“¿Qué es
un hombre rebelde? Un hombre que dice no”. Me acuerdo de la frase de Camus y me
pregunto: ¿y una mujer rebelde? La que dice sí cuando debería decir que no,
sólo que en esta época la llaman de otra forma. Estamos a principios de los
setenta y no nos hemos liberado mucho, a pesar del lema “drogas, sexo y rock‘n
roll”. Ni aún después de la contracultura hippie, de las canciones de protesta
de Joan Baez, de la poesía beat y del festival de Woodstock. En mi cabeza
tarareo el tema que canta Morandi “Había
un muchacho que amaba a los Beatles y a los Rolling Stones...”, que termina
muerto en Vietnam. Los escucho cuando puedo, porque en casa esa música es
considerada un grosero bochinche y sólo está permitido Mozart, Verdi, a lo sumo
boleros, que para mí son puro almíbar.
Lo que
pasa es que yo siempre voy a contramano: cuando tengo que decir sí, digo no. Me
gustás mucho ¿querés salir conmigo? No. ¿Bailamos este lento? No. Quiero volver
a verte ¿nos encontramos el sábado? No. O un sí que confirma el no: entonces
querés que no te llame más. Sí. Después me arrepiento y con el puño me golpeo
la frente y repito tarada, tarada; ya es tarde, no hay vuelta atrás porque está
el orgullo, pero también el alivio.
En el caso
de Jota Ce lo lamenté largamente. Él se fue arrastrando esos ojos de cielo de
verano, oscurecidos por la decepción. No se lo esperaba, el chico más lindo del
curso de pintura había recibido un no rotundo de la mosquita muerta que no vale
dos centavos, con piernas como escarbadientes, callada, siempre aparte. No me
quedaba otra a los quince y con semejante padre; después fue un hábito que se
consolidó. Recurrir a una trama de engaños, encuentros furtivos no está en mí,
él me hubiera descubierto rápido, habría sobrevenido el drama y Jota Ce se
habría hartado, a esa edad no hay paciencia y menos si sos un bombón y todas te
mariposean.
Ahora se
tomó la revancha, aunque no lo puedo afirmar, pasaron seis años, estoy
distinta, más redonda, el pelo largo, los párpados con sombras. Me lo encuentro
en el 36, lo reconozco enseguida, rubio escandinavo, los ojos inolvidables. Me
mira como si no me viera y me siento perdida.
Si tomo el
colectivo de las siete y media tal vez lo encuentre mañana, pasado también. Y
así es. El viene de Villa Celina y consigue sentarse; yo, en cambio, en la
parada de Chilavert logro subir a los empujones. En la estación de Lugano bajan
muchos, me corro para el fondo y lo veo.
Por meses
lo veo y durante esos meses me pregunto cómo es el amor por un hombre ¿es eso
agridulce que te hace estragos en la boca del estómago? Ahí es cuando
irremediablemente escapo. Apenas las manos se vuelven inestables y la boca se
seca, digo no, dictamino que éste tampoco es para mí. Los miro como si fueran
fantasmas, temo que con el tiempo se parezcan a mi padre; sin embargo creo que
hay hombres calmos, que saben comprender.
No sé si
Jota Ce entra en esa categoría. En el colectivo su cara es de granito, a veces
dormita con el mentón en el pecho, qué pena. Lo espío y él debe percibir mis
ojos como dardos, porque gira la cabeza hacia mí, pero soy invisible para él,
no existo. Me siento acompañada por esos encuentros mañaneros, hay alguien en
mi vida de renuncias y al que no tengo que renunciar, ya renuncié hace seis años
y antes habría que agrietar el silencio que nos separa.
Este es un invierno despiadado: afuera el frío
te lame la cara y las manos con su lengua de escarcha; en la intimidad de esta
caja rodante es como si fuera enero en la playa, gracias a Jota Ce, aunque me
ignore.
Y el día
maravilloso llega: encuentro un asiento vacío a su lado. Qué hago ahora. Él
parece absorto, mira por la ventanilla. Al sentarme con mi hombro le rozo el
brazo, se vuelve y en su mirada no hay sol. Hice lo impensado, le sonrío. Hola
Jota Ce, tanto tiempo, cómo estás. Su voz que los años volvieron más grave,
contesta: ¿nos conocemos?
El
invierno se mete por algún resquicio y se acaba el calorcito; el amor es una
nube caprichosa que se aleja, toma formas ambiguas y me pregunto si algún día
me permitiré decir que sí, sí, quiero salir con vos, sí, quiero amar aunque
duela, no como ahora en el 36, enamorada de una imagen o de un recuerdo, sino
un amor tangible, con piel y sangre, con saliva y sudor. Me equivoqué, le digo,
y me separo un poco de su cuerpo de estatua, tragando la vergüenza de expresar
un deseo equivocado. Bajo la cabeza y decido que mañana me voy a levantar más
temprano para tomar el colectivo de las siete y veinte.
©
Mirella S. — 2010 —
HOLA QUERIDA AMIGA
ResponderEliminarA VECES RECORRO BLOGS QUE ME GUSTAN, LEO Y ME QUEDO ES LO QUE ME HA SUCEDIDO CONTIGO, ME ALEGRO DE VERTE POR MI RINCONCITO. REALMENTE LAS PALABRAS SON COMO PÁJAROS QUE ESCAPAN EN BUSCA DE SU LIBERTAD.
UN BESO ENORME
CARIÑOS
ResponderEliminarHola Mirella, he paseado por tu blog y me ha gustado mucho lo que veo... Poesía, microrrelatos, citas...
Con tu permiso, también me quedaré por aquí...
Saludos desde "mi barco de papel"
Gracias Angeles, bienvenida y muy contenta de que te haya gustado la recorrida que hiciste. Espero que me visites seguido, yo también zarparé en tu barco de papel.
EliminarSaludos
Muchas veces las cosas no suceden como nos gustaría que sucediesen. El tiempo no perdona nunca y suele hacer que sea demasiado tarde cuando te lo piensas mejor.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato, tiene un aire de malancolía que me encanta.
Un saludo y bien hallada.
Acaparo tu espacio para decirte que todos tus comentarios en mi blog han sido publicados. Lo que ocurre es que como tengo activada la moderación de comentarios, no aparecen al instante, pero ahí están y debidamente contestados. Como suelo hacer siempre que alguien tiene la amabilidad de escribirme.
ResponderEliminarTu blog también me gusta mucho.
Qué bueno que nos podamos comunicar!!! Disculpa la insistencia, soy muy nueva en esto y a veces no sé bien como funciona.
EliminarGracias por tu comentario. Nos seguiremos encontrando y leyendo...
Saludos
Hola Mirella me gusta tu estilo de contar. Yo también lo intento te animo a visitar mi blog.
ResponderEliminarSaludos
Gracias por la visita y por el comentario. También me gustó tu blog y te dejé un mensaje.
EliminarSaludos
Más allá del agridulce amor, ahora pienso que quizá, nos cruzamos algún día en el 36...
ResponderEliminarEspero que no te hayas portado frígidamente como Jota Ce... alguna sonrisita, al menos...
EliminarSaludos
No lo recuerdo, aunque yo subía soñoliento en Directorio y Olivera...
EliminarLa frase hecha "el mundo es un pañuelo", lo dice todo...
EliminarGRACIAS POR VISITARME NUEVAMENTE
ResponderEliminarTE DEJO UN BESO Y UN ABRAZO QUERIDA AMIGA.
QUE TENGAS BONITO DIA.
SALUDITOS
Mirella:
ResponderEliminarLeí tu comentario en otro blog que sigo, donde referías a tus cuentos. yo soy lector de cuentos, escribo -solo para divertirme- cuentos y otras vaguedades.
Si bien el argumento es sencillo y predecible, la técnica empleada es muy pulida. La atención del lector no tiene oportunidad de decaer.
Al leerlo recordé una canción de Ismael Serrano ("Recuerdo", del CD "La memoria de los peces"), donde encuentra en el subte a una ex-amante. Tras mucho mirarla, se convence de que es ella y decide abordarla. Ella lo niega, ¿suena familiar?
Y pese a ello, leí todo el cuento con gran gusto, pues tú muestras la misma situación desde la timidez femenina, algo que me llevó tiempo aprender.
Ya tienes otro seguidor más.
Un cordial saludo.
Gracias Arturo por tu comentario, me alegro que te haya gustado el relato. Soy un tanto obsesiva con las palabras y, en lo posible trato que la trama mantenga cierta tensión que genere interés.
ResponderEliminarMe gusta mucho Ismael Serrano, pero no recuerdo ese tema.
Bueno, ahora me toca a mí hacerte una visita.
Saludos