Son las dos de la madrugada. El teléfono repiquetea largamente antes de que
contesten.
—… nas nochescen… d… —las palabras se pierden y emergen entre descargas
eléctricas.
—Hola —digo.
—Sí, hola —la voz suena menos difusa. Es un hombre, me siento peor.
—Soy Natalia, Nati —contesto, para arrancar con algo.
—Buenas noches —después de una pausa, agrega—: Jorge.
Lo escucho soñoliento, tal vez lo desperté.
—Perdón por la hora.
—Estoy en mi horario de trabajo —se queda en silencio.
¿No le correspondería incitarme a hablar, tengo que decir todo yo? Titubeo,
digo:
—No sé por dónde empezar.
—Ajá. Por donde quieras.
Silencio.
—¿Llaman mucho en tu horario? —pregunto.
—Según. Los sábados no tanto, los domingos son fatales. Estamos en verano,
en enero hay menos trabajo. La gente sale a divertirse, se va de vacaciones.
—Te debés aburrir.
—Leo.
—Ah, qué leías.
—Una novela policial. Dashiell Hammett.
—¿Está buena?
—Me cortaste cuando Sam Spade, el detective, está por encontrarse con
el supuesto asesino.
—Perdón. —Me digo: tarada, terminala con las disculpas. Junto coraje y sigo—:
¿No se supone que me tendrías que hacer alguna pregunta?
—No necesariamente, dejo que fluya, es mi estilo.
Hasta en esto tengo mala suerte, justo me toca uno que no facilita.
—Pero si lo preferís así —capto que se arrepintió. Después de unos
chirridos en la línea, continúa—: ¿Con quién vivís?
—Con dos chicas amigas. Salieron.
—¿Por qué no fuiste con ellas?
—No me gustan los recitales, no soporto las multitudes. Tampoco me gusta la
gente, me refiero en general.
—Tenés fobia social.
—¿Sos psicólogo? —la incomodidad del diálogo me ha secado la garganta.
—Ni loco —suelta una especie de risita de hiena.
—Voy a buscar un vaso de agua y vuelvo ¿me esperás?
—De acá no me puedo ir hasta las siete.
La heladera está desoladamente vacía y no hay agua fresca. Me sirvo los restos
de un jugo de naranjas.
—Hola, estoy de vuelta.
—Okey.
—Los demás, los otros que llaman, cómo empiezan.
—Depende. Los hombres van al grano, las mujeres lloran y al principio no se
les entiende nada.
—Yo no lloro, ni recuerdo la última vez que se me cayó una lágrima.
—¿Y cómo te desahogás? Tendrás una forma de desahogarte, de largar todo.
—Me asomo al balcón, miro el vacío, sin ver, es como si también me vaciara y
dejo de pensar.
—Te alivia —es una afirmación más que una pregunta.
—Qué se yo, en esos momentos no estoy, no soy, no siento.
Me froto el entrecejo, el dolor de cabeza ha aumentado como una marea
vehemente. Estiro el cable del teléfono al máximo para acercarme al balcón. El
aire de afuera es plomo, igual que el de adentro. Cuando hablo por teléfono con
alguien desconocido, tengo la costumbre de ponerle una cara, según lo que me
sugiera la voz. Al tal Jorge, por su tono nasal, lo imagino parecido a Edward
Norton, flaco, con la nuez prominente que sube y baja, ojos muy azules, unos ojos
en los que podrías sumergirte y quedar congelada, como en la película que hacía
de nazi.
—Hola, seguís ahí —la voz me llega con un timbre de impaciencia. El
aficionado a las novelas policiales necesita más datos para construir mi
personalidad y ver si soy culpable.
—Sí, pensaba —estoy por decir disculpame,
pero me contengo a tiempo.
—En cómo lo harías.
La sangre se me sube a la cara en un fuego repentino y las sienes se
humedecen. Tartamudeo algo inaudible.
—Hablá más fuerte. En qué piso vivís.
—En el quince.
—Muy alto. ¿Ahora estás en el balcón?
—Al lado de la puerta, el departamento venía sin teléfono inalámbrico y no
quisimos gastar en uno. Son caros y alquilamos.
—Cuando salís, ¿mirás para abajo o te da vértigo?
—Al contrario, hay algo hipnótico. Todo se ve distorsionado, parece un paisaje abstracto y mi mirada le da el sentido que yo quiero.
—Al contrario, hay algo hipnótico. Todo se ve distorsionado, parece un paisaje abstracto y mi mirada le da el sentido que yo quiero.
Bebo el último
sorbo que quedó en el vaso y continúo:
—La sensación que me
produce es la de observar el fondo de un cubo animado. Los autos, son como cucarachas de lata, corriendo hacia algún destino
para procurarse un día más. Las personas se asemejan a hormiguitas diligentes,
que acarrean su porción de tedio y miedo. Un zoológico.
—Vos mirás desde arriba y juzgás.
—No, les encajo a ellos lo que siento.
—Decime ¿qué tienen que ver con tu hastío y con tu miedo?
Barrí con el índice la transpiración de la frente. Contesté:
—Es la estupidez general, la indiferencia, pero no quiero hablar de eso.
—De qué, entonces.
—Tampoco lo sé. Llamé siguiendo un impulso. No podía dormirme, tengo
insomnio.
—¿Tomás somníferos?
—Me los recetaron, los evito, al otro día amanezco atontada.
—Tenés el frasco lleno.
—Sí, debe andar por alguna parte.
—No planificaste nada, todavía.
Ese todavía me golpea como un
puño en el diafragma. No contesto. Cambio el auricular de mano, se me está
acalambrando el brazo.
—Y vos ¿alguna vez lo pensaste? —las palabras brotaron como si las escupiera.
—Seguro, quién no. —la voz es menos impersonal.
—¿Alguien te disuadió?
—Un tipo que laburaba acá y al que ahora estoy reemplazando. Lo
ascendieron. De él aprendí el método.
—El método —repito tontamente.
—Claro, de no dar demasiada bola, no hay que ponerse dramático,
intervención mínima, permitir que el otro crea que conduce la conversación.
—No deberías revelarme el método —digo, acentuando la palabreja.
—Es que a vos ni se te cruzó concretar nada.
—No estés tan seguro.
—Lo sé porque tampoco elaboraste el modo. El 99 % de los que llaman no lo
hacen. Quien está decidido no pierde tiempo marcando este número.
—Hay un 1 % restante.
—Esos, aunque les hables tres horas seguidas y te desgañites para mostrarle
el lado positivo de todo, dolor incluido, ya no tienen remedio.
—De mí, qué dirías.
—El conflicto está en la soledad que te imponés. Te vendría bien
conseguirte un novio.
—¿Con eso te curás?
—No, pero mientras dura la pasás mejor.
—¿El consejo forma parte del método, te lo dijo el que te disuadió?
—Es mío, a veces improviso.
—Qué creativo —me percato que lo estoy sobrando, algo inédito en mí—. Con tanto drama que escuchás, debes estar inmunizado. Digo, esas
historias son vacunas que te protegen del amor.
—Mi vida personal no es tema de discusión, —habla con un tono más
vacilante— decime de vos, te enamoraste, tuviste novio.
—Sí, tuve. Se suicidó hace dos meses. Gracias por el consejo y el diagnóstico,
me ahorré una sesión con el analista. Te dejo para que termines la novela.
—Esperá, qué vas a hacer ahora —en la voz hay ansiedad.
—Voy a salir al balcón —después de una pausa, agrego—: A contemplar la
noche.
Corto la comunicación.
©
Mirella S. — 2014 —
Guau! Sos maravillosa creando estos climax...sinceramente lográs que uno se introduzca en el escenario y hasta se sienta un poco cómplice de eso que pueda pasar. Me encanta!
ResponderEliminarOjalá se solucione pronto lo de Internet. Yo me voy unos días a Córdoba. Te dejo un gran abrazo!
Gracias, Patzy, por tu comentario entusiasta y por irte conforme. Espero que lo pases muy bien en Córdoba y vuelvas más descansada para encarar el tramo que falta hasta las vacaciones.
EliminarUn abrazo grandote.
vaya conversaciones----
ResponderEliminarHay cada uno del otro lado del teléfono...
EliminarBesos, profe.
Buenas parrafadas si que se echaban. Aunque el final me ha hecho pensar, que decidió quitarse de en medio.Muy logrado como siempre Mirella. Espero que se vayan solucionando los problemas del Internete.
ResponderEliminarBesos.
El final queda a cargo del lector, me da la impresión que a la pobre Nati nadie le da muchas chances.
EliminarYo también así lo espero, porque Internet se ha vuelto tan imprescindible como el gas o la luz.
Siempre gracias, querido Rafa, por pasarte por el nido.
Una conversación sumamente surrealista. Tiene mil interpretaciones, pero una sola me vino a la mente, la cual cuaja a la perfección con esa salida al balcón que deja al lector con la duda de la decisión que tomará la chica. Gran escrito y excelente trabajo de diálogos, Mirella.
ResponderEliminarSaludos.
Siempre le escapé a escribir diálogos. Me puse ese objetivo y decidí que el relato fuera una conversación. El tema es medio oscuro, pero creo que enganchó y el final en el balcón da para que cada uno proyecte sus sombras.
EliminarMuchas gracias, Raúl y lamento mucho lo que te pasó con las novelas.
Un abrazo.
Me has dejado ... escamada.
ResponderEliminarUna larga noche para un rápida decisión !!
La decisión la pusiste vos, Angelines. ¿Por qué no imaginar que salió a mirar el cielo, a dejar de pensar, como hizo otras veces?
EliminarUn beso enorme.
Tu no tienes Internet y yo no tengo pulso. Te parecerá raro pero nunca he leído, imaginado o sabido de estas conversaciones, ahora estoy recuperándome. Me gusta tanto como escribes que si tengo que mandarte Internet en un sobre lo haré. Abrazos maga de las letras
ResponderEliminarNo pensé que el relato pudiera provocar ese efecto, Ester. En Argentina hay líneas telefónicas al servicio de gente que necesita hablar y que tiene ideas suicidas. Supongo que habrá también en otros países.
EliminarAhora parece que Internet se está normalizando, por lo menos se ha cortado menos veces.
Gracias, Ester, sos una persona encantadora.
"Mientras dura la pasas mejor."
ResponderEliminarBuenísimo!
Y la elección de Edward es especial...
Un besote.
Jajajaja... Dana, parece que habló la voz d e la experiencia.
EliminarSi, Edward es especial, me alegra que compartas esa opinión.
Un abrazo.
Una super disertación de como construir un excelente dialogo.
ResponderEliminarbesos
carlos
Una alegría que pienses así Carlos, porque es el primer relato que escribí enteramente sostenido en una conversación.
EliminarUn beso grande.
Vaya horarios !!! a la dos de la madrugada hay que tener ganas de chachara, a mi me pasó igual que a Rafa, el final me deja inquieta, no llego a pensar que quiera lanzarse por el balcón pero ese novio que se suicidó ahí en el último momento de la conversación, el otro con esa voz de ansiedad y ese balcón tan cerca... No sé, ni sé... es un final incierto...
ResponderEliminarBesos!!!
:)
Es un final abierto y, por el tema, sé que genera inquietud porque el lector quiere saber qué pasa.
EliminarComo estamos en confianza, te digo que yo no pensé que ella se fuera a suicidar. Estaba muy molesta por la falta de empatía y profesionalidad del tipo que atendió el teléfono y, de alguna manera, ejerció una forma de castigo hacia él, justo cuando muestra cierta preocupación.
Gracias, Nieves, un besote.
Una especie de teléfono de la esperanza?
ResponderEliminarDe ayuda emocional?
No sé, eso me pareció.
Yo sería bueno atendiendo llamadas.
Todos se suicidarían.
Besos.
Como le explicaba a Ester, en Argentina hay un centro de ayuda al suicida. Hay gente que atiende los teléfonos las 24 horas y no siempre el que llama tiene la intención de matarse. A veces lo hace gente con depresión que no tiene con quien conversar o gente que se siente muy sola.
EliminarSos un loco lindo, como decimos por acá, Xavi, un sensible que se hace el duro.
Un gran abrazo.
Aquí también existe un teléfono así.
EliminarEl teléfono de la esperanza.
Una vez que yo estaba bastante depre llamé... y te juro que comunicaba todo el rato...
Son lugares que pueden ayudar mucho, a veces la persona sólo necesita "una voz en el teléfono" que la escuche y y sepa sacarla de esa situación de angustia o soledad.
EliminarEspero que en ese momento te haya servido, Xavi, nadie está exento de tener bajones anímicos.
Abrazote.
TU CREATIVIDAD NO TIENE LÍMITES!!!!! EXCELENTE.
ResponderEliminarABRAZOS
Te agradezco que me veas así, Adolfo.
EliminarUn abrazote.
Me encantan tus tramas en las que nos envuelves y aprisionas. Es imposible dejar de leer hasta el final, que se ansía, aún sabiéndolo sorpresivo.
ResponderEliminar¿El teléfono en el que depositar la última esperanza antes de o en lugar de...?
Ufff, por un momento la vi caer por el balcón, pero como nos dejas que imaginemos el final a nuestro gusto, me quedo con que admira la noche y el teléfono suena ansioso...
;)
Besos, escritora.
Desde que empecé a escribir, antes de los diez años, como era una apasionada de las novelas policiales, intentaba que mis historias tuvieran cierto suspenso o tensión. A medida que fui creciendo también aprendí sobre los finales y los difíciles que son.
EliminarHay un teléfono para recurrir en casos de depresión o angustia extrema, pero me comentaron que no siempre está atendido por gente capacitada o comprometida con una función tan delicada.
Eso quise reflejar en este relato y creo que sos la única (además de la autora) que en el final se queda con la posibilidad de que Nati salga a contemplar la noche.
Mil gracias, Marinel, muchos besos.
Tremendo Mirella. Esas conversaciones existen. Hay organizaciones dedicadas a contener al suicida y por lo que he leído tu creatividad es muy real.
ResponderEliminarFelicitaciones.
mariarosa
Si, Mariarosa, me basé en un comentario que me hicieron sobre alguien muy angustiado que llamó a ese centro y le tocó una persona poco idónea y que no supo crear ninguna empatía .
EliminarGracias por estar siempre. Un beso grandote.
Los teléfonos y su doble vertiente ... incómodos, a veces, por no ver los ojos ni reacciones del otro, liberadores otras, precisamente porque no lo ves....
ResponderEliminarBuen diálogo Mirella ... que se mejore tu internet.
Abrazos
Creo que para situaciones así, de profundo malestar anímico, el anonimato sirve para desbloquear, sobre todo si el que escucha sabe conducir al del problema.
EliminarGracias, Esme. Terminé el video con la foto que te pedí prestada y si todo va bien, lo subo al blog la semana que viene.
Besazo, guapa.
Estremecedor el diálogo, ese tipo de programas donde hay alguien que escucha en la quietud de la noche son valiosos, alguna vez vi una película con este drama...Alguien que escucha es raro encontrar en una sociedad ruidosa y sorda, ajena a lo humano. Esa chica del piso 15 nos contagia su angustia porque no se sabe que va a decidir!!
ResponderEliminarAbrazo con brío, MIR!!
Apostemos por la vida, Eduardo, yo le apuesto a Nati.
EliminarHoy todos hablan y nadie escucha, porque el ombliguismo está tan arraigado en la sociedad que a veces hay que recurrir a estas líneas teléfonicas para poder encontrar un poco de atención o empatía... si no te toca uno como Jorge y su "método".
Un abrazo caluroso (32º), querido Edu.
Si ese Jorge no te gustó por falta de idoneidad ¿Por qué le pusiste la cara de Edward Norton? Un actor de primera que tiene facha carismática de buen tipo. Le hubieses puesto otra cara, la del mediocre Sean Penn, por ejemplo...u otro villano del cine!!
EliminarBesazo, MIR!!
Porque Edward hace todo tipo de papeles, incluso el de malo malísimo o el frío hierático y es muy creíble.
EliminarUn abrazote, Edu.
Pero ciertamente, ante ese tipo de impertinencias telefónicas, a veces dan ganas de balearse en un rincón... Un abrazo.
ResponderEliminarMe contaban que hay poca formación en estos centros de atención, no cualquiera puede ir y ofrecerse de voluntario.
EliminarGracias, Darío, abrazote.
Pensar que hay gente que se mata por cualquier cosa y otros por cualquier cosa se matan.
ResponderEliminarBesos
El motivo puede parecer poca cosa visto de afuera, pero para llegar a una decisión así, la persona debe tener conflictos internos muy profundos.
EliminarBesos, Chaly.
ResponderEliminarFantástico final. Dentro de las posibilidades, si hubiese tenido un inalámbrico hubiera podido terminar la conversación mientras 'volaba'.
Seré optimista, mientras terminaba de hacerse una tortilla francesa.
Relato genial.
· Un abrazo
· LMA · & · CR ·
Está esa posibilidad, Bolo, pero fui más positiva, lo dejé abierto para que entre todos la salvaran... pero la mayoría -creo- la vio "volando".
EliminarMe alegro de tu optimismo, nunca probé la tortilla francesa, pero debe ser muy rica.
Abrazo.
Muy bueno. Sobre todo la fluidez del diálogo, algo muy difícil. Un saludo.
ResponderEliminarGracias por la visita y la opinión, Alex. Los diálogos siempre me resultaron complejos y los evité lo más posible, por eso quise experimentar y armé una historia a través de una conversación.
EliminarUn abrazo.
Al principio del diálogo confieso que me perdí. Me costó entrar en el ambientillo.
ResponderEliminarLuego ya le diste a la trama con ese suspense que tanto caracteriza a tus relatos.
Yo creo que si pillo a un Jorge de esos en uno de mis peores días se cuelga él mismo del teléfono.
Sonrío.
Besos, bella Dama.
Eres una crack.
Si, Zarza, no está claro a propósito, para no dar pistas de entrada y crear la intriga suficiente para que el lector quiera averiguar adónde llamó la chica.
EliminarBueno, me alegro que después te engancharas. Lamentablemente hay muchos ineptos como Jorge en estas líneas de ayuda.
Gracias por la honestidad de tu comentario. Festejo tu visita con un besote.
La veo demasiado guerrera para matarse, además no da motivos, no parece que sienta nada más que soledad y aún así no creo que le resulte molesta. En seguida se la devuelve al interlocutor el cual, carente de empatía o tal vez sólo de profesionalidad, se deja marear. Quizás sí se hace cargo de la situación, quizás no... Resulta difícil pensar en un método, pero el caso es que no sabría decir si es rígido o flexible, ni estoy seguro de que él sea tan dejado como aparenta, aunque ella, no sé, tiene caracter.. Con eso y con todo la intriga permanece.
ResponderEliminar¡Un abrazote, Mirella! ^_^
Desmenuzaste a fondo a los personajes, Jorge. En este tipo de historias, con un final abierto cada lector le pone el cierre propio.
EliminarNi yo te podría decir, porque hay una mezcla de cosas: ella es indecisa, frágil, pero al final saca una parte irónica. Él tiene un aspecto que aparentemente lo hace poco apto para estar en ese puesto, se muestra un tanto cínico, pero también tiene una historia, ya que alguna vez llamó, lo atendió el tipo al que ahora ascendieron y el que le enseñó el "método", pero al final demuestra cierta ansiedad o preocupación. Tal vez intuya que el método no surtió efecto con esta chica y que no puede aplicarse indiscriminadamente.
No sé, Jorge, es apenas un ejercicio para practicar con los diálogos y también para aprender a dar la menor información posible y que el lector, con lo que hay, construya su propio relato o termine de definir a los personajes.
Un abrazo grande y gracias por el comentario.
Si fuera sólo por mi comentario yo diría que podrías deducir que has tenido un éxito impresionante, pero además juzgando los comentarios de los demás, yo diría que el éxito es rotundo, porque todo el mundo se ha quedado colgando de la historia. Me parece que has bordado el ejercicio, Mirella, ten mis felicitaciones, por más humildes que sean. Como le dije a Humberto (y seguramente a Morgana), creo que son los maestros los que se cuidan mucho de dar los trazos justos, de saber eliminar lo que sobra y añadir lo que falta, y que acercarse a la maestría en la escritura (como en cualquier otra cosa) es una tarea ardua y de largo recorrido (si es que alguna vez se puede dar por concluida, lo cual dudo), y creo que son en trabajos como éstos precisamente donde está la diferencia, por más que alguien distraído pueda pasar por encima y no darse cuenta de lo que tiene entre las manos.
Eliminar¡Otro abrazote! ^_^
¿No era que te ibas a tomar vacaciones del blog en diciembre?
EliminarEs difícil alejarse, lo sé. Me encantó que volvieras y dejaras otro comentario, aún más elogioso que el primero. Pero no por el elogio, eh... sino por el interés que siempre demostrás en lo que publico y por la forma exhaustiva de comentar.
Estás en lo cierto, la escritura es un aprendizaje continuo y nunca se acaba de mejorar. El blog me sirvió para pulirme, recibí muchos buenos consejos de Morgana y de Gavrí Akhenazi, que escriben de puta madre, como decimos por acá, sobre cualquier tema. Creo que hasta a una receta de cocina la convertirían en poema o prosa poética.
Agradezco tus palabras y tu visita inesperada (y apreciada), con un gran abrazote.
La construcción de los diálogos es muy buena, Mirella, lo que permite que nos deslicemos por el texto de manera ideal.
ResponderEliminarEl final abierto sorprende, para bien con su llegada.
Me gustó.
¡Saludos!
Muy agradecida, Juanito, que hoy te leyeras de un tirón unos cuantos relatos.
EliminarMe alegra de que te pareciera bueno el manejo del diálogo y el final.
Muchos saludos.