerla a actuar. Yo desde luego no soy de los que se dejan poner la otra mejilla.
ResponderEliminarBesos Mirella.
Ah, la venganza... la venganza de las palabras que solemos lanzar tan despreocupadamente, toman cuerpo y consistencia y se nos vuelven en contra.
EliminarRafa, en ciertas ocasiones yo tampoco pongo la otra mejilla, más bien saco la garra.
Tu presencia en el blog es siempre bienvenida y agradecida con un abrazo.
MISTERIOSO RELATO. EXCELENTEMENTE GESTADO. GRACIAS POR LA CLASE.
ResponderEliminarUN ABRAZO
Relti, ninguna clase, no tengo espíritu de maestra, incluso tengo poca paciencia...jajaja!!!
EliminarNo creo que tenga demasiado para enseñar tampoco. Sí me alegra que
lo hayas disfrutado
Otro abrazo.
He ojeado tu blog a vista de pájaro pero quiero hacerlo día a día.
ResponderEliminarTe sigo.
Besicos.
Muchas gracias por darte una vuelta por aquí, pronto también te haré una visita.
EliminarSaludos.
Me gustó mucho, a pesar de que siento que tres cucharadas de azúcar son un exceso. Por aquí endulzamos con la punta de una cucharadita de stevia.
ResponderEliminarPor lo demás dibujas la exactitud que se presenta cuando desatamos nuestra opinión ante lo que nos molesta y luego notamos que nuestros pensamientos resultan seres con vida propia.
La palabra es así.
Su valor está en que se puede volver verdad para nosotros quienes habitamos la realidad más densa. La corpórea.
Fuera de ésta dimensión viven a placer total las demás formas de vida.
Y son mayoría.
Nos tocó formar parte de lo más jodido.
¿Será ésto nuestra culpa o nuestro aprendizaje?
Otra más que no podemos responder.
Carlos, yo también endulzo mi café con stevia, pero el azúcar era la excusa para el resto de la historia.
EliminarLas palabras que lanzamos tan ligeramente, sí, se nos pueden volver en contra. Y el que escribe vive con ellas. ¡Casi un matrimonio!
Siempre me pregunto si uso las palabras como las usaría el personaje, pero llego a la conclusión de que cada personaje es una de las tantas facetas de nuestra psique.
Gracias por pasar y bienvenido al blog.
Café, escritura, misterio gozoso.
ResponderEliminarSaludos
Gracias Nahual, muy agradecida por tu visita.
EliminarNo te invito con un café... porque ahora lo tomo amargo... jajaaa!!!
Vuelve cuando quieras y apenas pueda iré por tu blog.
Cariños.
muy bueno,Mirella
ResponderEliminarTe agradezco el comentario.
EliminarSaludos