![]() |
Pintura: Mariska Szollosi |
Desde que los
recuerdos se modelaron en imágenes y después en palabras, Alexia evoca que
siempre quiso ser otra. No con dotes extraordinarias como una belleza
deslumbrante o una mente privilegiada. Solo distinta. Quizás sí con más inteligencia
y un pensamiento más lógico y objetivo. En cuanto al aspecto, se conformaba con
una cara y un cuerpo armónicos, nada especial, pero que sintiera suyos.
No es que fuera
tonta o fea, simplemente no se reconocía en sus facciones agradables ni en el físico
menudo y esbelto, como tampoco en la forma de pensar ni en su cosmovisión.
Algo en ella no
aceptaba esa identidad y, cada tanto, se lo hacía saber mediante sensaciones de
extrañamiento o la angustia helada de no saber quién era, de no pertenecer a
ese envase ni a ese contenido que algún dios, ángel o demonio, le había
designado.
Nació un primero de
enero, a la medianoche exacta. En las calles estallaban los cohetes y los
fuegos artificiales desmigajaban sus colores en la noche ardiente. De niña se
hacía una pregunta absurda: ¿y si en medio del alboroto de los festejos la hubieran
intercambiado con la bebé de la cuna vecina, venida al mundo a la misma hora?
Tanto la familia
como los maestros pensaron que era una mitómana o padecía el trastorno de
personalidad múltiple. Se presentaba con nombres diferentes, arquitectaba
historias que nada tenían que ver con la propia. La llevaron a médicos y
psiquiatras que no concordaron en un diagnóstico unánime. Los más optimistas
opinaban que Alexia poseía una imaginación prodigiosa y sugirieron a los padres
que la canalizara en clases de teatro o actuación.
En un principio
sirvieron, pero al tiempo Alexia se dio cuenta de que representaba escenas que
otros habían inventado. Necesitaba su trama personal que, conjeturaba, la
acercaría a su esencia, permitiéndole conocer su auténtico yo. Y esa búsqueda
la llevó a escribir. En cada personaje podía encontrar aquello que suponía le
faltaba.
Dejó de ficcionar
sobre sí y sus días entraron en cauces casi normales para el afuera; ordinarios
y comunes para Alexia. En sus historias, cientos y cientos de ellas, labraba
vidas, situaciones reales o inverosímiles en una exploración que se convirtió
en el combustible que la impulsaba.
La personalidad
que se construía era un holograma que giraba como un carrusel y le mostraba
facetas desconocidas, que Alexia podía incorporar o descartar sin culpa. Una personalidad
versátil, secreta, íntima. Externamente parecía una chica insulsa, cobijada tras
su sonrisa líquida.
Con una pulsión casi
animal, se le renovaba la sangre cuando tomaba papel y lápiz y daba inicio a la
fabulación. Solía escribir a la hora de los gatos persiguiéndose en los techos
vecinos y colmando la noche con sus maullidos.
Borraba y
rehacía gestos, actitudes, anécdotas, protagonistas. La vocación de narrar le
otorgó un sentido a su vida y el resultado fue un extenso libro sobre la
naturaleza humana.
© Mirella S.
— 2018 —