viernes, 31 de mayo de 2013

Velo de Maia





El insomnio trepa por la almohada y se extiende como una telaraña. Será una noche de desvelo, una noche donde faltarán los sueños. Ellos  me hablan desde sus símbolos, que durante la vigilia voy traduciendo pacientemente al lenguaje que conozco. Como si rebobinara una película sin subtítulos y tratara de captar la trama que se oculta tras un idioma cifrado. Parece que hoy no habrá película. El celuloide se licúa en las horas inertes de esta cama deshecha por la inquietud de mi cuerpo.

Miro las manecillas fosforescentes del reloj. No prendo la luz, en el intento vano —lo sé— de atrapar las sombras que adormecen. Las tres y media. El tic-tac se expande, ocupa todo el espacio, escandiendo los versos de un poema que no tiene imágenes ni palabras.

Me concentro en la respiración. Cuento de atrás para adelante, cien, noventa y nueve… Los ojos abiertos son dos huecos sin persianas. La noche avanza y barre cada segundo, con la displicencia del viento que empuja a las nubes. Instantes perdidos para siempre, no hay retorno o devolución. No lograré conquistar mi territorio onírico y quedaré sometida a la voluntad del día.

Sin sueños ya no podré percibir a la bestia que habita en las honduras del pozo. Ni a los elfos que me regalan el amarillo y el azul en sus paletas de arcoíris. Gotas de paraíso, que al despertar me agasajan coloreando el claroscuro habitual del café con leche, la ducha, el apelmazamiento en el subte, la madera rayada del escritorio, los expedientes con su destino kafkiano.

Cuando el animal oscuro ruge en las profundidades del sueño, es indicio de que el día estará lleno de peligros. Desde su instinto primitivo sabe y se lo comunica a mi vientre, que se retuerce en reflejos de intuición. Me avisa que debo permanecer alerta y se cumplen los presentimientos, como si mis vibraciones se sincronizaran con el pulso del universo. Sé que es una fecha para marcar en el calendario con un círculo rojo. Estoy en guardia y procedo con sigilo. De esa forma me salvé de tomar el tren que descarriló; de pasar, apenas unos minutos antes, por esa esquina donde mataron a una mujer que se parecía a mí.

Si sueño con elfos o con castillos de agua que mutan su arquitectura con el movimiento del mar, es de buen augurio y todo será posible: la nieve de mis labios se derretirá y daré besos o quizás encuentre un nuevo amor.

Pero si no duermo no habrá presagios que me amparen, ni amarillos acuarelando las horas. Estaré indefensa, a la espera de señales que no sabré descifrar.

Amanece y sigo despierta, con la incertidumbre de qué me aguardará sin mi talismán una vez que traspase el umbral. 

©  Mirella S.   — 2013 —





1.  óleo de Bellarmine Miranda
2.  óleo de Eric Zener






Los hombres despiertos
no tienen más que un mundo, 
pero los hombres dormidos, 
tienen cada uno su mundo.

Heráclito




lunes, 27 de mayo de 2013

Se fue una noche




Tomó la cartera y sin mirarme caminó hacia la puerta. La abrió y salió dando un portazo. Los vidrios de la ventana tintinearon durante unos segundos. Yo no me moví, quedé acostado en esa cama por horas, donde habrán pasado amores, deseos, despedidas.
Ella no se despidió, no era su estilo; se fue dando un portazo: su última palabra. La forma de hacerme sentir que yo era una lombriz que había tenido la osadía de subirme por su zapato de marca importada. Antes habló, no hubiese podido dejar quieta su lengua de hiel. Después en el baño vomitó; se ve que las palabras dichas no fueron suficientes, el hígado no había descargado toda su ira, ni escupido toda su bilis.
Dije lo mío, aunque tuviese el sabor de lo inútil. Cuando ella habló, me callé. Ya la había visto enardecerse de esa manera, no conmigo. Hasta hoy. Había sido un mero espectador de sus incandescencias cuando hablaba por teléfono, no sé bien con quien. Mencionaba mucho a sus empleados, los que trabajan para mí, decía irguiendo la cabeza y los ojos entrecerrados se volvían dos ranuras de hielo. Soy inexorable, pero justa, como las Parcas, aclaraba. Desde mi óptica nada tenían de justas, porque ellas con el trenzado de los hilos determinaban la existencia de las personas y, con un golpe de tijera, la muerte.
¿Qué nos unió? Historias nocturnas de abandonos y carencias, tal vez. No podíamos ser más diferentes: yo, un tipo común, que escucha y busca entender, con mis más y con mis menos, como cualquiera. Alguien que amó, dejó de amar, que le gustan las caminatas solitarias por la vereda del sol, con alguna vieja canción sonando en su cabeza. Que busca un bar cerca de un rincón verde que la ciudad todavía no se haya tragado y que toma su café mientras garabatea frases en una libreta que nadie leerá. Un tipo tranquilo, que adaptó los actos vitales a sus necesidades.
Cuando apareció ella, de un modo contingente, la vida se aceleró. Hubo encuentros y desencuentros; alguna carcajada amarga, ninguna sonrisa: jamás la vi sonreír. Tuvimos momentos de silencio, que parecían catástrofes repentinas; en otros, nuestras voces quedaban sepultadas bajo la llovizna de la incomunicación.
Nunca supe su nombre real, decía que era impronunciable, de origen escandinavo. Se presentaba como Scarlett, por su pelo rojo y por su personaje favorito: Scarlett O’Hara. Si olvidaba el papel que se había impuesto desempeñar hasta sus últimas consecuencias, si podía aflojarse, hasta llegábamos a querernos. Sé que se hizo como un escultor a su obra, a martillazos.
Aquellos fueron días eléctricos, tenía que cuidar mis palabras, el modo de decirlas, los gestos. Siempre estaba esperando la tormenta, que los relámpagos restallaran en el aire, como las llamas de su pelo. Desistí de apaciguarla con argumentaciones, lo reservaba para el tiempo de nuestros cuerpos entre las sábanas que, por un rato, también le entibiaban el alma.
En esos meses viví en la incertidumbre, sujeto a turbulencias alternadas con la ilusión de una calma fugaz. Llegó la noche en que hablé como ella, sólo que sin levantar la voz. Scarlett, mientras se vestía, caminaba por el cuarto, las mandíbulas contraídas en ese tic, efecto de una insatisfacción insuperable.
Con las palabras finales, rubricadas por el portazo, terminó todo y la habitación extraña pareció demasiado vacía. Yo también, con un hueco que volvería a llenar con mis paseos por calles arboladas, lejos del tránsito, buscando el aroma del café recién hecho y la libreta, con tantos pensamientos para anotar y que nunca nadie leería.

©  Mirella S.   — 2013 —






1.  óleo de Larissa Morais
2.   foto de Flickr.com





     No ser amado 
es una simple desventura.
La verdadera desgracia
es no saber amar. 

Albert Camus


miércoles, 22 de mayo de 2013

Los microrrelatos



A lo largo de todos los tiempos han aparecido textos orales y escritos de corta extensión. El microrrelato no es un fenómeno nuevo, sienta sus bases por el siglo XII en los llamados bestiarios medievales, donde se describen las características y hábitos de animales, para terminar con una lección moral. Entre 1330 y 1335 también aparecerán las sentencias del Conde Lucanor, escritas por el Infante Don Juan Manuel.
Pero es en la época moderna, al nacer el cuento como género literario, cuando el microrrelato se populariza en la literatura en español, gracias a la concurrencia de dos fenómenos de distinta índole: la explosión de las vanguardias con su renovación expresiva y la proliferación de revistas que exigían textos breves ilustrados para llenar sus páginas culturales.
En general se entiende por microrrelatos o microficciones a textos cuyo límite de palabras se ubican entre las 300 y las 500. Sin embargo los hay de apenas una línea. 
Aquí van algunos ejemplos: 



Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí.
(Augusto Monterroso)

Vendo zapatos de bebé, sin usar.
(Ernest Hemingway)

El último hombre sobre la Tierra está sentado en una habitación. Llaman a la puerta.
(Fredric Brown)



Un microrrelato debe sorprender, la escasez de palabras colabora para que el lector piense, imagine, sueñe; en ese punto este género se puede asemejar al poético, por esa capacidad de asombrar al lector y llevarlo bruscamente a mundos desconocidos, con pocas palabras.

Grandes escritores como Jorge Luis Borges, también se dedicaron a explorar este género.



Un sueño
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma del círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular… El proceso no tiene fin y nadie podrá jamás leer lo que los prisioneros escriben.



Julio Cortázar
Historia
Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.
(de "Historias de Cronopios y de famas")





 Gabriel García Márquez
 El drama del desencantado

El drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa, valía la pena ser vivida.





Se suele apelar a ciertos recursos 
para que el microrrelato sea más efectivo:


*Sorprender al lector con una lógica inesperada.

La fuerza del destino   (Julia Otxoa)
El perro riñe al gato, el gato al ratón, el ratón a la musaraña, la musaraña a la araña, la araña a la mosca, la mosca a la hormiga, la hormiga a la pulga, pero la pulga como es tan pequeña, no tiene nadie más pequeño a quien reñir, así que indignada, prepara la revolución para derrocar al perro.

 ***

*Utilizar un formato popular, no literario.
Un formato moderno al que recurre el microrrelato con frecuencia es el anuncio clasificado.

Clases de gimnasia   (Ana María Shua)
Para aumentar la flexibildad del tronco y ramas, evitando así quebraduras provocadas por ráfagas intempestivas, clases de gimnasia para árboles se ofrecen, individuales y a domicilio. Precios especiales para bosques. 


***


*Hacer uso de la ironía

Libertad    (Juan José Arreola)
Hoy proclamé la independencia de mis actos. A la ceremonia sólo concurrieron unos cuantos deseos insatisfechos, dos o tres actitudes desmedradas. Un propósito grandioso que había ofrecido venir envió a última hora su excusa humilde.



***


Estos dos microrrelatos son mi autoría:



Ojos biónicos


Tenía una mirada que se te metía adentro, hacía una recorrida indiscreta y salía llevándose todos tus secretos.








Dorar la píldora

Quiso paliar la mala noticia de que iba a  dejarla.
Fue al botiquín del baño, vació los frascos con las cápsulas de aceite de tiburón, los comprimidos anticelulitis, aquellos con las pastillas para dormir y los pintó con un pigmento dorado, los roció con esencia de mentol y los selló con un fijador acrílico.
A la semana la internaron de urgencia. No tuvo necesidad de darle la noticia.
Mirella S.