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Arte digital de Catrin Welz-Stein |
¿Hola, estás aquí? No responde a esa voz que
proviene de ella. Hay ratos prolongados en los que se va lejos. Su cuerpo queda
donde lo dejó: en la cama, en el sillón del escritorio, en el colectivo, igual
que una caja vacía.
En esos momentos
es el vestigio de un aroma que transporta ciertos recuerdos prontos a diluirse
en el aire. O una vibración casi inaudible. O un estremecimiento de sensaciones
confusas.
Con el tiempo va
captando que los olores provienen de la infancia, algunos de la cocina, de la
comida casera sazonada con especias, en un intento de su madre por realzar la modestia
de los platos. Otros aromas son reminiscencias del pequeño huerto y exudan del
pasto húmedo, de las formas espesas, maduras de los frutos.
En cuanto a las
vibraciones son remanentes de pensamientos, que se arremolinan como hojarasca,
en un fru fru espasmódico. Están tan encimados que apenas puede reconocer los suyos
de los ajenos. Al salir de ese estado se pregunta si tiene pensamientos
propios, si su mente consigue elaborarlos o son, como las comidas de la madre,
“ropa vieja”, sobras que se transforman porque es un pecado tirar alimentos y
más si hay escasez.
Entonces es
cuando cree que las carencias de todo tipo, vividas en los años más tiernos, se
apoderaron también de sus ideas. Las que considera suyas no son más que formas
reactivas a las rígidas reglas estipuladas, solo mecanismos de defensa. Durante
la adolescencia tomó una pizca de aquí (granitos de pimienta), otro poco de
allá (unas hojas de cilantro) de ideas encontradas en libros, en
conversaciones inteligentes y así condimentó lo que después consideraría su visión personal del mundo.
Lo más
interesante fue descubrir que los estremecimientos involucraban la
corporalidad. Restos de caricias, el modo furtivo de conocer percepciones
adheridas a la piel. Sus manos, expedicionarias en el inicio —y las de otros
más tarde—, sirvieron para extraer placeres y entrar en la dimensión de lo
carnal, de la materia temida y deseada.
Cómo armonizar y
conectar lo anímico, la mente, el cuerpo cuando vivieron en permanente
desequilibrio. A veces se refugia en la razón, pero en seguida es inundada
por las aguas emocionales y el físico sufre las consecuencias: malestares
imprevistos, dolores que aparecen y desaparecen, un cansancio que le estruja los
músculos.
Abstraerse de la
propia realidad no le ayuda a que los engranajes de su maquinaria se ensamblen
en este atardecer del alma. Sin embargo, durante los divagues, al anidar en sus
repliegues íntimos, se siente más viva que nunca.
© Mirella S.
— 2019 —