Querido
Elio, en el vacío que se forjó con tu ausencia, cuántas historias pude
haberte contado. Quiero pensar que las habrías absorbido con interés desde tus
ojos hechos de cielo y mar, ofrendándome esa sonrisa en la que soñé ver tu alma.
Se transita
la vida a la sombra de los recuerdos que dejan las experiencias de la niñez. No
se olvida el dolor, los temores, con el tiempo cambian de cara. Lo que todavía
persiste en mis evocaciones es el mutismo que se expandió en la familia después
de la muerte de mamá. El mutismo que fue mi acompañante solitario.
A los trece
años hice una prueba, una especie de voto de silencio, eliminando hasta los
monosílabos o las frases mínimas de la comunicación cotidiana. Ninguno preguntó
qué me pasaba y cada cual siguió en lo suyo. Nuestro padre, al volver de sus
clases de latín e italiano, refugiaba su opacidad en el dormitorio. Sonia,
tímida, poco valorada, comentaba únicamente los problemas domésticos. Vos aún estabas en el exilio y Bruno ni me veía, ocupado en acumular la
fortuna que se había propuesto conseguir.
Yo era una
mancha desvaída, como un personaje de película fuera de foco, en un plano
secundario. Pensé que no era real, quizás me soñaba a mí misma.
Ahora se
acabó la familia y no tengo nostalgias de nadie, ni siquiera de vos. Solo queda
tu nombre, la cara atemporal de una fotografía en mi biblioteca y la certeza de
que te idealicé tanto que me sería imposible reconocerte ahora, un hombre ya
mayor.
Bruno vive
en Miami y nos hablamos por teléfono con mucha más frecuencia de la que me
hubiera imaginado. La larga conversación que mantuvimos en un café antes de
irse, con el tiempo llevó a cabo su labor: mitigó resentimientos, deshizo
algunos nudos que parecían indisolubles.
Con Sonia la
relación se consolidó y ahora somos madre e hija del alma; disfruto
que en su vida haya placidez y pequeños proyectos. En nuestras sesiones de
recuerdos siempre me habla bien de vos. Dice que la trataste con respeto y
hasta le trajiste un regalo al regreso de uno de tus viajes. Me lo mostró: ese
delicado cofrecito de madera labrada, que aún guarda en su interior el aroma
del naranjo con el que fue hecho.
En cuanto a
mi vida, si la miro con el ojo exitista de esta época, es un completo fracaso.
Hace veinte años que enseño en el mismo Instituto y sigo instalada en el
monoambiente que me dio César, un buen hombre al que no conociste. Pude armar
un taller de arte, no tengo muchos alumnos, me gusta elegir a los que les
veo una vocación auténtica, no busco más.
Traté de hacer
exposiciones con mis obras, presenté books con fotos de mis trabajos en varias
galerías de arte. Los rechazaron, ninguno cuadraba con el “estilo” que ellos
requerían. Comprendí que al rechazo también contribuía mi falta de interés por
exponer. Había escuchado más las sugerencias de las voces externas que a las
internas: ellas me decían que no necesitaba grandes exhibiciones.
Dejé de
ocuparme en esa tarea estéril y volví a lo mío: pintar. En mi mente empezó a
surgir un murmullo leve que pugnaba por modelar una idea. Cuando el mensaje fue
claro lo concreté, se ajustaba a “mi” estilo.
Un
diciembre, con el apoyo de Iván, el dueño del café al que voy seguido a
escribir, organicé una muestra con los trabajos de los alumnos y agregué
algunas de mis pinturas. A la gente del barrio le gustó la movida cultural y ahora
la hacemos cada dos o tres meses. Estos eventos sencillos me proporcionan
entusiasmo, ganas y tuve la satisfacción de que me compraran varios cuadros.
Fui una
mujer urdida sobre un sedimento de melancolía y por un tiempo demasiado largo caminé con
la tristeza cosida a los ojos y una sonrisa amable para enmascararla. Continúo
batallando con esta languidez endémica y me siento como una domadora de
tristezas.
Después
del divorcio con César, me afirmé en la creencia de que no me enamoraría. Hubo
otras relaciones equivocadas y me vi como un animalito cerril que no se
adaptaba ni entregaba a nadie, atrincherada detrás de la débil sonrisa cortés.
En mi corazón se habían silenciado los sentimientos y deseos por un hombre,
solo era una masa de fibras palpitantes del grosor de un puño.
Hasta que
conocí a Iván y entré en un puro tembladeral de emociones en las que me hundía
y elevaba, flotando en mi deshielo. Sé que también le atraigo, lo percibo en su
mirada y cuando sus manos rozan las mías. Supongo que los dos tenemos miedo y no queremos herirnos, él también arrastra experiencias dolorosas.
Con esta
carta sin destino te suelto, te dejo libre, querido Elio.
No
investigué tu posible paradero, si estabas todavía en esta dimensión o te
habías ido a alguno de los planos infinitos de los que se compone la eternidad.
Preferí
inventarme una historia, imaginarte una vida calma, lejos de guerras y odios,
sin demasiadas zozobras, escribiendo un libro sanador que catalizara errores,
para perdonarte y perdonar a los que te desterraron..
Te veo en
aquella casa modesta, que visité hace muchos años, con el fin de desentrañar el
secreto de tu pelea con Bruno. Esa casa con rejas en las ventanas que dan a la
calle, donde escuché voces y risas de niños, que fueron creciendo y te dieron
nietos. Quizás te desconcentren de tus reflexiones, de la escritura, te traigan
a la realidad y entonces les brindes el amanecer de tu sonrisa. La vida anónima
que elegiste es serena junto a Micaela, la mujer que siempre amaste. Así anhelo
creerlo.
Fin
Queridos
amigos, no quise dejarlos con la intriga sobre el desenlace de la historia. Mis
disculpas por publicar un borrador del último capítulo, pero no estoy
en condiciones de corregirlo.
Tengo a mi
única hermana internada en estado grave. Por eso tampoco contestaré los
comentarios y no podré visitarlos.
Leí con gran emoción los que me
dejaron y también leeré los de este capítulo.
Les agradezco
enormemente que me acompañaran en
la aventura de
publicar esta nouvelle.
Los abrazo a
todos contra mi corazón. Gracias, gracias y hasta pronto...
Sinopsis
Piera (1970): rememora y reflexiona sobre momentos claves de su historia. Es maestra de arte y artista plástica. También decide recurrir a la escritura para profundizar más su viaje al pasado.
Luciana, su madre, muere cuando Piera tiene diez años. Renzo, su padre, al poco tiempo de enviudar se casa con Sonia (la Segunda). Es profesor de francés, italiano y latín. Cae en depresión con la muerte de Luciana. Elio, es el hermano dieciocho años mayor, muy querido por Piera. Es periodista. Estuvo poco en la casa, durante la dictadura militar tuvo que exiliarse. Bruno es el segundo hermano -con el que Piera se lleva mal- es agente financiero y su única preocupación parece ser el dinero. Tiene una feroz pelea con Elio, que es echado de la casa por su padre. Ella desconoce lo que ocurrió entre los hermanos.
César es abogado, Piera se casa con él a los veintiún años y se separa cinco años después. Es César quien le da indicios sobre el secreto familiar. Piera visita a Micaela (que fue la novia de Bruno) y ella le confirma la sospecha de César: que con Elio eran amantes.
Al poco tiempo de separarse de César, muere repentinamente el padre de Piera y Bruno vende la casa familiar sin consultarla. También hace trampas con el testamento. Ante la soledad de Sonia, Piera empieza a acercarse a ella. Piera encara a su hermano y obtiene su parte de la herencia y la de Sonia.
© Mirella S. — 2017 —